– ¿Qué pasa con eso? -preguntó al fin.
– Lo que vi, Gaby… ya ha pasado. Ya ha ocurrido.
– ¿Cuándo? -preguntó el muchacho, mirándola con ojos despavoridos y una incipiente sensación de aplastamiento en el vientre.
– Ayer, cuando cenábamos sopa.
Gabriel movió la lengua para hablar pero se dio cuenta de que la boca se le había secado.
– ¿Estás segura?
La niña asintió con un enérgico movimiento de cabeza. Lo había visto, desde luego. Sus visiones eran tan nítidas que parecía que estaba viendo una película, si bien una antigua en un televisor analógico. Pero no había brumas místicas, rostros borrosos o interpretaciones ambiguas que realizar. Aquella escena era inconfundible. Sí, había pasado.
Para Gabriel aquello era un jarro de agua fría, y la forma en la que su hermana se lo había contado (casi veinte horas después, de hecho) le daba a entender que también ella se daba cuenta de lo que significaba.
Significaba que a partir de ahora ya no estaban a salvo, que el futuro era incierto. Que la próxima vez que Bob El Ahogado decidiera salir de su piscina particular con la cabeza sujeta por los cabellos en su mano crispada, no aparecería ningún perrito bueno a salvarles, y que probablemente, un bote de harina tampoco sería suficiente. La próxima vez.
Un escalofrío recorrió su espalda.
– Pero Gulich cuidará de nosotros -soltó Alba. Le había quitado una tapa a su galleta y lamía con deleite el chocolate. A su lado, el mastín movió el rabo brevemente.
* * *
Pasaron varios días, días amables sin sobresaltos ni sustos. Descansaban y jugaban en la hierba, haciendo piruetas, jugando al Veo-Veo, siempre cerca del escondite aunque más relajados ahora que tenían al gigantesco Gulich con ellos. El Sol prodigaba su calor desde primeras horas de la mañana hasta que se retiraba, temprano, a eso de las seis. Entonces caía la noche, la temperatura descendía unos cuantos grados y los tres se retiraban al escondite. Gabriel bendecía la verja que cerraba el complejo cada noche, hacía un buen trabajo manteniendo a esas cosas lejos.
Al cuarto día, Gabriel se empeñó en intentar entrenar a Gulich para que obedeciera órdenes de ataque con unos resultados nefastos. ¡Ataca, ataca Gulich, ataca! decía constantemente, pero el perro bien inclinaba la cabeza y correteaba a su alrededor divertido, o se tumbaba en el suelo moviendo los ojos y las orejas en todas direcciones.
– Perro idiota -decía Gabriel enfadado. Pero Gulich daba vueltas sobre sí mismo, como si en su fuero interno supiera exactamente lo que el niño quería y él fuese ya demasiado viejo y supiese demasiado como para pasar por aquello, otra vez.
Alba los observaba con ojos chispeantes. Qué lejos quedaba ya su aventura en la piscina; ni siquiera había tenido Sueños Malos porque, a pesar de su fuerte olor, dormía cerca del perrito. Alba se sabía especial, pero no hacía falta serlo mucho para darse cuenta de que el perrito no consentiría jamás que nadie les hiciese daño. Ella lo había visto saltar sobre aquél espantajo estúpido y lo había mandado directamente al fondo, donde ya no se atrevería a asomar nunca más. Y además
… ta de co?
Gabriel le estaba enseñando a ser un perro policía, uno de esos que obedece órdenes y se sienta cuando le dices que se siente, y
¿¿tarta de co…??
Alba interrumpió su propia línea de pensamientos y se incorporó, un poco asustada. ¿Acaso no olía a tarta de coco ? Le parecía que sí, aunque era difícil decirlo porque el aire aquella mañana olía a hierba fresca y al agua casi pantanosa donde su espantajo se pudría, esta vez sin remisión.
Oh mamá… aquí viene.
