Robert Crais - Los Ángeles requiem

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A Joe Pike le parece imposible empezar de cero en la ciudad de Los Ángeles, donde los fantasmas del pasado se ocultan tras las luces de neón. Sus días como policía siguen ensombreciendo su presente e influyendo en su actividad como investigador privado. Su única relación estable es la que mantiene con su socio, Elvis Cole, un perspicaz detective con su propio pasado oscuro. Cuando una antigua amante de Pike aparece asesinada en las colinas de Hollywood, Joe y Elvis inician, a instancias del padre de la victima, una investigación paralela a la policía, lo que levantará las suspicacias de los antiguos compañeros de Pike y acabará por enturbiar el asunto hasta límites insospechados.

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Laurence Sobek se aleja en su coche para cometer un asesinato.

Capítulo 34

Dolan salió disparada de casa de Drusilla Sobek como si fuera a participar en una de esas carreras en las que el objetivo es destrozar coches viejos. Temblaba de emoción.

– Tenemos a ese hijo de puta. Estaba delante de nuestras narices, pero ahora ya lo tenemos.

– No, Dolan, aún no lo tenemos. Ya es hora de informar al departamento.

Al mirarme me di cuenta de lo que le pasaba por la cabeza: estaba pensando que le gustaría ponerle las esposas ella misma para que Krantz, Bishop y su maldito grupo operativo no tuvieran nada que ver con la detención.

– Esto es lo que querías, Samantha. Con esto vuelves al equipo, siempre que no hagas cabrear más aún a Bishop.

No le hacía demasiada gracia la idea, pero acabó cediendo.

– Este tío trabaja de día, así que seguramente está en Parker Center en este momento. Voy a ponerlo en la mesa de Bishop yo misma. Tenemos los expedientes y el cuaderno de Wozniak. Voy a ponérselo en bandeja a Bishop, y a Krantz que le den por el culo.

– Lo que tú digas. Tengo que hacer una llamada. Para en algún sitio.

– Llama con el mío. Lo llevo en el bolso.

– Prefiero una cabina. No tardaré mucho.

Me miró como si me hubiera vuelto loco.

– Sobek está allí en este mismo instante.

– Tengo que llamar, Dolan.

– Vas a llamar a Pike.

Me quedé en silencio.

– ¡Lo sabía, joder!

Dio un volantazo y se metió en una gasolinera. Pasó a toda pastilla junto a un grupo de gente que esperaba para subir a un autocar. Pegó un frenazo delante de las cabinas y dejó el motor en marcha.

– No te tires todo el día, joder.

Hice lo mismo que ya había hecho antes: llamé al contacto de Pike, le di el número de la cabina y colgué. Pike me llamó a los dos minutos. Por el ruido de fondo me di cuenta de que hablaba desde un móvil.

– Hemos acertado, Joe. Es Sobek.

– ¿Está detenido?

– Aún no. Quería avisarte de que vamos a ir a contárselo a Bishop. Si tenemos suerte, Sobek confesará lo de Dersh. Si no, puede que encontremos algo que lo incrimine con ese asesinato y que te deje libre.

– Va a salir lo de Woz.

– Pues sí. Tenemos que enseñar la libreta de Wozniak para relacionar a Sobek con DeVille y con el propio Wozniak. Cuando se destape el asunto van a rebuscar en lo que pasó entre vosotros dos en aquella habitación. Sólo quería avisarte. Cuando hayamos acabado con Bishop llamaré a Charlie, y después iré a ver a Paulette y a Evelyn para que no las pille por sorpresa.

– No hace falta. Ya voy yo.

No supe qué decir. Sonreí.

Dolan hizo sonar el claxon.

– Ha pasado mucho tiempo. Supongo que ya es hora de hablar -reconoció Pike.

– Vale, pero no te arriesgues hasta que Sobek confiese lo de Dersh. Aún te buscan, y no sabemos lo que vamos a sacarle.

Volví al coche y Dolan pegó un viraje brusco dentro de la gasolinera, se coló por delante del autocar y salió disparada hacia el río de Los Ángeles.

– Dolan, ¿alguna vez te has cargado a alguien con esta máquina?

– Si tienes miedo, apriétate el cinturón. No te va a pasar nada.

Vi que sonreía. También a mí se me escapó una sonrisa.

Al llegar a Parker Center, Dolan no perdió tiempo en entrar en el aparcamiento y dejó el coche en la zona en la que estaba prohibido estacionar, delante del edificio. Entramos a la carrera y pasamos gracias a que ella enseñó la placa al vigilante de la entrada. Miré a toda la gente con la que nos cruzamos, por si Sobek estaba por allí aguantando la puerta del ascensor o algo así, pero no lo vi.

