Robert Crais - Los Ángeles requiem

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A Joe Pike le parece imposible empezar de cero en la ciudad de Los Ángeles, donde los fantasmas del pasado se ocultan tras las luces de neón. Sus días como policía siguen ensombreciendo su presente e influyendo en su actividad como investigador privado. Su única relación estable es la que mantiene con su socio, Elvis Cole, un perspicaz detective con su propio pasado oscuro. Cuando una antigua amante de Pike aparece asesinada en las colinas de Hollywood, Joe y Elvis inician, a instancias del padre de la victima, una investigación paralela a la policía, lo que levantará las suspicacias de los antiguos compañeros de Pike y acabará por enturbiar el asunto hasta límites insospechados.

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– Estás cavando tu propia fosa con todo eso, Dolan.

– Ya hace demasiado tiempo que este tío me está jodiendo. ¿Llevas la pistola?

– Sí.

– Vamos a probar la puerta.

Dolan fue hasta la puerta principal y llamó con los nudillos, como haría un vecino que hubiera ido a pedir un favor. Yo me coloqué a un metro de ella, pistola en mano, preparado para lanzarme sobre Sobek si abría.

Stan Watts sacó su arma y corrió a colocarse junto a mí. Krantz se quedó junto a la casa principal. Oí a Williams y a Bruly en el patio de al lado.

– Coño, Samantha -dijo Watts, pero en voz tan baja que sólo lo oí yo.

Dolan volvió a llamar, con más fuerza.

– Somos de la compañía del gas -dijo-. Tenemos un problema y nos parece que procede de aquí.

Nada.

Lo repitió más alto:

– Tenemos un problema. Somos de la compañía del gas.

Nada. Watts se quedó donde estaba y Krantz se acercó corriendo desde la casa. Tenía la cara congestionada y parecía que estuviera a punto de morder a alguien en el cuello.

– Mierda, Dolan. Después de ésta te la cargas -amenazó con su susurro, pero tan grave y tan sonoro que si había alguien dentro lo habría oído-. Aquí mando yo.

– No está, Dolan -aseguré-. Aparta y a ver qué hacemos.

Krantz se guardó la pistola y me señaló con un dedo.

– Y tú también te vas a arrepentir de esto. Los dos. Stan, tú eres testigo.

Los tres estábamos apartados, a un lado, cuando Dolan tocó el pomo.

– Eh, me parece que esta abierta.

– No, Dolan -exclamé.

Samantha Dolan entreabrió la puerta lo suficiente para echar un vistazo, pero seguramente no alcanzó a ver nada.

Se relajó.

– Está limpio, Krantz. Parece que he vuelto a hacer tu trabajo.

Entonces abrió la puerta empujándola y algo la lanzó hacia atrás con un ruido como de un trueno.

– ¡Tiros! -gritó Stan Watts, y se echó al suelo, pero no le oí.

Entré por la puerta agachado, disparando a una escopeta de dos cañones humeantes antes de darme cuenta de lo que era. Me parece que entré chillando.

Vacié el cargador, y el percutor empezó a dar contra la nada. Entonces salí corriendo hasta donde Watts intentaba detener la hemorragia, pero era demasiado tarde.

La doble descarga a quemarropa de la escopeta había atravesado el chaleco como si no existiera.

Los preciosos ojos color avellana de Samantha Dolan miraban el cielo sin verlo.

Estaba muerta.

Capítulo 36

Mientras la sangre de la inspectora Samantha Dolan se filtra por la tierra seca de Los Ángeles, Laurence Sobek aparca su Cherokee rojo ante la casa de la próxima víctima. Ya no lleva la pistola del 22 con su silenciador casero de Clorox, sino toda una Mágnum del 357 cargada con munición ligera y rápida. A partir de ahora, cuando mate a sus víctimas las hará saltar en pedazos como aguacates maduros, sin darles oportunidad de sobrevivir.

Sobek lleva el arma en la cintura, con la mano aferrando la empuñadura, al acercarse a la puerta. Llama con los nudillos, pero no contesta nadie. Después de volver a intentarlo, rodea la casa hasta la parte trasera, donde vuelve a llamar a la puerta de cristal corredera. Se plantea la posibilidad de forzarla, pero ve una alarma Westec con una lucecita que parpadea.

Sobek está preparado para matar. Está listo para asesinar y desea hacerlo con tanta furia que tiene húmeda la mano que aferra la empuñadura.

Vuelve al Jeep y sube por la colina hasta que encuentra un sitio donde aparcar desde el que se divisa perfectamente la casa.

