Carlos Sisí - Necrópolis

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El campamento de Carranque vive momentos dulces. Tras haber sobrevivido el ataque del Padre Isidro y sus enloquecedoras huestes de caminantes, los supervivientes se entregan a ensoñaciones y esperanzas de futuro propiciadas por los descubrimientos del doctor Rodríguez. Juan Aranda, su líder, decide utilizar su nueva condición para explorar la ciudad en busca de otras personas que continúen todavía con vida. Sin embargo, han pasado ya tres meses desde que se iniciara la pandemia zombi que asoló el planeta y sobrevivir es cada día más duro. Su periplo personal, no exento de vicisitudes, le aleja de Carranque, donde mientras tanto inciden nefastos designios que amenazan con convertirlo en una ciudad de muertos: una necrópolis.

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– Ah, ¡qué fastidioso! -bramó Juan, arrojando el ratón a un lado. -Mirad por todas partes, en los cajones, en alguna etiqueta adhesiva pegada a los ordenadores, quizá tengan la contraseña apuntada por ahí.

Se pusieron manos a la obra en aquél mismo momento revolviéndolo todo. Sombra se subió a la mesa para mirar detrás de las pantallas, y Juan se agachó para buscar alguna nota pegada bajo el tablero. En un momento dado, Jukkar se acercó a un pequeño dispositivo que habían pasado por alto y lo miró durante un rato con cierta fascinación.

– ¡Pero claro! -dijo-. ¡Es fantástica!

– ¿Lo ha encontrado? -preguntó Aranda, esperanzado.

– ¿Cómo? Ah, nonono, es… ¡es esto, mire!

Se acercaron a ver el aparato que Jukkar les señalaba, una rudimentaria caja negra con varios diales, botones y medidores de frecuencias de algún tipo.

– ¿Es una radio? -aventuró Juan.

– ¿Cómo no pensar en esto? -comentó Jukkar, sentándose en la silla que tenía delante preso de una repentina excitación.

– Es emisora, onda corta, ¿entiende? Yo usa mucho esto cuando trabajo en Noruega, hace muchos años, estudiando bacterias en el hielo. Yo sabía que emisoras de radio suelen tener una para comunicar entre ellas, ¡pero había olvidado! puede que podamos escuchar bandas de emergencia si hay una, si aún funciona.

– Coño -dijo Sombra entonces-. ¡Es verdad! Yo tenía un colega que era un fiebre de estas cosas, estaba siempre hablando de comunicaciones aeronáuticas internacionales y emisoras clandestinas, había unas que emitían todo el rato una serie de números que nadie sabía para qué servían. Incluso podía escuchar satélites rusos y norteamericanos en órbita baja.

– ¿En serio? -preguntó Aranda, fascinado.

– ¡Sí, sí! Onda corta muy potente -dijo Jukkar mientras se ponía los auriculares y acercaba el micrófono. -Recordad Segunda Guerra Mundial, el Deutscher Europa Sender, propaganda nazi que enviaban a América desde Austria, todos cinco continentes invadidos, ah, y el espectacular Deutschlandsender de quinienta kilovatios. ¿Recuerda Chernobyl? Cuando yo trabaja en mi país yo supe de incidente treinta horas antes, usando ordenador con radio de onda corta y agencia TASS, también primera guerra del golfo en Iraq, yo supe unas horas antes, oh, y la Interpol era buen compañero de soledad con emisiones de busca y captura.

– Un momento -pidió Aranda, superado por el inesperado torrente de información. De repente había olvidado el problema de la contraseña.

– ¿Está diciendo que podemos hablar con el mundo entero, profesor?

– Yo piensa que ahora más que nunca. Todo depende de antena, ¡pero estamos nosotros en sitio mejor para eso! No hay tanta interferencia. Y miren este equipo hermoso, escáner con búsqueda automática, multibanda. ¡Veamos!

Permanecieron en silencio, expectantes, mientras Jukkar operaba los diales con la mano izquierda apretando el auricular contra la oreja. De tanto en cuando pulsaba algún botón y volvía a accionar las ruedas hacia uno y otro lado. La aguja pasaba con monótona parsimonia por todos los registros de la frecuencia mientras iba hablando por el micrófono: ¿Hola, hay alguien? y a menudo utilizaba las siglas CQ.

– ¿Funciona profesor? -quiso saber Aranda.

– Yo piensa que sí, pero hace mucho tiempo, y este aparato muy complicado, muy moderno -dijo, apesadumbrado.

– Pruebe las bandas de emergencia. Protección Civil, Cruz Roja… cualquier organismo de seguridad -dijo Aranda.

