Lázaro Covadlo - Bolero

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Aníbal iturralde es un delincuente sin escrúpulos. Víctor, su hijo, un muchacho de carácter débil que necesita protección, y para eso está Olsen, un pistolero temerario y con buena puntería, a quien le repugna matar.
Olsen es también un macho de arrebatada sexualidad y a la vez un individuo taciturno con problemas de conciencia. Un hombre traicionado que planea vengarse, un mañoso ladrón de automóviles y un amante susceptible. Y aún así, todas estas características no acaban de definirlo: su origen es incierto, tanto como sus instintos y designios.
En el umbral de la madurez, Olsen descubre en su ser una realidad que lo sorprende y desconcierta.
Bolero es novela negra y novela de amor, pero sobre todo una indagación sobre la amistad y el destino.

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En la memoria todo eso es vivido como si le hubiese ocurrido a otro.

También Domingo, el gordo, el segundo de los hermanos, está muerto, pero en este caso la muerte le vino desde el interior de su propio organismo, de modo que el recuerdo de su nombre ya no lo inquieta, como en cambio sí le inquietan Salvador y Adolfo Medina, quienes no deben de haber cesado de buscarle.

¿Y será posible que puedan ubicarme aquí, en este rancherío cochambroso del culo del mundo?, se pregunta. Se encoge de hombros y enciende un cigarrillo, como cada vez que no encuentra respuestas. Trata de convencerse de que no le importa; si dan con él será porque así deben ser las cosas, a fin de cuentas en toda su vida casi nunca decidió nada y los hechos fueron cayendo sobre él por sí solos.

Está sentado en el banco de madera a la puerta de su barraca mientras baja la noche. Matilde, en el interior, prepara la cena. Le conviene entrar antes de que ella venga a buscarlo y al verlo solitario y sombrío, como si quisiera disolverse en la penumbra, le diga, igual que otras veces, que está muy pensativo y muy cerrado, como un bicho bolita.

Pero permanece un poco más. al menos hasta acabar el cigarrillo. No deja de pensar en Iturralde y en los hermanos Medina. Una vez llegó a saber que en tiempos de la posguerra todos ellos estaban asociados en asuntos de prostitución y estraperlo. Se repartían, de común acuerdo, vastas áreas de Barcelona, Valencia y Alicante. Hacia el cuarenta y cuatro empezaron los roces y pronto brotaron los insultos. Al fin se produjo una denuncia que obligó a Iturralde a escurrirse. Fue _a parar a Colombia, y después a Cuba, y de allí a Argentina, en donde Olsen lo coñoció. Más bien él me pescó, se dice. juntaba a sus muchachos con la unción de un apóstol que recluta adeptos. No prometía el cielo, pero sí riquezas y buena vida.

Y volvió a pescarlo años más tarde, haciéndolo ir hasta Madrid para que lo ayudara a defenderse de los Medina.

Cuando éstos le prepararon la encerrona, Olsen, en efecto, lo defendió. Es probable que le haya salvado la vida, y, sin embargo, aunque Iturralde mostró la adecuada ostentación de solidaridad, no le consta que se empeñara lo suficiente para librarlo de los diez años de condena, si bien es cierto que, dentro de lo que cabe, no le faltó nada mientras estuvo preso. También, es cierto, encargó que lo protegieran, y ese hecho le libró de la muerte. Deuda saldada, debe de haber pensado Iturralde. Recuerda a Elizalde, la Bestia.

Más me hubiera valido alejarme de él para siempre, como me aconsejó Bodoni, se reprocha. Si lo hubiese hecho, quizás ahora no estaría arrinconado en este sirio.

Hace un buen rato que ha consumido el cigarrillo, pero el hombre propone ¿y quién dispone?, se pregunta. Enciende otro y aspira profundamente el humo que al final suelta de golpe. Acerca la brasa a los ojos y contempla cómo avanza el fuego. Establece alguna relación entre la lenta extinción del cigarrillo y la vida de los hombres, pero enseguida la desdeña por parecerle pueril. ¿Quién es el que sabe qué le ocurrirá en la próxima hora? Pero sí, hubiese sido mejor que al salir de la prisión no hubiera vuelto con Iturralde, se dice de nuevo.

– Estás muy pensativo ahí, sólito. Me haces recordar a un bicho bolita -le dice Matilde, que acaba de asomarse desde el interior de la barraca-. Vení para dentro que la cena se enfría.

Esa noche hay puchero de gallina con costillas, porotos, papas, coliflor y choclos. Una botella de vino tinto y pan. Desde las barracas vecinas no llegan gritos, sólo ruidos de cacharros.

