Daniel Silva - Octubre

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Durante los primeros años de incertidumbre del proceso de paz en Irlanda del Norte, tres ataques terroristas simultáneos en Belfast, Dublin y Londes rompen la esperanza de que el baño de sangre por fin se haya acabado. Los responsables son un nuevo grupo terrorista denominado la Brigada por la Libertad del Ulster. Y tienen un único objetivo: destruir el proceso de paz. Michael Osbourne, el héroe de La Marca del Asesino, ha abandonado la CIA, amargado y desilusionado. Pero cuando el Presidente de los EEUU escoge a su suegro para ser el próximo embajador en Gran Bretaña, Osbourne es arrastrado a la batalla contra algunos de los más implacables y violentos terroristas.

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– ¿Tiene dinero? -preguntó Delaroche mientras bajaba de nuevo la escalera.

– El viejo me dio un poco -repuso Rebecca-. ¿Quién es, por cierto?

– Lo llaman el Director.

– ¿Director de qué?

– De la organización que la está ayudando a matar al embajador.

– ¿Y cómo se llama esa organización?

Delaroche guardó silencio.

– ¿No lo sabe?

– Sí que lo sé.

– ¿Sabe quién pertenece a ella?

– Me he ocupado de averiguarlo.

Rebecca cruzó el camarote y se sentó sobre la cama de Astrid. Delaroche encendió el calefactor.

– ¿Tiene usted nombre? -quiso saber Rebecca.

– A veces.

– ¿Cómo debo llamarlo?

– Puede quedarse aquí hasta que nos vayamos a América -dijo Delaroche sin hacer caso de su pregunta-. Necesitará ropa limpia y comida. Le traeré algunas cosas esta misma tarde. ¿Fuma?

Rebecca asintió.

Delaroche le arrojó un paquete de cigarrillos.

– Le traeré más.

– Gracias.

– ¿Sabe algún idioma extranjero?

– No.

Delaroche lanzó un resoplido y meneó la cabeza.

– No necesitaba idiomas extranjeros para operar en Irlanda del Norte.

– Esto no es Irlanda del Norte. ¿Puede hacer algo con su acento?

– ¿Qué le pasa a mi acento?

– Pues que es como si llevara un fajín orangista.

– Puedo hablar como una inglesa.

– Hágalo, por favor.

Y sin decir otra palabra, subió la escalera y cerró la escotilla tras de sí.

34

Cuartel General de la CIA – Washington

Una semana después de que el Director se reuniera con Delaroche en Ámsterdam, Michael Osbourne regresó al Centro de Antiterrorismo por primera vez desde que saliera de Londres. Tecleó su código en el panel situado junto a la puerta y entró. Carter estaba sentado a su mesa, inclinado sobre una pila de informes, a todas luces enojado. Al ver a Michael frunció el ceño.

– Vaya, vaya, sir Michael ha decidido honrarnos con su presencia -se mofó.

– Sólo es un título de caballería, Carter. Puedes llamarme majestad.

– Bienvenido a casa -exclamó Carter con una sonrisa-. Te hemos echado de menos. ¿Estás bien?

– No podría estar mejor.

– Tienes diez minutos para ponerte al día. Luego quiero veros a ti y a Cynthia en mi despacho.

– Vale, nos vemos dentro de media hora.

Michael recorrió el bulevar Abu Nidal hasta su cubículo. Un graciosillo del Centro había colgado una enorme bandera británica de la pared del cubículo, y de una pequeña grabadora surgían los acordes de Dios salve a la reina.

– Muy gracioso -masculló sin dirigirse a nadie en particular.

En aquel momento aparecieron Resplandor y Eurobasura seguidos de Cynthia Martin y Gigabyte.

– Sólo queríamos decorar un poco el lugar en tu honor, sir Michael -comentó Resplandor-. Ya sabes, para que se pareciera menos a Langley y más a tu hogar.

– Qué amables.

Resplandor, Eurobasura y Gigabyte se alejaron cantando con voz ronca El es inglés. Cynthia se sentó frente a Michael.

– Felicidades, Michael. Has hecho un buen trabajo.

– Gracias.

– Creo que, en el fondo de mi corazón, estaba deseando que te la pegaras. No es nada personal, ya me entiendes.

– Al menos eres sincera.

– La sinceridad siempre ha sido uno de mis puntos débiles.

Michael sonrió.

