– Demasiado fácil. Prefiero hacer una cosa más difícil: descubrir quién te ha tendido la trampa.
Charlie se inclinó hacia delante como si se fuera a tirar de cabeza a la mesa.
– Cole cree que quizás el que se cargó a Dersh esté relacionado contigo a través de Karen García. Tal vez sea el mismo que la mató a ella.
Pike me miró. Quizá sentía curiosidad, pero con él nunca se sabía.
– El que se cargó a Dersh te odia tanto que ha conseguido parecerse a ti e incluso utiliza un arma del 357, como tú. Eso implica que te conoce, o al menos que se ha esforzado por descubrir datos acerca de ti.
Pike asintió.
– Si tanto te odia, ¿por qué ha esperado hasta ahora? ¿Y por qué ha matado a Dersh sólo para incriminarte? ¿Por qué no ha acabado contigo directamente?
– Porque no puede -respondió, arqueando los labios a su manera.
Charlie puso cara de mártir.
– Tendría que haberme traído las botas de pescar. El nivel de testosterona ya me llega a las rodillas.
Le conté todo lo que había pensado sobre la cadena de acontecimientos y sobre cómo encajaba todo.
– Lo ha meditado mucho, Joe, desde antes de que se hiciera público lo de Dersh. Puede que desde antes de que muriera Karen. No quiere matarte, sino castigarte. Este tío te guarda rencor desde hace mucho tiempo y ahora ha encontrado una forma de vengarse; por eso me pregunto si no estará relacionado con Karen García.
Pike ladeó la cabeza, y en las tranquilas aguas azules de sus ojos apareció algo más profundo.
– No tiene por qué estar relacionado con Karen. Detuve a doscientos hombres.
– Si es un tío cualquiera, ¿por qué actúa aquí y ahora? Si es uno cualquiera, hay demasiadas coincidencias.
En el rostro de Charlie apareció una sonrisa lobuna. Estaba entrando en el juego.
– Coño, tienes toda la razón.
– Leonard DeVille -dijo Pike. El hombre que Wozniak y él habían ido a arrestar el día de la muerte de Wozniak.
– ¿Quién? -preguntó Charlie.
Se lo dijimos.
– DeVille estaba allí al final -explicó Joe-, pero también fue el motivo por el que nos conocimos Karen y yo. Woz y yo respondimos a una llamada de Karen: le parecía que había visto a un pedófilo. Woz creyó que podía ser DeVille.
– O sea que puede ser él -concluyó Charlie.
– DeVille murió en la cárcel. Uno de la banda de la Calle Dieciocho le metió una puñalada cuando llevaba dos años de condena -contó Joe. Los pedófilos no duraban mucho tiempo en la cárcel.
– Vale -intervine-, ¿y qué hay de Wozniak? A lo mejor sacamos algo a través de él.
– No.
– Piénsalo.
– Woz está muerto, Elvis. No hay nada que pensar.
Alguien llamó dos veces a la puerta con fuerza y Charlie le gritó que entrara.
Eran Krantz y Robby Branford. El primero puso mala cara al ver el cigarrillo de Charlie.
– Aquí no se fuma, Bauman.
– Lo siento, inspector. Ahora mismo lo apago -respondió el abogado. Le dio otra calada y soltó el humo en dirección a Branford-. ¿Ibas a hablar con mi cliente sin que estuviera yo presente, Robby?
Branford puso mala cara y disipó el humo con la mano.
– Sabían que estabas aquí y me han llamado. Si no hubieras estado, te habría avisado. Te estás dejando la salud con eso, Charlie.
– Ya.
Ni a mí ni a Charlie nos gustaron sus expresiones.
– ¿Qué? -dijo-. Estoy en plena visita con mi cliente.
Robby Branford sacó una libretita de piel y se quedó mirándola.
– A las 7.22 de esta mañana, un travestido llamado Jesús Lorenzo ha sido encontrado muerto en un lavabo público de MacArthur Park. Un disparo del 22. Se han hallado partículas de plástico blanco en la herida. Se calcula provisionalmente que la muerte se produjo a las 3 de la madrugada.
Guardó la libreta y miró a Pike.
