Henri Lœvenbruck - El síndrome de Copérnico

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“Según los especialistas que lo visitan, Vigo Ravel padece una esquizofrenia paranoide aguda que le hace tener lo que se conoce como "síndrome de Copérnico", y que consiste en creerse en posesión de una verdad que el mundo entero rechaza, una verdad que podría modificar radicalmente el futuro de la humaniad. Pero, ¿y si Vigo estuviera en lo cierto y, por tanto, las voces que escucha en su cabeza fueran como él cree, pensamientos de gente real?
Después de que una de esas voces lo librara de morir, junto con miles de personas, en un cruel atentado que casi destruye el barrio de La Défense, en París, Vigo empieza a tener dudas sobre la enfermedad que le han dicho que padece. Al contrario de lo que el resto del mundo se empeña en hacerle creer, tal vez no sólo no esté loco, sino que además puede ser la clave de un secreto celosamente guardado que amenaza con cambiar el mundo tal y como lo conocemos.”

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Me precipité hacia el cruce y, sin dudar, me subí a un autobús. Dejé el barrio, apenado, y viendo alejarse las siluetas de los dos policías.

A la mañana siguiente, a la hora prevista, me senté frente a la mesa de «Sophie Zenati, psicóloga, 1.° izquierda».

24.

– ¿Cómo se siente hoy, señor Ravel?

Extrañamente, me sentía feliz de volver a encontrarme con la señora Zenati, a la que me complacía poder llamar ya mi psicóloga. Así estaba seguro de apropiármela. Tenía la impresión de que se hacían cargo de mí.

– No sé -respondí, a la vez que me aclaraba la garganta-. Es extraño. Por un lado, me siento mejor, sin duda, por haber hablado con usted; pero, por otro, tengo una sensación extraña. Como si saliera de una larga pesadilla… Debo confesarle que, desde ayer, me pregunto si lo que le conté había sido real. Siento un poco de vergüenza, pero es así.

– ¿Qué quiere decir?

– Toda la historia del atentado… Y además, no se lo he dicho todo. También está lo del apartamento de mis padres, que encontré hecho un desastre, y después los dos tipos que me habrían perseguido hasta las catacumbas… Cuando pienso en ello ahora, me parece totalmente imposible. Completamente absurdo. Creo que deliraba un poco. Reconozco los síntomas de mi esquizofrenia. Mi delirio de persecución, todo eso…

– ¿Su esquizofrenia? ¿Por tanto, cree usted de nuevo que padece ese problema?

Suspiré.

– Ya no sé, he empezado a dudar de todo. Me pregunto si verdaderamente he sobrevivido al atentado, o si me lo he inventado todo… Parece increíble, en todo caso, que haya podido sobrevivir, ¿no?

– ¿Ha retomado su tratamiento con neurolépticos?

– No.

– Creo que debería hacerlo.

– No puedo soportar más los efectos secundarios.

– ¿Son más insoportables que sus problemas?

Me encogí de hombros.

– ¿Cómo podría decírselo? Esos medicamentos me convierten en un ser al que no puedo mirar en el espejo. Me hacen engordar, me vuelven completamente letárgico, me cuesta levantar los ojos, mirar a la gente a la cara. Y además, soy incapaz de tener la menor erección…

Ella asintió y escribió algo en su cuaderno. Imaginé, sonriendo, la frase que podía haber escrito: «incapaz de empalmarse». Mi vida era fabulosa.

– Tal vez podría hacer que le prescribieran medicamentos que no tienen los mismos efectos secundarios.

– Sí, tal vez.

Hubo un momento de silencio. Miré a mi alrededor. El despacho seguía igual de desordenado.

– Señor Ravel, le he traído un libro que me gustaría que leyera.

– ¿Cree que no tengo otra cosa que hacer?

– Es sobre la esquizofrenia. Es un libro excelente, claro y conciso. El autor, Nicolas Georgieff, es un buen psiquiatra. Debería leerlo; le permitiría identificar mejor sus problemas. Vería que la medicina moderna los reconoce claramente. ¿Quiere que le lea un pasaje?

– Sí, hágalo…

La psicóloga se puso sus gafas y empezó a leer como una maestra de escuela.

– «El delirio y la esquizofrenia son dos síntomas psicológicos típicos de la esquizofrenia. El delirio se define por una creencia absoluta e inquebrantable del sujeto en que son reales pensamientos imaginarios, creencia que no comparte con nadie más. Las ideas delirantes más frecuentes son las de persecución, en la que el sujeto está convencido de que unos personajes, reales o no, lo persiguen con fines malvados y se confabulan contra él.»

