Vlado recordó una de aquellas ocasiones en particular, en que se escabulleron al estanque de una granja durante otro día de fiesta, andando descalzos entre los pinos, él caminando de puntillas con sus pies tiernos de chico de ciudad de una manera que a ella le hizo reír. Llegaron al borde del agua y se quitaron la ropa sin decir una palabra ni hacer una seña, todo el pueblo estaba fuera en algún otro lugar. Se zambulleron en el agua fría, riendo, jugando como nutrias, ágiles en sus contactos y amagos. Después, mientras se secaban, se miraron a los ojos y comprendieron cuál sería su futuro sin hablar siquiera, y se revolcaron en la orilla cubierta de hierba, los cuerpos mojados amoldándose el uno al otro, resbaladizos y cálidos. Él apretó su cara contra la de ella, oliendo a la alberca, y después, mientras se abrazaban, hablaron de cómo serían sus vidas, adornando su futuro con sueños que nunca habían reconocido ante nadie. Cuatro meses después se casaron, más baile del kolo, y después una época dorada con una hija y éxito, y ni rastro de guerra, agitación o separación.
Vlado se preguntó si Jasmina habría seguido con él de haber sabido todos los sufrimientos que le esperaban, sobre todo si hubiera podido prever su último y más oscuro secreto. Era esa dolorosa pregunta la que rompió por fin la presa de sus pensamientos y le hizo caer en la cuenta de que tenía que contárselo todo a Pine, pasara lo que pasara, de que si no lo hacía en ese mismo instante, probablemente no lo haría nunca, y de alguna manera los emponzoñaría a los dos.
– Calvin, hay algo que tengo que contarte. Algo que puede tener relación con el caso. O puede que no. Es probable que sólo Harkness y Leblanc lo sepan con certeza. Pero tú tienes que estar al corriente.
Pine frunció el ceño, obviamente cogido por sorpresa.
– De acuerdo -dijo-. Te escucho.
Y Vlado le contó todo lo relacionado con Haris, Huso y Popovic y el cadáver en el maletero. Sólo se contuvo cuando llegó a Harkness, las amenazas de aquel hombre y sus peores sospechas. Ésas, al menos, tendrían que esperar hasta que supiera que su familia estaba en terreno más seguro.
Cuando terminó, Pine negó con la cabeza lentamente en prueba de aparente simpatía.
– Por el amor de Dios, vaya lío en el que te has metido. No me extraña que estuvieras tan cauteloso cuando aparecí en Berlín. Pero no te preocupes. Nadie se enterará por mí. El Tribunal tiene que saber que Popovic está muerto, pero nadie tiene por qué saber cuál es mi fuente. Es probable que ya lo sospechen de todos modos, teniendo en cuenta el tiempo que lleva desaparecido.
– Gracias. Pero no puedo pedirte que me protejas. Al menos hasta que nuestro trabajo haya terminado. Tendrás que contarles lo que sabes. O quizá se lo cuente yo antes.
Pine volvió a fruncir el ceño.
– ¿Te crees que eres el único policía al que he tenido que encubrir? En Baltimore debía de pasar una vez al mes. ¿Pruebas colocadas? Mira hacia otro lado, amiguete. ¿Una orden judicial chapucera? Aquí, firma ésta en su lugar, se ha cambiado la fecha. ¿El gatillo un poquito alegre en aquel tiroteo? Eh, la calle es así, aquel tipo estaba sucio de todos modos. Al menos contigo la víctima se lo merecía de verdad, no era un quinceañero de un proyecto de vivienda con la madre enganchada a la heroína. Por eso lo dejé. Por eso me presenté voluntario para el Tribunal. ¿Qué misión podía estar más clara y ser más limpia que cazar a maníacos genocidas? Incluso a un anciano como Matek. -Hizo una pausa y volvió a negar con la cabeza-. Pero míranos ahora, preguntándonos quién lleva las riendas o durante cuánto tiempo podremos seguir con el caso. Confiesa después si lo deseas, pero antes piensa en tu mujer y tu hija.
