Daniel Silva - Octubre

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Durante los primeros años de incertidumbre del proceso de paz en Irlanda del Norte, tres ataques terroristas simultáneos en Belfast, Dublin y Londes rompen la esperanza de que el baño de sangre por fin se haya acabado. Los responsables son un nuevo grupo terrorista denominado la Brigada por la Libertad del Ulster. Y tienen un único objetivo: destruir el proceso de paz. Michael Osbourne, el héroe de La Marca del Asesino, ha abandonado la CIA, amargado y desilusionado. Pero cuando el Presidente de los EEUU escoge a su suegro para ser el próximo embajador en Gran Bretaña, Osbourne es arrastrado a la batalla contra algunos de los más implacables y violentos terroristas.

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– Gracias por venir, embajador Cannon -lo saludó Adams con el acento marcado de West Belfast.

Era un hombre alto, de barba espesa y gafas de montura metálica Si bien ofrecía un aspecto robusto, padecía las secuelas de varios años de encarcelamiento y un intento de asesinato perpetrado por la Fuerza de Voluntarios del Ulster que estuvo a punto de acabar con su vida.

– Es un gran honor para nosotros tenerle aquí esta noche.

– Gracias por invitarnos -repuso Douglas con cortesía al tiempo que le estrechaba la mano-. Permítame que le presente a mi hija, Elizabeth Osbourne, y su esposo, Michael Osbourne.

Adams lanzó una breve mirada a Michael y le estrechó la mano sin entusiasmo. Mientras él y Douglas hablaban de la sesión en la Casa Blanca, Elizabeth y Michael se alejaron unos pasos para darles un poco de intimidad.

Y entonces, sin previo aviso, Gerry Adams apoyó una mano en el hombro de Michael.

– ¿Podría hablar un momento con usted, señor Osbourne? Es bastante importante.

Delaroche aparcó en la esquina de las calles Prospect y Potomac, en Georgetown, y se apeó. Rebecca se sentó al volante y bajó la ventanilla. Delaroche se inclinó hacia ella.

– ¿Alguna pregunta?

Rebecca denegó con la cabeza; Delaroche le alargó un sobre.

– Si algo sale mal, si me pasa algo o nos separamos, ve a este lugar. Iré a buscarte si puedo.

Dicho aquello dio media vuelta y entró en una cafetería atestada de estudiantes de Georgetown. Pidió café, compró un periódico y se sentó a una mesa junto a los ventanales.

Al cabo de unos instantes vio pasar a Rebecca en dirección al este, hacia el centro de Washington.

– Por favor, siéntese, señor Osbourne -pidió Gerry Adams.

Había llevado a Michael a una gran sala contigua al salón de baile. Sus dos guardaespaldas omnipresentes se alejaron discretamente. Adams sirvió dos tazas de té.

– ¿Leche, señor Osbourne?

– Sí, por favor.

– Tengo un mensaje para usted de su amigo Seamus Devlin.

– Seamus Devlin no es amigo mío -espetó Michael con brusquedad.

Los guardaespaldas se volvieron hacia ellos para cerciorarse de que todo iba bien. Gerry Adams los tranquilizó con un ademán.

– Sé lo que pasó aquella noche en Belfast -prosiguió-. Y sé por qué pasó. No estaríamos donde estamos ahora mismo, a punto de conseguir la paz duradera en Irlanda del Norte, de no ser por el IRA. Es una fuerza extremadamente profesional que no debe tomarse a la ligera. Téngalo en cuenta la próxima vez que intente infiltrar a alguien.

– Creía que tenía un mensaje para mí.

– Se trata de esa zorra que tendió la trampa a Eamonn Dillon en Falls Road, Rebecca Wells.

– ¿Qué pasa con ella?

– Después de lo de Hartley Hall se fue a París. -Adams alzó la taza en un brindis burlón-. Por cierto, buen trabajo, señor Osbourne.

Michael guardó silencio.

– Vivía en Montparnasse con un mercenario escocés llamado Roderick Campbell. Según Devlin, ella y Campbell buscaban a un asesino a sueldo para que acabara el trabajo con su suegro.

Michael se inclinó hacia adelante con un sobresalto.

– ¿Cómo de buena es la fuente?

– No entré en detalles sobre eso con Devlin, señor Osbourne, pero ya ha visto de cerca cómo trabaja. No se toma sus asuntos a la ligera.

– ¿Dónde está ahora Rebecca Wells?

– Hace dos semanas abandonó París de repente, y Devlin no ha vuelto a localizarla.