Venía desde el fondo de su mente, acelerando como un deportivo en manos de un adolescente lleno de testosterona. Ahí estaba también esa sensación repugnante de que todo el cerebro se le licuaba y permanecía como una pasta arenosa que ella asociaba a la tarta de coco. Era como si pudiera ver el caudal de imágenes deslizándose hacia ella por un túnel de alta velocidad, un tumultuoso caudal de brillantes imágenes y vivos colores en mareante sucesión. Solo que esta vez, venía más rápido que nunca.
Se preparó para recibir la visión.
¡… má… tarta de coco, tarta de CO-CO!
¡BANG!
* * *
El cartel pendía de una sola cadena, y por lo tanto, se mecía torpemente de un lado a otro. En él quedaban unas pocas letras intactas, que se leían como EUQ… ARRAC. Brillaban con tonos anaranjados, quizá debido a las intensa llamaradas que lamían con avidez el edificio del que colgaban.
El humo era denso, impenetrable y preñado de oscuras estrías. Diminutas brasas incandescentes vagaban por todas partes llevadas caprichosamente de un lado a otro por acción de las bolsas de aire. Por doquier había espectros que corrían de un lado a otro, totalmente fuera de sí. De vez en cuando, por acción del calor, estallaba una ventana y los cristales salían despedidos, furiosos, llenando el aire de destellos luminosos. Prendidos en el aire había también gritos que se mezclaban con la horrible caterva de sonidos guturales que los zombis conjuraban.
De pronto, una estela de humo surcó el aire a una velocidad endiablada y se estrelló contra el edificio que ardía. Hubo una explosión atronadora que lanzó cascotes y trozos de cemento del tamaño de un coche a medio kilómetro de distancia. Uno de los trozos, envuelto en una fulgurante bola de fuego, cayó encima de un numeroso grupo de zombis que corrían y los arrastró, dejando una hilera de sangre y trozos de carne de más de cincuenta metros.
Pero del hueco herido del edificio surgieron figuras, envueltas en el humo de la explosión. Se tambaleaban como conmocionadas, agarrándose en las paredes en un intento de mantenerse en pie. "¡Corredores!", gritó alguien entonces entre las toses y lamentos de los supervivientes, y efectivamente, desde el lado opuesto un grupo numeroso de espectros avanzaba hacia ellos corriendo como posesos, los brazos volaban en ángulos inverosímiles como si con ello pudieran darse más ímpetu en la carrera y las piernas parecían a punto de quebrarse.
Se abalanzaron sobre ellos perdiéndose en la humareda y llenándolo todo de llantos y gritos histéricos, gritos de profundo horror como no los había conocido Málaga desde tiempos ancestrales, tiempos de barbarie en los que el padre mataba al hijo y el hijo al hermano.
Pero de donde menos se esperaba surgieron varias figuras, personas que se alejaban del edificio en llamas aprovechando la confusión. Corrieron desde una puerta lateral hasta el hueco de una alcantarilla y allí se perdieron antes de que ningún espectro pudiera verlos.
* * *
¡BANG!
Alba sacudió la cabeza hacia atrás, como si la hubieran golpeado en la frente. Parpadeó brevemente intentando asimilar todo lo que había visto, ahora incluso la luz del Sol la cegaba como si se hubiera acostumbrado a la oscuridad de la noche. Sin duda, la experiencia esta vez había sido más larga de lo normal… e intensa, muy intensa, imágenes llenas de indecible horror y de sufrimiento. Como quiera que los gritos aún parecían resonar en su cabeza, Alba sacudió la cabeza con fuerza para quitárselos de encima.
– Gaby -llamó con voz lastimosa.
Gabriel se volvió a mirarla. De pronto, por su aspecto, la pequeña le pareció convaleciente de una enfermedad innombrable.
– Van a morir todos, Gaby. Y rompió a llorar.
13. Revelaciones en el umbral de la muerte
– No se mueva, joder, o juro por Dios que le reviento.
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