– Sí, eso se parece a lo que me pasa. ¡Es formidable! -dije con ironía.

– Espere. Ahora viene algo que puede interesarle: «Lo que caracteriza al delirio es una particular creencia llamada convicción delirante". Se trata de una convicción íntima que se escapa a cualquier contestación de los hechos. Nace, a menudo, de la atribución de un significado personal y extraño a un acontecimiento real cualquiera, que adquiere sentido brutalmente de manera evidente: el sujeto tiene la intuición de que tiene que ver con él. El delirio sitúa al sujeto en el centro del mundo, frente a acontecimientos que adquieren sentido para él, que le conciernen, y dejan de parecer aleatorios, para expresar necesariamente una lógica oculta. Las alucinaciones psicóticas, segunda categoría de problemas psicóticos típicos, consisten muy a menudo en la percepción de "voces" que se dirigen al sujeto».

– Genial. Leeré su libro.

Ella me lo tendió, a la vez que soltaba un suspiro.

– ¿Sigo sin poder fumar? -pregunté, arqueando las cejas.

– Sí, señor Ravel. No se fuma en mi despacho.

– Se hace usted valer.

Ella no se levantó.

– Dígame, ¿sigue escuchando esas voces en la cabeza?

– Sólo cuando tengo crisis.

– Y cuando siente que le van a llegar esas crisis, ¿no puede hacer nada para evitarlas?

– Cuando tengo una crisis, la única manera de no oír las voces es aislarme completamente.

– Eso puede ser algo positivo: ya sabe que lo que provoca su problema es la proximidad a otras personas.

– Sí, la proximidad a los demás.

– Pero el problema, señor Ravel, es que no puede pasarse el resto de su vida solo. Tendremos que encontrar, pues, otra solución. ¿Es usted consciente de ello?

– Sí. Y mucho más porque…

– ¿Sí?

– Mucho más porque lo echo en falta.

– ¿El qué? ¿El contacto con la gente?

– Sí, los demás. Siempre me he sentido un extraño, sin relación con la gente.

– ¿Con la gente con la que trabaja también?

– Sí, nunca hablamos. En Feuerberg estamos cada uno en un pequeño despacho, separados, y nos pasamos todo el día frente al ordenador… Ya ve. El siglo XXI en todo su esplendor. Ayer… Ayer me crucé con una colega en la calle, y ni siquiera me reconoció. O no quiso reconocerme, no lo sé.

– ¿No hace pausas en la máquina de café?

– En nuestras oficinas no hay máquina de café. El señor De Telême está en contra.

– ¿Y para almorzar?

– La mayoría se trae su propio bocadillo y se lo comen en su mesa. Tengo la impresión de que todos los empleados de esa empresa son tan esquizos como yo -añadí, sonriendo.

– Usted no es esquizo, señor Ravel. Se lo repito una vez más, creo que debería eliminar esa palabra de su vocabulario.

Asentí con la cabeza, con aspecto desanimado.

– ¿Verdaderamente no hay nadie con quien hable de vez en cuando?

– Bueno, sí, está el señor De Telême, el jefe. Sabe que estoy loco, de manera que es atento. De hecho, es más bien simpático. Es la única persona con la que alguna vez salgo. Sí. Podría decirse que es un amigo. Una especie de amigo… Aunque siga siendo mi jefe.

– Y cuando sale, ¿adonde va?

Sonreí.

– A un club de blues que frecuentamos bastante, en Neuilly.

– ¿Le gusta el blues?

– Sí, y además, hay tanto ruido en ese club que, si por casualidad tengo una crisis, dejo de oír las voces de mi cabeza…

– Entonces, cuando hay ruido, ¿no oye ninguna voz en su cabeza?

– Prácticamente. Se ahogan.

Ella volvió a escribir algunas notas en su gran cuaderno negro.

– Antes de ayer me dijo que cada vez estaba menos conducido de sus problemas esquizofrénicos. Hoy me dice us ted, finalmente, que empieza a creer en ellos de nuevo. ¿Qué le ha hecho cambiar de opinión?

– No lo sé. Mientras me paseaba por la calle, ayer, creo que me aclaré las ideas. Me di cuenta de que toda mi historia no se sostenía desde el principio.

– Dígame exactamente qué es lo que no se sostenía desde el principio.

– ¡Nada en absoluto! Ya no estoy seguro de nada. Se lo he dicho: ni siquiera estoy seguro de que el doctor Guillaume haya existido realmente.

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