Joe describió la ruta que había seguido y yo también la anoté. Pensaba seguir el mismo camino durante el día y después otra vez a la misma hora que él, para buscar a cualquier persona que le hubiera visto.
– Me paré en los riscos de Ocean Avenue entre Wilshire y San Vicente, desde donde se ve el agua. Allí hablé con una chica. Se llamaba Trudy.
Nos la describió.
– ¿Y el apellido? -quiso saber Charlie.
– No se lo pregunté. Iba a encontrarse con alguien que se llamaba Matt. Llegó una furgoneta negra. Una Dodge nueva, sin matrícula ni distintivo de concesionario, que yo viera. Con ventanillas traseras personalizadas. Se subió y se fueron. El que estaba dentro tuvo que verme.
– ¿Cuándo fue eso? -pregunté.
– Llegué a los riscos a eso de las tres menos diez. Y me puse a correr de nuevo a las tres.
Charlie arqueó las cejas.
– ¿Estás seguro de la hora?
– Sí.
– Eso es sólo quince minutos más o menos antes de que la anciana oyera el disparo. Es imposible que fueras desde el mar hasta la casa de Dersh en quince minutos. Ni siquiera a las tres de la mañana.
Charlie asintió. Lo estaba pensando y le gustaba.
– Vale. Tenemos algo. Tenemos a la chica, quizás. Y si fuiste corriendo por ahí puede haber muchos posibles testigos. -Se me quedó mirando y añadió-: ¿Vas a empezar con eso?
– Sí.
Alguien llamó a la puerta y Charlie gritó que pasara. Williams metió la cabeza.
– Ha llegado el fiscal.
– Enseguida vamos.
Cuando hubo cerrado la puerta, Joe preguntó:
– ¿Y qué hay de la fianza?
– Tienes la tienda. Tienes una casa. Todo eso va a servir cuando intente convencer al juez de que no pretendes huir. Sin embargo, en un caso de asesinato todo depende de las pruebas que tengan. Branford va a darle muchas vueltas a lo de la vieja, pero él sabe, lo mismo que el juez, que un testigo presencial ofrece la prueba menos fiable que puede admitirse. Si sólo cuenta con la viejecita, lo tenemos bien. Tú quédate quieto y no te preocupes, ¿vale?
Pike me dirigió aquellos ojos azules tranquilos y me entraron ganas de saber qué había tras ellos. Parecía relajado, como si le hubieran pasado cosas mucho peores y nada de lo que pudiera suceder allí fuera comparable. Ni siquiera allí. Ni siquiera ante una acusación de asesinato.
– No te olvides de Karen -me pidió.
– No, pero ahora tiene prioridad lo tuyo. Edward Deege fue asesinado. Lo encontraron junto a un contenedor.
Ladeó la cabeza.
– ¿Cómo?
– Dolan dice que parece una pelea callejera, pero los de Hollywood tienen el caso. Están investigando.
Pike asintió.
– Voy a buscar a Trudy.
– Ya lo sé.
– No te preocupes.
– No estoy preocupado.
Me saqué las gafas de sol del bolsillo y se las ofrecí. Las miró de reojo.
– Krantz me las quitaría.
– Venga, no nos entretengamos, que no tenemos todo el día -dijo Charlie.
Me metí las gafas en el bolsillo y salí tras él.
* * *
Robert Branford era un hombre alto de manos grandes y cejas arqueadas. Salió al pasillo a recibirnos y nos llevó a una sala de reuniones en la que Krantz estaba sentado a la cabecera de una larga mesa. En un rincón había un televisor y un vídeo, y sobre la mesa habían dispuesto un montoncito de carpetas y libretas. El televisor estaba encendido y mostraba una pantalla azul. Me pregunté qué habrían estado viendo.
– Eh, Robby -dijo Charlie cuando aún no habíamos acabado de entrar-, ¿ya has visto a la testigo?
– ¿A la señora Kimmel? No, aún no. Tengo que verla después de la comparecencia.
– Mejor que la veas antes.
– ¿Y eso por qué, Charlie? ¿Tiene tres cabezas?
Charlie hizo un gesto con la mano como si estuviera bebiendo.
– Le gusta empinar el codo. Krantz, me extraña que hayas podido estar tanto tiempo a su lado durante el reconocimiento. A mí casi me tumba de espaldas cuando he pasado cerca de ella.