Llegamos a Robos y Homicidios, y Watts y Williams arquearon las cejas al vernos. Dolan se metió como una flecha en el despacho de Bishop y le sorprendió al teléfono.

– Tenemos al asesino -aseguró.

Bishop tapó el auricular con la mano, molesto.

– ¿No ves que estoy al teléfono?

Dejó la fotografía de Sobek encima de la mesa.

– Su verdadero nombre es Laurence Sobek. Aquí hay otra foto de cuando lo ficharon, siendo menor. Aún utilizaba su nombre. Es el asesino, Greg. Lo tenemos.

Bishop anunció a la persona con la que estaba hablando que la llamaría cinco minutos después y colgó. Se acercó a las fotografías. Sobek había ganado musculatura y cambiado de aspecto, pero al ver las imágenes una al lado de la otra quedaba claro que era la misma persona.

– Pero si es Woody… Woody Nosequé.

– Se llama Curtís Wood -afirmé-. Es un civil que trabaja aquí. Lleva el carrito del correo.

Krantz y Watts aparecieron en la puerta. Williams estaba detrás, de puntillas para ver qué pasaba.

– ¿Hay algún problema, capitán? -preguntó Krantz.

– Ay, Krantz -se rió Dolan-. Como si tú pudieras hacer algo.

– Dicen que es nuestro asesino, Harvey. ¿De dónde habéis sacado la de joven?

– De la ficha de detención juvenil. La más reciente nos la ha dado su madre.

Les mostré las páginas que habíamos copiado de la libreta de Abel Wozniak, destacando los pasajes que mencionaban a Sobek y a DeVille, y su relación, y después la copia de la ficha juvenil de Sobek, en la que Wozniak aparecía como uno de los agentes que le habían arrestado.

Antes de que yo terminara de hablar, Krantz ya estaba poniendo mala cara, como si hubiera mordido una zanahoria podrida.

– Esto sólo demuestra que tenemos a alguien que trabaja con nombre falso. Podría ser perfectamente que se lo hubiera cambiado legalmente debido a los problemas que tuvo de joven.

– No, Krantz. Tenemos más que eso.

– ¿Ya has encontrado alguna relación entre las seis víctimas, Harvey? -preguntó Dolan.

Él la miró en silencio, receloso. Se notaba que quería decir que no estaban relacionadas, pero sabía que Dolan no se lo habría preguntado si no estuviera a punto de soltar algo gordo. Lo que hizo fue dirigirse a mí.

– ¿Qué tienes tú que ver con todo esto?

– Si Sobek se cargó a las seis víctimas, seguramente también mató a Dersh.

Miró a Bishop, con el entrecejo fruncido.

– Esto es un chanchullo -dijo-. Es una sandez que se ha inventado Cole para salvar a Pike.

Bishop no parecía muy convencido, y Stan Watts estaba dando vueltas a lo que habíamos dicho.

– ¿Qué relación tienen? -quiso saber.

– Leonard DeVille era el pedófilo que estaba en el motel cuando murió Abel Wozniak. Éste y Pike habían ido allí tras recibir un soplo, seguramente de Sobek, para buscar a una niña que se llamaba Ramona Escobar.

– Me acuerdo -asintió Watts.

– Cole ha ido deshaciendo la madeja desde Dersh, buscando quién podía tener un motivo para matarle y colgarle el muerto a Pike.

– Esto es una estupidez -exclamó Krantz-. Lo mató Pike.

Bishop levantó la mano, pensativo.

– ¿Y de ahí cómo llegas a DeVille? -me preguntó Watts.

– No buscaba un vínculo a través de DeVille. Creía que tenía que ser a través de Wozniak, pero ha resultado que no.

– Intentamos sacar el expediente de DeVille del archivo -prosiguió Dolan-, pero ha desaparecido. Sobek debe de haberse colado para robarlo. Esta copia la he conseguido de la fiscalía. Ésta es la lista de testigos de esa carpeta. Salen las seis víctimas.

Bishop se quedó mirándola sin expresión alguna durante un largo y tenso silencio. Nadie más se movió en la habitación. Finalmente, dijo en voz baja:

– De puta madre. De purísima madre. Están las seis víctimas.

Mientras Krantz leía la lista, Watts y Williams miraban por encima de sus hombros. Este último soltó un silbido.

– Vale, esto tiene buena pinta -concluyó Bishop-. Esto ya es mucho, pero ¿qué tenéis que vincule a Sobek con los asesinatos?

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