Robert Wilson - Los asesinos ocultos

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Una terrible explosión en un edificio de Sevilla ha causado la muerte de varios ciudadanos. Cuando se descubre que los bajos de la edificación alojaban una mezquita, los temores que apuntan a un atentado terrorista se imponen. El miedo se apodera de la ciudad: bares y restaurantes se vacían, se multiplican las falsas alarmas y las evacuaciones.
Sometido a la presión tanto de los medios En Escocia en pleno siglo XIV, el clan de los Fitzhugh asesina a toda la familia de Morganna Kil Creggar, la protagonista de esta novela pasional, humorística y llena de fuerza. Alta, delgada y atractiva, Morganna jura venganza por este acto al clan enemigo y, para llevar a cabo su cometido, se viste de chico y se hace llamar Morgan. Ello le brinda la oportunidad de trabajar como escudero para Zander Fitzhugh, un miembro del clan y caballero empeñado en unificar su tierra y liberarla del dominio inglés, como del sector político, el inspector Javier Falcón descubre que el terrible suceso no es lo que parece. Y cuando todo apunta a que se trata de una conspiración, Falcón descubre algo que le obligará a dedicarse en cuerpo y alma a evitar que se produzca una catástrofe aún mayor más allá de las fronteras españolas.

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– ¿Tenía una pistola? -preguntó Mónica-. ¿Fernando tenía una pistola?

– Su marido se las ha arreglado muy bien -comentó Falcón, asintiendo.

– Pero Fernando y Jesús se llevaban muy bien.

– Fernando leyó algo que no debería haber leído y tomó una conjetura por un hecho -dijo Falcón-. Gracias al valor de su marido la cosa no ha acabado en tragedia.

– Los dos admirábamos mucho a Fernando por la manera en que estaba sobrellevando su terrible pérdida -dijo Mónica-. No tenía ni idea de que fuera una persona tan inestable.

– Creyó que su marido le había traicionado, que se había hecho amigo suyo para promocionar su carrera política. Y Fernando es inestable. Después de perder a tu mujer y a tu hijo de ese modo forzosamente eres inestable.

Jesús apareció en la puerta. Había perdido su aspecto ceniciento. Se había afeitado y llevaba una camisa blanca y pantalones negros. Falcón le puso un café. Mónica subió a ver a los niños. Se sentaron a la mesa de la cocina.

– Esta noche han pasado muchas cosas -dijo Falcón-. ¿Puede responder a unas preguntas antes de que comentemos lo ocurrido?

Alarcón asintió y revolvió el azúcar de su café.

– ¿Puede decirme dónde estuvo el sábado tres de junio? -preguntó Falcón.

– Fuimos a pasar el fin de semana al norte de Madrid -dijo Alarcón-. Una de las amigas de Mónica se casaba. El banquete se celebró en una finca que hay yendo hacia El Escorial. El domingo dormimos allí, y volvimos con el AVE de primera hora de la mañana del lunes.

– Antes de eso, y durante esa semana, ¿fue a casa de Eduardo Rivero, a las oficinas de Fuerza Andalucía?

– No -dijo Alarcón-. Siguiendo el consejo de Ángel Zarrías, me mantuve alejado de Eduardo. Ángel todavía lo estaba convenciendo de que dimitiera como líder del partido, y supuso que Eduardo consideraría una humillación ver la savia joven del partido revoloteando a su alrededor. Así que no vi a ninguno de los dos, excepto a Ángel, que vino un par de veces a casa a ponerme al corriente de cómo iba todo.

– Cuando comenta que no vio a ninguno de ellos, ¿a quién más incluye?

– A Eduardo Rivero y a los tres principales patrocinadores del partido, todos ellos partidarios míos: Lucrecio Arenas, César Benito y Agustín Cárdenas.

– ¿Cuándo fue la última vez que vio a Eduardo Rivero?

– El martes por la mañana, cuando de manera formal renunció a su cargo a mi favor.

– ¿Y antes?

– Creo que comimos juntos el veinte de mayo. Tendría que comprobarlo en mi diario.

– ¿Alguna vez vio a este hombre? -preguntó Falcón, sin dejar de mirar a Alarcón mientras le ponía delante una foto de Tateb Hassani. Estaba claro que no lo conocía de nada.

– No -dijo Alarcón.

– ¿Alguna vez ha oído mencionar los nombres de Tateb Hassani o Jack Hansen?

– No.

Falcón cogió la foto y se puso a darle vueltas.

– Ese hombre, ¿tiene algo que ver con lo que decía Fernando? -preguntó Alarcón-. Parece norteafricano. El primer nombre que ha mencionado…

– Era de origen marroquí, pero obtuvo la ciudadanía estadounidense -dijo Falcón-. Ahora está muerto. Asesinado. Rivero, Zarrías y Cárdenas están detenidos como sospechosos de su asesinato.