Branford se había acercado a su maletín y estaba sacando papeles de varias carpetas de color marrón claro. Levantó las cejas mirando a Krantz, que tuvo la decencia de reconocerlo.
– Sí, bebe.
Charlie se sentó a la mesa sin molestarse en abrir el maletín.
– ¿Te ha contado Krantz lo del M1? Si vas a su casa, mejor que ondees una bandera blanca antes de bajar del coche.
– Se lo he contado, Bauman -replicó Krantz-. ¿Qué tiene que ver eso?
Charlie puso cara de ingenuo y se encogió de hombros.
– Sólo quería asegurarme de que Robby sabe dónde se mete. Una borrachina de setenta y ocho años reconoce a un tío al que ha intentado cargarse con un rifle Garand M1. Eso quedará muy bien en el juicio.
– Ya, Bauman. Estás pensando en lo que más me conviene. -Branford se rió. Sacó un montoncito de hojas de su maletín y se las pasó a Charlie-. Aquí está la declaración de la señora Kimmel, además de los informes escritos por los agentes que respondieron a su llamada. Todavía no tenemos nada del forense ni del criminólogo, pero en cuanto nos llegue algo te lo pasamos.
Charlie hojeó los documentos distraídamente.
– Gracias, Robby. Espero que tengáis algo más aparte de la señora Kimmel para presentar al tribunal.
– Pues sí, pero empezaremos con ella. Tenemos un testigo presencial que sitúa a vuestro hombre en la escena del crimen y que lo ha identificado en una rueda de reconocimiento. Segundo, las muestras han dado positivo: se confirma que Pike ha disparado un arma recientemente.
– Es que tiene una armería. Dispara todos los días -señalé yo.
– Ya -intervino Krantz-, y esta noche ha disparado un tiro de más.
– ¿La SID ha cotejado la bala y el arma de Pike? -preguntó Charlie, haciendo caso omiso del comentario de Krantz.
– Ahora mismo tienen las armas y están haciendo las pruebas.
– ¿Sabéis cuántas armas hemos encontrado en su casa? -preguntó Krantz-. Doce pistolas, cuatro escopetas y ocho rifles, dos de ellos armas de asalto totalmente automáticas. Joder, este tío está pidiendo a gritos que aprueben una ley de control de armamento.
– Ya, ya, ya -le cortó Charlie, haciendo un gesto que indicaba que había prisa-, y todas y cada una de esas armas están registradas legalmente. Te adelanto algo, Kobby: no van a concordar.
– Puede que no -contestó Branford, encogiéndose de hombros-, pero no importa. Es ex policía. Sabe perfectamente que le conviene deshacerse del arma. ¿Tiene coartada?
– Pike estaba en Santa Mónica -respondió Charlie, con cara de pocos amigos-. En la playa.
– Vale. Te escucho.
– Estamos buscando a los testigos en este momento.
– Y yo voy y me lo creo -contestó Branford, que no consiguió llegar a sonreír. Acercó la silla al maletín y se recostó. Quizá lo había ensayado con Krantz-. Tenemos el móvil: Karen García. Pike culpaba a Dersh del asesinato de su novia. Estaba metido en la investigación y le daba muchísima rabia que todo el mundo supiera que Dersh era el asesino pero que la policía fuera incapaz de conseguir pruebas.
– Su relación terminó hace años -intervine-. Habla con el padre y compruébalo.
– ¿Y eso qué importa? Cuando se trata de mujeres, los hombres se vuelven muy raros -sentenció. Sacó otra carpeta del maletín y la dejó caer en la mesa-. Además, tampoco es que estemos ante el hombre más estable del mundo. Sólo hay que ver sus antecedentes. ¿Ves en cuántos tiroteos ha estado metido? ¿Ves a cuánta gente ha matado? Estamos ante un tío al que no le importa en absoluto utilizar la fuerza bruta y matar para resolver sus problemas.
Yo observaba a Krantz, que asentía cada vez que Branford decía algo. Aunque de momento no tenían mucho material, Krantz estaba seguro de sí mismo y no parecía preocupado en absoluto por lo endeble que resultaba tener que recurrir al historial previo de Pike. Incluso Branford parecía satisfecho, como si supiera que no estaba diciéndonos nada de peso.
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