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Christopher Isherwood: Adiós A Berlín

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Christopher Isherwood Adiós A Berlín

Adiós A Berlín: краткое содержание, описание и аннотация

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Adiós a Berlín combina la realidad con la ficción, y el Christopher Isherwood de la novela, aun siendo el narrador, no es necesariamente el autor. Personajes marginales, a menudo cómicos, viven vidas desordenadas, hasta torpes, como exiliados en Berlín, bajo la amenaza del horror que se avecina.La novela perdura como un documento acerca de una ciudad harapienta y corrupta -como lo eran en los años treinta el estado y el pueblo alemanes-, y la claudicación ante el nazismo en ciernes y el egoísmo de un generalizado sálvese quien pueda. El consumado oficio de Isherwood convierte el documento en literatura.

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– ¡Por el amor de Dios, no me dejéis sola con este hombre! Es terriblemente apasionado y me seduciría por teléfono.

Al marcar el número me di cuenta de que llevaba las uñas pintadas de esmeralda, un color muy mal escogido porque hacía fijarse en sus manos, que las tenía amarillentas de nicotina y tan sucias como las de una niña pequeña. Por lo morena podía haber sido hermana de Fritz y su cara, larga y delgada, estaba empolvada con polvos blancos. Los grandes ojos castaños eran demasiado claros para hacer juego con su pelo y con el lápiz de las cejas.

Hilloo -ronroneó, frunciendo los labios pintados de cereza lo mismo que si fuese a besar el teléfono-. Ist dass Du, mein Liebling? -La sonrisa era empalagosamente tierna. Fritz y yo la mirábamos como si estuviéramos en el teatro.- Was wollen wir machen, Morgen Abend?Oh, wie wunderbar… Nein, nein, ich werde bleiben Heute Abend zu Hause. Ja, ja, ich werde wirklich bleiben zu Hause… Auf Wiedersehen, mein Liebling…

Colgó y nos miró triunfante.

– Anoche dormí con él -anunció-. Hace el amor maravillosamente y es un genio de los negocios, fabulosamente rico -vino a sentarse en el sofá, al lado de Fritz, y se acurrucó sobre los almohadones suspirando-. Dame una taza de café, mi vida. Estoy sedienta.

Empezamos a hablar del tema favorito de Fritz, el Amor, como él decía.

– Por término medio -nos dijo-, tengo un gran Amor cada dos años.

– ¿Cuándo fue el último?-preguntó Sally.

– Hace exactamente un año y once meses.

Y Fritz le dedicó una de sus miradas superlativas.

– ¡Qué maravilla! -Sally arrugó la nariz y emitió una risita ligera y musical como si estuviera en escena.- Tienes que contarme cómo fue.

Fritz se enfrascó en una completa autobiografía. Escuchamos la historia de su seducción en París, detalles de un devaneo de vacaciones en Las Palmas, los cuatro principales idilios de Nueva York, una decepción en Chicago y una conquista en Boston; luego otra vez a París, para un poco de diversión, un episodio muy bonito en Viena, una estancia en Londres para consolarse y, por último, Berlín.

– ¿Sabes una cosa, Fritz, guapo? -dijo Sally, mirándome de soslayo-. Yo creo que lo que a ti te pasa es que nunca has encontrado una mujer que de verdad te vaya.

– Puede que sea eso -a Fritz le gustaba la idea: los ojos negros eran ahora húmedos y sentimentales-. Puede que todavía esté buscando mi ideal.

– La encontrarás un día, estoy segura.

Una mirada de Sally me invitó a participar en el juego.

– ¿Tú crees?

Fritz le dedicaba una sonrisa deslumbrante.

– ¿Tú no lo crees?-me preguntó Sally.

– No lo sé. Nunca he conseguido descubrir cuál es el ideal de Fritz.

Por algún motivo mis palabras le halagaron y se apresuró a tomarme por testigo.

– Y Chris me conoce muy bien -salmodió-. Si Chris no lo sabe, seguro que nadie lo sabe.

Sally dijo que se marchaba.

– Estaba citada con un hombre en el Adlon a las cinco. ¡Y son ya las seis! Aunque me alegro de hacer esperar a ese cerdo. Quiere que me líe con él, pero ya le he dicho que no cuente conmigo mientras no se decida a pagar mis deudas. ¿Por qué los hombres serán tan guarros?-Abrió el bolso y se repintó los labios y las cejas.- Ah, por cierto, Fritz, guapo, por qué no te portas como un ángel y me dejas diez marcos? No tengo ni un céntimo para el taxi.

– ¡Pues claro!

Fritz, como un héroe, se llevó la mano al bolsillo sin vacilar. Sally se volvió hacia mí.