– Mi suegro llega a Washington un par de días antes de la conferencia sobre Irlanda del Norte que se celebrará en la Casa Blanca. Quiere pasar algún tiempo con sus nietos y ver a algunos viejos amigos del Capitolio. La noche antes de la conferencia damos una pequeña fiesta. ¿Por qué no vienes? Sé que a Douglas le encantaría conocer tus opiniones.

– Encantada.

Michael garabateó su dirección en un papel y se lo alargó.

– A las siete.

– Ahí estaré -aseguró Cynthia, doblando el papel-. Nos vemos en el despacho de Carter.

Michael se sentó, encendió el ordenador y leyó las noticias de las agencias. Una patrulla de la policía del Ulster había encontrado un coche con cien kilos de Semtex en el condado de Antrim, en las afueras de Belfast. Al parecer, los explosivos pertenecían a una facción republicana llamada IRA Auténtico. Michael cerró la noticia y abrió otra. Un católico había sido asesinado a tiros cerca de Banbridge, en el condado de Down. La policía del Ulster sospechaba que la Fuerza de Voluntarios Lealistas, un grupo protestante extremista y ultraviolento, era la autora del atentado. Michael abrió la siguiente noticia. La logia de la Orden de Orange de Portadown había presentado una propuesta de itinerario para su desfile anual. Una vez más exigía el derecho a marchar por Garvaghy Road. La temporada de los desfiles de ese verano prometía ser tan conflictiva como la del anterior.

Apagó el ordenador y entró en el despacho de Carter. Cynthia ya estaba allí.

– Espero que no tengáis planes para las próximas cuarenta y ocho horas -empezó Carter.

– Nuestro único plan es la Agencia, Adrian -repuso Michael.

– Acabo de hablar por teléfono con Bill Bristol.

– ¿Y se supone que tenemos que estar impresionados porque has hablado con el consejero de seguridad nacional del presidente?

– ¿Por qué no cierras el pico un momento y me dejas acabar?

Cynthia Martin esbozó una sonrisa y bajó la mirada hacia su cuaderno.

– Beckwith está como una moto por lo de la conferencia sobre Irlanda del Norte -prosiguió Carter-. Parece que su popularidad ha bajado y quiere aprovechar el proceso de paz para ganar puntos.

– Qué bien -exclamó Michael-. ¿Y cómo podemos ayudarle?

– Asegurándoos de que está preparado para la conferencia. Necesita información completa sobre la situación en el Ulster, datos de fondo e información confidencial para saber hasta qué punto puede presionar a lealistas y nacionalistas en el proceso de paz. Quiere saber si consideramos buena idea una visita oficial a Irlanda del Norte dadas las circunstancias.

– ¿Cuándo? -inquirió Michael.

– Tú y Cynthia os reuniréis con Bristol en la Casa Blanca pasado mañana.

– Ah, bueno, creía que me ibas a dar una fecha totalmente imposible.

– Si creéis que no podéis manejar el asunto…

– Sí podemos.

– Ya me parecía a mí.

Michael y Cynthia se levantaron.

– Quédate un momento, Michael -pidió Carter.

– ¿Queréis hablar de mí a mis espaldas? -se burló Cynthia.

– ¿Cómo lo has adivinado?

Cynthia lo miró con cara de pocos amigos y salió.

– No hagas planes para el almuerzo, Michael -ordenó Carter.

El comedor de la CIA se encuentra en la séptima planta, tras una pesada puerta metálica que parece conducir a la sala de calderas. Antaño recibía el nombre de comedor ejecutivo, pero la sección de personal había averiguado que los empleados de menor rango consideraban ofensivo el apelativo. Así pues, la Agencia eliminó lo de «ejecutivo» y abrió el restaurante a todos los empleados. Técnicamente, los trabajadores del almacén podían subir a comer entre subdirectores y jefes de división, pero casi todos ellos preferían la cantina del sótano, conocida afectuosamente como «el antro de la bazofia», donde podían chismorrear sin miedo a que sus superiores los oyeran.

Monica Tyler estaba sentada a una mesa junto a la ventana con vistas a los árboles que bordeaban el Potomac. Sus dos factótums omnipresentes, llamados despectivamente Tararí y Tarará, se sentaban junto a ella con sendas carpetas de cuero bien sujetas en las manos, como si contuvieran los arcanos de la antigüedad. Las mesas circundantes estaban desocupadas; Monica Tyler poseía el talento de crear un vacío a su alrededor, como un psicópata con una carga de explosivos.

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