Dolan no contestó.
– ¿Dolan? ¿Estás ahí?
– Me da en la nariz que tú también podrías ser muy peligroso.
No respondí a su comentario. Prefería dejar que pensara lo que quisiera.
– Vale, superdetective -suspiró-. ¿Qué quieres?
– El que mató a Dersh podría haber estado relacionado con Joe a través de Karen García, y en esa época Joe iba de uniforme. Su compañero se llamaba Abel Wozniak.
– Sí, claro, el poli que se cargó Pike.
– No hace falta que lo digas así, Dolan.
– Sólo hay una forma de decirlo.
– Quiero saber quién podría odiar tanto a Pike como para cargarse a Dersh y colgarle el muerto. Voy a necesitar expedientes e historiales, y no puedo conseguirlos sin ayuda.
Volvió a quedarse callada.
– ¿Dolan?
– Tienes la cara muy dura, no sé si lo sabes. Estoy metida en un lío muy gordo.
Me colgó.
Volví a llamarla, pero había dejado el teléfono descolgado. Comunicaba. Llamé cada cinco minutos durante la media hora siguiente. Comunicaba.
– Mierda.
Veinte minutos después, sentado a la mesa del comedor, cuando estaba pensando en llamarla otra vez, entró Lucy. Se quitó la chaqueta y los zapatos, y fue hasta la nevera sin mirarme.
– Supongo que te has enterado de lo de Joe.
– He seguido el tema en el trabajo. Hemos mandado a un periodista a la comparecencia.
No se había acercado a darme un beso ni me había mirado todavía.
– ¿Quieres que te prepare algo de comer?
Negó con la cabeza.
– ¿Y una copa de vino?
– Quizás un poco más tarde.
Miraba el interior de la nevera.
– ¿Qué pasa?
La cerró.
– No sabía todo eso acerca de Joe.
La tensión de todo el día se me acumuló en los hombros.
– He visto el vídeo de Branford pidiendo que no le concedieran la fianza. Ha hablado de todos los tiroteos en los que ha estado involucrado Joe y de todos los hombres que ha matado.
La tensión se convirtió en un dolor que era como una puñalada.
– Yo le consideraba un hombre fuerte y callado que era amigo tuyo; en cambio ahora tengo la sensación de que no le conozco de nada. No me hace ninguna gracia saber todo eso. No me gusta conocer a un hombre que hace cosas así.
– Sabes que te trata bien y con respeto. Sabes que es bueno con Ben, y que es mi mejor amigo.
A sus ojos asomó un sentimiento a medio camino entre la confusión y el miedo.
– Branford ha dicho que ha matado a catorce hombres.
Me encogí de hombros.
– Los Ángeles, ciudad de excesos.
– No le veo la gracia.
Intenté aliviar el dolor, pero no había nada que hacer. Habría deseado llamar de nuevo a Dolan, pero me contuve.
– Los hombres que ha matado intentaban matarle a él, o a alguien que Joe quería proteger. No es un asesino a sueldo. Nunca ha matado a nadie por dinero ni por el mero hecho de acabar con él. Si ha matado es porque estaba en una situación extrema en la que era necesario hacerlo. Lo mismo que yo. A lo mejor los dos tenemos algo malo. ¿Es eso lo que quieres decir?
Lucy se acercó a la puerta pero no entró.
– No, no se trata de eso. Es que hay que asimilar muchas cosas. Lo siento. No quería ponerme así. -Sonrió, pero estaba nerviosa-. No te he visto en todo el día y te he echado de menos, y con todo este asunto de Joe aún te he echado más en falta. Es que no sé qué pensar. He leído los documentos que Branford ha presentado al tribunal y lo que he visto me ha asustado.
– Eso es lo que pretendía, Lucy. Por eso Branford ha utilizado eso para pedir que no le concedieran la fianza. Ya lo sabes.
Sentí el impulso de levantarme e ir a su lado, pero no podía. Pensé que quizás ella también quería que lo hiciera, o que tal vez deseaba acercarse a mí, pero también había algo que la detenía.
– ¿Elvis?
– ¿Qué?
