– ¿Respecto a qué, en particular?
– Dijo que eras un misterio.
Ella le dedicó una leve sonrisa pero nada dijo.
– A mí me gustaba ella, ¿sabes? -prosiguió Jack, pasado un momento.
– Seguro. Despreciaba a las mujeres pero sentía admiración por los hombres.
«Había mucho de verdad en eso», pensó Jack.
– Sarah le gustaba mucho.
– ¿Lo crees así?
– Le dejó tres cuartos de millón de libras. Yo diría que eso fue un indicio bastante bueno de que le gustaba.
Joanna reclinó la cabeza en el respaldo del sofá y lo contempló con una mirada sorprendentemente penetrante.
– Había supuesto que conocías mejor a mi madre. A ella no le gustaba nadie. ¿Y por qué atribuirle un motivo tan mundano? Ella habría considerado un legado de tres cuartos de millón de libras en términos del poder que podía comprar con ese dinero, no como una retribución para alguien que le había hecho un pequeño favor. Mi madre nunca tuvo intención de que ese testamento fuera el definitivo. No se trataba de otra cosa que de una obra de teatro montada para que Ruth y yo la encontráramos. El dinero compra poder con la misma eficacia, si uno amenaza con no entregarlo.
Pensativo, Jack se frotó la mandíbula. Sarah había dicho algo muy parecido.
– Pero ¿por qué Sarah? ¿Por qué no dejárselo a un hogar de perros? Habría conseguido el mismo propósito.
– He estado preguntándome eso mismo -murmuró ella al tiempo que desviaba los ojos hacia la ventana-. Pienso que tal vez sentía por tu mujer todavía más antipatía que por mí. ¿Imaginas que Ruth y yo nos habríamos quedado calladas si hubiésemos visto la grabación de vídeo mientras mi madre estaba aún viva? -Se pasaba una mano arriba y abajo con movimiento rítmico por el brazo opuesto mientras hablaba. Era un acto de extraordinaria sensualidad pero ella parecía no darse cuenta de que lo hacía. Volvió la cabeza para mirar a Jack. Tenía los ojos extrañamente vidriosos-. La posición de tu esposa se habría vuelto insostenible.
– ¿Qué habríais hecho? -preguntó Jack, curioso.
Joanna sonrió.
– No demasiado. Tu mujer habría perdido sus pacientes en el plazo de seis meses una vez que se supiera que había persuadido a una paciente rica de dejarle toda su fortuna. Los perderá de todas formas.
– ¿Porqué?
– Mi madre murió en circunstancias sospechosas y tu esposa es la única persona que se ha beneficiado de su muerte.
– Sarah no mató a Mathilda.
Joanna sonrió para sí.
– Dile eso a la gente de Fontwell. -Se puso de pie y se alisó el vestido negro sobre el vientre plano-. Estoy lista -dijo.
Él frunció el entrecejo.
– ¿Para qué?
– Sexo -replicó ella con indiferencia-. Has venido para eso, ¿no es cierto? Usaremos la habitación de mi madre. Quiero que me hagas el amor a mí de la forma en que se lo hiciste a ella. -Sus extraños ojos se posaron sobre él-. Disfrutarás muchísimo más conmigo, ¿sabes? A mi madre no le gustaba el sexo, pero presumo que eso lo descubriste tú mismo. Nunca lo hacía por placer, sólo para obtener algo. Un hombre jodiendo le repugnaba. Le recordaba a los perros.
A Jack, la observación le pareció fascinante.
– Pensaba que habías dicho que sentía admiración por los hombres.
Joanna sonrió.
– Sólo porque sabía cómo manipularlos.
Las noticias de que Mathilda Gillespie había dejado a la doctora Blakeney tres cuartos de millones de libras se habían extendido por la aldea como un reguero de pólvora. Aparecieron a primeras horas de la mañana del domingo, pero quién las propagó fue un misterio. No había ninguna duda, sin embargo, de que Violet Orloff fue quien soltó el interesante rumor de que Jack Blakeney se había instalado en Cedar House. Su automóvil había permanecido en el camino de entrada toda la noche. Las malas lenguas comenzaron a agitarse.
