– ¿Hay ahí alguna muestra de su letra? -preguntó Falcón.
– No que yo haya visto.
– ¿Podría enviarnos la CIA alguna muestra? -preguntó Falcón, hojeando las páginas-. En inglés y en árabe.
– Les diré que se pongan a ello.
– ¿Hablaba algún otro idioma, aparte de francés, inglés y árabe?
– También sabía hablar y escribir español -dijo Pablo-. Todos los veranos daba cursos de matemáticas en la Universidad de Granada.
– El comisario Elvira me ha dicho que al CNI ya no le interesa mucho la investigación de lo que ha pasado en Sevilla, y que Juan ha vuelto a Madrid -dijo Falcón-. ¿Significa eso que se ha descifrado el código de las versiones anotadas del Corán?
– A Juan lo han hecho volver a Madrid porque han llegado informes de que otras células, que no tienen nada que ver con Hammad y Saoudi, se han puesto en movimiento -dijo Pablo-. Seguimos interesados en su investigación, pero de una manera diferente. Y no, no hemos descifrado el código.
– ¿Cómo va la teoría de la distracción?
– Madrid ha llegado a un callejón sin salida con las conexiones de Hammad y Saoudi -dijo Pablo-. Han detenido a gente, pero es lo de siempre. Sólo estaban al corriente de lo que ellos hacían. Recibían e-mails en clave y hacían lo que les decían. Hasta ahora sólo hemos detenido a unos cuantos «socios» de Hammad y Saoudi, por lo que no se puede decir que hayamos conseguido desmantelar toda la red… si es que existe una red. Esperamos que Yacoub nos sea de alguna ayuda.
– ¿Y qué hay del MILA?
– Es una historia inventada por los medios de comunicación que se basa en hechos reales -dijo Pablo-. El grupo existe, desde luego, pero no tiene nada que ver con el atentado. Fue consecuencia directa del texto de Abdulá Azzam enviado al ABC. Algo para llamar la atención del público, pero en última instancia totalmente falso. Si quiere saber mi opinión, eso es periodismo irresponsable.
– ¿Y VOMIT? -preguntó Falcón-. ¿Eso también era infundado?
– Para nosotros eso no es una prioridad -dijo Pablo, haciendo oídos sordos a la ironía de Falcón-. Nos preocupan más futuros atentados a países europeos cometidos por células españolas que una enumeración de los anteriores.
– ¿Así que no ha cambiado nada? -dijo Falcón-. ¿Siguen creyendo que Miguel Botín era un agente doble y que alguien de su red radical le dio orden de que le entregara la tarjeta con el número del electricista al imán?
– Sé que no tiene usted fe en esa hipótesis -dijo Pablo-, pero nosotros tenemos más información.
– ¿Y no va a compartirla conmigo?
– Pídasela a su viejo amigo Mark Flowers -dijo Pablo-. Ahora tengo que irme.
– ¿Sabe? -dijo Falcón-, había un juego de llaves en un cajón de la cocina del imán que abría la caja ignífuga que sacamos de la despensa de la mezquita. Gregorio estaba conmigo cuando la abrieron, y parecía muy interesado, aunque, como siempre, no nos dijo qué fascinaba tanto al CNI.
– Así tiene que ser, Javier -dijo Pablo-. No es nada personal, es sólo la naturaleza de nuestro trabajo y el trabajo de otros de esta profesión.
– No se olvide de llamarme cuando la CIA le mande muestras de la letra de Tateb Hassani -dijo Falcón.
– ¿Qué quiere que hagamos con ellas?
– En Madrid tienen a un experto en caligrafía, ¿no?
– Claro.
Falcón agachó la cabeza y echó un vistazo al expediente de Tateb Hassani. Sabía que era infantil, pero quería demostrarle que los dos podían jugar a esconder información.
– Gregorio y yo nos pasaremos por su casa esta noche.