Jukkar asintió con la cabeza.

– Yo recuerda canal de emergencias es el nueve en CB para Europa, pero parece que muerto ahora. Yo prueba con el diecinueve, de carretera.

– ¿Y las militares? -preguntó Sombra.

– Mayor parte de tráfico militar sensible es cripto… codificada, o enviada por satélites, pero todavía muchas transmisiones pueden ser escuchadas.

De pronto enmudeció, y tras unos segundos ladeó la cabeza como si hubiera captado algo. Aranda y Sombra, a ambos lados se congelaron, como si al moverse temieran interrumpir la conexión. Estaba en la banda de 20 metros, perfecta para contactos lejanos, en la frecuencia del centro de actividad de emergencia mundial.

– ¿Hola? -preguntó al micrófono.

– ¿Le responden? -quiso saber Aranda. Pero Jukkar estaba concentrado en el sonido crepitante y lleno de artefactos, intentando recuperar la señal que creía haber captado por un breve instante.

– Me ha parecido que yo escucha algo -dijo Jukkar despacio. -Si yo pudiera hacer sonido en alto.

Pulsó un interruptor en la consola y la habitación se llenó de un ruido arrastrado, cortado a intervalos regulares por pequeños episodios de silencio. En ocasiones, el sonido se asemejaba al que produce un tren cuando se arrastra por la vía muerta en una estación antes de detenerse; en otras, les llegaba el estrépito tumultuoso propio de los televisores analógicos sin señal. Y de pronto, en mitad de la confusión, escucharon algo.

… ita… lante… vor…

– Dios mío -soltó Aranda, llevándose la mano a la boca.

Jukkar pulsó un par de botones en el escáner.

– Quizá demasiada potencia -dijo.

Escucharon de nuevo, intentando buscar patrones reconocibles entre el ruido blanco de la estática.

– ¿Hola, hola? -repetía Jukkar.

Y justo cuando comenzaban a dudar de si realmente habían escuchado algo legible, los altavoces crepitaron por última vez antes de emitir una frase:

– Estación sin identificar, repita por favor.

Aranda fue el primero en levantar los brazos en señal de victoria con la boca formando una O perfecta, y Sombra soltó una eufórica exclamación de alegría. Mientras se abrazaban brevemente movidos por el alivio y la sensación de triunfo, Jukkar batió palmas visiblemente alterado; el sudor perlaba su frente y sus mejillas refulgían con un rojo violáceo.

– ¡Hola! -dijo Jukkar, acercándose el micrófono un poco más-. ¡Nosotros le escucha!

Hubo unos segundos de silencio que parecieron alargarse y extenderse en el tiempo. Aranda parecía una versión en piedra de sí mismo, con los músculos de la mandíbula tensos por la presión que ejercía con los dientes.

– Le escucho, ¡le escucho, estación sin identificar! -dijo la voz por los altavoces. Sonaba enlatada, demasiado metálica y embutida en una cacofonía de ruido blanco, pero era una voz humana después de todo, y el brillo de la ilusión se asomaba en los ojos de todos.

Jukkar tartamudeó algo en finlandés; sus manos temblaban alrededor del micrófono. Por fin, se levantó de la silla mirando a Aranda.

– Usted habla mejor el español -dijo.

Aranda se lanzó sobre la silla.

– ¡Le escuchamos perfectamente!

– Dios mío -dijo la voz-. ¿Desde dónde transmite?

– ¡Málaga, estamos en Málaga! ¿Dónde está usted?

– ¡Málaga! -contestó con manifiesta sorpresa-. No habíamos conseguido hablar con nadie de Málaga todavía. Éste es el Campamento Orestes, en Granada. Transmitimos desde la Alhambra.

– ¡La Alhambra de Granada! -exclamó Sombra.

– ¿Es un campamento civil? -preguntó Aranda.

– No, es militar -un instante de crujidos y altibajos en la calidad de la transmisión. -Forma parte de la Unidad Militar de Emergencias pero contamos con varios cientos de civiles aquí, ¿ustedes cómo están?

– ¡Cientos de civiles! -dijo Aranda perplejo, pronunciando con cuidado cada sílaba. Aunque siempre lo había sospechado, saber que aún quedaban tantas vidas humanas en alguna parte le insufló una inesperada alegría.

– Bien, estamos bien, somos una treintena de supervivientes, pero ¡empezábamos a pensar que éramos los únicos!

– Es estupendo oír eso, escuche, creo que debería alertar a mi superior de que están ustedes al habla, ¿entiende?

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