Robert Crais - Los Ángeles requiem

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A Joe Pike le parece imposible empezar de cero en la ciudad de Los Ángeles, donde los fantasmas del pasado se ocultan tras las luces de neón. Sus días como policía siguen ensombreciendo su presente e influyendo en su actividad como investigador privado. Su única relación estable es la que mantiene con su socio, Elvis Cole, un perspicaz detective con su propio pasado oscuro. Cuando una antigua amante de Pike aparece asesinada en las colinas de Hollywood, Joe y Elvis inician, a instancias del padre de la victima, una investigación paralela a la policía, lo que levantará las suspicacias de los antiguos compañeros de Pike y acabará por enturbiar el asunto hasta límites insospechados.

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Lucy llegó diez minutos después, y cuando salí a recibirla tenía una expresión crispada. Me tomó de la mano, pero no me contestó cuando le hablé ni me miró. Cuando le dije que estábamos en el comedor, echó a andar tan deprisa que acabamos trotando.

Una vez dentro se fue directa a la señora Willoman y le dijo:

– Quiero a mi niño.

Un monitor acompañó a Ben desde el dormitorio comunitario de los chicos. Estaba alborotado, como si aquello fuera mucho más divertido que montar a caballo o que jugar al tenis.

– ¡Qué pasada! -exclamó-. ¿Qué es todo esto?

Lucy le abrazó con tanta fuerza que le hizo daño, pero después le salió toda la furia.

– Esto no es ninguna pasada. Estas cosas no son ninguna pasada, no son cosas normales.

Me di cuenta de que lo estaba diciendo por mí.

Krantz le pidió que se quedara hasta que nos informaran de que su piso estaba vigilado. Después los escoltaríamos hasta casa para asegurarnos de que llegaban sin problemas. Krantz le ofreció protección las veinticuatro horas y Lucy la aceptó. Miró a Ben, le frotó la espalda y dijo que quizá deberían volver a Luisiana hasta que terminara todo aquello. Cuando le contesté que me parecía una buena idea, fue hasta el muro de cristal y miró hacia fuera. Supuse que lo que quería era estar en un sitio donde pudiera sentirse segura.

Nos sentamos en torno a una mesa grande y bebimos un líquido rojo que el monitor llamó «zumo de bichos» y que se preparaba añadiendo agua a unos polvos de sobre. Krantz y yo nos pusimos a contarles la historia de Sobek a Lucy y a Ben. Ella tenía una mano sobre Ben y con la otra se aferraba a mí, pero seguía sin mirarme. Sólo se dirigía a Krantz, aunque de vez en cuando me apretaba la mano como si me enviara un mensaje que aún no era capaz de verbalizar.

Finalmente, Krantz recibió un mensaje en el busca y comprobó el número.

– Es Stan.

Le telefoneó, escuchó durante unos segundos y después asintió de cara a Lucy.

– Tenemos vigilada su casa. El portero nos ha dejado entrar y los agentes están allí ahora mismo.

Lucy se distendió como un globo al desinflarse.

– Ay, gracias a Dios.

– Voy a dejarlo todo arreglado aquí y enseguida les llevamos a casa. Si decide irse de Los Ángeles, avíseme y la llevaremos al aeropuerto. Si quiere llamo a la policía de Baton Rouge y les pongo al tanto.

Lucy le sonrió como si fuera un ser humano.

– Gracias, teniente. Si decido volver a casa le avisaré.

«A casa.»

Volvió a tomarme la mano y me sonrió por primera vez.

– Todo va a salir bien.

Le devolví la sonrisa y todo cambió de color.

Mientras los monitores recogían las cosas de Ben, me llevé el vaso a la puerta y me fijé en la hilera de árboles, buscando algo entre ellos como cuando tenía dieciocho años, como cuando estaba en el ejército. Pensé en Sobek y en lo que habíamos encontrado en su garaje. Su objetivo era matar a la gente que culpaba de la detención de DeVille y había empezado con las personas menos relacionadas con la investigación, seguramente porque así sería más difícil para la policía encontrar un vínculo. Me pregunté si ésa sería la única razón. Quizá tampoco las consideraba las principales responsables, lo que quería decir que estaba reservándose a la gente que le parecía más culpable. Debían de ser Pike, desde luego, y también Krakauer y Wozniak, aunque estos dos últimos estaban muertos. Cuantas más vueltas le daba más preocupado me sentía, porque Sobek había tenido una relación personal con Wozniak y lo más probable era que él mismo le hubiera dado el soplo de la situación de DeVille aquel día. Me puse a observar los establos y pensé en los caballos que había dentro; no los veía, pero los oía y me llegaba su olor. Resoplaban, relinchaban y seguramente se decían cosas, y eran reales aunque no estuvieran en mi campo de visión. La vida suele ser así, con unas realidades superpuestas a las demás, en su mayor parte ocultas, pero siempre presentes. No siempre se ven, pero si se presta atención a las pistas se las reconoce.

