– ¿Problema? -dijo Elvira-. Catástrofe de relaciones públicas. Otro más que añadir a la debacle de esta mañana.
– ¿Ha hablado con Ángel Zarrías, del ABC? -preguntó Falcón.
– En estos momentos nos andamos con pies de plomo en nuestra relación con la prensa -dijo Elvira-. El comisario Lobo y yo vamos a mantener una reunión estratégica para ver cómo podemos subsanar el daño.
– El juez Del Rey ha hecho un gran trabajo poniéndose al día en muy poco tiempo de una investigación muy complicada y sensible -comentó Falcón-. No podemos permitir que los medios de comunicación marquen el ritmo de la investigación. Ya se han dado cuenta de que es fácil manipular a una opinión pública nerviosa jugando con nosotros por la tele.
– Aquí sólo jugamos a descubrir la verdad -dijo Elvira-. La verdad presentable y la verdad aceptable. Y todo es cuestión de…
– ¿Y qué me dice de la verdad de los hechos? -dijo Falcón.
– Y todo es cuestión -dijo Elvira, asintiendo ante su pequeño lapsus- de revelarla en el momento oportuno. Qué verdad dar a conocer y cuándo.
– ¿Han acabado de traducir el texto árabe que acompañaba los planos? -preguntó Falcón.
– Así que no vio las noticias antes de que saliéramos nosotros -dijo Elvira-. Ni tampoco nosotros, y por eso ese condenado entrevistador se agarró a lo que estaba diciendo el juez Del Rey. Hasta después no nos enteramos de que habían filmado las evacuaciones de las dos escuelas y de la Facultad de Biología, y que se había transmitido la traducción de uno de los textos en árabe.
– Los textos son instrucciones de cómo precintar los tres edificios -dijo Del Rey-, dónde retener a los rehenes y dónde colocar los explosivos a fin de asegurar el mayor número de muertos posible si las fuerzas especiales irrumpieran. En los tres textos hay unas instrucciones finales, que indican que hay que liberar un rehén cada hora, comenzando por los niños más pequeños en el caso de las escuelas, y dispararles por la espalda mientras se alejan, delante de todos los medios de comunicación. Este proceso continuará hasta que el gobierno español reconozca formalmente que Andalucía es un estado islámico regido por la ley de la sharia.
– Bueno, eso explica por qué casi hubo un motín en el bar donde me encontraba -dijo Falcón-. ¿Cómo llegó el texto a manos de los periodistas?
– Lo entregaron en la recepción de Canal Sur en un sobre marrón acolchado, dirigido al productor de programas de actualidad -dijo Del Rey.
– He puesto en marcha una investigación -dijo Elvira-. ¿Qué hacía en un bar?
– Estaba hablando con la última persona con la que habló Ricardo Gamero antes de matarse -dijo Falcón-. Es vendedor de Informaticalidad.
– ¿El último que fue visto hablando con Gamero no fue el anciano del Museo Arqueológico? -preguntó Del Rey.
– No. Me refiero a la última llamada que constaba en el móvil privado de Gamero -dijo Falcón-. Comisario, supongo que antes de entrar al cuerpo se investiga a todos los miembros de la brigada antiterrorista del CGI, incluyendo su sexualidad.
– Naturalmente -dijo Elvira-. Se investiga a cualquiera que tenga acceso a información confidencial para asegurarnos de que no sea vulnerable.
– ¿Así que sabrían si Gamero era homosexual?
– Por supuesto… a no ser que, ya sabe, no practicara… por así decirlo.
– El tipo con el que he hablado, Marcos Barreda, estaba a punto de venirse abajo cuando todo el bar se volvió loco. Sabe algo. Creo que piensa que sea lo que sea aquello en lo que él o ellos están metidos, se ha descontrolado. Para empezar, está muy afectado por la muerte de Gamero. Eso no figuraba en el guión.
– ¿Y qué guión es ese? -preguntó Elvira, desesperado por encontrar uno.
– No lo sé -dijo Falcón-. Pero es algo que explica lo que pasó en la mezquita el martes. Si tuviera hombres suficientes, llevaría a todo el personal de Informaticalidad a Jefatura y los interrogaría hasta que cantaran.
– Así pues, ¿cuáles fueron las últimas palabras de Gamero? -preguntó Elvira.
