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Lázaro Covadlo: Bolero

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Lázaro Covadlo Bolero

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Aníbal iturralde es un delincuente sin escrúpulos. Víctor, su hijo, un muchacho de carácter débil que necesita protección, y para eso está Olsen, un pistolero temerario y con buena puntería, a quien le repugna matar. Olsen es también un macho de arrebatada sexualidad y a la vez un individuo taciturno con problemas de conciencia. Un hombre traicionado que planea vengarse, un mañoso ladrón de automóviles y un amante susceptible. Y aún así, todas estas características no acaban de definirlo: su origen es incierto, tanto como sus instintos y designios. En el umbral de la madurez, Olsen descubre en su ser una realidad que lo sorprende y desconcierta. Bolero es novela negra y novela de amor, pero sobre todo una indagación sobre la amistad y el destino.

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»Pero por entonces, como ya creo habérselo dicho. Bodoni, yo era un niñato escuchimizado. A escondidas leía poesía. Bueno, eso usted ya lo sabe. No sé si sabe que también escribía poemas… Claro, claro que lo sabe, si recuerdo haberle leído algunos hace años. En aquella época los ocultaba bien ocultos, y, sin embargo, hasta hace muy poco pensé en publicarlos… pero ahora ya no… ¿para qué?

»Así que al principio supuse que Olsen era como todos ellos, o todavía peor. Sabía que él y mi padre se coñocieron muchos años antes, en Argentina, que después vino a España a trabajar para papá y que al poco tiempo mató un hombre para defenderlo y que le dieron diez años de cárcel. Un tipo duro, no cabía duda, y era especialmente a su lado como más menguado me senda. Para colmo, la primera vez que discutimos me dijo que hubiera podido ser mi padre porque desde joven se había tirado a muchas putas. ¡Imagínese qué pude sentir! ¡Me estaba llamando hijo de puta! Y lo peor: por un momento pasó por mi cabeza la absurda idea de que realmente fuese mi padre. Creí que me volvería loco.

«Cierto día me sorprendió cuando leía las rimas de Bécquer, no dijo nada, pero no se me escapó su sonrisa irónica. Entonces, como un estúpido, me puse a darle explicaciones: le dije que era un libro de estudio: literatura castellana y todo eso. El se encogió de hombros, como queriendo decir que le importaba un pimiento.

Del cuaderno de Olsen:

El chico interpretó mi sonrisa como un gesto desdeñoso, pero estaba equivocado. Al principio le había tomado fastidio, pero al poco tiempo ya me dalia pena. Sin embargo, no podía olvidar que era hijo de su padre: había un fondo de rencor en mis relaciones con Aníbal Iturralde. Pasé por alto que me hubiera dejado en la estacada en Buenos Aires, pero me falló por segunda vez el día que maté por defenderlo. Sí, porque Marcelino Medina estaba esperando en la playa de estacionamiento para liquidarlo a él; contra mi no tenía nada. Creo que el tipo ese actuó sin consultar con la familia; los Medina mayores no lo hubiesen autorizado, ellos pretendían ser más sutiles. Sí, seguro que debió de hacerlo para despuntar. Puede que, al ser el menor de los hermanos, se sintiera siempre relegado, de modo que recluta por su cuenta a otros dos hombres y se quedaron a esperar a Iturralde. Yome puse en medio, haciéndome el héroe, que para eso me pagaban. Así que lo que en realidad hice fue cubrir la retirada de humilde. Sí, porque él y el Caribeño subieron al coche y me dejaron solo. Y solos quedamos al final, yo y el muerto. Sus compinches también, se rajaron con los primeros disparos. En fin, todos muy valientes y leales. Yo sé que moviendo dinero e influencias Iturralde podía haberme evitado tantos años de cárcel, pues estaba claro quién había sido elatacante. Los Medina sí que movieron dinero e influencias, y así fue como me consiguieron una buena condena. Pero mi patrón no se aplicó a fondo. Creo que él quería tenerme un tiempo lejos, yo era el tipo que presenció su estampida en el momento de apuro, yo era quien sabía que cerraba los ojos al disparar al blanco. Para él yo resultaba un tipo incómodo. Y, sin embargo, evitó que me mataran en la prisión, y después me aceptó de nuevo entre sus hombres. Un hombre contradictorio era Iturralde, y así es que su relación conmigo era ambigua: a veces se mostraba amable y paternal, otras hiriente. En todo momento procuraba aparentar superioridad. Lo cierto es que por mi parte también había un permanente sí y no en mis sentimientos hacia él, quien finalmente me había puesto de niñera de su hijito, que era como bajarme de categoría. Yo había sabido de la existencia del muchacho, el hijo del matrimonio de Aníbal Iturralde y Victoria (a la que al parecer se la había tragado la tierra), pero nunca lo había visto hasta que salí de la cárcel. Lo que no sabía es que fuera un chico tan raro y tan diferente de su padre, y, mira por dónde, vengo a enterarme de que leía poesías… de Gustavo Adolfo Bécquer, nada menos.