Falcón asintió y esperó a que Pablo se fuera. Cerró la carpeta, se reclinó y dejó vagar la mente. El televisor estaba encendido, y al final de las noticias de las tres aparecieron las evacuaciones de las escuelas y la Facultad de Biología mientras los artificieros entraban acompañados de sus perros. Poco a poco aparecía sobre las imágenes un palimpsesto del texto árabe encontrado con los planos arquitectónicos, y una voz en off leía las traducciones. Pasaban a un periodista que estaba delante de la escuela, que intentaba darle apariencia de noticia al hecho de que aún no se hubiera encontrado nada.
Falcón se fijó de pronto en la silla en la que acababa de estar sentado Pablo. Volvió a mirar las fotos del cuarenta aniversario de Horizonte y la de la mesa de Banco Omni. Eso era lo que había visto: una silla vacía junto a la mujer de Jesús Alarcón, Mónica. Al mirarla de cerca se dio cuenta de que la silla acababa de quedar vacía, y que la había ocupado un hombre de traje oscuro que se alejaba. Recortados en el fondo oscuro, sólo se veía un puño de la camisa, una mano y la nuca, con un poco de pelo gris.
La guardería estaba vacía, exceptuando la agente de policía que había en la puerta, y otra en el ordenador de una de las aulas. El hedor que llegaba de la zona del atentado no invitaba a quedarse. Falcón se conectó a internet y entró: Horizonte: cuarenta aniversario. Clicó el primer artículo, procedente de las páginas de negocios del ABC. El nombre del autor le llamó la atención porque era A. Zarrías. Leyó todo el artículo buscando tan sólo la mención del Banco Omni. Se mencionaba, pero sin ningún nombre. La fotografía mostraba a la junta directiva durante la cena. Buscó otro artículo, que había sido publicado en una revista de negocios. De nuevo el autor era A. Zarrías. Falcón clicó cinco artículos más, de los que tres habían sido escritos por Ángel. Debió de encargarse de las relaciones públicas de la celebración del cuarenta aniversario de Horizonte. Interesante. Introdujo Omni y Horizonte en el buscador.
Había miles de páginas. Fue pasando hasta que llegó a los artículos escritos en 2001. Los abrió, no para leerlos, sino para comprobar quién los había colocado. Ángel Zarrías había escrito el ochenta por ciento. Así que cuando Ángel dejó la política se metió en el periodismo, pero también hizo una lucrativa labor de relaciones públicas para el Banco Omni, lo cual, era de suponer, le puso en contacto con Horizonte. Escribió en el buscador «junta directiva Banco Omni». Fue retrocediendo en el tiempo, y en la pantalla fueron apareciendo artículos. Había nombres, pero nunca fotos. De hecho, la única foto que encontró de algún empleado del Banco Omni fue la que se había tomado en el banquete del cuarenta aniversario de Horizonte.
Sevilla. Jueves, 8 de junio de 2006, 17:30 horas
– Me ha llevado horas conseguir hablar con él -dijo Ferrera-, pero creo que ha valido la pena. Tengo un testigo… fiable que vio cómo echaban al contenedor el cadáver que luego encontramos en el vertedero.
– Y también tenemos un nombre para ese cadáver -comentó Falcón-. Tateb Hassani. Has hecho una pausa antes de la palabra «fiable».
– Es alguien que bebe, cosa que a un tribunal nunca le gusta oír, y tampoco estoy segura de que consigamos hacerle testificar delante de un tribunal.
– Dime qué vio ese sujeto, y si eso nos lleva a alguna parte ya nos preocuparemos luego por sus credenciales.
– Vive en un apartamento situado al final del callejón sin salida que da a la calle Boteros. Su hija es propietaria de la tercera y cuarta plantas del inmueble. La hija vive en el tercero y él en el cuarto. Desde los dos pisos se ven perfectamente los contenedores de la esquina de la calle Boteros.
– Estoy seguro de que por eso los compró la hija -dijo Falcón-. ¿Y qué hacía ese individuo despierto a las tres de la mañana mirando por la ventana?
– Sufre de insomnio, o mejor dicho, no puede dormir por la noche, sólo de día -dijo Ferrera-. Duerme de las ocho a las cuatro. La hija no lo molesta hasta que no le ha dado de comer. Sabe que si le rompe la rutina se lo hará pasar mal una semana.
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