– Olvídalo. Jamás te lo pediría.
– Endler sí.
– Pero él no está aquí, ¿verdad? Mira, creo que sólo quería recordarte que, al responder por ti, me arriesgo tanto como tú.
– Entendido.
Después se le ocurriría que la elección del restaurante, con sus murmullos y los manteles almidonados, había sido la forma de Bo de indicarle la gravedad de lo que le esperaba, un aviso de que si La Habana volvía a ponerse en contacto, ya no estarían en el secreto sólo ellos tres. Su nuevo trabajo complicaba las cosas, empujándole a él (y a cualquier futura relación con los cubanos) al centro del poder de Washington.
Era una idea perturbadora, pero hasta que no había llegado la carta de Elena el día anterior por la mañana, nunca le habría parecido que pudiese tomarlo en serio. Ahora, allí, en las aguas turquesa de la Bahía de Guantánamo, aquel asunto era un nubarrón en el horizonte.
Falk le habló de la última carta de Elena, y luego, de la petición de Harry de un encuentro por medio de un tercero.
– ¿Harry sigue siendo el mensajero?
– Sí. Increíble. Siempre me ha asombrado que conservara el trabajo.
– Endler pensó en conseguir que lo despidieran. Pero eso les indicaría que te habías chivado. Por lo que sabe el doctor, eras su único cliente. Además, a Harry le registran todos los días cuando viene y va, no es lo mismo que si pudiese salir con las joyas de la corona. Y no está en posición de ver ni oír algo que no sepan ya.
– Y no es que nunca les diera mucho. Siempre me ha extrañado que se tomaran la molestia.
– Creo que estamos a punto de descubrirlo. Es posible que te consideren una especie de agente durmiente. Bien situado y ascendiendo en la cadena alimentaria.
– Estupendo.
Bo se rió entre dientes.
– ¿Por qué crees que estaba hecho un manojo de nervios justo antes de que te incorporaras al FBI?
– Lo vi un día, ¿sabes? A Harry. La primera semana después de regresar aquí.
– ¿Dónde?
– En McDonald's.
– Creía que detestaba McDonald's. ¿No le habías llevado una vez?
Lo había hecho, como un gesto de normalidad poco entusiasta del ingenuo marine, para justificar su amistad con el habilidoso hombrecillo de mantenimiento, por si alguien preguntaba alguna vez por sus visitas regulares al taller de reparación. Harry sólo había tomado unos bocados de su hamburguesa, y luego envolvió el resto y lo tiró a la basura.
– Es mejor la comida cubana -comentó, y guardó silencio mientras Falk se sentía cada vez más avergonzado.
– Sí, seguro que lo odiaba -dijo Falk-. Por eso supuse que la única razón de que fuese era verme, o dejarse ver. Asomar la cara para que yo supiera que aún estaba allí.
– ¿Cómo sabía él que irías?
– Buena pregunta.
– ¿Has tenido otros contactos? ¿Alguno de su lado?
– ¡Vamos, Bo!
– Bastaría un simple «no».
– No.
– Lo siento. Es el trabajo que hacemos. Si esto se supiese, se armaría la de Dios.
– ¡A quién se lo vas a contar! Pero ¿cómo te has enterado de que he tenido noticias suyas?
– No lo sabía. Fue un presentimiento de Endler.
– ¿Basado en qué?
– Eso tendrás que preguntárselo a él. Pero es una de las razones de que me enviara.
– ¿Qué importaría? A menos que el trabajo de Fowler tenga alguna conexión con Cuba.
– Bueno, él es Seguridad Nacional y Cartwright es el Pentágono. Sin mencionar que los dos se mueven en los círculos oficiales que meten la nariz en todo lo demás ahora, así que ¿por qué no Cuba?
– Cabe suponer que, precisamente ahora, están un poco preocupados con Irak.
