– Aquí, teniente.
Bruly había encontrado siete botellas de Clorox vacías en el armario, además de tres pistolas del calibre 22 y diversa munición. Dos de las botellas de Clorox estaban reforzadas con cinta adhesiva profesional.
Krantz le dio una palmada a Bruly en la espalda y exclamó:
– ¡Ya hemos pescado a ese hijo de puta!
– La que lo ha pescado ha sido Dolan. Tú has venido de paquete.
Krantz iba a decir algo, pero se lo pensó dos veces y se fue hacia la puerta, donde se puso a hablar con Stan Watts. Se oyó una sirena que se acercaba.
El expediente original de Leonard DeVille estaba extendido por la barra de la cocina, junto con recortes amarillentos sobre la muerte de Wozniak, la lista de testigos y personas que habían presentado quejas al jefe de la investigación y notas sobre las seis víctimas junto con sus direcciones, entre ellas la de Karen García. Estaba anotada su costumbre de correr por Lake Holywwood, además de su ruta, y había observaciones parecidas sobre Semple, Lorenzo y los demás. Daba grima: era como meterse en una mente fría y malvada que estuviera planeando un asesinato. En algunos casos había seguido a aquellas personas y había tomado nota de sus actividades durante meses.
– Tengo que reconocerlo, Cole -me dijo Krantz-. Dolan y tú habéis acertado. Buen trabajo.
– A ver si hay algo sobre Dersh.
Krantz apretó las mandíbulas una vez más y no contestó. Quizás entonces se le ocurrió que era posible.
Todavía estábamos repasando las notas de Sobek cuando nos encontramos con mi dirección en las páginas amarillas y una impresión del Departamento de Vehículos de Motor en la que aparecían la dirección de mi casa y mi número de teléfono personal. También estaba la dirección de Dolan.
Bruly lanzó un silbido.
– Tío, os había ligado. No sé cómo, pero había descubierto que Dolan y tú le ibais detrás.
Krantz hojeó los papeles.
– Se paseaba todo el día por Parker Center. Podía haber oído cualquier cosa. Podía haberle preguntado prácticamente cualquier cosa a cualquiera, y a nadie le habría parecido raro.
Por la forma en que lo dijo me dio la impresión de que debía de haber mantenido más de una conversación con Sobek.
Bruly esparció más las hojas y quedó a la vista una foto que desentonaba tanto en aquel lugar y en aquel momento que casi no la reconocí. Era una imagen de tres niños que hablaban con una adolescente que sostenía una raqueta de tenis. La chica daba la espalda a la cámara, pero a los niños se les veía la cara. El de la derecha era Ben Chenier. Entre los papeles había otras dos fotos del niño, todas ellas tomadas desde lejos en su campamento de Verdugo. La dirección del piso de Lucy estaba garabateada en una esquina del listado del Departamento de Vehículos de Motor.
Krantz vio las fotografías, o quizá sólo mi cara.
– ¿Quién es este niño?
– El hijo de mi novia. Está en un campamento, jugando al tenis. Krantz, ésta es la dirección de mi novia, y ésta la mía. Y ésta es la cadena de televisión en la que trabaja Lucy.
Me interrumpió para llamar a gritos a Watts. Se apagó la sirena que sonaba en la calle, pero se acercaban otras.
– Stan, tenemos un problema. Parece ser que Sobek iba a deshacerse de Cole. Puede que esté siguiendo a su novia, o al hijo de su novia, o que haya ido a casa de Cole.
Algo agridulce me surgió en el centro del pecho y se extendió por los brazos y las piernas y por toda la piel. Me di cuenta de que estaba temblando.
Watts repasó los papeles y las fotografías mientras Krantz seguía hablando, y se dio la vuelta antes de que terminara para dar por el teléfono móvil las direcciones, y pidió a la persona que se había puesto al teléfono que enviara a agentes de patrulla con un código tres. Eso quería decir que era urgente. Sirenas y luces. Tapó el teléfono con la mano para hacerme una pregunta:
– ¿Cómo se llama el campamento?
