– Creemos que no. La policía de Lymington ha registrado la casa y no hay señales de ningún tipo de alboroto. El vecino les abrió la puerta con una copia de la llave, así que el registro ha sido meticuloso. Eso no quiere decir que hayamos descartado la posibilidad de un secuestro, sino sólo que estamos abiertos a todas las posibilidades. Ahora estamos realizando un segundo registro, pero por lo que sabemos, parece que Kate y Hannah se marcharon voluntariamente el sábado por la mañana, después de recibir el correo. Las cartas estaban abiertas y apiladas en la mesa de la cocina.
– ¿Y el coche? ¿No podrían haberla secuestrado cuando se metía en el coche?
Galbraith sacudió la cabeza y dijo:
– Está aparcado en el garaje.
– Entonces no lo entiendo. -Sumner parecía desconcertado-. ¿Qué pasó?
– Verá, una posibilidad es que Kate se encontrara a alguien fuera de la casa, quizás a un amigo de la familia, que las invitó a salir a navegar en su barco. -El detective tuvo cuidado de no insinuar la posibilidad de una cita-. Pero no sabemos si Kate sabía que la iban a llevar hasta Poole y la isla Purbeck.
Sumner sacudió la cabeza.
– Kate jamás habría hecho eso -dijo con convicción-. Ya le he dicho que no le gustaba navegar. De todos modos, las únicas personas que conocemos que tienen barco son parejas. -Se quedó mirando el suelo y añadió-: No estará insinuando que una pareja sería capaz de hacer una cosa así, ¿verdad?
– De momento no insinúo nada -dijo Galbraith con paciencia-. Antes necesitamos reunir más información. -Hizo una pausa y añadió-: No hemos encontrado el anillo de casada de su esposa. Suponemos que se lo quitaron porque podría ayudar a identificarla. ¿Tenía algo de especial?
Sumner tendió una mano temblorosa y señaló su anillo.
– Era igual a éste. Dentro están nuestras iniciales grabadas. Una K entrelazada con una W.
Interesante, pensó Galbraith.
– Cuando se vea con ánimo, me gustaría que hiciera una lista de sus amigos, sobre todo de los que tienen barco. Pero de momento no hay prisa. -Vio cómo Sumner hacía crujir las articulaciones de los dedos, una por una, y se preguntó qué habría visto la menuda y atractiva mujer del depósito de cadáveres en aquel hombre torpe e hiperactivo.
Sumner no le había escuchado.
– ¿Cuándo abandonaron a Hannah? -preguntó.
– No lo sabemos.
– Mi madre me dijo que la habían encontrado en Poole, ayer a la hora de comer, pero usted dice que Kate murió a primera hora de la mañana. ¿No significa eso que Hannah debió de estar en el barco cuando violaron a Kate y que la dejaron en tierra en Poole después de que hubiera muerto? Es imposible que estuviera paseándose por ahí durante veinticuatro horas hasta que alguien la viera, ¿no?
No tiene ni un pelo de tonto, pensó Galbraith.
– Tiene razón -reconoció el detective.
– Entonces ¿mataron a su madre delante de ella? -Sumner elevó el tono de voz-. ¡Dios mío! ¡Es espantoso! Pero si es una criatura, por amor de Dios.
Galbraith intentó tranquilizarlo:
– Lo más probable es que estuviera dormida.
– Eso no puede saberlo.
No, pensó Galbraith, no puedo saberlo. Sólo lo imagino, como suele pasar en todas las investigaciones.
– El médico que la examinó cree que estaba sedada -explicó el detective-. Pero tiene usted razón. Todavía no estamos seguros de nada. -Apoyó la mano en el huesudo hombro de Sumner-. Pero créame, es mejor que deje de atormentarse pensando en lo que pudo pasar. Nada es tan terrible como nos lo pinta la imaginación.
– ¿No? -Sumner se enderezó bruscamente, apoyó la cabeza en el respaldo de la silla y se quedó mirando el techo. Exhaló un largo suspiro y dijo-: Mi intuición me dice que usted está barajando la teoría de que Kate tenía una aventura, y de que el hombre con el que se fue era su amante.
