Ésta fue la primera cadena lógica de pensamiento que logró desarrollar desde que raptaron a Darío. Le dio fuerzas, sintió que su cerebro se centraba en el problema.
Hasta ahora he hecho exactamente lo que esperabais de mí, pensó. Me habéis hecho sudar cuarenta y ocho horas hasta que estaba tan desesperada que era capaz de hacer cualquier cosa que me pidierais. Ahora me toca a mí mostraros qué clase de adversario habéis elegido.
* * *
Los comisarios Lobo y Elvira, los jefes de Falcón. La extraña pareja. La Bestia y el Contable. El primero, con sus labios finos y oscuros en una tez de comino, parecía tan irritado como si tuviera arena entre los dientes, mientras que el otro se dedicaba a poner más orden en una mesa ya bien organizada.
– ¿En qué casos estás trabajando en este momento, Javier? -preguntó Elvira suavemente, mientras Lobo le clavaba la mirada, inclinándose ligeramente hacia delante, como si bastase la más leve provocación para violentarlo.
– El asesinato de Marisa Moreno es mi preocupación fundamental, porque creo que guarda relación con los dos crímenes de Las Tres Mil.
– Te han visto recientemente en Madrid, donde hablaste con el inspector jefe Zorrita y le pediste permiso para «meter la cuchara» en el caso de Esteban Calderón -dijo Elvira-. Caso que, como sabes, se juzga aquí en Sevilla a finales de mes.
– ¿A qué viene todo eso, Javier? -preguntó Lobo, incapaz de contenerse más.
– Cortesía.
– ¿Cortesía? -dijo Lobo-. ¿Qué cojones tiene que ver la cortesía con todo esto?
– Le dije al inspector jefe Zorrita que iba a investigar a Marisa Moreno. Había leído el sumario y había escuchado el interrogatorio de Calderón, y encontré algunas anomalías que merecían atención. Informé a Zorrita, porque eso podría tener alguna repercusión en su caso, lo cual, como acabáis de…
– Y después del encuentro con Zorrita, ¿adónde fuiste? -preguntó Elvira-. El conductor del coche patrulla dijo que te «escondiste» en el asiento trasero.
– Tenía que ocuparme de ciertos asuntos del CNI que no estoy autorizado a comentar con vosotros.
– Estás, y has estado, sometido a mucha tensión -dijo Elvira, queriendo llevar las cosas a la conclusión que ya tenía pensada.
– Tenemos un acuerdo con el CNI sobre tu colaboración con ellos en comisión de servicios -dijo Lobo, que quería dirigir esta reunión sin Elvira.
– Primera noticia.
– El elemento esencial es que tu colaboración con ellos no debe ir en detrimento de tus deberes como inspector jefe del Grupo de Homicidios -dijo Elvira-. Si no, tenemos que decidir dónde debes concentrar mejor tus recursos, de manera que puedas ser liberado de parte de la presión.
– El CNI ha indagado qué grado de estrés laboral tienes aquí -dijo Lobo.
– ¿En serio? ¿Quieres decir que Pablo ha hablado con vosotros?
– Alguien más elevado que Pablo -dijo Lobo.
– Como comisario tuyo -dijo Elvira-, tengo en mi poder tu historial laboral, donde está perfectamente documentado que sufriste una grave crisis nerviosa en abril de 2001 y no reanudaste la plena actividad hasta el verano de 2002.
– Lo cual fue hace cuatro años y creo que coincidiréis conmigo en que no sólo las circunstancias eran sumamente excepcionales, sino que me he recuperado plenamente hasta el punto de dirigir con éxito una de las investigaciones más complejas y difíciles de la historia de la Jefatura de Sevilla, la del atentado de Sevilla de hace tres meses -dijo Falcón-. Y debo añadir que, al mismo tiempo, hice algunas intervenciones muy delicadas para el CNI, lo que permitió evitar un importante atentado terrorista en Londres.
– También comprendemos que tu compañera, Consuelo Jiménez, ha sufrido el secuestro de su hijo menor hace dos días -dijo Elvira.
– Por cierto, podéis retirarme la escolta de mi casa en la calle Bailen. No necesito protección -dijo Falcón.
– Fue una medida temporal -precisó Elvira.
