Robert Crais - Los Ángeles requiem

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A Joe Pike le parece imposible empezar de cero en la ciudad de Los Ángeles, donde los fantasmas del pasado se ocultan tras las luces de neón. Sus días como policía siguen ensombreciendo su presente e influyendo en su actividad como investigador privado. Su única relación estable es la que mantiene con su socio, Elvis Cole, un perspicaz detective con su propio pasado oscuro. Cuando una antigua amante de Pike aparece asesinada en las colinas de Hollywood, Joe y Elvis inician, a instancias del padre de la victima, una investigación paralela a la policía, lo que levantará las suspicacias de los antiguos compañeros de Pike y acabará por enturbiar el asunto hasta límites insospechados.

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– Yo diría que hay dos puertas -aventuré-, una que da a la casita principal y otra lateral. Parece que hay algo en las ventanas.

– ¿Ves a alguien en la casa principal?

– No sé, pero no parece que haya movimiento.

– No he visto ningún coche.

– Ni yo. Pero podría ser uno de esos de la calle.

Nos cruzamos con Williams y Bruly, que se acercaban por el otro lado, y después giramos dos veces a la derecha y volvimos al AMPM. Cuando llegamos, los dos coches patrulla de Rampart estaban esperando. Nos detuvimos a su lado y dejamos el motor en marcha con el aire acondicionado encendido. Williams apareció casi al instante, y Krantz un minuto después. Todos fuimos hasta su coche.

– Hemos conseguido la orden por teléfono -nos contó-, así que podemos entrar. Stan, ¿cómo quieres que lo hagamos?

Dolan me dio un codazo. Krantz volvía a ponerse en manos de Watts.

– Primero hay que controlar las casas. Quiero sacar a esa mujer y a los niños. Vamos a poner uno de los coches patrulla en la casa, justo detrás del apartamento de Sobek, por si acaso sale huyendo por detrás. Los demás cubrimos las ventanas y las puertas. Si llamamos y no contesta, no quiero tirar la puerta abajo, porque entonces sabrá que hemos estado aquí. Podemos probar a forzar la cerradura, y si no es posible, romper una de las ventanas.

– ¿Cómo nos acercamos a la casa? -pregunté.

– Ya nos ocuparemos nosotros de eso -me contestó Krantz, frunciendo el entrecejo.

– Yo creo que en dos grupos -intervino Watts-, uno por el camino de acceso y el otro por el jardín lateral, al norte. Es importante no llamar la atención e ir con cuidado. Si no está en casa, mejor que no se entere de que hemos venido.

Krantz transmitió las órdenes a los coches patrulla, les describió a Sobek y les dio copias de las fotografías que había facilitado a la policía la agencia de trabajo. Les dijo que si le veían suelto debían considerarle peligroso y actuar en consecuencia.

Cuando los agentes de uniforme volvieron a sus coches, Krantz se giró hacia donde estábamos los demás y preguntó:

– ¿Todo el mundo lleva el chaleco?

– Cole no -contestó Dolan.

– Da igual -dijo Krantz, encogiéndose de hombros-. Se va a quedar aquí esperando. Y tú también.

– ¿Qué?

– Hasta aquí hemos llegado, Dolan. Me parece muy bien que te hayas apuntado a acompañarnos, pero esto es una operación del grupo operativo, y tú no formas parte del grupo operativo.

Dolan se abalanzó sobre Krantz con tanta rapidez que éste dio un bote. Williams se interpuso entre ellos.

– ¡Tranquila, Dolan!

– ¡No puedes hacerme esto, joder! -gritó ella-. ¡A este tío le hemos encontrado Cole y yo!

– Puedo hacer lo que me dé la gana. Mando yo.

– Esto es una putada, Krantz -dije-. Si pensabas hacerlo, deberías haber enseñado tus cartas delante de Bishop.

Krantz apretó las mandíbulas una vez más.

– He inspeccionado el terreno y he llegado a la conclusión de que lo mejor para el buen éxito de la operación es que sólo participen los miembros del grupo operativo. Nosotros solos ya vamos a parecer un ejército. Si vinierais Dolan y tú nos pisaríamos unos a otros y aumentarían las posibilidades de que alguien saliera mal parado.

Sonreí a Watts, pero estaba mirando al suelo.

– Ya. Es por seguridad… -contesté.

El rostro de Dolan se endureció hasta parecer una máscara de cerámica, pero su voz sonaba más calmada.

– No me dejes a un lado, Harvey. Bishop ha dicho que podía ir.