Se lo dije. Temblaba cuando le pedí a Bruly su teléfono para llamar a Lucy.
Me contestó con un tono titubeante y precavido, pero la interrumpí, le dije dónde estaba y que había agentes en camino hacia su trabajo y le expliqué el motivo.
– Cole, ¿quieres que hable con ella? -dijo Krantz.
Cuando le conté a Lucy que Laurence Sobek había sacado fotos de Ben, me preguntó con una voz aguda y tensa:
– ¿Ese hombre estaba acechando a Ben?
– Sí. Le ha hecho fotos. La policía se dirige al campamento en este mismo momento. Han mandado al sheriff y a…
– Dile que también tenemos agentes que van a protegerla a ella -me interrumpió Krantz-. Que no se preocupe.
– Voy a ir a recoger a Ben -dijo Lucy-. Voy a ir a buscarle ahora mismo.
– Voy contigo.
– No puedo esperar. Me voy ahora mismo.
– Nos vemos allí.
– Que no le pase nada, Elvis.
– Le protegeremos. Stan Watts está hablando con el campamento ahora mismo.
Al oírme, Watts levantó la vista y me hizo un gesto con ambos pulgares hacia arriba.
– Ben está bien, Luce. Está a salvo con los monitores del campamento. Ahora mismo está con ellos, y nosotros vamos para allá.
Colgó sin decir una palabra más.
Le tiré el teléfono a Bruly mientras salía e hice caso omiso del tono de acusación que había detectado en su voz.
* * *
El campamento infantil de tenis de Verdugo estaba a una hora al este de Los Ángeles, en las estribaciones rurales de las montañas Verdugo. Krantz puso el pirulo en la capota y fue casi todo el camino a más de ciento cincuenta por hora. Dejó a Watts con órdenes de coordinar la vigilancia de mi casa y de la de Lucy y se pasó casi todo el viaje hablando con Bishop por el móvil. La casera de Sobek les había dado una matrícula, y tanto la Sección de Tráfico de la policía como la oficina del sheriff estaban en alerta. La marca y el modelo del coche de Sobek eran idénticos a los del de Pike.
Yo iba detrás y Williams se sentó delante de mí, despotricando.
– Una escopeta, coño. Prácticamente la ha partido en dos con esa mierda. Qué mamón. Voy a cargarme a ese hijo de puta. Te juro por Dios que me lo cargo.
– Hay que atraparle vivo, Williams -dije.
– ¡A ti nadie te ha preguntado nada, joder!
– Krantz, vamos a atraparle vivo. Si vive puede confesar lo de Dersh.
Krantz le dio una palmadita en la pierna a Williams.
– Preocúpate de ti, Cole. Mi gente sabe arreglárselas sola, y ese cabrón va a ir a juicio. ¿Verdad, Jerome?
Jerome Williams miró por la ventana con la boca ligeramente abierta.
– Ese cabrón va a ir a juicio, ¿verdad, Jerome?
Williams se dio la vuelta para poder verme.
– No me he olvidado de lo que me dijiste. Cuando se acabe todo esto te voy a enseñar que soy muy negro, ya verás.
Los de la oficina del sheriff ya estaban allí cuando llegamos: cuatro coches patrulla en el aparcamiento de tierra y grava del campamento. Los responsables, claramente nerviosos, estaban hablando con los agentes del sheriff , y los caballos resoplaban en sus establos tras ellos. Ben había acertado: olía a caca de caballo.
Krantz tenía la esperanza de ver a Sobek y detenerle, así que ordenó a los sheriffs que ocultaran sus vehículos, y al oficial de mayor grado le indicó posiciones de vigilancia. Todo eso sucedió en el comedor del centro, un edificio con un muro de cristal y suelos de madera sin pulir. Los crios estaban todos refugiados en el dormitorio de los chicos.
Antes que Lucy llegaron otros padres que recogieron a sus hijos y se marcharon pitando. Krantz estaba molesto porque la administradora, una tal señora Willoman, había llamado a las familias, pero ya no podía hacer nada. Si la policía te dice que está al caer un asesino múltiple tampoco hay muchas alternativas responsables.
Читать дальше