Krantz estaba ordenando a los sheriffs que pusieran las cosas de Ben en el coche.

– No va a venir aquí, Krantz -le aseguré.

– Puede que no.

– No lo entiendes. No va a venir aquí, ni a mi casa, ni a la de Lucy. Es una treta.

Entonces Krantz frunció el entrecejo y Lucy miró hacia donde estábamos, con ambas manos sobre los hombros de Ben.

– Piénsalo. Quiere matar a la gente que culpa de lo de DeVille y lo va haciendo, pero sabe que estamos pisándole los talones, que se le ha acabado la cuerda.

Krantz seguía ceñudo.

– Sabe que es sólo cuestión de días que relacionemos a las víctimas -añadí-, y que cuando lo consigamos tendremos a una serie de sospechosos, él incluido.

– Sí, y por eso ha decidido quitarte de en medio -me contestó.

– ¿Y qué evita con eso? No puede seguir trabajando en Parker y matar a otra docena de personas. Si cree que vamos tras él, lo lógico es que vaya directamente al grano. Si cree que se le acaba el tiempo, querrá matar a la gente que considera más culpable. Pike está fuera de su alcance, Krakauer está muerto, así que le queda Wozniak.

– Wozniak también está muerto.

– Krakauer era soltero, pero Wozniak estaba casado y tenía una hija. Viven en Palm Springs. De ahí saqué el diario de Wozniak. Ahí es donde deberíamos estar.

Las manos de Lucy aferraron con fuerza a Ben, como si la seguridad que acababa de encontrar estuviera desvaneciéndose.

– Pero ¿por qué iba a hacerle fotos a Ben? ¿Para qué tenía nuestra dirección? -preguntó.

– A lo mejor ha reunido todo ese material para distraernos. Ahora estamos aquí contigo, no con la viuda de Wozniak, y allí es adonde va a ir él.

– Pero eso son sólo suposiciones. ¿Has visto su dirección en casa de él? ¿Tenía fotos de ella y de su hija?

– No.

– Sabemos que tenía nuestras direcciones, y que es un asesino. -Entonces me apretó el brazo, con la misma fuerza que Frank García cuando me había pedido que encontrara a su hija-. Te necesito aquí.

Miré a Krantz y le dije:

– Krantz, va a ir a Palm Springs.

A Krantz no le hacía gracia, pero empezaba a ver que tenía sentido.

– ¿Tienes su nombre y dirección?

– Se llama Paulette Renfro. No recuerdo la dirección, pero puedo indicarte cómo llegar.

Ya estaba marcando un número en el teléfono.

– Los de la oficina del sheriff pueden conseguir la dirección y llegar allí antes que nosotros.

Tenía cara de cabreo y me imaginé lo que debía de estar pensando: un par de ayudantes del sheriff van a ponerle las esposas a Sobek, a llevarse todos los titulares y a ser entrevistados por Katie Couric en las noticias de la mañana.

Miré a Lucy y le ofrecí mi mejor sonrisa tranquilizadora, pero ella no estaba por la labor.

– Ahí es adonde va a ir, Luce. Ahora no puedo regresar con vosotros, pero quedaos aquí hasta que vuelva. Luego os llevo a casa.

– No hace falta que me lleves a casa. -Su mirada era fría y distante. Estaba dolida.

Krantz se fue hacia la puerta cuando todavía estaba hablando por teléfono y llamó a Williams.

– Jerry, recogemos. Nos vamos de aquí.

Cuando salimos del comedor me giré hacia Lucy, pero ella no me miraba. No me hacía falta verla para saber lo que había en sus ojos: yo había vuelto a anteponer a otra persona.

Capítulo 37

Sobek no se ha movido desde hace casi una hora. El sol del desierto ha hecho que la temperatura en el interior de su Jeep casi llegue a los cincuenta grados y tiene la sudadera empapada, pero se imagina que es un lagarto depredador, inmóvil a pesar del calor infernal mientras espera a su víctima. Está blindado por sus músculos y su determinación, y su compromiso para con la misión no tiene igual. Si es necesario va a esperar el resto del día, y la noche, y todos los días que hagan falta.

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