Henri Lœvenbruck - El síndrome de Copérnico

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“Según los especialistas que lo visitan, Vigo Ravel padece una esquizofrenia paranoide aguda que le hace tener lo que se conoce como "síndrome de Copérnico", y que consiste en creerse en posesión de una verdad que el mundo entero rechaza, una verdad que podría modificar radicalmente el futuro de la humaniad. Pero, ¿y si Vigo estuviera en lo cierto y, por tanto, las voces que escucha en su cabeza fueran como él cree, pensamientos de gente real?
Después de que una de esas voces lo librara de morir, junto con miles de personas, en un cruel atentado que casi destruye el barrio de La Défense, en París, Vigo empieza a tener dudas sobre la enfermedad que le han dicho que padece. Al contrario de lo que el resto del mundo se empeña en hacerle creer, tal vez no sólo no esté loco, sino que además puede ser la clave de un secreto celosamente guardado que amenaza con cambiar el mundo tal y como lo conocemos.”

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En esa ocasión, fui yo quien se echó a reír.

– Entonces, ¿debo estarle agradecido?

Él extendió entonces la mano hacia una cajita de madera colocada en la mesa y sacó un puro que me ofreció.

– ¿Un habano?

– No.

– Sin embargo, me han dicho que es usted un gran fumador.

– Deje de jugar al despiste conmigo, Farkas. Si tiene algo que decirme, dígamelo; si no, tengo mejores cosas que hacer que estar con un tipo como usted.

– Vigo, le faltan demasiados elementos para permitirle hacer el mínimo juicio.

– ¿De veras? Ilumíneme.

Cortó la punta de su puro y lo encendió con un gesto teatral.

– El Protocolo 88 empezó en 1988. Al principio, la intención de Dermod, y la mía, era promover el surgimiento de una nueva generación de soldados, aumentando sus capacidades cognitivas. Hicimos una primera selección de veinte soldados, diez franceses y diez americanos, muy selectos, entre los mejores comandos de elite de los dos países. Usted se esforzó mucho para formar parte de esa selección.

Un escalofrío me recorrió la espalda. Si todo eso fuera verdad, no sólo había sido un militar, sino un militar de elite. Había formado parte de un comando, tal vez paramilitar. Detestaba la idea, pero parecía posible. El Protocolo 88 tenía al menos una ventaja: el hombre que era hoy estaba muy feliz de ya no ser militar.

– Las primeras pruebas fueron particularmente concluyentes -continuó el ministro-. Se obtuvo una mejor agudeza visual y auditiva, una mejor representación del espacio, un estado de hiperconsciencia, ese tipo de cosas… Hasta el día en que nos dimos cuenta de que ustedes habían desarrollado una especie de empatia que los hacía incapaces de matar. No era la situación ideal para unos supersoldados, ¿no le parece?

No respondí. La indiferencia con la que me relataba esa historia me resultaba insoportable.

– Entonces, las cosas se complicaron. Dermod quiso resolver el problema.

– ¿Cómo?

Noté que, por un momento, se dibujó una mueca de incomodidad en su rostro. Muy corta, desde luego, para que su incomodidad fuera creíble.

– Induciéndolos al suicidio. Para enseñarles a superar esa empatia, les obligaron a disparar contra espejos. A disparar contra su propia imagen.

«Disparar contra espejos.» La idea entraba en consonancia con los retazos de recuerdos huidizos en lo más profundo de mí. Creí volver a ver los pedazos de cristal, mi propia imagen que se rompía en mil pedazos.

– En ese momento, decidí abandonar la sociedad Dermod -explicó el ministro, antes de darle una calada a su puro.

– Pero el Protocolo continuó…

– Desde luego. Tomó otra orientación, existente todavía hoy, con unas dimensiones que ni siquiera puede imaginarse, ¡pobre amigo mío!

– Yo no soy su amigo, Farkas.

El ministro esbozó una sonrisa, después continuó:

– Usted forma parte de la primera generación, Vigo. Hubo otras pruebas después de usted. Muchas pruebas y numerosos voluntarios. Incluso, en un momento determinado, el ejército americano institucionalizó una versión más blanda del Protocolo 88 con todos los soldados que fueron a Irak en 1991. Hay que admitir que ellos no eran exactamente voluntarios. E ignoraban la naturaleza exacta del programa al que estaban sometidos. Fue una tontería enorme. El Pentágono se pilló los dedos. ¿Le dice algo el síndrome de la guerra del Golfo?

Me quedé boquiabierto, cada vez más perplejo.

