El caso de Leo estaba menos claro pues no tenía una historia de dependencia, y el punto de vista de Mark era que le sería muy difícil probar que tenía derecho a una parte de los activos después de que James trazara una línea definitiva tras el desfalco cometido por Leo en el banco. De todos modos, Mark le había aconsejado incluir la misma provisión de manutención para Leo que para Elizabeth, sobre todo si Ailsa había reducido el monto de lo que legaba a sus hijos, desde la mitad prometida de todas sus propiedades hasta una cantidad fijada en cincuenta mil libras, mientras el resto pasaba a su marido. No beneficiaba mucho a la hora de pagar impuestos, aunque permitía la segunda oportunidad que Ailsa quería.
La dificultad era -y siempre había sido- cómo disponer de las propiedades más voluminosas, específicamente la casa, su contenido y la tierra, todo lo cual tenía un prolongado vínculo con la familia Lockyer-Fox. Al final, como ocurría a menudo en estos casos, ni James ni Ailsa querían verlo todo dividido y vendido después por partes, con los papeles y las fotografías familiares destruidos por extraños que no estaban interesados ni sabían nada de las generaciones anteriores. De ahí la búsqueda de Nancy.
La ironía fue que había dado un resultado perfecto. Ella satisfacía todas las expectativas, pero como Mark le había sugerido a James después de su primer encuentro con ella, su atractivo como heredera y nieta perdida hacía mucho tiempo se incrementaba en gran medida por su indiferencia. Como una femme fatale , seducía con su frialdad.
El abogado cruzó las manos detrás de la cabeza y miró al cielo raso. Nunca había hablado de sus clientes con Becky, pero comenzaba a preguntarse si ella no le habría registrado la cartera.
– ¿Sabía Leo que estaba buscando a su nieta? -preguntó.
– No, a no ser que usted se lo dijera. Ailsa y yo éramos los únicos que lo sabíamos.
– ¿Le habría mencionado Ailsa ese hecho?
– No.
– ¿Y a Elizabeth?
El anciano negó con la cabeza.
– Está bien. -Volvió a inclinarse hacia delante-. Bien, estoy totalmente seguro de que Leo lo sabe, James, y quizá la culpa sea mía. Si no lo sabe, ha apostado porque ése sería el camino más probable que seguiría usted. Creo que se trata de eliminar de la ecuación al otro heredero a fin de forzarlo a rehacer su testamento anterior.
– Pero Nancy lleva meses fuera de la ecuación.
– Umm… Leo no lo sabe… ni siquiera se lo podría imaginar. Nosotros tampoco. Es como dije antes: pensábamos que sería un clon de Elizabeth… y no creo que Leo pudiera esperar otra cosa. Uno basa sus juicios en lo que conoce, y por la ley de probabilidades la hija de Elizabeth debería haber dado saltos de alegría ante la oportunidad de heredar una fortuna.
– ¿Y qué sugiere usted? ¿Que esas llamadas cesarán si dejo claro que ella no es mi heredera?
Mark movió la cabeza.
– Creo que serían peores.
– ¿Por qué?
– Porque Leo quiere el dinero y no le importa mucho cómo conseguirlo. Cuanto antes muera usted, ya sea por depresión o agotamiento, mejor.
– ¿Qué puede hacer si los principales beneficiarios son organizaciones caritativas? Arruinar mi reputación no les impedirá aceptar los legados. Ahora está del todo claro que la propiedad se dividirá. No hay nada que pueda hacer al respecto.
– Pero usted no ha firmado el testamento, James -le recordó Mark-, y si Leo lo sabe, entonces también sabe que su testamento anterior en el que le dejaba la mayoría de las propiedades aún tiene validez.
– ¿Cómo podría saber eso?
– ¿Vera? -sugirió Mark.
– Está senil. En cualquier caso, yo cierro la biblioteca cada vez que ella entra en la casa.
Mark se encogió de hombros.
– Eso no significa nada. Incluso si usted lo hubiera firmado, el testamento puede ser invalidado y revocado en cualquier momento… de la misma manera que los poderes a nombre de su abogado. -Se inclinó con rapidez hacia delante y dio unos golpecitos en el contestador-. Me ha estado diciendo que esas llamadas son una forma de chantaje… pero yo lo describiría mejor usando la palabra coerción. Usted está bailando a la música que le tocan… aislándose… deprimiéndose… impidiendo que la gente se acerque. El mayor éxito de los autores de las llamadas es intimidarlo para que haga exactamente lo que ha estado haciendo: crear una barrera entre usted y Nancy. Seguramente no sabrá qué es lo que ha conseguido, pero el efecto que eso causa en usted es el mismo. Más depresión… más aislamiento.