– Nunca hubiera podido imaginar, Bodoni, que Olsen leyera poesía -dice Víctor Iturralde-. Una tarde, al entrar al coche, a la salida del instituto, vi que caraba un libro de poemas de Dylan Thomas y lo guardaba en la guantera. Como no sabía qué decirle le pregunté como un estúpido: «¿Lees poesías?». «Qué va, es la lista de la compra», respondió Olsen. «¿Son poemas de Dylan Thomas?» «Ya te he dicho que es la lista de la compra.»

Víctor ahora estaba confundido. Hasta un momento antes tenía al gorila perfectamente clasificado, y he aquí que había puesto la ficha en la casilla equivocada. Trató de romper el hielo: -Olsen es tu apellido, todos te llaman así, pero debes de tener un nombre de pila, supongo.

– Víctor.

– Sí? Dime,

– Quiero decir que mi nombre es Víctor. Víctor Olsen.

– ¿De verdad te llamas Víctor, como yo?

– Y también como el rey de Italia. ¿Crees que iba a mentirte con semejante chorrada?

– No, claro. Para qué ibas a mentirme… ¿Por qué nadie te llama Víctor?

– Porque me llaman por mi apellido, Olsen, eso es todo.

– ¿Y yo? ¿Yo puedo llamarte Víctor?

– Me gusta que me llamen Olsen.

– Ah, claro -susurró Víctor Iturralde. Y sobrevino un nuevo silencio.

Días más tarde Aníbal Iturralde anunció que irían a Barcelona por negocios, se llevarían a Víctor con ellos, y también a Ana, la secretaria. Harían el trayecto por carretera, en el Mercedes Benz.

A las cuatro de la tarde Olsen esperaba sentado al volante. De acuerdo con la rutina establecida, había sido el primero en bajar a la playa de estacionamiento, para constatar que no existía ningún peligro para el patrón. Como siempre, llevaba el arma en su pistolera, bajo la chaqueta, pero sólo él sabía que estaba descargada. Minutos después llegaron juntos Aníbal Iturralde, Víctor, Ana y también Godoy, cuya compañía en principio no estaba prevista.

– Conducirá el Caribeño -anunció Aníbal Iturralde.

Olsen se encogió de hombros y, en silencio, se trasladó al asiento del acompañante. De soslayo alcanzó a ver la sonrisa ladina en los labios de Godoy.

– Iré yo delante -dijo Aníbal Iturralde, y con tono sarcástico añadió-: Vosotros, los niños, viajad detrás.

De modo que Olsen se apeó y volvió a entrar por k puerta trasera. Godoy abrió la puerta de la derecha para que subieran Víctor y Ana. Ella entró en primer lugar, por lo que quedó sentada entre el hijo del patrón y su guardaespaldas.

– Endavant, Caribeño; anem cap allà.Barcelona és nostra -dijo Iturralde, remedando el acento catalán.

Salieron con dirección a la nacional dos por la avenida de América; Godoy iba conduciendo con bruscas aceleradas y quebrados golpes de volante para intentar adelantar a los demás coches.

– Tranquilo, Caribeño. No te hagas el valiente, ya sabemos que sabes conducir-le amonestó Aníbal iturralde.

– Creí que teníamos prisa, don Aníbal.

– De eso nada, que vamos de paseo. Hasta mañana tenemos mucho tiempo. Esta noche dormiremos en un hotel, y por la mañana empezará sí trabajo. ¿Sabes qué haré en Barcelona, Olsen?

– Hum -respondió Olsen. Su pensamiento estaba puesto en Ana, quien se mantenía callada, encajada en medio del asiento trasero entre él y Víctor. La chica permanecía inmóvil, aparentemente tranquila y floja como una muñeca confeccionada con silicona y piel de látex, así le pareció a Olsen, y a once días de estrenar la libertad y sin haber estado aún con una mujer, la idea de que realmente ella fuese una muñeca lo excitó. Del otro lado de la muchacha Víctor percibió la situación, de igual modo que había percibido la humillación que un momento antes su padre había tratado de infligir a Olsen.

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