Y allí espera la llegada de su joven víctima.

* * *

– ¡Oh, santo cielo! ¡Dios mío! -exclamó Krantz.

Sintió bascas y se dio la vuelta para apoyarse contra un árbol. Williams y Bruly aparecieron por la esquina, con las armas desenfundadas y los ojos agresivos, y los cuatro agentes uniformados les siguieron con sus escopetas. Alguien gritó algo desde una de las casas de alrededor. El perro amarillento ladraba asustado.

– ¿Está muerta? -bramó Bruly-. ¿Está muerta?

Las manos de Watts estaban rojas, manchadas con la sangre de Samantha Dolan.

– Krantz, controla la casa. Williams, controla la casa, joder.

Nadie estaba prestando ninguna atención a la casa. Si Sobek hubiera estado dentro podría habernos matado a todos.

– No hay nadie -dije.

– Williams, cierra el acceso a las pruebas -seguía gritando Watts-. Despierta, coño, y ve con cuidado. Sobre todo, no toques nada.

Williams se acercó cautelosamente a la puerta, pistola en mano. Watts fue hasta un grifo que había en el jardín, se lavó las manos y entonces sacó la radio y llamó a la central.

Yo me quité la chaqueta y tapé con ella la cara de Dolan, no sabía qué otra cosa hacer. Se me llenaron los ojos de lágrimas, pero aparté la cara. Williams se había quedado quieto ante la casa y miraba a Dolan. También él lloraba.

Le tomé la muñeca, pero no noté nada. Posé la palma de la mano en su vientre. Estaba caliente. Cerré los ojos con fuerza para retener las lágrimas y entonces me quité de la cabeza a Samantha Dolan y todo lo que estaba sintiendo para concentrarme en Joe.

Fui al garaje de Sobek.

Krantz me vio desde el árbol y me chilló:

– Quédate ahí fuera. Es la escena de un crimen. ¡Williams, detenle, coño!

– Vete a tomar por el culo, Krantz. Ahora mismo podría estar por ahí matando a alguien más.

Williams seguía mirando a Dolan.

– Está muerta de verdad. Está muerta.

Seguía llorando.

– Cole, ve con cuidado -me pidió Watts-. Podría estar todo lleno de trampas.

Entré sin detenerme, y Krantz me siguió. Bruly llegó hasta la puerta, pero se quedó allí.

En el aire flotaba un humo de pólvora que iba disipándose. Hacía mucho calor y estaba todo muy oscuro, ya que la única luz era la que entraba por la puerta. Encendí las luces con los nudillos.

Sobek no tenía muebles sino pesas. En el centro de la habitación había un banco de gimnasio, con discos de pesas negros amontonados en el suelo, a su alrededor, como hongos metálicos. Nadie pasó por delante de la escopeta, aunque ambos cañones aún humeaban. Miedo residual. En la pared había colgados artículos de Los Ángeles Times sobre los asesinatos y sobre Dersh y Pike, además de un cartel de reclutamiento de los marines y otro con francotiradores de los SWAT del Departamento de Policía de Los Ángeles.

– Joder, mirad todo esto -dijo Bruly-. ¿Creéis que va a volver?

No lo miré. Estaba buscando cables trampa y placas sensibles a la presión, e intentado ver si olía a gasolina, porque tenía miedo de que Sobek hubiera preparado una explosión.

– Nadie pone una trampa como ésa de la escopeta si espera volver. Ha abandonado el fuerte -afirmé.

– Eso no lo sabemos, Cole -dijo Krantz-. Si conseguimos retirar rápidamente a Dolan, podemos limpiar la zona y esperarle.

Hasta Bruly dijo que no con la cabeza.

– Desde luego, eres de lo que no hay, Krantz -comenté.

Bruly sacó un librito de una caja de cartón y luego un par más.

– Aquí tiene el Manual del francotirador de los marines . Y mirad esto: Programa de formación de la Fuerza de Reconocimiento : el combate cuerpo a cuerpo. Joder, este cabrón es un colgado de la hostia con delirios de grandeza.

– Esto está lleno de fármacos -exclamó Krantz al abrir la nevera. Sacó una ampolla-. Este tío se mete de todo.

No era exactamente un apartamento, sino un gran espacio dividido por el mostrador de una cocina americana, con un baño y un armario. Lo único que yo quería, lo único que consideraba importante, era encontrar un papel con la dirección de Dersh, o la ropa que se había puesto para disfrazarse de Pike, cualquier cosa que le relacionara con Dersh y exonerara a Joe.

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