– Has venido. Estás aquí. Pero de aquí no pasas. Una vez que hayamos controlado la zona, podréis venir tú y tu novio.

Me pasó por la cabeza cómo sería darle una patada justo ahí. Al «novio» le encantaría hacerlo.

– ¿A qué viene esto, Krantz? -pregunté-. ¿Te da miedo que ella se lleve la gloria por hacer tu trabajo?

– Lo estás empeorando -dijo Watts.

Me encogí de hombros y di un paso atrás.

– Si queréis que me retire, vale, me retiro, pero Dolan se ha ganado participar en esto.

Krantz me observó con detenimiento.

– Te honra que te hayas ofrecido voluntario, Cole, pero lo que quieras o no quieras tú me la trae floja. Yo sigo creyendo que tu amiguito se cargó a Dersh y que tú colaboraste en su huida. Quizá Bishop esté dispuesto a pasarlo por alto, pero yo no. -Y dirigiéndose a Dolan, añadió-: Esto es lo que hay. El grupo operativo lo dirijo yo. Si quieres tener la más mínima oportunidad de volver a Robos y Homicidios, y subrayo lo de mínima, aparca el culo en ese coche y haz lo que te digo. ¿Queda claro?

Dolan se quedó blanca.

– Quieres que me porte como una buena chica, ¿verdad, Harvey?

Krantz se irguió y se ajustó el chaleco. Se le veía corpulento y deforme, como un espantapájaros desproporcionado.

– Eso es precisamente lo que quiero. Si te portas bien, incluso haré que te lleves parte del reconocimiento.

Dolan clavó la mirada en él.

Krantz les dijo a los demás que iban a ir en un solo coche (el suyo). Los cuatro se subieron a él y se alejaron.

– ¡Joder, Dolan, qué imbécil! -exclamé-. Lo siento.

Me miró como si yo no hubiera entendido demasiado bien la situación, y sonrió.

– Tú quédate aquí si quieres, superdetective, pero yo voy a ir por detrás.

* * *

No me pareció muy buena idea, pero eso no sirvió de nada. Se subió al BMW sin esperarme. Me quedaban dos opciones: quedarme allí siguiendo las instrucciones de Krantz o irme con ella.

Krantz había marchado por la calle delantera, así que nos acercamos por la trasera hasta donde esperaba el segundo coche patrulla. Los dos agentes de uniforme estaban de pie, apoyados contra el guardabarros, fumando mientras aguardaban la llamada del jefe.

– ¿Krantz ya os ha dicho algo? -les preguntó Dolan.

Contestaron que no.

– Vale. Vamos a acercarnos. Esperad la llamada.

– Dolan, esto no es muy inteligente. Si sorprendemos a uno de esos tíos puede que nos salte la tapa de los sesos -aseguré, pensando en Williams, que estaba tan en su papel que era capaz de pegarle un tiro a quien estornudara a su espalda.

– Ya te he dicho que te pusieras chaleco antibalas.

Perfecto.

En el terreno situado detrás del apartamento de Sobek había una casa de una sola planta del tamaño aproximado de una nevera portátil. No había nadie, sólo un perro amarillento en una especie de corral cercado de alambres. Me daba miedo que se pusiera a ladrar, pero se limitó a mover la cola y a mirarnos con ojos esperanzados. Dolan y yo avanzamos por el camino de acceso y entramos en un jardín trasero que estaba separado del de Sobek por una alambrada bastante descuidada, por la que subían las campanillas amarillentas y frágiles debido al calor. El garaje reconvertido estaba cerca de la valla y se veía con facilidad.

Dolan me silbó para que le prestara atención y me indicó con un gesto que saltáramos la alambrada.

Una vez en el lado de Sobek, nos separamos y rodeamos el edificio. Escuché atentamente junto a las ventanas e intenté ver algo, pero estaban tapadas con bolsas de basura negras, o eso me pareció. Quería decir que ocultaba algo, lo cual no me hizo ninguna gracia.

Dolan y yo nos encontramos cerca de la puerta principal y nos apartamos a un lado.

– No he conseguido ver nada -susurré-. ¿Y tú?

– Todas las ventanas están igual. No he visto ni oído nada. Si no es nuestro hombre, es un puto vampiro. Vamos a probar la puerta.

Stan Watts y Harvey Krantz entraron por el camino de acceso y se quedaron de una pieza al vernos. Krantz nos indicó con un gesto airado que nos acercásemos, pero Dolan le hizo un corte de mangas.

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