– ¿Joe ha matado a ese hombre?
– No.
– ¿Estás seguro?
– Sí, estoy seguro.
Asintió, pero su voz sonaba lejana y exigua.
– Pues yo no opino lo mismo. Creo que podría haberlo hecho. Incluso creo que tal vez lo hizo.
Nos quedamos un rato en silencio, y por fin decidí ir al salón y encender la radio. No volví a la cocina.
Me senté en el sofá, contemplando el cielo, que iba oscureciéndose, y me di cuenta de que aquella noche Joe Pike sólo vería paredes. También me pregunté qué estaría viendo el asesino.
* * *
El sexto
La brisa cálida arrastra el hedor del lavabo público hasta donde se oculta el asesino, entre unas adelfas. MacArthur Park está tranquilo a esta hora de la noche: es el momento perfecto para salir de caza.
El asesino se siente eufórico por cómo se desarrollan las cosas. El grupo operativo no ha relacionado todavía los cinco homicidios, los inspectores del distrito de Hollywood han empezado a encontrar pruebas en el caso del asesinato de Edward Deege, y matar a Dersh ha resultado un golpe maestro.
Joe Pike está en la cárcel y allí se quedará el resto de sus días, hasta que algún condenado a cadena perpetua le meta una navaja entre las costillas.
Qué apropiado.
El asesino sonríe al pensarlo. El asesino no sonríe a menudo, es algo que ha aprendido de Pike, de haber estudiado durante tanto tiempo a Pike, al que odia más que a nadie en el mundo. Pero es que hay mucho odio, suficiente para todos.
Pike, siempre en control.
Pike, dominando la situación a la perfección.
Pike, que se lo arrebató todo y después le dio un objetivo.
La venganza es lo mejor.
El único inconveniente es esa chica, esa tal Trudy. El asesino hizo lo que pudo para protegerse de alguien como ella. Vigiló la casa de Pike para asegurarse de que estaba solo, esperó a que se apagaran las luces y después se quedó un rato más para cerciorarse de que se hubiera dormido antes de ir a matar a Dersh. El asesino sospecha que Trudy no existe y que Pike se la ha inventado, pero no puede estar seguro y cree que quizás haya que encontrarla. Podría buscar su nombre en los ordenadores del Centro Nacional de Información Delictiva y del Programa de Captura de Delincuentes Violentos del FBI. Y si alguien se le adelanta y la localiza antes, bueno, él será el primero en saberlo. Y entonces ya se encargará de ella.
No obstante, lo peor ya ha pasado, y ahora sólo le queda matar a los demás y asegurarse con una certeza absoluta de que Pike acabe condenado.
Eso significa que tiene que prepararse para el socio de Pike, Elvis Cole.
Qué nombre tan idiota.
Mientras el asesino medita sobre cómo encargarse de Cole, oye que Jesús Lorenzo se acerca y empuña la pistola del 22, a la que ha pegado con cinta adhesiva una botella de plástico de Clorox. Lorenzo es inconfundible. Mide metro setenta y cinco, lleva unos zapatos rojos con un tacón de diez centímetros, un vestido ajustado y cortísimo de satén del mismo color y una peluca rubia platino. El asesino le ha observado mientras buscaba clientes en MacArthur Park durante seis noches, a la misma hora, esperando ese momento.
Cuando Jesús Lorenzo entra en el lavabo, el asesino sale de los arbustos y le sigue. No hay nadie más por allí cerca, nadie en el retrete. El asesino lo sabe porque lleva allí casi dos horas.
El plan prosigue.
Es la hora de la venganza, hijo de puta.
Lucy y yo empezamos el día siguiente con una vacilación, consecuencia de la prudencia, que me hacía sentir incómodo. En nuestra relación había penetrado un nuevo factor que ninguno de los dos sabía abordar. Nos habíamos acostado juntos, pero no hicimos el amor. Aunque parecía dormida, tuve la impresión de que fingía. Quería hablar con ella de Joe, quería que no estuviera en su contra, pero no sabía si eso era posible. Cuando por fin me decidí a tomar la iniciativa, ya tenía que irse al trabajo.
Читать дальше