– ¿Por qué no me has devuelto la llamada? -le pregunté.
– No he mirado el contestador. Oye, si quieres que hable con tu amiguita, vale. Siento lo de anoche.
– Tranquila.
Le pasé la libreta de Wozniak.
– ¿Qué es esto? -Recogió un paquete de cigarrillos del suelo y encendió uno. Soltó una nube de humo que me recordó a un volcán en actividad.
– Un diario que llevaba Abel Wozniak.
– ¿Abel Wozniak? ¿El compañero de Pike?
– Lee las páginas que he señalado.
Arrugó la frente mientras pegaba otra calada al cigarrillo, y se puso a leer. Pasó varias páginas y avanzó un poco a partir del punto que le había marcado. Al terminar me miró. Se había olvidado del cigarrillo.
– ¿Crees que ese chaval le contó algo de DeVille?
– Este crío tenía relación con Wozniak, eso es seguro. Le delató alguien llamado «el Coopster». Si ése es DeVille, ya tenemos también una relación con Karen García.
– O sea que según tú Sobek se cargó a Dersh -me dijo entornando los ojos.
– Lo que digo es que a lo mejor ha matado a todo el mundo. Krantz y los federales andan detrás de un asesino en serie, pero puede que se hayan colado, Dolan. Al principio pensé que la vinculación tenía que ser a través de Wozniak, pero a lo mejor estos asesinatos no tienen nada que ver con él. A lo mejor están relacionados con DeVille.
Frunció el entrecejo, malhumorada.
– Yo era uno de los agentes que intentaron encontrar una relación, perdona que te lo recuerde. No descubrimos nada.
– ¿Investigasteis lo de DeVille?
Hizo un gesto con el cigarrillo.
– ¿Y a santo de qué?
– No lo sé, Dolan. No sé por qué no encontrasteis nada, pero pediste el expediente de DeVille al archivo de la fiscalía, ¿verdad? Vamos a buscarlo y a ver qué pone.
Dio otra calada y se quedó mirando el humo fijamente. Casi se veían sus pensamientos: estaba analizando y sopesando las posibilidades de todo aquello. Podía ser su oportunidad de volver a su puesto. Si descubría algo que hiciera avanzar el caso, tal vez pudiera quedarse en Robos y Homicidios y salvar su carrera.
Se levantó del sofá repentinamente, fue hasta donde estaba el teléfono y llamó a Stan Watts. Le preguntó si le había llegado algo del archivo de documentación de la fiscalía.
– Dame cinco minutos -me dijo al colgar.
Se duchó y se vistió. Tardó casi veinte.
– Mueve tu coche y vamos con el mío -dijo cuando salimos.
– Ni hablar, Dolan, que me acojonas.
– Muévelo o doy marcha atrás y lo dejo hecho chatarra.
Arrancó el BMW mientras yo apartaba mi coche.
Fuimos hasta Parker Center sin apenas hablar por el camino, cada uno pensando en lo suyo. Dolan se detuvo en la zona donde estaba prohibido aparcar, delante de la entrada principal. Me pidió que no tocara nada y entró a toda prisa. Diez minutos después salía con el expediente de DeVille.
– No me habrás toqueteado la radio, ¿verdad?
– No, no he tocado nada.
Paramos una manzana más allá en un pequeño aparcamiento. Dolan abrió la carpeta primero. Fue pasando hojas sin casi mirarlas y dejándolas en el suelo.
– ¿Qué es eso?
– El rollo legal. Esto no nos sirve de nada. Lo que queremos es la presentación del caso del inspector.
Había llevado la investigación un inspector de segundo grado de Delitos Sexuales del distrito de Rampart, un tal Krakauer. Dolan me contó que la presentación era la suma total de las pruebas reunidas y utilizadas en la preparación del caso, y que incluía también declaraciones de testigos, pruebas testimoniales e interrogatorios: absolutamente todo lo que el inspector hubiera ido acumulando.
Una vez que hubo separado la cuestión legal, Dolan dividió la presentación en dos y me dio la segunda mitad.
– Ponte a leer. El caso estará dividido por temas y cronología.