Galbraith no creyó que tuviera sentido fingir. La idea de una aventura que había terminado mal era la primera que se le había ocurrido, sobre todo teniendo en cuenta que, al parecer, Hannah había acompañado a su madre en su viaje.
– No podemos descartar esa posibilidad -dijo con sinceridad-. Eso explicaría por qué accedió a subir a bordo de un barco con Hannah. -Observó el perfil de Sumner-. ¿Le dice algo el nombre de Steven Harding?
Sumner frunció el entrecejo.
– ¿Qué tiene que ver él con esto?
– Seguramente nada, pero es una de las personas que aparecieron cuando encontraron el cadáver de Kate, y estamos interrogando a todo el que tiene alguna relación con su muerte, por remota que sea. -Esperó unos instantes antes de agregar-: ¿Lo conoce?
– ¿Se refiere al actor?
– Sí.
– Lo he visto un par de veces. -Juntó las manos delante de la boca-. Un día que Kate iba cargada de bolsas de la compra él le ayudó a pasar la sillita de paseo de Hannah por la zona adoquinada de High Street, y una semana más tarde nos lo encontramos y ella me dijo que le diera las gracias. Después él empezó a aparecer por todas partes. Ya sabe, conoces a alguien y de pronto te lo encuentras hasta en la sopa. Tiene un balandro en el río Lymington, y de vez en cuando hablábamos de barcos. Un día lo invité a casa, y él se pasó horas dándome la lata sobre unas pruebas que estaba haciendo para no sé qué obra. No le dieron el papel, por supuesto. No tiene ni pizca de talento. -Entrecerró los ojos y preguntó-: ¿Cree que pudo ser él?
Galbraith meneó la cabeza y dijo:
– De momento sólo estamos intentando descartarlo. ¿Kate y él eran amigos?
– ¿Me está preguntando si tenían una aventura? -dijo Sumner torciendo el gesto.
– Más o menos.
– No -contestó Sumner rotundamente-. Es un marica de tomo y lomo. Posa para revistas pornográficas gays. Y de todos modos, ella no lo soportaría. Se puso furiosa la vez que lo invité a entrar en casa. Dijo que primero debería habérselo preguntado a ella.
Galbraith se quedó mirando a Sumner. Le pareció que lo había negado con demasiado énfasis.
– ¿Cómo sabe lo de las revistas gays? ¿Se lo dijo Harding?
– Sí, y hasta me enseñó una. Estaba orgulloso de aquellas fotografías. Le encanta todo eso. Le encanta ser el centro de atención.
– Muy bien. Hábleme de Kate. ¿Cuánto tiempo llevaban casados?
Sumner tuvo que pensárselo un momento.
– Cuatro años. Nos conocimos en el trabajo y nos casamos seis meses después.
– ¿En qué empresa?
– Pharmatec UK, en Portsmouth. Yo soy director científico, y Kate era una secretaria.
Galbraith bajó la vista para disimular el interés que había despertado en él aquella respuesta.
– Es un laboratorio farmacéutico, ¿verdad?
– Sí.
– ¿Qué tipo de medicamentos investiga?
– ¿Se refiere a mí personalmente? -Hizo un gesto de indiferencia y contestó-: Todo tipo de medicamentos relacionados con el estómago.
Galbraith lo anotó.
– ¿Siguió trabajando Kate después de la boda?
– Sólo unos meses, hasta que se quedó en estado.
– ¿Se alegró del embarazo?
– Sí, ya lo creo. Su única ambición era tener su propia familia.
– ¿No le importó dejar de trabajar?
Sumner sacudió la cabeza.
– No, en absoluto. No quería que sus hijos crecieran como había crecido ella. Kate no tuvo padre y su madre se pasaba el día fuera de casa; ella tuvo que arreglárselas sola.
– ¿Todavía trabaja usted para Pharmatec?
– Sí. Soy el primer director científico.
– Así que vive en Lymington y trabaja en Portsmouth.
– Así es.
– ¿Va en coche al trabajo?
– Sí.
– Es un viaje largo -comentó Galbraith mientras hacía cálculos mentales-. Eso debe de suponer… ¿una hora y media diaria de coche? ¿Nunca ha pensado en mudarse?
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