Jane Marriott tuvo buen cuidado de mantener una expresión natural cuando Sarah hizo una aparición sorpresa a la hora del almuerzo del miércoles.
– No te esperaba -dijo-. ¿No deberías ir camino de Beeding?
– He tenido que ir a la parroquia para que me tomaran las huellas dactilares.
– ¿Café?
– Supongo que te habrás enterado. Todos los demás lo saben.
Jane encendió la tetera eléctrica.
– ¿Respecto al dinero o respecto a Jack?
Sarah profirió una carcajada sin alegría.
– Eso hace que la vida sea muchísimo más fácil. Acabo de pasar una hora haciendo cola fuera de la parroquia, escuchando las burdas indirectas de personas a las que deberían de haberles diagnosticado muerte cerebral hace años. ¿Quieres que te cuente cuál parece ser la opinión actual? Jack me ha dejado para irse a vivir con Joanna porque está tan escandalizado como todos los demás de que yo haya usado mi posición como médico de cabecera de Mathilda para persuadirla de olvidar sus deberes para con su familia en mi favor. Éste es el mismo Jack Blakeney que, apenas la semana pasada, todo el mundo estaba encantado de odiar porque vivía a costa de su pobre esposa.
– Oh, querida -dijo Jane.
– Lo siguiente que estarán diciendo es que yo maté a la vieja bruja antes de que pudiera volver a cambiar el testamento.
– Será mejor que lo creas -comentó Jane con desapasionamiento-. No servirá de nada que entierres la cabeza en la arena.
– Estás de broma.
Jane le entregó la taza de café.
– Hablo en serio, querida. Esta mañana había dos que lo comentaban aquí, en la sala de espera. La cosa es más o menos así: nadie de por aquí tenía razones para odiar a Mathilda más de lo normal en los últimos doce meses, así que no es probable que ninguno de ellos la asesinara. Por lo tanto, tiene que tratarse de un forastero y tú eres la única forastera con un móvil que tenía acceso a ella. Tu esposo, con miedo por sí mismo y por la señora Lascelles, se ha mudado de casa para protegerla. Ruth se encuentra a salvo porque está en el colegio. Y por último, aunque no lo menos importante, ¿por qué Victor Sturgis murió en circunstancias tan peculiares?
Sarah la miró fijamente.
– Hablas en serio, ¿de verdad?
– Me temo que sí.
– ¿Debo deducir que se supone que también maté a Victor?
Jane asintió con la cabeza.
– ¿Cómo? ¿Ahogándolo con sus propios dientes postizos?
– Ésa parece ser la opinión general. -Los ojos de Jane rebosaron de pronto de risa-. Oh, querida, no debería de reír, la verdad es que no debería. Pobre viejo, ya fue bastante malo que él mismo se los tragara, pero la idea de que tú lucharas con un anciano de noventa y tres años con el fin de meterle la dentadura por la garganta… -se interrumpió para enjugarse los ojos-, no soporto pensar en ello. El mundo está lleno de gente muy estúpida y muy envidiosa, Sarah. Están resentidos por tu buena suerte.
Sarah meditó sobre el asunto.
– ¿Crees que soy afortunada?
– Buen Señor, sí. Es como ganar la lotería,
– ¿Qué harías con el dinero si Mathilda te lo hubiera dejado a tí?
– Irme de crucero. Ver el mundo antes de que se hunda debajo de su propia contaminación.
– Ésa parece ser la elección más popular. Debe tener algo que ver con el hecho de que estemos en una isla. Todos quieren marcharse de ella. -Removió el café y luego lamió la cucharilla con aire distraído.
Jane se moría de curiosidad.
– ¿Qué vas a hacer con el dinero?
Sarah suspiró.
– Usarlo para pagar un buen abogado, diría yo.
El sargento detective Cooper pasó por Mill House aquel anochecer, camino de casa. Sarah le ofreció una copa de vino, la cual aceptó.
– Hemos recibido una carta referente a usted -le dijo mientras ella escanciaba.
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