Aquello pareció gustarle más, y el resto de la conversación transcurrió con un monólogo interminable donde Paco se prodigó en relatarle experiencias vividas por él, sobre todo en lo que tocaba a las contiendas con los zombis. Según él, fueron los militares quienes los sacaron del aeropuerto civil y los obligaron a trabajar la tierra para plantar verduras y hortalizas para su manutención. Una noche, un grupo de soldados ebrios de alcohol los sacó de la cama y los obligaron a correr por el patio de armas en ropa interior, bajo la lluvia. Un escocés llamado Wiggins no pudo soportarlo más y golpeó a uno de ellos en la nariz, lo acribillaron con sus pistolas durante más de medio minuto hasta que el cuerpo quedó tan agujereado que la cara no era muy diferente del sobaco. Eso les movió a rebelarse.
La historia era en verdad tan diferente a la que Jukkar le había contado que lo escuchó con manifiesto interés intentando encontrar algún signo de sus mentiras, sin resultado. Probablemente se dijo, Paco había repasado ese cuento tantas veces en su cabeza que hacía que sonase verídico. Seguramente una parte de él incluso creía que era cierto.
Desde allí pasaron directamente al comedor. Eran ya las siete de la tarde y aunque Juan no lo sabía, a pocos kilómetros los restos de Carranque humeaban entre islas de fuego y Moses se sumergía en la honda negrura de su propia tristeza en el Álamo.
El comedor estaba bastante lleno, como en Carranque también ellos cenaban temprano para poder dar por terminado el día y no desperdiciar electricidad innecesariamente. Contó unas veinte personas, aunque muchos se marchaban con el estómago lleno y otros seguían llegando. Juan, por su parte, no había probado bocado desde el desayuno así que celebró enormemente el estofado con zanahorias rojas y brillantes que le pusieron por delante. Hasta tenían un pan de arroz que, mojado en la copiosa salsa, resultaba delicioso; y para beber una lata de Capitán Cola.
– Putos militares -dijo Paco sosteniendo la lata delante de su nariz- hasta las latas tienen gradación. -Y todos los hombres sentados a la mesa rieron con ganas la broma, incluso Sombra, con el labio partido que le obligaba a beber de la lata por la comisura derecha.
Hablaron también brevemente de las esperanzas de futuro de la comunidad.
– Mantenemos las cosas en funcionamiento -explicó Paco- es lo que hacemos. Sobre todo el aeropuerto. Todas las mañanas subimos a la azotea y miramos cómo está todo. Esos muertos no duermen nunca, vagan durante toda la noche y acaban en los sitios más inesperados. Puedes irte a la cama una noche y al amanecer haber allí un grupo de esas cosas, arrastrando sus pies como si fueran nonagenarios que han abandonado sus malditas sillas de ruedas. Me ponen los pelos de punta.
– ¿Porqué es tan importante mantener las pistas? -quiso saber Aranda.
– Porque -dijo, girándose hacia él-, estoy seguro de que algún día vendrán los aviones. Esas cosas nos pillaron desprevenidos, pero no me cabe duda de que en las grandes ciudades se trabaja en la reconquista.
– También yo lo creo -respondió Aranda, quien por fin comprendía el motivo de aquella historia inventada sobre la toma de la base y la matanza de militares. Solo había que repetirla suficientes veces para que todo el mundo acabara por reemplazar el recuerdo de lo vivido por lo narrado. No funcionaba del todo por supuesto, pero sí lo bastante como para que, llegado el momento, sonase creíble.
Además, en ningún momento vio a Jukkar, ni se atrevió a preguntar por él.
* * *
La hora de dormir llegó cuando el campamento estaba sumido ya en una completa oscuridad. Los hombres dormían todos juntos en un pequeño grupo de bungalows que habían rodeado de una rudimentaria alambrada de retorcido cable. Como protección contra seres humanos era altamente ineficaz, pero supuso que para los caminantes sería imposible de atravesar con sus mermadas capacidades locomotrices. Podía imaginarlos siendo descubiertos por la mañana enredados en los espinos, intentando avanzar con los brazos extendidos recorridos por profundas laceraciones sin resultado. Por un momento, su mente dibujó la imagen horrible de las ropas rasgadas y los trozos de carne muerta que quedaban enganchados en las púas, pero se obligó a sacudir la cabeza y concentrarse en la habitación que le estaban enseñando.