James no lo negó.
– Antes estuve aislado en una ocasión y eso no me hizo cambiar de idea -dijo-. Esta vez tampoco.
– ¿Está hablando del campo de prisioneros de guerra en Corea?
– Sí -dijo el anciano, sorprendido-. ¿Cómo lo sabe?
– Nancy me lo dijo. Ella buscó su nombre… dice que es una leyenda.
Una sonrisa de placer iluminó el rostro del anciano.
– ¡Qué extraordinario! Pensaba que habían olvidado esa guerra hace tiempo.
– Al parecer no.
El retorno de la autoestima era casi palpable.
– Bien, al menos usted sabe que no me pueden derrotar con facilidad… y menos los matones.
Mark movió la cabeza a modo de disculpa.
– Aquél fue un aislamiento de otro tipo, James. Defendía un principio… sus hombres lo apoyaban… y usted salió de aquello como un héroe. Esto no es lo mismo. ¿No ve que no tiene amigos? Se niega a ir a la policía porque tiene miedo de involucrar a Nancy. -Señaló hacia la ventana con un dedo-. Por la misma razón, no tiene idea de lo que piensan allá fuera porque no piensa salir a retar a nadie. Además -giró el pulgar para señalar la carta sobre la mesa-, está dispuesto a echarme porque duda de mi entrega… y la razón por la que mi entrega no fue tan firme fue porque no me dijo nada.
James suspiró.
– Esperaba que todo cesara si yo no reaccionaba.
– Eso fue probablemente lo que pensó Ailsa, y mire lo que le ocurrió.
El anciano sacó un pañuelo del bolsillo y se lo llevó a los ojos.
– ¡Oh, por Dios! -dijo Mark, contrito-. Escúcheme, no quiero volver a alterarlo pero al menos considere que Ailsa se sintió tan aislada como usted. Me dijo que ella tenía miedo de las profecías que se cumplían… ¿No cree entonces que también estaba sometida a esas mentiras? Esa zorra de Bartlett habla y habla sobre cómo debió de sentirse Ailsa cuando lo descubrió. Quienquiera que le diera la información a la señora Bartlett, seguramente sabía que Ailsa estaba impresionada por eso. Es fácil decir que debió contárselo, creo que ella estaba intentando protegerlo de la misma manera que usted protege a Nancy, pero el efecto es el mismo. Mientras más se obstina en mantener algo en secreto, más fácil es hacerlo público. -Volvió a inclinarse hacia delante y su tono se tornó más insistente-. No puede dejar que sigan esas acusaciones, James. Debe oponerse a ellas.
El anciano arrugó el pañuelo entre los dedos.
– ¿Cómo? -preguntó con cansancio-. Nada ha cambiado.
– Vaya, no podía estar usted más errado. Todo ha cambiado. Nancy ya no es un producto de su imaginación… ella es real, James… y una persona real puede echar por tierra todo lo que Leo está diciendo.
– Ella siempre ha sido real.
– Sí, pero no quería verse involucrada. Ahora sí quiere. Si no, no habría venido aquí, y aún menos habría pedido que la invitaran a volver si no estuviera dispuesta a apoyarlo a usted. Confíe en ella, se lo suplico. Explíquele lo que ha estado ocurriendo, déjele oír las cintas y después pregúntele si estaría dispuesta a someterse a una prueba de ADN. También puede hacer sólo la de grupos sanguíneos… Lo que sea, no importa… Apostaría hasta mi último penique a que ella dice que sí, y entonces tendrá pruebas de coerción y amenazas que podrá llevar a la policía. ¿No ve cuánto se ha fortalecido su posición desde la aparición de Nancy esta mañana? Finalmente cuenta con un defensor honesto. Si usted no quiere hacerlo, yo hablaría en su nombre. -Hizo una mueca de complicidad-. Además, le permitiría echar a Fitolaca y Belladona a la basura. Estoy seguro de que Ailsa lo aprobaría.
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