– ¿Por qué no vienes a tomar el té conmigo un día de estos? Dame tu número de teléfono. Te llamaré.

Por lo visto se cree que tengo dinero, pensé. Bueno, así aprenderá. Apunté el número en su agenda y Fritz la acompañó a la puerta.

– ¡Bueno! -Volvió a entrar de un brinco y cerró la puerta jubilosamente.- ¿Qué te parece, Chris?¿No te dije que era una maravilla?

– ¡Que si me lo dijiste!

– ;Cada vez que la veo me gusta más! -Exhaló un suspiro de felicidad y cogió un cigarrillo.- ¿Más café, Chris?

– No, muchas gracias.

– ¿Sabes una cosa? Creo que le has gustado.

– ¡Qué bobada!

– ¡De verdad, seguro! -Fritz estaba feliz.- Creo que a partir de ahora vamos a verla muy a menudo.

Al llegar a casa me sentía tan mareado que tuve que tumbarme media hora. El café puro de Fritz me sentaba siempre como un veneno.

Unos días más tarde me llevó a oírla cantar.

El Lady Windermere (que según me han dicho ya no existe) era un bar bohemio y sofisticado, al lado de la Tauentzienstrasse, donde el propietario se había esforzado en crear una atmósfera de Montparnasse. Las paredes estaban adornadas con menús cubiertos de dibujos, caricaturas y fotografías dedicadas de actrices y actores («A la única y verdadera Lady Windermere». «Para Johnny de todo corazón»). Un abanico gigantesco presidía la barra y en el centro del local, sobre un estrado, había un gran piano.

Sentía curiosidad por ver actuar a Sally. No sé por qué la había imaginado nerviosa, pero no lo era en absoluto. Tenía una voz sorprendentemente baja y bronca y cantaba mal, sin la menor expresión, con los brazos pegados al cuerpo, y sin embargo resultaba impresionante a su manera, debido a lo extraño de su aspecto y a su aire de no importarle un pito lo que el público opinase. Con las manos muertas y una sonrisa de indiferencia absoluta, cantó:

Ahora sé por qué mami

me educó tan bien:

lo hizo para alguien

que fuese como usted.

Hubo muchos aplausos. El pianista, un muchacho rubio con el pelo ondulado, muy guapo, se puso en pie y le besó rendidamente la mano. Sally cantó otras dos canciones, una en francés y otra en alemán. Gustaron menos.

Al final hubo un besamanos general y un éxodo hacia la barra. Sally, que parecía conocer a todo el mundo, a todos les tuteaba y llamaba guapos a todos. Para ser una demi-mondaine parecía tener escaso tacto y sentido del negocio: perdió un largo rato insinuándose a un señor de edad que claramente habría preferido charlar con el barman . Después todos bebimos bastante, Sally tuvo que dejarnos para ir a una cita y el encargado vino a sentarse con nosotros. Él y Fritz se pusieron a hablar de la aristocracia inglesa. Fritz estaba en su elemento. Como tantas otras veces, hice el firme propósito de no volver nunca a esa clase de sitios.

Tal como había prometido, Sally me llamó para invitarme a tomar el té.

Vivía Kurfürstendamm abajo, en la zona deprimente que sube ya hacia Halensee. La patrona, una mujer gorda y sucia con una papada palpitante como un sapo, me hizo pasar a un cuarto grande y oscuro, medio amueblado con un sofá destripado en un rincón y una borrosa litografía de una batalla dieciochesca, en donde los heridos se reclinaban elegantemente sobre el codo admirando las corvetas del caballo del Gran Federico.

– ¡Hola, Chris, guapo! -gritó Sally desde la puerta-. Eres un encanto por haber venido. Me sentía horriblemente sola y he estado llorando en el regazo de Frau Karpf. Nicht wahr, Frau Kare? -Se volvió hacia la mujer sapo.- Ich habe geweint auf Dein Brust .

A Frau Karpf le palpitó el pecho en una especie de risotada de batracio.

– ¿Quieres café o té, Chris?-continuó Sally-. Puedes tomar lo que prefieras, aunque no aconsejo mucho el té. No sé cómo lo hace Frau Karpf, pero parece como si hirviera el té en el agua sucia de los cazos de la cocina.

– Tomaré café, entonces.

Frau Karpf Liebling, willst Du sein ein Engel und bring zwei Tassen von Kaffee? -El alemán de Sally no era meramente incorrecto: era una creación particular suya. Pronunciaba cada palabra como si la deletrease y, sin oírla, uno habría adivinado que hablaba un idioma extranjero sólo por la expresión. Chris, guapo, sé un ángel y corre las cortinas.

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