Robert Crais - Los Ángeles requiem

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A Joe Pike le parece imposible empezar de cero en la ciudad de Los Ángeles, donde los fantasmas del pasado se ocultan tras las luces de neón. Sus días como policía siguen ensombreciendo su presente e influyendo en su actividad como investigador privado. Su única relación estable es la que mantiene con su socio, Elvis Cole, un perspicaz detective con su propio pasado oscuro. Cuando una antigua amante de Pike aparece asesinada en las colinas de Hollywood, Joe y Elvis inician, a instancias del padre de la victima, una investigación paralela a la policía, lo que levantará las suspicacias de los antiguos compañeros de Pike y acabará por enturbiar el asunto hasta límites insospechados.

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– No entiendo qué tenéis para acusar a Joe -observé.

Me miraron.

– A la vieja -afirmó Branford.

– ¿Conoce a Joe de vista? ¿Llamó a la policía y dijo que había visto a Joe Pike pasar a hurtadillas al lado de su casa?

– Adivina cómo se nos ocurrió, Sherlock -dijo Krantz, descruzando los brazos-. Aparte de él, ¿hay alguien más a quien se le ocurra andar por ahí en plena noche, sin mangas, con esos tatuajes y con gafas de sol?

– Alguien que quisiera disfrazarse de Joe Pike, Sherlock.

– Venga ya, por favor, Cole -se burló-. No hace falta ser Einstein para resolver esto.

Charlie metió en su maletín los papeles que le había dado Branford y se levantó.

– Tenéis poca cosa. Muy poca. Yo que venía con la idea de que ibais a sacarme pruebas de peso como las huellas de Pike en el pomo de la puerta de Dersh, y todo lo que me decís es que no os hace gracia que se dedique a vender armas para ganarse la vida. Esto no vale nada, Robby. Conseguiré que la vieja me diga que ha visto a Santa Claus y que el juez os mande a casita entre risas.

– Bueno, en realidad hay algo más -soltó Robby Branford, de repente con aire petulante-. ¿Queréis verlo ahora?

No esperó a que le contestáramos. Fue hasta el vídeo y pulsó el botón «play».

La pantalla se llenó con la imagen en color, sin sonido, de un vídeo de vigilancia que mostraba la parte trasera de una casa. Tardé un momento en darme cuenta de que era la de Dersh. Sólo la había visto por delante.

– Ésta es una cinta de vigilancia de la casa de Dersh -explicó Krantz-. ¿Veis la fecha ahí abajo?

La fecha y la hora estaban en la esquina inferior izquierda de la pantalla. Había sido grabado tres días antes del entierro de Karen García. Era el día que me había enterado de la verdad sobre las cinco víctimas. Era el día que Pike había ido a ver a Dersh.

Se veía un gran ventanal del estudio de Dersh y dentro dos figuras borrosas que me parecieron Eugene Dersh y otro hombre.

– Ése no es Pike -dije.

– En efecto, tienes razón. Mirad aquí, más allá del extremo de la casa, donde se ve la calle.

Krantz tocó la esquina superior izquierda de la pantalla. Se veía parte del camino de acceso a la casa y, detrás, la calle. Apretó un botón y la imagen se ralentizó. Unos segundos después entró en el encuadre el morro de un Jeep Cherokee rojo. Cuando aparecieron las ventanillas, congeló la imagen.

– Ése es Pike -afirmó.

Charlie palideció y sus labios formaron una línea fina y oscura.

La imagen avanzaba poco a poco. Joe giraba la cabeza. Joe miraba la casa. Joe desaparecía.

– Cuando el jurado vea esto, sumará dos y dos y pensará lo mismo que nosotros. Pike se acercó a la casa para inspeccionar el terreno, preparándose para apretar el gatillo.

Robby Branford se metió las manos en los bolsillos, satisfecho de sí mismo y de sus pruebas.

– Ahora ya tiene mejor cara, ¿verdad, Charlie? Yo creo que tu amigo se va de cabeza a la cárcel.

Charlie Bauman me agarró del brazo y dijo:

– Venga. Vamos fuera a hablar de esto.

* * *

Charlie siguió agarrándome del brazo hasta que me solté de una sacudida en la zona en la que fichaban a los sospechosos.

– No es lo que parece. Eso fue tres días antes del entierro de Karen García. Pike sólo fue hasta allí para ver a Dersh.

– No hables tan alto. ¿Por qué fue a ver a Dersh?

