Minette Walters - Las fuerzas del mal

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En el bello paisaje de la campiña inglesa, una adinerada familia debe enfrentarse a un destino que parece condenarla a la extinción. El viejo ha perdido a su mujer, mientras sus hijos Leo, un ludópata redomado, y Elizabeth, una promiscua alcohólica condenada al fracaso, apenas son una mácula dentro de la genealogía familiar. Deprimido y con el único apoyo de su fiel abogado Mark Ankerton, Lockyer-Fox también debe hacer frente a las habladurías de sus convecinos, que le acusan del supuesto asesinato de su esposa. Se avecinan tiempos difíciles para el coronel quien, además, ha decidido destapar un viejo secreto y encomendar a Mark la tarea de encontrar a una nieta entregada en adopción apenas nacer. Una lejana vergüenza que la familia Lockyer-Fox ocultó a cal y canto, para proteger la ya maltrecha reputación de Elizabeth.
En tanto, en las tierras que lindan con la propiedad del coronel se instala un grupo de nómadas con el objetivo de asentarse por un tiempo indefinido. A la cabeza del movimiento se encuentra un siniestro personaje a quien todos conocen como Fox Evil, un individuo capaz de hundir aún más si cabe los ánimos del coronel. Sólo la providencial visita de su nieta, convertida por los avatares de la vida en una joven capitana del ejército inglés, le ayudará a encarar el avispero emocional en el que vive su agotado corazón.

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– Creo que Dick dijo que la policía no quería involucrarse.

– Sí, lo dijo… -Hizo una pausa-. ¿Por qué tanto interés?

James inclinó la cabeza.

– A fin de cuentas acabaremos por saber quiénes son; por lo tanto, ¿por qué se esconden?

– El grupo que vi con los binoculares llevaba bufanda y pasamontañas -dijo Nancy-. Demasiada ropa tapándoles la cara. Mark, ¿no significa eso que les preocupa ser reconocidos?

James asintió.

– Sí, pero ¿por quién?

– Seguro que no por Eleanor Bartlett -dijo Mark-. Repitió que no los había visto en su vida.

– Umm -calló un momento antes de sonreír mirando por turno a sus interlocutores-. Quizá tienen miedo de mí. Como mis vecinos se complacen en señalar, se han instalado a la entrada de mi casa. ¿Debemos ir a hablar con ellos? Si atravesamos el seto y nos acercamos a través del bosque los sorprenderemos por la retaguardia. ¿No creen que nos vendría bien la caminata?

Ése era el hombre que Mark conocía: un hombre de acción. Sonrió antes de lanzarle a Nancy una mirada de interrogación.

– Estoy lista -dijo ella-. Como alguien dijo una vez: «Conoce a tu enemigo». No queremos dispararle por error a la gente equivocada, ¿no es cierto?

– Quizá no sean el enemigo -protestó Mark.

Los ojos de ella lo azuzaban.

– Mejor. Quizá sean los enemigos de nuestro enemigo.

Julian estaba quitando con un cepillo el lodo seco de las patas de Bouncer cuando oyó el sonido de unos pasos que se aproximaban. Suspicaz, se volvió en el momento en que Eleanor aparecía ante la puerta del establo. Era tan impropio de ella que pensó que había ido a arrancarle la piel a tiras.

– No estoy de humor -le dijo, cortante-. Hablaremos de ello en cuanto me tome una copa.

«¿Hablar de qué?», se preguntó Eleanor con impaciencia. Se sentía como si patinara sobre una fina capa de hielo con una venda en los ojos. Para Julian no había nada de que hablar. ¿O sí?

– Si te refieres a esos infelices del Soto, ya me he ocupado de ellos -dijo con animación-. Prue pretendía que fueras tú quien solucionara el problema, pero le dije que no era razonable. ¿Quieres una copa, cariño? Si quieres, te preparo una.

Tiró el cepillo en un cubo y alargó la mano en busca de la manta de Bouncer. «¿Cariño…?»

– ¿Qué quieres decir con eso de que Prue pretendía que yo solucionara el problema? -preguntó mientras tendía la manta sobre el lomo de Bouncer y se agachaba para atarla por debajo de su vientre.

Eleanor se relajó.

– Dick no podía ponerse en contacto con su abogado, por lo que me pidió que Gareth se ocupara del asunto. Le dije que no lo consideraba justo, teniendo en cuenta que carecemos de autoridad respecto a esa parcela y que tú serías quien pagara los honorarios de Gareth. -Ella era incapaz de tener controlada por mucho tiempo su personalidad autoritaria-. En realidad pensé que era demasiado cara dura. Dick y el abogado de James tuvieron una disputa respecto al tema en cuestión… después Prue riñó con Dick… así que se suponía que tú y yo debíamos limpiar los escombros. Le dije a Prue que no veía por qué tú tenías que cubrir los gastos. No parece que vayamos a ganar algo con todo esto.

Julian lo entendió a medias.

– ¿Alguien ha llamado a la policía?

– Dick.

– ¿Y?

– Sólo sé lo que dijo Prue -mintió Eleanor-. Tiene que ver con la propiedad de la tierra, así que sólo un abogado puede encargarse de ello.