– ¡Ésta es vida! -exclama Olsen-, Ahora a comer hasta reventar. Después nos vamos a la cama a coger bien y a tirarnos pedos toda la noche.

– ¡Sos un puerco! -ríe Matilde-. ¿De verdad pensás que ésta es vida?

– Claro que sí, nena -exclama con la boca llena, invadido por el sabor y el olor de la buena comida-. ¿No ves lo contento que estoy? ¿Qué mejor vida puede hacerse que esta que llevamos?

– No sé. Casi siempre me parece que estás triste. ¡Es que sos tan callado!

Comen con apetito. La botella de tinto queda vacía y Olsen ahora piensa que tal vez las cosas son como tienen que ser. Matilde es una buena mujer; joven, cariñosa y con buenas carnes. Tiene un bonito rostro de indiecita y no muchas complicaciones. No saben por cuánto tiempo estarán juntos, pero dentro de un rato irán a la cama y él estará medio borracho y tendrá ganas de abrazarla. Esa villa de emergencia, como suele llamárseles a esa clase de rancheríos, no sería un mal lugar, después de todo, como estación terminal de un largo y accidentado viaje.

Bodoni abre las ventanas para airear el ambiente y para que acabe disipándose el humo de sus cigarrillos. Ahora que Víctor lturralde se ha marchado quizá pueda terminar la copia de La gitana del loro, el cuadro que pintó al óleo Zuloaga, en 1906. Tendrá las medidas de la obra original: ciento veintisiete por ciento noventa y cuatro centímetros, y un comerciante del Rastro le dará cuarenta billetes por él. Sin embargo, se siente un poco cansado; tal vez sea mejor continuar por la mañana, piensa.

Víctor lturralde lo invitó a cenar fuera. Con la intención de tentarle propuso ir a Zalacain, pero a sus años ya no le impresionan los lujos, de modo que dejó flotando la invitación para otra oportunidad. Y no es que el muchacho le desagrade, pero lo encuentra demasiado ansioso e insistente y no parece acostumbrado a renunciar a sus propósitos. Son los modales que da el dinero, sobre todo si es dinero nuevo, se dice Bodoni. De todas maneras, siendo las once y media de la noche se le ha despertado el apetito. Saca del frigorífico un par de costillas de cordero y, después de encender el extractor de humos, las pone a asar en una plancha sobre el hornillo de gas.

Hace ya más de un año que Víctor machaca con lo mismo: que dónde podría estar Olscn y cuál es su lugar de origen, por si, sabiéndolo, se hace más fácil encontrarlo. «En todo caso, si Bodoni sabe dónde se encuentra, pero no quiere revelarlo -dice el muchacho-, que por favor se comunique con el amigo común y le haga comprender que ya no corre peligro y puede regresar tranquilamente.»

A Gaspar Bodoni no le parece buena idea; él cree que a Olsen lo mejor es dejarlo tranquilo donde está, al fin y al cabo sus anteriores relaciones con la familia lturralde nunca le trajeron buena suerte. Claro que él no es quien para tomar decisiones por su amigo, pero no olvida que cuando salió de la cárcel ya le había aconsejado que se fuera de España y se olvidara de volver a trabajar para Aníbal lturralde. De modo que duda si ahora debería escribirle para ponerlo al tanto de la nueva situación.

Pero ¿cómo puede saber qué es bueno para Olsen? Cada uno hace lo que es capaz de hacer, se dice, de modo que lo mejor, quizá, sería que pusiera al tanto a su amigo de cómo están las cosas y que sea él mismo quien resuelva su destino.

Bodoni mastica despacio. No sólo porque le agrada ser pausado: la dentadura postiza ya no está en condiciones de permitirle hazañas de masticación. Acompaña las costillas con una copa de vino de la Ribera del Duero. Lo paladea. Le gusta pensar de sí mismo que además de ser pausado tiene buen gusto y es un hombre con estilo. Una vez se enteró de que Aníbal lturralde acostumbraba a tomar café mezclado con coñac para rematar sus comidas, el «carajillo». Nunca lo coñoció en persona, pero ese solo dato le bastó para hacerse una idea de la catadura del sujeto: tenía que ser un mal tipo pues un hombre adinerado que es capaz de arruinar un buen café y un buen licor y después se atreve a hacer pasar semejante inmundicia por el garguero debe de ser un puerco.

Pone en el aparato de audio la sinfonía número ocho de Bruckner. Bodoni sabe que es un hombre sensible, un amante del arte y de la buena música, lo contrario de Aníbal lturralde. Un tipo sin sensibilidad nunca será compasivo, piensa. Mal elemento, muy mal elemento, se dice Gaspar Bodoni. Se lo advirtió a Olsen cuando éste salió de la prisión:

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