Se trataba de una pequeña habitación en el interior de un bungalow pensado se diría, para un solo ocupante. La entrada daba a un pequeño salón con apenas un sofá apulgarado por la humedad, y la habitación nacía desde allí a través de una puerta sencilla. Tenía una única ventana, pero había sido clausurada con tablones de madera.
– Aquí dormirás -dijo el hombre que le acompañaba. Era enjuto y bajito, y durante la cena descubrió que le llamaban El Rata. Casi prefería no saber por qué. -Yo dormiré en el sofá. Te cerraré la puerta por fuera con pestillo, ¿vale? La confianza
hay que ganársela… Sí, joder, sí.
hay que ganársela. Si necesitas algo golpea la puerta. Tengo el sueño ligero y cualquier cosa me despierta. ¿Quieres echar una meada antes de dormir?
– No, estoy bien muchas gracias.
El Rata asintió y se quedó esperando a que Juan entrara en la habitación. Cuando lo hizo, murmuraron un breve Buenas Noches y la puerta se cerró trayendo la oscuridad. El sonido metálico de un pestillo le llegó desde el otro lado.
Juan se tumbó en la cama que encontró dando pequeños pasos con los brazos extendidos, tanteando con las manos. La cama resultó cómoda y agradeció el descanso porque el día había sido largo y lleno de peripecias, y por un momento temió incluso dormirse. Dobló la almohada varias veces para mantener la cabeza en alto, siempre le había resultado imposible dormir así.
Esperó con los ojos abiertos, aunque la oscuridad era tal que no había diferencia entre tenerlos abiertos y cerrados. No tenía mucha idea de cómo pensaba Jukkar llevar a cabo su plan con El Rata dormitando en la otra habitación. Tengo el sueño ligero y cualquier cosa me despierta, pero desde luego le daría una oportunidad. Era consciente de que arriesgaban sus vidas, pero le tranquilizaba pensar que, en Carranque, el suero con el Necrosum aletargado estaba a salvo. Si hubiera sabido que el doctor Rodríguez estaba tendido en el suelo con una jeringa clavada en el ojo y que su laboratorio estaba enterrado por varios cientos de toneladas de rocas y acero, probablemente habría tenido más cuidado.
Pensaba que había unas cuantas preguntas que quería formularle, una vez hubieran escapado y tuviesen oportunidad. Entre otras cosas quería saber cómo empezó todo. La duda le obsesionaba últimamente, sobre todo en las postrimerías del día, cuando se tumbaba en su cama como ahora, había sido un fenómeno a nivel global con una propagación jamás conocida y unos efectos instantáneos. Ni siquiera las plagas más atroces que habían diezmado la población en épocas lejanas como la Muerte Negra la conocida Peste, habían conseguido lo que Necrosum. ¿Había sido un invento de laboratorio que había ido mal, un ataque químico a gran escala orquestada por enemigos del sistema capitalista, o una mutación de otro virus? Una vez vio un reportaje en la televisión que hablaba de la Avispa Esmeralda, un tipo de avispa que había sido afectada por un agente patógeno hacía cien millones de años y que había aprendido a convivir con él reconvirtiendo su ADN. Ahora era capaz de inocular el virus en las orugas para convertirlas en una especie de zombis, manteniéndolas vivas y a su disposición para alimentar a sus crías. Si la naturaleza tenía esas armas, ¿no podía haber desarrollado algo similar para acabar, de una vez por todas, con esa especie en cabeza de la pirámide alimenticia que tanto daño había hecho al planeta? Pensó en el Ébola engendrándose lentamente en la profunda quietud de las junglas del Congo, en el Ántrax o la Gripe Aviar ¿No sería acaso Necrosum una especie de nuevo y definitivo intento de Gaia el sistema regulador del planeta que tiende al equilibrio, un nuevo Campeón de la Muerte?
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