– ¿Qué hay de Roderick Campbell?

– Desaparecido…, para siempre, me temo. Lo mataron a tiros en su piso junto con una chica. -A todas luces, Adams disfrutaba del hecho de revelarle a Michael algo que no sabía-. Seguro que eso no apareció en sus sofisticados ordenadores del Centro de Antiterrorismo.

– ¿Wells y Campbell encontraron al asesino en cuestión?

– Devlin no lo sabe, pero yo de usted no bajaría la guardia, ya sabe a qué me refiero. Sería nefasto para todas las partes implicadas en el proceso de paz si un asesino que actuara en nombre de la Brigada de Liberación del Ulster consiguiera matar a su suegro en esta coyuntura -señaló Adams al tiempo que dejaba la taza para indicar que la conversación estaba a punto de finalizar-. Devlin espera que esto compense cualquier resentimiento que pueda albergar por el asunto de Kevin Maguire.

– Dígale a Devlin que se vaya a tomar por el culo.

– Se lo diré -prometió Adams con una sonrisa.

Rebecca Wells estaba sentada al volante del Volvo a media manzana de la entrada del Mayflower. Observó al embajador Cannon y los Osbourne salir del hotel seguidos del agente del SSD. Puso en marcha el motor y marcó un número en el móvil.

– Sí.

– Están saliendo del primer punto y se dirigen al segundo. La comunicación se interrumpió.

Rebecca puso la primera y se mezcló con el tráfico vespertino de Connecticut Avenue.

– ¿Desde cuándo sois tan buenos amigos Gerry y tú? -preguntó Elizabeth.

– Nos movemos en círculos parecidos.

– ¿Qué quería?

– Disculparse por lo que me pasó en Belfast.

– ¿Y has aceptado sus disculpas?

– Pues no.

– ¿Nada más?

– Nada más.

– Bueno, ha llegado el momento de cruzar la frontera religiosa -anunció Douglas-. Venga, al Four Seasons a tomar unas copas con los protestantes.

– ¿Crees que algún día llegarán a organizar recepciones conjuntas? -suspiró Elizabeth.

– Puedes esperar sentada -replicó Michael.

Noventa minutos más tarde, Rebecca Wells estaba aparcada en un tramo bordeado de árboles de Massachusetts Avenue, en la zona noroeste de Washington. En la acera de enfrente se alzaba el enorme complejo de la embajada británica. Desde su punto de observación privilegiado divisaba el patio delantero de la residencia de embajador. Empezaban a marcharse los primeros invitados.

Rebecca abrió la carta que le había dado Delaroche y la leyó a la mortecina luz de las farolas. Luego dobló el papel y se lo guardó en el bolsillo. Recordó aquella tarde gélida en la playa de Norfolk, la tarde que había partido hacia Escocia para ir a buscar a Gavin Spencer y las armas. Costaba creer que sólo había transcurrido un mes desde entonces, pues habían sucedido tantas cosas… Recordaba la extraña sensación de tranquilidad que la había embargado aquel día mientras paseaba por la playa desolada. Había querido quedarse allí para siempre. Y ahora ese hombre sin pasado, ese asesino a sueldo que le había hecho el amor como si su cuerpo fuera de cristal, le ofrecía un santuario junto al mar.

Alzó la mirada a tiempo para ver a Douglas Cannon y los Osbourne salir de la residencia del embajador británico. Una vez más marcó el número en el móvil y esperó a oír la voz del hombre al que sólo conocía por el nombre de Jean-Paul.

Delaroche cortó la comunicación con Rebecca Wells, salió de la cafetería y caminó a buen paso por Potomac hasta llegar a la calle N. La casa de los Osbourne se encontraba a dos manzanas de distancia. Aflojó el paso al doblar por la tranquila calle residencial y buscó de forma instintiva indicios de medidas de seguridad adicionales.

Tenía que cronometrar su llegada a la perfección. El agente del SSD que acompañaba a Douglas Cannon avisaría a su equipo por radio de la inminente llegada del embajador. Si no obtenía respuesta, sospecharía que había problemas, razón por la que Delaroche se lo estaba tomando con calma.

Por fin vio a los agentes del SSD sentados en un coche estacionado frente a la casa de los Osbourne con las ventanillas delanteras bajadas. Uno de ellos, el que se sentaba al volante, hablaba por radio. Delaroche suponía que hablaba con el agente de la limusina del embajador.

Delaroche se acercó al coche y se detuvo ante la ventanilla del conductor.

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