– Misión cumplida, en lo que a ellos respecta. Ya consiguieron su guerra. Ahora tal vez estén buscando el siguiente objetivo. Fowler pertenece a la nueva especie, al grupo de los que creen que pueden inventar la realidad sobre la marcha. Es más fácil comprender su trabajo considerándolos expertos en fusiones y adquisiciones. Aunque se trate de países y no de empresas. En cuanto se seca la tinta de la siguiente serie de documentos, ya están buscando algo nuevo. No les interesan las consecuencias. Sólo quieren ser los primeros en negociar el siguiente acuerdo.
– Pero ¿con Cuba?
– O con Irán, Siria o Corea del Norte. Donde primero surja la oportunidad.
– ¿Quieres decir que toda esta investigación de seguridad es una farsa?
– En absoluto. Sin duda creen que han venido a desarticular una red de espionaje, hacer algunos amigos en Gitmo y anotarse algunos tantos en Washington. Sólo digo que tal vez haya algo más en el asunto. Algunas conexiones que aún no conocemos.
– Pero os gustaría.
– Con tu ayuda, por supuesto. Es una razón de que quiera ver los programas de los interrogatorios. Y es por lo que quiero que veas a Harry. Averigua qué quiere. Quién sabe, a lo mejor la otra parte se ha enterado de algo también.
– Pensaba ir a verlo mañana por la mañana.
– Estupendo. No olvides que ya no estamos en los viejos tiempos. No creas que será tan fácil.
– Ya lo he pensado. La pequeña caza de brujas de Van Meters resultaría divertidísima con un tipo como yo. A menos que interviniese Endler en mi favor, claro.
– Sería una posibilidad.
– Pero no muy grande. Supongo que es eso lo que quieres decir. Que en realidad estoy solo.
– No. Todavía me tienes a mí. Podrías decir que realmente estamos en el mismo barco.
Los dos se rieron, Falk de forma un poco tensa.
– ¿Y qué más piensa Endler? Sobre Harry y sobre mí, quiero decir.
– ¿De verdad quieres saberlo?
Falk asintió.
– Cree que Harry va a proponerte una pequeña reunión en Miami.
– ¿Con Paco?
– Sí. Y a Endler le encantaría echar un vistazo a Paco.
– ¿Y cómo encontraré tiempo para esa pequeña reunión?
– Todo tiene arreglo. -Bokamper movió la cabeza señalando la proa-. ¿No es hora de que cambiemos de rumbo?
Se habían alejado bastante en la bahía rumbo a Cayo Hospital.
– Vale más que volvamos al muelle si quiero llegar a mi cita con el general.
– Cogeré la escota de foque.
– El viejo Bo lo llamaría cabo.
– Tranquilo, Falk. Todavía somos amigos.
Desde luego, lo esperaba.
La cena en el despacho del general Trabert no fue ningún banquete especial: estofado de carne, arroz, ensalada y bizcocho de vainilla, todo llevado directamente del comedor de la base.
Algunos generales eran así, compartían la comida con los invitados sólo cuando se trataba del rancho de los soldados, como si ellos lo tomaran siempre.
– Lo hacen cada día mejor en la cocina de la costa, ¿no le parece?
– ¿La comida? No está mal.
– Cuando llegué, los hombres apenas pasaban de las raciones preparadas. Nada caliente a menos que lo calentara uno mismo. Ahora sirven tres comidas decentes al día a más de dos mil soldados, sin repetir el menú en tres semanas.
– Tal vez necesiten un marcador como los de McDonald's. «Millones servidos.»
Humor de civil. No era del agrado del general. Falk suponía que, en el mundo de los oficiales, las alabanzas a la nueva máquina de helados marcaban tantos puntos como los mejores datos de la semana conseguidos en interrogatorios.
– Bueno, cuénteme lo que sabe -dijo el general, limpiándose la barbilla con la servilleta-. ¿Cuál es la situación ahora?
– ¿Acerca de Ludwig?
– Ya llegaremos a eso. Ha pasado usted unas horas con el señor Bokamper. ¿Cuál es su interpretación del plan de este equipo?
– ¿En cuanto a los arrestos? -preguntó Falk, deseando que Trabert fuese directamente al grano.
– En cuanto a su alcance. Hasta dónde va a llegar.
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