Lo primero que observó McConnell fue que aquel joven era un agente disciplinado. Llevaba el uniforme impecable, con la raya de los pantalones y de la camisa bien marcada y el material de cuero negro y los zapatos brillantes como un espejo. Pike era alto, tanto como Krantz, pero éste era delgado y huesudo, mientras que Pike tenía una buena musculatura y la camisa se le tensaba por la espalda, los hombros y los bíceps.
– Agente Pike -saludó McConnell.
– Sí, señor.
– Soy el inspector McConnell, y ésta es la inspectora Barshop. Las gafas fuera.
Pike se quitó las gafas de sol y dejó al descubierto unos ojos de un azul intenso. Louise Barshop cambió de postura.
– ¿Necesito que esté presente un abogado? -quiso saber Pike.
McConnell encendió la gran grabadora Nagra antes de contestar.
– Puede solicitar asesoramiento legal, pero si no contesta a nuestras preguntas ahora, algo que le ordenamos que haga (para no tener que esperar a que llegue una orden dentro de mil años), se le relevará de su puesto y se le acusará de incumplir las órdenes administrativas de un oficial superior. ¿Comprende lo que le digo?
– Sí, señor.
Pike sostuvo la mirada de McConnell y a éste le pareció que el chico no dejaba entrever nada. Si estaba asustado, o nervioso, lo disimulaba bien.
– ¿Desea un abogado?
– No, señor.
– ¿Le ha explicado el inspector Krantz por qué está aquí? -preguntó Louise Barshop.
– No, señora.
– Estamos investigando acusaciones de que su compañero de patrulla, Abel Wozniak, ha estado o está involucrado en una serie de robos a almacenes que han tenido lugar en este último año.
McConnell esperó una reacción, pero la expresión del chico no cambió en absoluto.
– ¿Qué me dice, muchacho? ¿Cómo se siente al oír eso? -le preguntó.
Pike le observó durante un momento y después se encogió de hombros tan sutilmente que fue difícil de apreciar.
– ¿Cuánto tiempo hace que forma pareja con el agente Wozniak? -bramó Krantz.
– Dos años.
– ¿ Y espera que nos creamos que no sabe lo que está haciendo?
Los ojos azules se dirigieron al loro, y McConnell se quedó pensando qué debía de haber tras ellos. Pike no contestó.
Krantz se puso en pie. Tenía tendencia a pasearse impacientemente de un lado a otro, cosa que molestaba a McConnell, pero le dejaba que lo hiciera porque también molestaba a la persona que estaban interrogando.
– ¿Ha aceptado sobornos alguna vez o ha cometido algún acto a sabiendas de que infringía la ley?
– No, señor.
– ¿Ha visto alguna vez al agente Wozniak cometer algún acto que infringiera la ley?
– No, señor.
– ¿Le ha dicho alguna vez el agente Wozniak -intervino Barshop- que ha cometido actos de ese tipo o ha hecho o dicho cualquier cosa que pudiera hacerle pensar que los había cometido?
– No, señora.
– ¿Conoce a Carlos Reina o a Jesús Uribe, apodados «los Hermanos Chihuahua»?-preguntó Krantz. Reina y Uribe comerciaban con mercancía robada en un depósito de chatarra situado cerca del aeropuerto Whiteman, en Pacoima.
– Sé quiénes son, pero no los conozco.
– ¿Ha visto alguna vez al agente Wozniak con alguno de esos hombres?
– No, señor.
– ¿El agente Wozniak los ha mencionado alguna vez?
– No, señor.
Krantz disparaba las preguntas en cuanto le llegaban las respuestas, e iba irritándose cada vez mas, porque Pike se tomaba su tiempo para contestar, y cada pausa era algo más larga o más corta que la anterior, lo cual le impedía dar un ritmo al interrogatorio. McConnell se dio cuenta de que Pike lo hacía a propósito y se sonrió para sus adentros. Notó que Krantz empezaba a enojarse porque iba cambiando el peso de un pie a otro. A McConnell no le caía bien la gente nerviosa. Su primera esposa había sido una mujer muy inquieta y se había librado de ella.
– Agente Pike -intervino-, llegado este punto permítame informarle de que se le ordena no revelar a nadie el contenido de esta entrevista. En caso contrario, se le acusará de negarse a obedecer una orden administrativa y se le despedirá. ¿Comprende lo que le digo?
– Sí, señor. ¿Puedo hacer una pregunta?
– Dispare. -McConnell miró el reloj y sintió que le brotaba un sudor frío por la piel. Sólo llevaban ocho minutos y la presión que sentía en el bajo vientre iba aumentando. Le preocupaba que pudieran oír el ruido que le hacían las tripas.
– ¿Sospechan que tengo algo que ver?
– Por el momento, no.
Krantz miró a McConnell, y luego dijo:
– Eso aún está por decidir, agente. -Rodeó la mesa y se agachó para que los tres pudieran hablar sin ser oídos y susurró-: Déjeme conducir el interrogatorio, señor McConnell. Estoy intentando conseguir que cambie la actitud de este hombre, que me tenga miedo.
Lo dijo como si McConnell no fuera más que un viejo inútil que se interponía en la carrera estelar de Harvey Krantz para ser elegido jefe de policía y de su puta madre.
– Me parece que no te está saliendo bien, Harvey -le contestó, también susurrando-. No parece que tenga miedo, y yo quiero acabar ya.
McConnell estaba convencido de que si no soltaba gases enseguida iba a producirse una explosión de gran magnitud.
Krantz se giró hacia Pike y rodeó de nuevo la mesa.
– Supongo que no esperará que nos lo creamos, ¿verdad?
Los ojos de Pike siguieron al interrogador, pero no dijo nada.
– Aquí todos somos policías, todos hemos ido de patrulla. -Krantz repasó el montón de carpetas con el dedo-. Lo más inteligente en este caso es cooperar. Si coopera, podemos ayudarle.
– Muchacho, ¿por qué quiso ser policía? -preguntó McConnell.
Krantz le dirigió una mirada rabiosa, y McConnell habría dado todo el oro del mundo por borrársela de la cara de un guantazo.
– Quería ayudar.
«Bueno, ya estamos», pensó McConnell. Le caía bien aquel chico. Muy bien.
Krantz soltó un bufido para que todo el mundo se diera cuenta de que estaba enfadado y luego agarró de un tirón una libreta de papel amarillo de la mesa y empezó a gritar una ristra de nombres.
– Díganos si sabe o no algo de las siguientes empresas. Baker Metalworks.
– No, señor.
– Chanceros Electronics.
– No, señor.
Uno a uno fue nombrando los catorce almacenes dispersos por la zona del distrito de Rampart que habían sido robados, y tras cada uno de ellos Pike contestó con un «No, señor».
Mientras iba lanzando nombres, Krantz daba vueltas en círculos cada vez más pequeños en torno a Pike, y McConnell habría jurado que Pike le seguía con el oído, sin molestarse siquiera en utilizar la vista. McConnell metió la mano por debajo de la mesa y se frotó el vientre. J oder.
– Thomas Brothers Auto Parts.
– No, señor.
– Wordley Aircarfi Supply.
– No, señor.
Krantz dio un palmetazo de frustración contra la mesa.
– ¿Está diciéndome que no sabe nada de ninguna de ellas?
– Sí, señor.
Con el rostro encendido y los ojos fuera de las órbitas, Krantz se inclinó sobre Pike y gritó:
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