– No me digas, Javier, que todo esto no es bastante estrés, incluso para un hombre como tú -dijo Lobo-. Todos sabemos la promesa que le hiciste al pueblo de Sevilla por televisión en junio pasado y, aunque no conocemos los pormenores del trabajo del CNI, nos han estado preguntando por tu habilidad mental. A lo cual se añaden los tres crímenes que hay que investigar en tu departamento y el secuestro de Darío Jiménez…
– ¿Y si os digo que todo está relacionado? -dijo Falcón.
– ¿El trabajo de los servicios secretos también? -preguntó Elvira.
– Eso es una consecuencia inevitable de la situación que se produjo en junio -dijo Falcón-. Se está presionando con la máxima habilidad posible para conseguir que alguien haga algo que va en contra de su naturaleza. Yo soy el responsable de que esa persona esté en esa posición. No puedo abandonarle.
– ¿Pero qué tiene eso que ver con lo que está ocurriendo aquí en Sevilla? -preguntó Lobo.
– No lo sé con seguridad, al margen de que aquí existe la misma situación: se está presionando a toda clase de gente para que actúe -dijo Falcón-. Y en eso incluyo esta reunión.
Lobo y Elvira se miraron y luego miraron a Falcón.
– ¿Esta reunión? -dijo Lobo, con el nivel de amenaza de su voz cercano al rojo.
– Me estáis trasladando a mí las presiones que habéis recibido -dijo Falcón.
– Si lo que quieres decir es que el CNI se ha puesto en contacto con nosotros…
– No sólo el CNI.
– No entiendo por qué estás revisando el caso de Calderón -dijo Elvira, a quien la turbación estaba irritando sobremanera-. ¿Es a causa de tu ex mujer?
– Parece que no sólo el CNI está preocupado por tu estado mental -dijo Lobo, furibundo porque Elvira se apartase del guión-. Recibí una llamada del juez decano quejándose de que interrumpiste una conferencia de prensa en el Parlamento Andaluz, con el fin de interrogar a su hijo sobre cómo presentó exactamente a Marisa Moreno a Esteban Calderón. El juez Decano opina, y yo estoy de acuerdo, que fue un acoso innecesario.
– Mis métodos han sido cuestionados en otras ocasiones -dijo Falcón-, pero nunca los resultados.
– Creemos que estás haciendo demasiadas cosas a la vez, Javier -dijo Elvira.
– Dos comentarios sobre tu estado mental de diferentes fuentes el mismo día -dijo Lobo-. Eso nos enciende las señales de alarma, Javier.
– En vista de tu historial -añadió Elvira.
– Lo que queréis decir es que el juez decano, a quien, dicho sea de paso, no vi, se convenció, por lo que le dijo su hijo, de que mi conducta era inestable -dijo Falcón-. ¿Tengo pinta de loco? ¿Algún miembro de mi grupo, que son los más próximos a mí y los más capaces de observar posibles cambios, ha expresado preocupación por mi conducta?
– Si hasta yo puedo ver que estás cansado -dijo Elvira-. Agotado.
– No queremos correr riesgos contigo, Javier.
– ¿Y cuál es el acuerdo?
– ¿El acuerdo? -preguntó Lobo.
– Si hay un solo comentario más que cuestione tu estado mental, serás suspendido del servicio -dijo Elvira.
– Y por mi parte -dijo Falcón-, prometo no hablar con Alejandro Spinola de ningún asunto relacionado con Marisa Moreno o Esteban Calderón.
Los dos hombres lo miraron, arqueando las cejas.
– ¿No era ése el objetivo de esta reunión? -preguntó Falcón.
* * *
Era el final de la tarde y la temperatura había descendido de los 40º C por primera vez desde las once de la mañana. El inspector jefe Tirado estaba sentado en el salón de Consuelo, preparándose para darle un breve informe de los últimos acontecimientos sobre el secuestro de su hijo. Estaba desconcertado por la pose de Consuelo. La mayoría de las mujeres que pasaban en vilo más de cuarenta y ocho horas, sin saber nada de los secuestradores, solían estar al borde del ataque de nervios. La mayoría de las madres que él había conocido quedaban reducidas a un estado de agotamiento y tristeza por la constante oscilación entre la esperanza y la desesperación en las primeras doce horas. Le miraban con ojos suplicantes, rogándole con todas las células de su cuerpo el menor indicio de buenas noticias. Consuelo Jiménez estaba sentada delante de él, vestida y maquillada, hasta con las uñas de las manos y los pies pintadas de rojo. Nunca se había encontrado con una mujer en tales circunstancias que hubiera mostrado semejante compostura, rechazando incluso el apoyo de los familiares. Esa actitud le desconcertaba.
Читать дальше