– Hum -contestó Olsen, dándose cuenta de que el impresor tiraba del hilo para sacarle más confidencias.
– ;Y también lees en noruego?
– Por supuesto, y en tagalo, y en swahili, y en guaraní.
– Ya veo que no quieres decirme de dónde provienes.
– Y yo veo que eres muy curioso.
Bodoni contempla ahora los retratos al lápiz que entonces hizo de su amigo. Puede que sus rasgos fueran nórdicos, pero tal vez lo crea así inducido por el apellido. Un rostro que parece tallado a golpes secos y sin pulir, como cortado a escuadra. Líneas abruptas apenas suavizadas por arrugas de inteligencia alrededor de los ojos y las comisuras de los labios. El pelo cerdoso, de color castaño oscuro, no brinda pistas fiables. Tanto podría ser un tipo nórdico como mediterráneo, eslavo o latino.
Pero a poco de que Bodoni le abriera a Olsen el mundo de la poesía, descubrió que también leía en inglés. Días después de haberle facilitado un volumen de Shelley traducido al español, No despertéis a la serpiente, éste había conseguido una versión inglesa. Cierta tarde lo sorprendió leyendo con voz atenuada: «Wake the serpent not – lest he / Should not know the way to go…». La pronunciación no era perfecta, pero sí decorosa.
Cuando Bodoni salió en Hbertad Olsen heredó su puesto en la biblioteca, y cuando acabó su condena, dos años más tarde, el amigo estaba esperándolo a las puertas de la prisión.
– ¿Dónde quieres ir, muchacho?
– Antes que nada a tomar unas copas, Bodoni. Quiero ver la calle, las caras de la gente.
Entonces Olsen se sintió bañado por los sonidos y las percepciones de un mundo olvidado, que ya no era el mismo que él había coñocido. Recorrieron bares y parques y tugurios hasta que, al caer la tarde, del todo borrachos, recalaron en casa del maestro impresor para seguir bebiendo.
Por la mañana, mientras desayunaban, hablaron del futuro.
– No deberías volver a trabajar para Iturralde -le aconsejó Bodoni.
– jDónde quieres que vaya? El me debe un dinero. Me conseguirá papeles…
– ;Y volverás a matar?
– No, eso nunca más.
– Pero ¿y si te ves obligado?
– Lo hice una vez, en adelante sabré cómo evitarlo.
– En fin, si… tú sabrás.
– Puede que sea un animal de costumbres. Ya trabajé un par de veces para él, probaré una tercera. Tal vez en esta ocasión no me vaya tan mal.
– Claro, el hombre es un animal de costumbres, eso dice el dicho, y hay otro que dice que es el único que tropieza dos veces con la misma piedra. En tu caso serán tres. En Buenos Aires te falló. Cuando te hizo venir a Madrid sacaste en limpio diez años en la trena. Ahora eres un tío maduro, debería suponerse que has de hacerle caso a tu propia experiencia, si no a los consejos de un amigo…
– No insistas, Bodoni -dijo Olsen-, lo tengo decidido.
Se despidieron con un apretón de manos, después Olsen salió a la calle y detuvo un taxi.
El viejo impresor bebe una copa de coñac, después irá a dormir. Está resucito a levantarse temprano por la mañana y acabar el cuadro antes del mediodía. Le hacen falta las cuarenta mil pesetas que le han prometido. Debería producir más, se dice, pero las frecuentes y prolongadas visitas de Víctor Iturralde afectan a su rendimiento. Está seguro de que dentro de un par de días volverá a aparecer intempestivamente para seguir hablando de Olsen. En fin. al menos la próxima vez aceptará que lo invite a cenar. A Zalacain, sí. Aunque sea para compensar tanta pérdida de tiempo. ¿Y qué le preguntará el joven la próxima vez?
– Sabe, Bodoni -dice Víctor Iturralde-, al principio me era muy incómodo estar todo el tiempo con él. Por la mañana me llevaba con el coche hasta el instituto y volvía a buscarme por la tarde, para llevarme a casa, pero no nos hablábamos. Después de la primera vez, cuando discutimos de mal modo, pareció que ya no teníamos nada más que decirnos.