– Yo acababa de enterarme de que había otras víctimas y de que Krantz sospechaba que Dersh era el asesino.

– ¿Y Pike quería ir a ver al sospechoso?

– Sí. Básicamente era eso.

Charlie me llevó hasta los ascensores y miró alrededor para comprobar que no nos oía nadie.

– ¿Fue a hablar con Dersh? ¿Fue a preguntarle si había sido él?

– No, sólo quería verle.

– ¿Sólo quería verle?

– Sí, quería comprobar si le daba la impresión de que era el asesino.

Charlie suspiró y agitó la cabeza.

– Ya me veo explicándoselo a un jurado: «Señoras y señores, tienen que comprender que mi cliente es todo un iluminado y que sólo quería comprobar si la víctima le daba vibraciones de asesino o no». -Volvió a suspirar-. Esto sí que nos va a perjudicar. Y mucho.

– ¿Saldrá en la comparecencia judicial?

– Claro que saldrá. Mira, ya te digo ahora que Joe va a pasar a disposición judicial y que lo juzgarán. Ya no tenemos que preocuparnos del juez de la comparecencia. Ahora tenemos que pensar en el jurado.

– ¿Y qué hay de la fianza?

– No sé. -Charlie se sacó un paquete de cigarrillos del bolsillo de la chaqueta y se llevó uno a la boca. Estaba nervioso.

– Aquí no se puede fumar. Es un edificio público -le amonestó un policía que pasaba por allí.

Charlie lo encendió.

– Pues arrésteme.

El policía se rió y siguió su camino.

– Mira, Elvis, no voy a decirle a un jurado que Pike sólo quería verle. Ya montaré una historia más creíble, aunque esto no tiene muy buena pinta -reconoció. Miró la hora-. Van a transferirle al juzgado de lo penal dentro de unos minutos. Voy a ir hasta allí a hablar con él otra vez antes de la comparecencia.

– Nos vemos allí.

– No. Tú ve a buscar a la chica que Pike vio en la playa. No sirve de nada que permanezcas sentado a mi lado en una habitación.

Se abrieron las puertas de un ascensor y entramos. Dentro había dos mujeres y un hombre obeso. La más baja de las dos puso mala cara al ver el cigarrillo de Charlie.

– Aquí no se puede fumar.

Charlie soltó una columna de humo e hizo un gesto con la mano.

– Perdón. Ahora mismo lo apago.

No lo apagó.

– ¿Lo ves muy negro, Charlie?

Bauman dio una larga calada y soltó una enorme nube de humo hacia la mujer.

– Me veo intentando llegar a un acuerdo con el fiscal para que reduzca los cargos si Pike se declara culpable. ¿Te parece eso muy negro?

Capítulo 24

Al recorrer Parker Center en dirección a la salida, las voces de la gente que había a mi alrededor sonaban distantes y metálicas. El mundo había cambiado. Karen García en serie y Eugene Dersh habían desaparecido. La policía creía que el asesino estaba muerto, pero daba igual si no lo estaba.

Lo único que importaba era que Joe se hallaba en la cárcel y que había que salvarle.

Me pasé la tarde siguiendo la ruta de diez kilómetros por la que Pike había corrido la noche anterior, anotando todos los comercios que vi por el camino que pudieran estar abiertos las veinticuatro horas. Cuando llegué a la parte de Ocean Avenue en la que Pike había visto a la chica, dejé el coche y fui andando. Por todo el parque había grupitos de vagabundos, algunos dormían encima de mantas al sol de la mañana, otros se agrupaban en corros o se dedicaban a rebuscar en los contenedores de la basura. Les desperté si estaban durmiendo o les interrumpí si estaban hablando para preguntar si alguien conocía a Trudy o a Matt, o si la noche anterior habían visto a un hombre que corría con las gafas de sol puestas aunque estuviera oscuro. Casi todos dijeron que sí, y casi todos mintieron. Trudy era alta y delgada, o bajita y gorda, o tenía un solo ojo. El de las gafas de sol era un tipo negro que buscaba gente a la que robar órganos para venderlos, o también un agente del Gobierno que quería hipnotizarles. Los esquizofrénicos fueron de gran ayuda. No paré a comer.

Recorrí todos los hoteles de Ocean Avenue, preguntando los nombres del personal de noche, y al terminar me fui a casa a toda prisa a empezar a llamar. Había tardado casi cinco horas en terminar la primera reconstrucción de la carrera nocturna de Joe, y me había quedado con la desalentadora idea de que iba rezagado.

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