– Tengo un botiquín en la moto -dijo Aranda, sabiendo que el dolor debía estar torturándole.
– Métetelo por el culo -contestó con parsimonia. -Lo que iba diciendo, la primera fila cayó prácticamente entera. Alguien nos tiró una bengala directamente a nosotros. Creo que era una bengala, al menos, o puede que fuera un puto petardo. Silbó como una mierda de serpiente y fue a parar a la parte de atrás donde teníamos nosequé, unas cajas o algún tipo de equipo, el caso es que aquello empezó a arder como si fuera paja. Un buen incendio. Unos cuantos dejaron su puesto para sofocar el fuego mientras el sargento gritaba, pero no había Dios que pudiera entender lo que decía. Y luego… luego fue todo confuso. Había gente por todos lados corriendo en todas direcciones. Algunos subieron a sus coches y empezaron a maniobrar, quizá para irse por donde habían venido, o para tirarse al mar, ¡a la mierda! Vi a unos hombres que se habían echado encima de un compañero, Manolo creo que era. Un buen tipo, no creo que hubiera disparado un solo tiro, estaba siempre con esas mierdas de la conciencia global y las misiones humanitarias. Equivocó su profesión. Pues lo echaron al suelo, a Manolo, y disparé sobre aquellos hombres, ¿sabes? Nunca había disparado antes contra nadie, y verlos sacudirse y reventar literalmente es algo que no se olvida. Pero lo mejor es lo que sucedió luego, ¿sabes lo que pasó?
Aranda, impresionado por el relato tenía la boca seca. Pero consiguió hablar.
– No, ¿qué? -dijo roncamente.
– Pues que miré a mi izquierda y vi a mi compañero, estaba hablando con Pincho, sí, el mismo que había caído redondo al suelo. Primero pensé que aquel idiota se había equivocado y que, joder, buena la había armado. Pero ya sabíamos de qué iba toda esa mierda, y ese pensamiento me asaltó de repente. Me dije que no podía ser, allí mismo, joder, entre nosotros ¿sabes? Una cosa era lo que te habían dicho, y otra verlo allí en vivo. Además, putos mandos, nunca nos dijeron que eran ya sabes, muertos vivientes. Los llamaban "hostiles", o Tangos. Y no estábamos preparados en absoluto para hacer frente a eso.
Aranda asintió despacio, intentando comprender la situación. Era el terror psicológico de los zombis, pensaba, por eso acabaron con todo.
– Todavía estaba pensando en eso cuando Pincho se abalanzó sobre él -continuó Kinea- ya sabes de qué va esa mierda. Le mordió en la misma mandíbula y le arrancó un trozo.
– Oh joder -dijo Aranda.
– No me lo digas, ya te lo digo yo. Le arrancó un trozo de cara con la misma facilidad con la que alguien se come un buen filete con una cerveza. Aquel tipo echó a correr chillando, fuera de sí. Sólo lo vi un momento antes de desaparecer entre la confusión pero tenía todos los dientes de abajo al aire. Parecía un esqueleto andante, una calavera de mierda, y la sangre salía a borbotones y le llenaba el uniforme. ¿Y Pincho ? Bueno, nadie parecía haberse dado cuenta de nada, así que se dio vuelta y se echó encima del compañero que tenía a su derecha. Lo pilló de improviso y lo derribó, ¿y sabes qué? creo que debió cagarse en los pantalones porque Pincho tenía toda la cara llena de sangre y esos ojos demenciales que se les pone a esas malditas cosas. Cayó hacia atrás y debió de apretar bien los puños, porque disparó una ráfaga que alcanzó a otros tantos compañeros.
– Oh no.
– Así fue. Pero no me culpes, todo eso ocurrió muy deprisa. Estás ahí escuchando la historia y seguro que estás pensando porqué no reaccioné.
– No, te lo aseguro -contestó Aranda rápidamente.
– Más te vale, porque dentro de nada seré uno de ellos y te morderé la puta yugular si me culpas -dijo Kinea, pero Aranda no pudo averiguar si lo decía en broma, o en serio. Su discurso había adquirido el tono monótono y lánguido de quien ha visitado los mismos parajes en su cabeza infinidad de veces.