»Pero es que, entiéndalo, Bodoni, ese hombre era la personificación de lo que yo más odiaba. Era un hombre de mi padre, ¿se da cuenta? Bueno, es que yo no sentía mucho cariño por mi padre: un tipo brutal que me despreciaba y se burlaba de mí. Detestaba sobre todo mi aspecto delicado. Usted ve, ahora soy un hombre fuerte, pero entonces era debilucho… Es la pura verdad, Bodoni. ¡Ja! ¡Si mi padre pudiera verme ahora!… ¡Y si me viera Olsen!… Creo que tardaría en recoñocerme. ¿Sabe que paso cada día dos horas en el gimnasio? ¡Dos horas! Ya veo que sonríe. Quizá le parezca ridículo. No, no diga nada. Déjeme hablar. Siempre estoy preguntándole cosas, sobre todo acerca de Olsen, pero nunca le hablé de mí. Sé que fue, que todavía es, el mejor amigo de Olsen. Usted sabe que él fue mi gran amigo… Bueno, cómo le diré: me gustaría que nosotros dos también fuésemos grandes amigos… de verdad, Bodoni, le soy sincero. Desde el día que él nos presentó supe que usted es un hombre inteligente y sabio. ¿Tomamos otra copa de esa grapa? Está muy buena.
Este chico hoy ha venido con ánimo sentimental; y zalamero también, piensa Bodoni. Pero al parecer se ha olvidado de la invitación a Zalacain, lamenta.
– Muchas veces pensé… sigo pensándolo, que los sentimientos entre mi padre y yo eran recíprocos. El me odiaba porque no era entonces el hijo que le hubiera gustado tener. A veces decía que quería lo mejor para mi, y eso significaba que deseaba que fuera como él, que adquiriera su brutalidad, que para él era dureza. Puro egoísmo: el muy canalla pretendía sobrevivirse a través de mi persona. Bueno, supongo que no sería una excepción, lo mismo deben de querer la mayoría de los padres. Por eso yo no tendré descendencia.
»Es cierto que no me faltó nada material. ¿Cómo hubiera podido ser de otro modo?, yo era un objeto valioso, un cuerpo que había que cuidar. Ese es el motivo de que me hiciera vigilar. No, por supuesto que a papá en el fondo no le importaba que me secuestraran o me asesinaran, pero dado que era de su propiedad, si sus enemigos se apoderaban de mí tendrían con qué presionarlo. Una situación muy retorcida, desde luego, como lo era el alma de mi padre.
»No puedo recordarlo sin recordar también sus burlas. Ya desde que era un crío se mofaba de mí. Y de mi madre también. Especialmente de los mimos que ella me brindaba. Mi recuerdo de ella es borroso, la evoco como a una mujer de grandes tetas y labios carnosos con la que pasaba mucho tiempo en la cama. Era una delicia estar tendido a su lado y sentirle la piel, tan suave y cálida. Me decía cosas increíbles, aún hoy me sonroja repetirlas: "Pimpollito, pimpollito mío", me llamaba. "Pimpollito pequeño de mamá." Un par de veces entró el viejo y la escuchó. "¡Vaya, con la florecita delicada!", decía con feroz desprecio. No sé si habrá sido por sus mimos que la quitó de mi lado, aunque él me dijo que se había ido por propia iniciativa. Nos había abandonado porque era mala y no nos amaba, me dijo. Pero yo supe que mentía, no podía ser cierto que mi madre me hubiera abandonado porque sí.
"Deseé morir. Imagínese qué puede sentir un niño de cinco años que de la noche a la mañana se queda sin madre. Creo que lloré sin parar dos o tres días; después separé esa parte de mí del resto de mis pensamientos, como si pertenecieran a un planeta lejano. Hasta que unos años más tarde papá me comunicó que había muerto en otro país. Pero aun entonces tardé en renunciar a ella.
»Se llamaba Victoria, ¿sabe. Bodoni? A mí me pusieron Víctor por ella. Es extraño-que me hayan llamado así, y no Aníbal, como mi padre. Todavía no lo entiendo. Pero es mejor de ese modo, no me hubiera gustado tener el mismo nombre que el del gran cabrón.
»Le decía que mi padre quería hacerme como él, por esa causa, aunque me detestaba, cuando no tenía que estudiar me obligaba a estar todo el tiempo a su lado, en su ambiente, metido entre su tropa… ¡Un hato de bestias! Por suerte ellos me ignoraban. Quizás el Caribeño no me ignoraba. Él, que era el más bruto de todos, simplemente me miraba con desprecio. Ahora está viejo el Caribeño, y aunque sigue fuerte no se me compara. ¡Pobre Caribeño!, podría voltearlo en dos segundos. ¡Si Olsen me viera! Estaría contento, seguro que sí. que estaría contento de mí. El hizo lo posible para que me endureciera… jCómo me gustaría que me viera ahora!
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