Carlos Sisí - Necrópolis

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El campamento de Carranque vive momentos dulces. Tras haber sobrevivido el ataque del Padre Isidro y sus enloquecedoras huestes de caminantes, los supervivientes se entregan a ensoñaciones y esperanzas de futuro propiciadas por los descubrimientos del doctor Rodríguez. Juan Aranda, su líder, decide utilizar su nueva condición para explorar la ciudad en busca de otras personas que continúen todavía con vida. Sin embargo, han pasado ya tres meses desde que se iniciara la pandemia zombi que asoló el planeta y sobrevivir es cada día más duro. Su periplo personal, no exento de vicisitudes, le aleja de Carranque, donde mientras tanto inciden nefastos designios que amenazan con convertirlo en una ciudad de muertos: una necrópolis.

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– Me gusta este sitio -dijo Dozer. Metió la mano en el bolsillo de su chaleco y sacó una pequeña hoja plegada cuidadosamente sobre sí misma, un paquete de Benson & Hedges y un mechero. Encendió un cigarro, cubriéndolo con la mano para parar el viento.

– No sabía que fumaras -comentó Moses.

– Es un viejo vicio. Lo dejé un tiempo, pero es como dice la canción, un viejo amor al que se acaba volviendo. De todas formas, qué coño, ¿crees que en este mundo en el que vivimos ahora hay sitio para ancianos longevos? -rió con una mueca torcida que Moses no supo interpretar-, diría que no.

– No lo había pensado así…

– En fin -dijo, tras darle una intensa calada al cigarro. Desplegó la hoja con un rápido movimiento y se puso al lado de Moses para que pudiera verla. Contenía un esquema dibujado a mano, un mapa de la zona con un pequeño diagrama con notas. Se trataba de un registro de las actuaciones del Escuadrón en los edificios que rodeaban la ciudad deportiva, una actividad a la que se habían dedicado antes de que el doctor Rodríguez trabajara en la vacuna, como parte de un plan de ampliación del perímetro de seguridad. Utilizaban las alcantarillas para acercarse a los portales lo más posible, y los limpiaban de caminantes. Luego, los clausuraban.

– Veamos. Éste de ahí está limpio -dijo señalando un edificio cercano- y también aquellos dos de allí. Y luego, aquél, el grande, y los dos que están a su derecha. Y… eso es todo.

– ¡Fantástico! -comentó Moses, estudiando el plano. -¿Qué son estas notas? -dijo, examinando los símbolos laterales que Dozer había dibujado.

– Bueno, son cosas interesantes que hemos encontrado en las viviendas. Allí siguen. Éste símbolo es de medicinas, éste de agua cuando la encontrábamos en grandes cantidades. Ni te imaginas las cosas que guarda la gente.

– Entiendo, vaya si habéis estado ocupados.

Dozer sonrió, arrancando un fulgor incandescente a la punta del cigarrillo.

– ¿Cuál es tu plan, entonces? -preguntó, soltando una bocanada de humo dulce y sofocante.

Moses estudió el plano antes de contestar. Miraba alternativamente la hoja de papel y los bloques de viviendas que les rodeaban.

– Ese de ahí -dijo, señalando al más cercano. Era un edificio de ladrillo visto en forma de tríptico, con la parte central más alta. Las otras dos alas estaban giradas ligeramente hacia ella. -Ése es nuestro Álamo.

– ¿Álamo?

Moses le dio una sonora palmada en la espalda.

– ¡La batalla por la independencia de Texas, amigo! Seguro que viste la película de John Wayne al menos. Cuatro mil soldados del ejército mexicano contra una milicia de secesionistas texanos, en su mayoría colonos. Se atrincheraron en la misión de El Álamo, en lo que hoy es el estado de Texas, utilizando algunas casas de sus cercanías como los primeros bastiones en su defensa. Y eso, amigo mío, es lo que haremos nosotros.

Su sonrisa era ahora radiante, pero Dozer le miraba intentando todavía comprender.

– Vamos, piensa un poco. La última vez casi sucumbimos. Triunfamos, sí, pero de puro milagro. De hecho, creo que Dios puso unas cuantas Reinas Blancas en el tablero para compensar que el Rey Negro se había vuelto loco, ¿sabes lo que quiero decir?

– Nuestro sacerdote.

– Justo. La cosa acabó bien, pero también pudo haber salido… mal. Muy mal. Tú estabas en el hospital con las costillas trituradas, y seguro que te sentiste atrapado cuando esas cosas entraron allí.