Ya pensaba en ellas, y a cada kilómetro que recorrían se preguntaba si estarían bien. Vlado asintió con la cabeza, aliviado por haber hablado pero todavía sin saber a ciencia cierta cuál sería su siguiente paso, deseando a medias que Pine no lo hubiera dejado salir del atolladero con tanta facilidad.
Pine había pasado ya a otros asuntos, como la relación que las revelaciones de Vlado podían tener con su persecución de Matek.
– ¿Y cómo se supone que encaja Popovic en todo esto? -preguntó-. Sigue sin tener sentido. Por lo que deduzco, Popovic ha sido una especie de chico de los recados con pretensiones al servicio de Harkness desde que terminó la guerra. Cuando no estaba matando kosovares, de todos modos. Y es casi seguro que estuviera relacionado con Andric. Con toda esa muchedumbre enferma de generales y paramilitares serbios. Por eso era tan valioso para el Tribunal como posible testigo. Pero que me aspen si sé qué relación tiene con Matek.
Permanecieron en silencio durante algún tiempo, dándole vueltas en la cabeza a lo que sabían o creían saber.
– Y además está Leblanc -dijo finalmente Pine-. Yo no subestimaría su capacidad para hacer daño frente a la de Harkness. Por lo que sabemos, Castellammare podría estar ya bastante lleno de gente. Y si saben más que nosotros… -Se encogió de hombros-. Todo podría haber terminado antes incluso de que comencemos.
– Igual que le pasó a Fordham.
Pine asintió con gravedad.
– ¿Adónde irías primero, entonces, si fueras Harkness o Leblanc?
Vlado negó con la cabeza.
– Yo no soy de su mundo. Sólo puedo decirte lo que haría un policía.
– A mí me vale. Yo sólo soy fiscal. ¿Qué es lo primero que hace el poli que llega de fuera?
– Visitar a la policía local. En parte por cortesía, y en parte para hacerse con algunos ojos y oídos más que trabajen para él. No se habla de cajas de oro, por supuesto, si no se quiere que toda la ciudad se convierta en un tumulto.
Pine frunció el ceño.
– No quiero que los palurdos del lugar sepan exactamente lo que hacemos. Todavía no. Ya he tenido bastantes tratos con los carabinieri. Demasiado militares. No dejan de echarte el aliento en el cogote hasta que subes al avión de vuelta.
– Entonces acude a la Polizia di Stato. Es con la que trataba cuando teníamos que ponernos en contacto con los italianos en asuntos de contrabandistas o fugitivos. Es más probable que encuentres colaboración. Y además odian a los carabinieri más que tú.
– Es una broma.
– Hay una gran rivalidad. Se escuchan las emisoras. Se roban las fuentes. Todo es muy italiano.
– Debería viajar con europeos más a menudo. Amplían mi concepción del mundo.
La autostrada terminaba a la entrada de Castellammare di Stabia y daba paso a una sinuosa carretera de dos carriles que ascendía por las colinas, pegada a las laderas rocosas que caían en declive hasta la costa de Amalfi. La población, más parecida a una ciudad, era la puerta de entrada a una sucesión de centros turísticos, con la joroba gris de Capri visible cerca de la costa. Castellammare también había sido un centro turístico en otros tiempos, que se remontaba a la Antigüedad, cuando sus fuentes minerales abastecían a las termas romanas. Esas fuentes dieron lugar más tarde a parques verdes y villas principescas. A la población local le seguía gustando pensar en su ciudad en esos términos, pero las vistas dominantes hoy eran las grúas móviles y los animados muelles. Era la última mancha de grasa de la industria antes de que la costa diese paso exclusivamente al ocio.
Había también algunas plantaciones de cítricos en bancales, sobre todo de limones, que se recogían para elaborar toda clase de productos, incluido un fuerte licor local.
– Mira -dijo Pine al pasar por el primer huerto-. Es como el de tu fotografía.
Vlado había pensado lo mismo, aunque en aquella época del año los árboles no tenían fruto, así que no había trabajadores subidos en escaleras. No obstante, se sintió extraño al ver el limonar, como si se estuviera acercando aún más al corazón de algo a lo que todavía no estaba seguro de querer llegar.
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