– Y eso un día después de que te cargaras a Dersh.
– O sea -intervine dirigiéndome a Krantz- que Dersh no mató a Karen García ni a ninguno de los demás.
– ¿Qué demonios tiene eso que ver con nosotros? -preguntó Charlie-. ¿También vas a acusar de eso a Pike?
– No, de eso no -respondió Branford-. Que alguien se tome la justicia por su mano para vengarse es malo, pero que meta la pata y se cargue a quien no era es peor.
– Pike no ha matado a nadie -dijo Charlie.
– Eso que lo decida el jurado. Mientras tanto, quería poneros al corriente.
– ¿De qué?
– Cuando comparezcamos ante el Tribunal Superior el mes que viene, vamos a pedir la pena de muerte.
– Eso es una gilipollez, Robby -replicó Charlie. Le había aparecido un tic debajo del ojo izquierdo.
– Los familiares de Dersh no están de acuerdo. -Branford se encogió de hombros-. Después de comer vamos a hablar con tu hombre. Cuando acabes aquí, ¿por qué no nos vemos tú y yo y quedamos en una hora?
Yo seguía con los ojos clavados en Krantz, que me sostenía la mirada.
– ¿Vas a acusar a Krantz de conseguir que mataran a un inocente?
Branford salió sin responder, pero Krantz se detuvo en el umbral.
– Sí, Dersh no era el asesino y tengo que vivir sabiendo eso, pero al menos tengo a Pike.
Salió de la sala de visitas y cerró la puerta.
* * *
Un domingo por la tarde en casa de los Wozniak
– Agárrate bien fuerte -dijo Pike.
Evelyn Wozniak, una niña de nueve años, agarró con todas sus fuerzas las manos que le tendía.
– ¡Seguro que no puedes levantarme! ¡Soy demasiado grande!
– Ya veremos.
– ¡No me sueltes!
Joe levantó a la niña con los brazos extendidos y de repente se puso a girar sobre sí mismo. Evelyn chillaba.
Abel Wozniak la llamó desde la barbacoa.
– Evie, dile a tu madre que necesito más agua para el pulverizador. Date prisa, que se me quema el pollo.
Pike dejó en el suelo a Evelyn. La niña, colorada y sin aliento, salió corriendo hacia la casa. Unos minutos antes, Joe y Abel habían colocado una mesa de picnic en el patio cubierto, a resguardo del sol, mientras Karen y Paulette entraban a buscar los cubiertos y las bebidas de la nevera. Joe se había sentado en una hamaca, bajo la gran sombrilla, e iba bebiendo poco a poco su cerveza. En el otro extremo del césped, Abel pinchaba el pollo y maldecía las brasas.
Joe siempre había admirado el jardín de los Wozniak. Abel y Paulette lo tenían bien arreglado, aunque con sencillez. Vivían en una casa modesta de San Gabriel, donde también residían muchos agentes con sus familias, y los dos dedicaban mucho esfuerzo a cuidar su propiedad. Se notaba, y a Joe siempre le había gustado ir a su casa a comer los domingos.
Abel soltó una palabrota, gritó que necesitaba el agua de una puta vez y entonces tapó la barbacoa y fue a sentarse junto a Joe. Llevaba también una cerveza. Ya se había tomado varias.
– ¿Ya lo has arreglado? -preguntó Joe.
– Vete a la mierda. No sé de qué me hablas. -Abel miró el humo que se escapaba por las rendijas de la barbacoa.
– Te he seguido, Woz. Te he visto con los Hermanos Chihuahua. Te he visto con esa chica. Sé lo que estás haciendo.
Wozniak sacó un Salem del paquete que había en el suelo junto a su hamaca y lo encendió.
– ¿Por qué demonios te metes en eso, Pike?
– No puedo evitarlo.
– Soy tu compañero, joder.
Joe apuró la cerveza y dejó la botella vacía en el césped. Karen apareció con una enorme fuente de ensalada de patatas y Paulette con un pulverizador y una bandeja llena de cubiertos y servilletas. Abel se acercó, echó el agua sobre el carbón y volvió a su hamaca. Las mujeres estaban ocupadas poniendo la mesa.
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