– Oh, joder, sí -respondió brevemente. Se acordaba demasiado bien de aquellos momentos, fosilizados en su memoria como fotografías de gran nitidez.

– En el edificio principal fue igual. Estuvimos tan acorralados como tú. Tenías que haber visto a José disparando a los espectros en la escalera, sujetando un colchón para aguantar la horda de zombis.

– Oh tío -dijo Dozer, riendo de repente. -Joder, sí. Si vieras cómo nos lo contaba cuando reunió valor para hablar de ello.

– Sí, en el recuerdo todo mejora, pero aquella noche la escalera era la única vía hacía la salida. Si no hubiéramos conseguido llegar abajo, todo habría acabado.

Dozer percibió el tono serio del marroquí y recuperó la compostura, apurando el cigarro con una última inhalación.

– Así que -continuó Moses- ese edificio de ahí es nuestro plan de evacuación, nuestro Álamo, un refugio donde poder volver la mirada si todo se tuerce.

– Entiendo -exclamó Dozer, pensativo.

– Quiero que trabajemos en eso. Quiero que el camino vaya directamente desde aquí, a ese edificio, por las alcantarillas. Cuando tengamos eso, más adelante, podríamos habilitar una de las viviendas como almacén y tener allí víveres, agua y armas.

– Uh… -exclamó Dozer, pensativo-, ¿todo eso merecerá la pena?

– ¿Qué quieres decir?

Dozer apoyó ambas manos contra la barandilla y miró a la calle. Allí, los muertos caminaban errantes, omnipresentes, celosos guardianes sin saberlo de las vidas de algunos de los últimos supervivientes de Málaga.

– Pensaba en Aranda -contestó Dozer- en la vacuna, ya sabes. Dentro de poco, creo que todos podremos andar entre ellos sin riesgo. Bueno, quiero decir, ése es el plan, ¿no?

– Ése es el plan -contestó Moses.

Pero algo en su voz le dijo que él no creía en ello, y ese conocimiento minó su propia esperanza como un alto explosivo que estalla en los mismos cimientos de un poderoso edificio. La vieja perspectiva de vivir para siempre en una ciudad deportiva rodeados de cadáveres que han vuelto a la vida se le echó encima como un lobo hambriento y terrible.

– Está bien -dijo con cierto desánimo. -Echaré un vistazo con los chicos, a ver cómo podemos comunicar el alcantarillado con el portal.

Y como si fuera una especie de advertencia llegada de entre las calles de la misma ciudad, una súbita ráfaga de viento, inesperada y gélida, les arrancó un escalofrío.

* * *

Resultó un poco más complicado de lo que pensaban. El edificio estaba justo enfrente de la ciudad deportiva cruzando la calle, pero en el subsuelo se había construido un enorme parking público que cubría los cuatro carriles y cortaba todo el alcantarillado por esa zona. Los accesos al parking desde la calle se encontraban justo en la misma avenida donde Carranque tenía sus puertas, así que el número de espectros que se encontraban allí en todo momento era suficiente para desquiciar a cualquiera. Estaban a punto de escoger otro edificio, más lejano pero con un acceso más directo, cuando Moses tuvo una idea.

– Utilizaremos el explosivo plástico -dijo al grupo.

– ¡Guaaau! -aulló Uriguen, aplaudiendo. -¡Así se habla, amigo!

– Espera, espera -protestó José-. ¿Explosivo plástico dónde, qué me he perdido?

– Eso… es interesante -dijo Susana, pensativa.

Moses le dedicó una sonrisa.

– Me sigues, ¿eh? He estado haciendo cálculos. Fui al sótano, al extremo más occidental y conté mis pasos hasta la superficie. Recorrí esa misma distancia desde la superficie hasta la verja, y me faltaron unos diez pasos para llegar al mismo punto, ¿sabéis lo que quiere decir?

– ¿Que cuentas con el culo? -dijo Uriguen, divertido. José le arrojó el envase de las galletas que había estado comiendo.

– Que el sótano llega más allá de la verja, imbécil -dijo.

– Claro -dijo Moses- pero allí está el garaje, ergo, sospecho que la pared de nuestro sótano da directamente al parking público, pared con pared.

– Oh joder, Mo -dijo Dozer, recostándose sobre su silla.

– ¿Alguien tiene experiencia con explosivos?

Todos se miraron, pero ninguno respondió, lo que naturalmente constituía una respuesta de por sí.

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