Minette Walters - Las fuerzas del mal

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En el bello paisaje de la campiña inglesa, una adinerada familia debe enfrentarse a un destino que parece condenarla a la extinción. El viejo ha perdido a su mujer, mientras sus hijos Leo, un ludópata redomado, y Elizabeth, una promiscua alcohólica condenada al fracaso, apenas son una mácula dentro de la genealogía familiar. Deprimido y con el único apoyo de su fiel abogado Mark Ankerton, Lockyer-Fox también debe hacer frente a las habladurías de sus convecinos, que le acusan del supuesto asesinato de su esposa. Se avecinan tiempos difíciles para el coronel quien, además, ha decidido destapar un viejo secreto y encomendar a Mark la tarea de encontrar a una nieta entregada en adopción apenas nacer. Una lejana vergüenza que la familia Lockyer-Fox ocultó a cal y canto, para proteger la ya maltrecha reputación de Elizabeth.
En tanto, en las tierras que lindan con la propiedad del coronel se instala un grupo de nómadas con el objetivo de asentarse por un tiempo indefinido. A la cabeza del movimiento se encuentra un siniestro personaje a quien todos conocen como Fox Evil, un individuo capaz de hundir aún más si cabe los ánimos del coronel. Sólo la providencial visita de su nieta, convertida por los avatares de la vida en una joven capitana del ejército inglés, le ayudará a encarar el avispero emocional en el que vive su agotado corazón.

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– Me ha asustado. Pensé que era… -calló de repente.

– ¿Quién? ¿Leo?

James desechó las preguntas con un ademán cansado.

– Le he escrito una carta oficial -indicó con la cabeza una hoja sobre el escritorio-, solicitándole la liquidación final y la devolución de todos los documentos relativos a mis asuntos. Lo saldaré todo lo más pronto posible, Mark, y después de eso puedo asegurarle que su relación con esta familia ha terminado. He expresado mi gratitud de la manera más cálida por todo lo que ha hecho por Ailsa y por mí mismo, y lo único que le pido es que siga respetando mi confianza -hubo una pausa dolorosa-, en particular en todo lo relativo a Nancy.

– Nunca traicionaré su confianza.

– Se lo agradezco. -Firmó la carta con manos temblorosas e hizo un intento de doblarla y meterla en un sobre-. Siento que todo termine de esta manera. He apreciado mucho su bondad durante estos dos últimos años. -Abandonó el sobre y le ofreció la carta a Mark-. Entiendo cuán difícil ha sido para usted todo este maldito asunto. Me temo que ambos echamos de menos a Ailsa. Tenía el don de ver las cosas en su verdadera dimensión, una visión de la que lamentablemente usted y yo carecemos.

Mark no iba a aceptar la carta. Por el contrario, se dejó caer en un butacón de cuero junto al escritorio.

– Esto no es para impedir que me eche, James, soy un puñetero abogado inútil por lo que creo que es algo que debería hacer, pero me gustaría disculparme sin reservas por todo lo que dije. No hay ninguna excusa para lo que he estado pensando, salvo el hecho de que usted me abrumó con esas cintas sin aviso ni explicación. Juntas tienen un poderoso efecto, sobre todo porque sé que algunos de los hechos son verídicos. Lo más difícil de tratar ha sido el tema de Nancy. Ella podía ser hija suya. Su aspecto, sus maneras, su personalidad, todo… es como hablar con una versión femenina de usted. -Movió la cabeza-. Hasta tiene sus ojos; son pardos, los de Elizabeth son azules. Sé que hay una regla al respecto, creo que es la ley de Mendel, que dice que ella no puede tener un padre de ojos azules, pero eso no permite asumir que el hombre de ojos pardos más cercano sea su padre. Lo que estoy intentando decir es que le he fallado. Ésta es la segunda vez que he oído hechos difíciles de aceptar y en ambas ocasiones los he creído. -Hizo una pausa-. Debería haber sido más profesional.

James lo miró fijamente por un momento antes de dejar la carta sobre el escritorio.

– Leo siempre acusó a Ailsa de pensar lo peor -dijo, pensativo, como si lo hubiera asaltado un recuerdo-. Ella decía que no tendría que hacerlo si al menos en un par de ocasiones no hubiera ocurrido lo peor. Al final aborrecía tanto las profecías que se cumplían que se negaba a comentar nada… y ésa es la razón por la que esto -hizo un gesto abarcador hacia la terraza y el montón de cintas- ha sido un golpe tan tremendo. Era obvio que ella me ocultaba algo, pero ignoro de qué se trataba… posiblemente esos terribles alegatos. Lo único que me consuela en las frías horas de la noche es que ella nunca los hubiera creído.

– Desde luego que no -asintió Mark-, ella lo conocía a usted demasiado bien.

El anciano apenas esbozó una sonrisa.