– No parece que se dé usted cuenta del alcance del Protocolo, Vigo. ¡Piénselo! Cuando se comprendieron mejor las causas de la empatia que ustedes desarrollaron, lo que estaba en juego era muy considerable. ¡Más que considerable! ¿Se imagina? Dermod había descubierto el medio de dotar a los seres humanos de una especie de telepatía. ¡Era una verdadera revolución! En la actualidad, hay seis naciones implicadas en el Protocolo 88. Cada año, se invierten millones de dólares, y la aplicación sobrepasa ampliamente el ámbito militar…

Empecé lentamente a comprender las dimensiones reales del Protocolo 88, pero todavía me costaba creerlo. Los miembros de SpHiNx, y yo mismo, habíamos estado muy lejos de imaginar las dimensiones de aquel misterioso programa. Y, al final, era mucho más terrible de lo que nos habíamos temido.

Miré durante un instante al ministro del Interior, sentado en su sillón, en medio de su pabellón de caza. Me pregunté por qué me contaba todo eso. ¿Sentía remordimientos? ¿Albergaba la esperanza de hacerse perdonar? ¿A su edad? Estaba seguro de lo contrario. Aunque me hubiera dicho que había abandonado Dermod, parecía que seguía considerando el Protocolo 88 como un proyecto del que seguía formando parte. No lamentaba nada.

– Hemos hecho muchos progresos desde la generación a la que usted pertenece, Vigo. Las capacidades de los transcraneanos hoy son muy superiores a las suyas.

– ¿Los transcraneanos? Habla usted como si… como si fueran muchos…

Una sonrisa cínica se perfiló en el rostro del anciano. Parecía que mi inocencia le divertía.

– Son varias decenas de miles en todo el mundo, Vigo. Sólo en Francia, hay seis mil transcraneanos. Seis mil. Todos voluntarios. Que van muy bien y que oyen el pensamiento de la gente.

A mi pesar, me dejé caer sobre el sillón que estaba frente al del ministro. Había ido a buscar respuestas, pero no me había esperado esa clase de revelaciones. Todo eso me parecía cada vez más increíble, cada vez más… irreal. Me preguntaba si no se estaría riendo de mí. No obstante, parecía hablar en serio. Y lo peor es que su historia, por increíble que fuera, se aguantaba. Todo lo que había descubierto hasta entonces la hacía creíble. Insoportablemente creíble.

– ¿No se ha preguntado nunca qué desencadenaba sus crisis, Vigo?

Me quedé en silencio. Aunque me habría gustado responder, estaba demasiado impresionado para hacerlo.

– Mire usted, hay dos cosas que desencadenan las crisis en los transcraneanos de la primera generación. La primera es un estado emocional fuerte: el miedo, la alegría, la tristeza, la angustia. La segunda…

Él marcó una pausa y hundió la mirada en la punta incandescente de su habano.

– Bien, la segunda es la presencia en las proximidades de otro transcraneano.

Levantó la mirada hacia mí, como si quisiera medir el impacto de sus afirmaciones. Y, verdaderamente, estaba estupefacto.

– Sí, Vigo, cuando tenía usted esas crisis, había muchas posibilidades de que un transcraneano estuviera cerca de usted. Se ha debido de cruzar con muchos más de lo que imagina, a lo largo de los últimos años. Y no sólo en el gabinete Mater…

No pude evitar volver a pensar en las numerosas veces que sufrí crisis en lugares muy concretos: la Défense, Denfert-Rochereau, las catacumbas… Ahora, todo se explicaba. Pero me costaba aceptarlo. Aceptar, de nuevo, lo impensable.

– ¿Cómo puede usted estar al corriente de todas estas cosas si dice que dejó la sociedad Dermod?

Una vez más, la ingenuidad de mi pregunta despertó en él una piedad burlona.

– Pero, Vigo, ¿qué se cree usted? La mayoría de los miembros de los principales gobiernos del mundo están al corriente. ¡No se da cuenta de la importancia del Protocolo! Cree usted que un proyecto de semejante envergadura podría estar dirigido por un pequeño grupo de extremistas, ¿es eso? ¡Vamos, vuelva a tener los pies en el suelo! ¡El Protocolo 88 es un proyecto internacional, cuya apuesta es, nada más y nada menos, el dominio de la evolución de la raza humana! No es un oscuro delirio de aprendices de brujos.

– No dejan ustedes de ser unos miserables aprendices de brujo por muy poderosos y numerosos que sean, Farkas.

– Oiga, Vigo, está en su derecho de pensar eso para tranquilizarse… Entiendo que le cueste aceptar la verdad. Pero, para volver a lo que nos interesa, he continuado siguiendo la evolución del Protocolo 88 de cerca, aunque abandonara Dermod en 1989. Quizá le sorprenda, joven, pero mi única implicación concreta en este caso, desde entonces, fue sacarlo a usted, Vigo, del Protocolo 88, en una época en la que, en mi opinión, se había vuelto demasiado peligroso, cuando Dermod tuvo la sombría idea de conducirlos al suicidio… De repente, el ministro Farkas me pareció penoso. Intentaba disculparse con una cobardía enervante.

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