Primera edición.
NOCTE.
© 2020, Carlos Sisí.
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© Corrección: Lidia Fernández.
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© Maquetación digital: Gonnhe.
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Para la doctora Lalasa Kapoor y todos
los que trabajaron, y aún trabajan, en Nocte,
con profundo agradecimiento.
«No le tengo miedo a la muerte, a lo que sí le tengo miedo es al trance, el ir hacia allá. Confieso que tengo curiosidad por saber de qué se trata». (Atahualpa Yupanqui)
«La muerte es el comienzo de la inmortalidad». (Maximilien Robespierre)
2015
En la sala había mucha más gente de la que la doctora Lalasa «Alma Blanca» Kapoor había anticipado.
Era un Comité Especial de Investigación Interna, al fin y al cabo, y por lo tanto la ausencia de cámaras, periodistas y público era evidente. A pesar de ello, Kapoor pudo contar al menos siete decenas de personas. Había esperado cierta presencia, pero no tanta. Rostros serios, con peinados muy pulcros, sienes plateadas en su mayoría, coronando trajes de chaqueta prohibitivamente caros. Asesores, abogados, quizá directivos. Y políticos, claro. El tipo de políticos que se preguntan dónde has puesto y qué has hecho con el dinero que podrían haber robado ellos.
Porque de eso iba todo.
Habían salvado con éxito innumerables cambios de esa clase. Cambios políticos. Laboristas, conservadores, y otra vez laboristas y otra vez conservadores, que se intercalaban cada pocos años. Las cosas habían ido más o menos bien, aunque Hoult y su gente habían tenido que hacer malabarismos para mantener las cosas a flote. Pero con la llegada de David Cameron en mayo de 2010 había habido cambios, y algunas cosas habían quedado expuestas sobre la mesa. Ese tipo de cosas que conviene tal vez guardar bajo llave y mantener sumergidas en una caja fuerte en el fondo de un lago.
La doctora Kapoor avanzó por el pasillo entre carraspeos y toses disimuladas hasta llegar a la mesa ubicada justo enfrente del comité investigador. Se sentó con delicadeza, desplazando la silla sin hacer ruido. Había una elegancia natural en sus movimientos.
El presidente de la sala inauguró la sesión saludando a la doctora Kapoor y anunciando las diligencias previas, lo que le llevó tal vez medio minuto.
—Doctora Kapoor, ¿está lista para empezar? —preguntó el presidente.
—Lo estoy —dijo ella.
—Por favor, acérquese al micrófono cuando hable.
La doctora Kapoor miró el micrófono que tenía al frente y lo movió hasta acercarlo a su rostro. El aparato emitió un par de agudos crepitantes. ¿Por qué ponían el micrófono tan lejos, en primera instancia? Para dejar un hueco para documentos, probablemente. Pero ella no había traído carpetas, papeles o material alguno. La doctora Kapoor lo recordaba todo con prístina claridad.
—Estoy lista —repitió.
—De acuerdo —exclamó el presidente—. Se inicia la sesión a las… siete y siete minutos de la mañana. Nuestra primera pregunta para usted, doctora Kapoor, es… ¿Qué es… realmente… NOCTE?
Lalasa Kapoor suspiró con suavidad.
Capítulo 1
El expediente Daffy Green
1971
Aún no había anochecido del todo, pero en la calle, las farolas estaban ya encendidas y teñían los edificios de un tono ocre sucio. La lluvia, a través de los cristales, le daba a la escena la apariencia de un cuadro impresionista.
Dandre Calhoun llevaba trabajando en ese despacho dieciséis largos años, y nunca se había fijado en lo hermosa que podía resultar la realidad pura y simple de las cosas. Los toldos apagados de la tienda de frutas y verduras, la boca de alcantarilla que recibía el canal de agua que discurría mansamente junto a las aceras, las balaustradas de frío hierro que separaban las entradas de las casas. Eran cosas sencillas que obedecían unas reglas físicas también simples, cosas como que los edificios se mantenían pegados al suelo debido a la ley de gravedad, y que a la tarde la seguía la noche. Ese tipo de cosas casi invisibles pero maravillosas que hacían que uno se sintiera ligado a la realidad.
Pero cuando esas cosas cambiaban, incluso la luz tibia de una farola podía ser fascinante otra vez. Cuando uno corre el riesgo de perderlo todo es cuando vuelve a mirarlas con otros ojos y a sentir una especie de nostalgia anticipada al desastre.
—¿Te das cuenta de las… implicaciones? —susurró Mandy Williams. Mandy, con su rebeca de tonos pálidos y su cabellera rubia rizada y recogida, era la viva imagen de Margaret Thatcher. Había estado sentada desde que empezaran a tratar el asunto, la noche anterior, y ahora abrazaba un cuenco de café con ambas manos, la espalda bien derecha en la silla. Hacía frío, sí, pero casi siempre hacía frío en Scarning, Thetford.
—Claro que sí —respondió Calhoun con su tono de voz arrastrado y sosegado.
—¿Qué han dicho en Londres?
Calhoun suspiró.
—He hablado con Heath directamente, Mandy.
—¿Qué? ¿Heath? ¿Edward Heath?
—El primer ministro en persona, sí.
—¿Cuándo ha sido eso? —preguntó Mandy, confusa.
Calhoun consultó su reloj de pulsera.
—Hace escasamente veinte minutos ahora.
—¿Cuando has salido a…?
—Sí —respondió él con rapidez.
Mandy asintió despacio.
—Bueno —dijo al fin—, ¿y qué ha dicho?
—Creo que… ha debido de hablar con unos y con otros. Se ha informado, y pienso que ahora cree en la historia.
—Entonces… ¿no nos van a despedir?
—No. No nos van a despedir —respondió Calhoun.
—Está bien saberlo —comentó Mandy antes de dar un pequeño sorbo a su cuenco. Era increíble lo rápido que se enfriaban las tazas en aquellas salas frías de techos altos.
—Está preocupado —añadió Calhoun.
—No es para menos…
—Me ha preguntado por qué aquí, en Scarning. Ni siquiera sabía dónde estaba. Me ha preguntado qué extensión tiene. Le he dicho que no llegamos a diez kilómetros cuadrados. Luego me ha preguntado en qué distrito cae. Breckland, le he dicho, al menos para el gobierno local.
—Ni siquiera en… en Scarning —dijo Mandy con la mirada perdida—. En Daffy Green. Allí no hay más que… ovejas, vacas y moscas.
—Precisamente eso es lo que le preocupa.
—¿A qué te refieres?
—Se preguntaba qué habría pasado si… esto hubiera ocurrido en el centro de Londres. O en Nueva York, para el caso.
Mandy sacudió la cabeza.
—Por todos los cielos.
—Quiere que lo tapemos, Mandy —dijo Calhoun.
—¿Que lo… tapemos? —preguntó Mandy con un tono un poco más agudo de lo habitual.
—Para ser exactos, no es una petición —explicó Calhoun—. Ya lo están tapando. Han enviado o están enviando notas de prensa. Han enviado gente. Llegarán en solo unas horas. Y mañana llegarán más. Un equipo grande.
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