– Supongo que Leo está detrás de todo… y supongo que se trata de dinero. Pero en ese caso ¿por qué no dice lo que quiere? Me he torturado pensando en eso, Mark, y no puedo entender cuál es el objetivo final de esta interminable sarta de mentiras. ¿Acaso cree lo que dice?

El abogado se encogió de hombros, dudando.

– Si lo cree, entonces ha sido Elizabeth quien lo ha persuadido. -Reflexionó durante un instante-. ¿No cree que lo más factible es que Leo le haya metido esa idea en la cabeza y ella la esté repitiendo sin cesar? Es muy impresionable, sobre todo cuando se trata de culpar de sus problemas a otras personas. Un falso recuerdo de un maltrato sería muy propio de ella.

– Sí -dijo James con un leve suspiro, quizá de alivio-, y ésa es la razón por la que la señora Bartlett está tan convencida. Ha mencionado varias veces que se ha reunido con Elizabeth.

Mark asintió.

– Pero si Leo sabe que no es verdad, entonces también sabe que lo único que tengo que hacer es presentar a Nancy para negar todo lo que él y Elizabeth afirman. Entonces, ¿por qué intentan arruinar mi reputación de esa manera?

Mark apoyó el mentón en las manos. No sabía más que James, pero al menos había comenzado a pensar lateralmente.

– ¿Y el epicentro de todo esto no es precisamente el hecho de que para Leo o Elizabeth Nancy no existe? Ni siquiera sabe qué nombre le dieron. Es un signo de interrogación en un formulario de adopción de hace más de veinte años, y mientras siga siendo eso ellos pueden acusarlo de todo lo que quieran. Si sirve de algo, he pasado las últimas horas recorriendo el camino a la inversa, del efecto a la causa. Quizás usted deba hacer lo mismo. Pregúntese cuál ha sido el resultado de esas llamadas telefónicas y decida entonces si ése era el resultado que buscaban. Eso podría darle una idea de lo que persigue.

James reflexionó sobre aquello.

– Me han obligado a ponerme a la defensiva -admitió lentamente, explicándolo en términos militares-, a sostener un combate de retaguardia y esperar a que alguien se muestre.

– A mí me parece que se trata de una cuestión de aislamiento -dijo Mark de forma brutalmente directa-. Lo ha convertido a usted en un recluso, lo ha apartado de cualquier persona que pudiera apoyarlo… vecinos… la policía… -respiró profundamente por la nariz-, su abogado… hasta su nieta. ¿De veras piensa que no sabe que usted preferiría que ella siguiera siendo un signo de interrogación antes de hacerla pasar por la pesadilla de una prueba de ADN?

– No puede estar seguro de eso.

Mark sacudió la cabeza con una sonrisa.

– Claro que sí. Usted es un caballero, James, y sus respuestas son predecibles. Al menos reconozca que su hijo es mejor psicólogo que usted. Sabe muy bien que usted sufriría en silencio antes que dejar que una chica inocente piense que es el producto de un incesto.

James aceptó el razonamiento con un suspiro.

– Entonces, ¿qué quiere? ¿Que esas mentiras se difundan? Ya ha dejado claro que si intento desheredarlos él y Elizabeth impugnarán el testamento de acuerdo con la legislación sobre derechos familiares, pero lo único que hace al acusarme de incesto es dar a esta supuesta hija mía una razón para poner otra demanda. -Movió la cabeza de un lado a otro, desconcertado-. ¿Acaso un tercer reclamante no reduciría su parte? No puedo creer que sea eso lo que quiere.

– No -dijo Mark, pensativo-, pero Nancy tampoco podría pretender nada. Nunca ha dependido financieramente de usted en la medida en que lo han hecho Leo y Elizabeth. Es la trampa 22 [14]que le conté la primera vez que me visitó… si usted se hubiera negado a ayudar a sus hijos en momentos de dificultad ellos tampoco podrían pretender nada. Pero como los ha ayudado, tienen derecho a esperar una provisión razonable de fondos para su futuro… sobre todo Elizabeth, que quedaría totalmente en la ruina si usted la abandonara.

– Ella es la única culpable. Ha dilapidado todo lo que le hemos dado. Lo único que conseguiría un legado sería mantener sus adicciones hasta que le causen la muerte.

El mismo razonamiento de Ailsa, observó Mark. Lo habían discutido en numerosas ocasiones y él había persuadido a James de que lo mejor era legar a Elizabeth una pensión razonable para su manutención que dejara abierta la puerta para un legado mayor tras la muerte del coronel. Según las leyes de protección familiar, la responsabilidad moral del testador de mantener a sus descendientes se convirtió en una obligación legal en 1938. Quedaron atrás los días Victorianos en los que el derecho a disponer libremente de la propiedad era inviolable, y viudas e hijos podían quedarse sin un penique si disgustaban a maridos o padres. La justicia social impulsada por los parlamentos del siglo XX, tanto en divorcios como en legados de propiedades, había impuesto un deber de justicia, aunque los hijos no tenían derecho a heredar automáticamente a no ser que pudieran probar su dependencia.

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