– Cuando pasó aquello, cogí mi fusil -continuó- y le disparé. El tiro entró por el omoplato derecho y lo sacudió como una alfombra en un tendedero. ¿Sabes lo que pasa cuando una bala entra por ahí?
Aranda negó con la cabeza, aunque tenía una idea bastante precisa de lo que ocurría.
– Te desgarra el pulmón y crea una hemorragia interna de mil pares de demonios. Se le llama traumatismo torácico con objeto penetrante y suele ser mortal de necesidad. Como poco, te deja sin respiración en el acto. Por el hemotórax, ¿sabes? que es cuando los pulmones se encharcan de sangre, pero Pincho continuó golpeando y mordisqueando a aquel soldado como si sólo le hubiera untado mermelada en la raja del culo. Disparé dos y tres veces más hasta que le di en toda la azotea. Y…
Kinea se quedó súbitamente callado, como perdido en el hilo de sus propios pensamientos. Aranda no dijo nada, era obvio que se había sumido en los recuerdos más macabros de aquella noche.
– Y después… -continuó tras un rato- ¿te he hablado de los coches? Pues los utilizaron para arremeter contra nosotros. ¿Quién lo iba a decir? Nadie esperaba nada de todo aquello. Los coches lo complicaron todo mucho, desbarataron la línea de defensa por completo. Allí estábamos nosotros con todos aquellos camiones, las armas… dirías que nadie juega ante la presencia del Ejército, ¿eh? -rió entre dientes- pues ya te lo habrás imaginado. Para empezar, toda aquella gente a la que disparamos, aquella gente muerta, ahí estaban otra vez, ensangrentados pero en pie. Eran como animales atacando a todo el mundo como enloquecidos. Casi se me hiela la sangre cuando vi que la gente que había atacado a Manolo, los mismos a los que yo había disparado y visto caer, estaban otra vez vivos.
– Lo sé -musitó Aranda.
– Cuando amaneció, seguíamos disparando. Los que quedábamos quiero decir. Pero ellos eran cada vez más y nosotros menos. La orden que corría por toda la fila era: ¡disparad a la cabeza! Como si fuera tan fácil. Saltaban, corrían, trepaban a los coches… tenías que haberlos visto. Pero de algún modo conseguimos detenerlos. Los días siguientes fueron durísimos. Reforzamos la barricada, aunque no sé para qué demonios porque ya apenas llegaba gente, sino zombis. Era como si toda Málaga hubiera sucumbido y probablemente así fue. Hicimos grandes piras para quemar a los cadáveres y cuando el alimento empezó a escasear, buscamos entre los equipajes de la gente. Inútilmente, por cierto.
– ¿No enviaron refuerzos, no os enviaron a otro lado?
– Qué coño, refuerzos. Para empezar las carreteras estaban tan llenas de coches abandonados que eran tan útiles como un resfriado. Los primeros días los ordenadores de campo que habíamos instalado para las comunicaciones no paraban de vomitar mierda. Todos esos informes confidenciales que estabas mirando, que eran tan, tan secretos antes del 18-Z, acabaron enviándose a todas partes. Creo que hasta los muchachos que limpian retretes en el cuartel recibieron sus copias. Supongo que era un intento desesperado de que alguien, en alguna parte, sumara dos y dos y diera con la clave de algo. Toda esa basura sobre el virus, los protocolos de actuación, hijos de puta. Si toda esa mierda hubiera circulado antes quizá hubiéramos tenido una oportunidad. Pero en fin, en un momento dado los ordenadores enmudecieron. Los sistemas de comunicaciones no servían más que para mear dentro. Los móviles, los teléfonos, todo a tomar por culo.
– Sí, en todas partes pasó lo mismo.
– Como te lo digo. Joder cómo escuece esta mierda -dijo mirándole con sus profundos ojos grises. El hombro mostraba ahora unas finísimas y sinuosas venas de un color negruzco que empezaban a aparecer alrededor de la herida. Aranda lo miraba con creciente preocupación. Cuando volvió a mirarle a los ojos, éste le devolvía la miraba como si le estuviera estudiando.
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