– Gamero le dijo a Barreda que estaba enamorado de él -dijo Falcón-. No se había atrevido a decírselo porque le daba vergüenza. Me pareció significativo que se fuera al lavabo. Estoy seguro de que llamó a alguien que le aconsejó lo que tenía que decir. Estaba a punto de venirse abajo y a los pocos minutos era como si nada hubiera pasado.
– ¿Qué tenemos entonces contra Informaticalidad?
– Nada, aparte de que el piso fue comprado con dinero negro.
– ¿Y para qué cree que se utilizaba ese piso?
– Para vigilar la mezquita.
– ¿Con qué fin?
– El de cometer un atentado contra ella, o posibilitar que otros lo hicieran.
– ¿Por alguna razón en concreto?
– Aparte de que se trata de una organización reclutada entre miembros de la Iglesia Católica, y por tanto representativa de la derecha religiosa, que se opone a la influencia del Islam en España, no estoy del todo seguro. Es posible que exista un aspecto político o económico que de momento se me escapa.
– Lo que tiene no es suficiente -dijo Elvira-. Ha interrogado a todos los vendedores y ha intentado aprovecharse de la vulnerabilidad de Marco Barreda sin éxito. Todo lo que tiene es una teoría sin nada que la sustente. ¿Cómo va a presionar a nadie? Si los trae a Jefatura, los acompañará una legión de abogados. Entonces tendrá que enfrentarse a la prensa. Va a necesitar algo mucho más sólido que su instinto si quiere poner Informaticalidad patas arriba.
– También me preocupa el hecho de que eso fuera todo lo que hicieran -dijo Falcón, asintiendo-. Proporcionar vigilancia e información y nada más. En cuyo caso podríamos pasarnos días interrogándolos y no llegar a ninguna parte. Necesito otro vínculo. Quiero al viejo que vieron hablando con Gamero en el museo.
– ¿Le enseñó el dibujo a Marco Barreda? -preguntó Del Rey.
– No. Me preocupaba que el parecido no fuera bueno y quería apretarle en su punto más vulnerable, que era Gamero.
– ¿Qué va a hacer ahora?
– Voy a echar un vistazo a los miembros de la junta directiva de Informaticalidad y otras empresas del grupo -dijo Falcón-, incluyendo la sociedad de cartera, Horizonte, y comprobar si alguno se parece al retrato robot. ¿Qué están haciendo los del CGI y el CNI?
– En estos momentos les preocupa el futuro -dijo Elvira-. Juan ha vuelto a Madrid. Los otros utilizan los nombres obtenidos en la investigación para encontrar pistas que les llevan a otras células o redes.
– Así pues, estamos solos en nuestra investigación.
– Sólo regresarán si descubrimos, por las muestras de ADN, que el imán, o Hammad o Saoudi, no estaban en la mezquita en el momento de la explosión -dijo Elvira-. Por lo que a ellos se refiere, de aquí no pueden sacar nada más, y les preocupan más los posibles atentados.
De vuelta en su oficina, Falcón hizo una búsqueda en internet de Informaticalidad y Horizonte y grabó fotos de los directores de cada una de las empresas, de los grupos y de la sociedad de cartera. Mientras observaba los resultados de la búsqueda en Horizonte se topó con una página web dedicada a la celebración de su cuarenta aniversario, en 2001. Como esperaba, la página mostraba un banquete con más de veinticinco fotos de los peces gordos en sus mesas.
La memoria es un órgano extraño. Parece funcionar de manera azarosa, pero los demás sentidos son capaces de encauzarla. Falcón sabía que si nunca lo hubiera visto por televisión jamás lo habría distinguido entre las demás caras de esa cena de Informaticalidad celebrada entre velas y flores. Se paró, volvió atrás. Allí estaba, el inconfundible Jesús Alarcón, con su bella esposa sentada tres lugares a su derecha. Miró el pie de foto, que no decía nada, aparte de que se trataba de la mesa de los banqueros de Horizonte: Banco Omni. Bueno, eso encajaba. Alarcón había sido banquero en Madrid antes de ir a vivir a Sevilla. Imprimió la página con todas las fotos y salió de Jefatura. Serrano le había dado el nombre del guardia de seguridad del Museo Arqueológico.
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