– Estoy confuso, inspector jefe.

– Hace unas horas don Eduardo me ha dicho que la semana pasada le pagó cinco mil euros a Tateb Hassani por su asesoría acerca de cómo Fuerza Andalucía debía abordar su política de inmigración.

– Eso es ridículo. Nuestra política de inmigración hace meses que quedó fijada. Comenzamos a trabajar en ella el pasado octubre, cuando la Unión Europea le abrió la puerta a Turquía y a todos los inmigrantes africanos que intentaban saltar la valla para entrar en Melilla. Fuerza Andalucía no cree que un país musulmán, aun cuando tenga un gobierno laico, sea compatible con los países cristianos. A lo largo de la historia los europeos han demostrado ser sistemáticamente intolerantes con las demás religiones. No tenemos ni idea de cuáles serán las consecuencias sociales de admitir a Turquía, cuyo resultado consistirá en que una quinta parte de la población de la Unión Europea será musulmana.

– Ahora no está en campaña electoral, señor Alarcón -dijo Falcón, levantando los brazos contra esa avalancha de opiniones.

– Lo siento -dijo Alarcón, negando con la cabeza-. Es algo automático. ¿Pero por qué Rivero, Zarrías y Cárdenas están acusados de asesinar a un hombre al que sólo pagaron para que les asesorara políticamente? ¿Por qué Fernando cree que Fuerza Andalucía es de algún modo responsable de haber colocado la bomba en la mezquita?

– Voy a contarle un hecho irrefutable y quiero que me diga qué es lo que usted deduce de él -dijo Falcón-. Habrá oído en las noticias que dentro de la mezquita encontraron una caja ignífuga, dentro de la cual había planos de dos escuelas y de la Facultad de Biología, con notas en árabe adjuntas.

– Notas que impartían instrucciones terroríficas.

– Tateb Hassani escribió las notas.

– Entonces, ¿era un terrorista?

Falcón esperó unos segundos, golpeando la mesa con los bordes de la foto, uno tras otro, mientras la cafetera humeaba tranquilamente en un rincón. Alarcón se miró ceñudo el dorso de las manos mientras su mente llevaba a cabo todas las permutaciones. Falcón le contó los demás datos que aún no eran de dominio público: que la letra de Tateb Hassani era la misma que había escrito las notas en los dos ejemplares del Corán, uno encontrado en la Peugeot Partner y el otro en el apartamento de Miguel Botín. También le contó el último encuentro de Ricardo Gamero con Ángel Zarrías, que había desembocado en el suicidio del agente del CGI. Alarcón giró las manos y se miró las palmas, como si su futuro político se le escurriera entre los dedos.

– No sé qué decir.

Falcón le relató brevemente la vida de Tateb Hassani y le preguntó si ese le parecía el perfil de un radical islamista peligroso.

– ¿Por qué le pagaron a Tateb Hassani para que redactara unos documentos que indicaban que se planeaba un atentado terrorista cuando, como ha quedado claro con el descubrimiento de restos de hexógeno en la Peugeot Partner, los terroristas islámicos estaban acumulando material para iniciar una campaña de atentados? -preguntó Alarcón-. No tiene sentido.

– El comité ejecutivo de Fuerza Andalucía no sabía lo del hexógeno -comentó Falcón, lo que le llevó a relatar lo de la vigilancia de Informaticalidad, los falsos inspectores del ayuntamiento, los electricistas, y la colocación de un dispositivo secundario de Goma 2 Eco y la caja ignífuga.

Alarcón estaba estupefacto. Conocía a todos los directivos de Informaticalidad, a los que describió como «parte de la organización». Sólo en ese momento comprendió por fin cómo lo habían utilizado.

– Y a mí me designaron como la nueva cara de Fuerza Andalucía -dijo Falcón-, para que, después de esa atrocidad, atrajera el voto antiinmigración, lo que nos proporcionaría el porcentaje necesario para formar una coalición natural con el Partido Popular para la campaña parlamentaria del año que viene -dijo Alarcón.

Las revelaciones arrebataron a Alarcón la poca energía que le quedaba, y se quedó sentado con los brazos inertes a los lados, mientras contemplaba la catástrofe en la que se había visto implicado sin saberlo.

– Comprendo que esto ha de ser muy duro para usted… -dijo Falcón.

– Las implicaciones son tremendas, claro -dijo Alarcón, con una extraña mezcla de consternación y alivio extendiéndose por sus facciones-. Pero no pensaba en eso. Pensaba en que la locura de Fernando ha tenido el efecto secundario involuntario de exonerarme de toda culpa delante del inspector jefe de la investigación.

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