Yo esperaba encontrar algún indicio de que Sobek estuviera relacionado con DeVille y que había sido el confidente que había llevado a Pike y a Wozniak a aquella habitación de motel en la que había muerto Woz, pero casi todo lo que leí se centraba en Ramona Ann Escobar. Había declaraciones de sus vecinos, del recepcionista del motel y de sus padres, y una transcripción de una declaración de Ramona en la que contaba que DeVille le había dado diez dólares por quitarse la ropa. Ramona Ann Escobar tenía siete años por aquel entonces. No era un tema agradable, pero tuve que leerlo con la esperanza de encontrar algo sobre Sobek.
Aún estaba buscando cuando Dolan exclamó en voz baja:
– ¡Me cago en todo!
Estaba pálida y tensa.
– ¿Qué?
Me pasó una lista de testigos que incluía los nombres de las personas que habían presentado quejas contra DeVille. Era larga y al principio no entendí nada hasta que Dolan me señaló un nombre a media página.
Karen García.
– Sigue leyendo -me pidió, con la cara todavía lívida.
Estaban todos: las cinco primeras víctimas y la más reciente, Jesús Lorenzo. No aparecía Dersh, pero era la excepción.
– Tenías razón, hijo de puta -me dijo Dolan clavando en mí los ojos-. No se los carga al azar. Tienen relación. Está acabando con todos los que contribuyeron a la detención de Leonard DeVille.
Sólo acerté a asentir.
– A lo mejor sí que eres el mejor detective del mundo, joder.
Sólo una de las seis víctimas había llegado a declarar contra DeVille; era Walter Semple, que lo había visto en el parque en el que había desaparecido la niña. Los demás formaban parte de lo que Dolan llamaba «el montón», personas a las que Krakauer había interrogado porque habían presentado quejas por delitos sexuales contra un hombre que el inspector creía que debía de ser DeVille, pero no estaban directamente relacionadas con el caso que al final había llevado a acusación y la condena.
El pecho de Dolan se movía como un fuelle mientras leíamos el resto del expediente. Se había incluida una copia del acta de detención de DeVille en la que aparecían diversos alias, entre ellos el de Coopster.
– ¡Es Sobek! -exclamé-. Tiene que ser Sobek. Tenemos que enseñarle esto a Krantz. Hay que avisar a todas las personas que salen en esta lista.
– Aún no. Quiero más.
– ¿Cómo que quieres más? Esto lo cambia todo. Se van a quedar de piedra.
– Esto relaciona a Sobek con DeVille, pero no demuestra que sea el asesino. Si consigo llevarles hasta el asesino, Bishop se verá obligado a devolverme mi puesto.
– Ya tienes algo, Dolan. Hemos encontrado la relación entre esas personas y tenemos pistas. Vas a darle la vuelta al caso.
– Quiero más. Quiero ponérselo todo encima de la mesa bien masticadito. Quiero el titular, Cole. Quiero agarrar a Krantz de la nuca y meterle la cabeza dentro. Quiero que esté tan clarito que a Bishop no le quede otra salida que aceptarme de nuevo en el equipo.
Pensé que de estar en su lugar yo también lo desearía con todas mis fuerzas, y estando en el mío aún lo deseaba más: atrapar al asesino quizá serviría para limpiar el nombre de Pike.
– Vale, Samantha. Vamos a buscar a este tío.
* * *
Volvimos a su casa. Se tiró casi dos horas al teléfono, pero conseguimos enterarnos de que Laurence Sobek no estaba en el sistema penitenciario adulto, y allí no constaba su situación actual. Eso significa que o bien se había reformado y no había vuelto a tener problemas con la ley o que se había ido a otro sitio antes de cumplir los dieciocho años. También cabía en lo posible que estuviera muerto, naturalmente. No era un final nada insólito para un chapero.
Mientras Dolan estaba al teléfono, entré en la cocina a por un vaso de agua. En la puerta de la nevera había millones de fotografías sostenidas por pequeños imanes, entre ellas varias de Dolan posando con la actriz que había interpretado su papel en la serie. Samantha tenía aspecto de poder pegarle una buena paliza a cualquiera y además disfrutar con ello, en cambio la actriz más bien parecía una heroinómana anoréxica. El mundo del espectáculo.
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