Julian la miró con el ceño fruncido.

– ¿Y qué va a hacer Dick al respecto?

– No lo sé. Se marchó enfurruñado y Prue no sabe dónde está.

– Dijiste algo sobre el abogado de James.

Ella hizo una mueca.

– Dick habló con él y sus preocupaciones fueron acalladas con una regañina, y probablemente eso fue lo que le echó a perder el humor, pero no sé si ha hecho algo al respecto.

Julian acalló sus pensamientos mientras llenaba el balde y ponía más heno en el comedero de Bouncer . Dio una palmada final en el cuello del viejo cazador, después cogió el cubo de fregar y esperó de pie junto a la puerta a que Eleanor se apartara.

– ¿Por qué Dick telefoneó al abogado de James? ¿En qué hubiera sido de ayuda? Creí que estaba en Londres.

– Está de visita en casa de James. Llegó la víspera del día de Navidad.

Julian pasó el cerrojo a la puerta del establo.

– Pensé que el viejo estaba solo.

– Pero no se trata únicamente del señor Ankerton. También hay otra persona.

Julian le lanzó una mirada interrogativa.

– ¿Quién?

– No lo sé. No parece ser uno de los nómadas.

El ceño de Eleanor se frunció todavía más.

– ¿Por qué los nómadas visitarían a James?

Eleanor sonrió débilmente.

– Eso no es asunto nuestro.

– ¡Claro que sí! -le espetó Julian-. Han estacionado en el puñetero Soto. ¿Qué dijo el abogado de James para que Dick se largara?

– Se negó a discutir el tema con él.

– ¿Por qué?

Ella vaciló.

– Supongo que está molesto por lo que Prue dijo acerca de la riña entre Ailsa y James.

– ¡Oh, vamos! -exclamó Julian con impaciencia-. Quizás ella no le guste por esa razón o tampoco le gusta Dick, pero no va a negarse a tratar de un tema que afecta a su cliente. Me has dicho que habían discutido. ¿Sobre qué?

– No lo sé.

El hombre echó a andar por el sendero que llevaba a la casa y ella lo siguió a la carrera.

– Será mejor que lo llame -dijo, molesto-. Todo esto me parece ridículo. Los abogados no discuten con la gente.

Abrió la puerta trasera de un tirón. Ella lo agarró por el brazo para retenerlo.

– ¿A quién vas a llamar?

– A Dick -dijo él, quitándosela de encima con la misma brusquedad con que Mark lo había hecho antes-. Quiero saber qué demonios sucede. De todos modos le dije que lo llamaría en cuanto regresara.

– No está en la granja.

– ¿Y qué? -Metió el tacón derecho en el descalzador para quitarse la bota de montar-. Lo llamaré a su móvil.

Ella lo rodeó para ir a la cocina.

– No es asunto nuestro, cariño -dijo por encima del hombro, animada, tomando un vaso de whisky de un aparador y quitando el tapón de la botella para servirse un poco más y servirle a él un trago generoso-. Te dije que Dick y Prue habían discutido por ese asunto. ¿Qué sentido tiene que nos pille en medio?

Aquellos «cariño» le crispaban los nervios y pensó que ésa era la respuesta a lo de Gemma. ¿Pensaría ella que esas palabras tiernas podían recuperarlo? ¿O quizá pensara que «cariño» era una palabra que utilizaba habitualmente con sus amantes? ¿La había utilizado alguna vez con ella cuando estaba traicionando a su primera esposa…? Dios lo sabría. Había transcurrido tanto tiempo que no lograba acordarse.

– Bien -dijo, entrando en la cocina, sin zapatos, sólo con los calcetines puestos-. Llamaré a James.

Eleanor le tendió el vaso de whisky.

– Oh, tampoco creo que eso sea una buena idea -dijo, quizá con demasiada insistencia-. Sobre todo si tiene visitas. ¿Por qué no aguardas hasta mañana? Probablemente se resuelva por sí solo. ¿Has comido? Puedo prepararte un risotto de pavo o algo así. Eso estaría bien, ¿no crees?

Julian tomó nota de su rostro congestionado, de la botella de whisky medio vacía y de las señales de maquillaje vuelto a aplicar en torno a los ojos y se preguntó por qué estaba tan decidida a impedirle utilizar el teléfono. Inclinó el vaso hacia su mujer.

– Eso suena bien, Ellie -dijo, con una sonrisa sin malicia-. Avísame cuando esté listo. Voy a darme una ducha.

Arriba, en su vestidor, abrió la puerta del guardarropa y contempló los trajes y chaquetas que él había echado a un lado para coger su chaqueta de caza y ahora colgaban a intervalos regulares, y se preguntó por qué su esposa había decidido de repente registrar sus pertenencias. Siempre se había comportado como si cuidar a su marido fuera una forma de esclavitud y desde hacía mucho tiempo él había aprendido a poner de su parte, sobre todo en las habitaciones que consideraba suyas. Incluso lo prefería. El desorden cómodo se avenía mejor con su carácter que la pulcritud imperante en el resto de la casa.

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