Robert Wilson - La ignorancia de la sangre

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Una oscura noche de septiembre, Vasili Lukyanov, un mafioso ruso que se dirige a Jerez de la Frontera, muere en un aparatoso accidente de tráfico. El inspector Javier Falcón se persona en el lugar del siniestro: además de la terrible visión del cadáver ensartado en una barra de hierro, encuentra en el portaequipajes del coche una maleta que contiene casi ocho millones de euros en billetes usados, champán Krug y vodka helado. A Falcón no le será difícil seguir el rastro del muerto hasta la mafia rusa que opera en la Costa del Sol, donde el tal Lukyanov había sido acusado de violación, pero nunca juzgado.
Entre tanto, la vida de los allegados al inspector jefe de Homicidios sevillano va transformándose en una pesadilla: su amante, Consuelo Jiménez; su ex mujer, Inés, y su marido, el juez Esteban Calderón parecen víctimas de una maldición. Demasiada casualidad, porque Falcón sigue empeñado en cumplir su promesa de detener a los autores del atentado del 6 de junio en una mezquita de Sevilla y ha encontrado una conexión, aparentemente improbable, entre éste y el trágico destino de Lukyanov. Poco a poco se va acercando…
Nunca habría imaginado lo que aún le esperaba: algún que otro fantasma del pasado, fanatismo y dolor. La verdad tiene a veces un precio muy alto.

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– Nadie salvo el radical más loco querría que su hijo fuera muyahidín… potencialmente un terrorista suicida. Todas esas patrañas que se oyen en la televisión de Francia o Inglaterra sobre el honor y el paraíso y las setenta y dos vírgenes no es más que una gilipollez. Hay gente que piensa así en Gaza, o en Irak, o en Afganistán, pero en Rabat ni hablar, al menos en mi círculo.

– Vamos a pensar todo esto despacio -dijo Falcón-. ¿Qué pretenden conseguir con esta maniobra? Si es para mantenerte cerca, entonces…

– Quieren infiltrarse en mi hogar -dijo Yacub. Y luego, tocándose la sien, añadió-: Quieren infiltrarse en mi mente.

– Como no están convencidos de que puedan controlarte, ¿han decidido controlar a la gente de tu entorno?

– Lo único por lo que les intereso es que saben que puedo vivir «convincentemente» en los dos mundos: el islámico y el laico, en Oriente y Occidente. Eso no significa que les guste. No les gusta que mi hija de dieciséis años, Leila, vaya a la playa en bañador.

– ¿Os han estado vigilando en la playa?

– Cuando estábamos de vacaciones en Esauira, nos observaban, Javier -dijo Yacub-. Abdulá ha dejado de tocar música, cosa que pensé que era una bendición al principio, pero ahora me desespero por que vuelva a ser normal. Y lee el Corán, ¿te imaginas? Ya no juega con juegos de ordenador. Eché un vistazo al historial de su navegador… son todo sitios web islámicos, política palestina, Hamas frente Al Fatah, la Hermandad Musulmana…

– ¿De dónde viene esta influencia?

Yacub volvió a encogerse de hombros.

¿Lo sabe? ¿Por qué no me lo dice?, pensó Falcón. ¿Es alguien cercano a él? ¿Alguien de su familia extensa? Cuando lo reclutaron, Yacub declaró que no renunciaría a ningún miembro de su familia.

– Encontraron la manera de adentrarse en la familia -dijo Yacub-. Y ya sabes, hasta que Abdulá vino a contarme la noticia el viernes pasado, no pensé que la evolución de los últimos tiempos fuera nada malo. Es bueno que los adolescentes tengan algo serio en la vida, algo distinto de los videojuegos violentos y el hip-hop…, pero ¿hacerse muyahidín?

– Sé que te resulta difícil mantener la calma con todo esto -dijo Falcón-. Pero no hay peligro inmediato si, tal como dices, intentan mantenerte cerca. Tenemos tiempo.

– Han alejado a mi hijo de mí -dijo Yacub, que se tapó los ojos y volvió a sollozar, antes de volver a mirar a Falcón, irritado-. Está en uno de los campos de entrenamiento. Veinticuatro horas al día y siete días por semana. Cuando no corren por las montañas o en pistas americanas, hacen adiestramiento en el manejo de las armas y la fabricación de bombas. Y cuando todo eso se acaba, los enchufan al islam radical. No tengo idea de lo que volverá a mí, pero estoy seguro de que no será el Abdulá que conocía. Será su Abdulá. ¿Y entonces cómo viviré? ¿Mirando por encima del hombro a mi propio hijo?

La enormidad del aprieto de Yacub fue un gran golpe para Falcón. Tres meses antes, le había pedido a Yacub que diese lo que habría debido ser un paso personal hacia el islam radical. Le habida sorprendido la rapidez con que Yacub se adentró en la organización del GICM. Eso sólo podía significar que tenía algo que les interesaba. Y ahora el GICM se estaba protegiendo por medio de la estrategia de cercar no sólo a Yacub, sino también a toda su familia. Y, lo que es peor, no había salida. El islam radical no era algo de lo que uno pudiera retractarse. Una vez admitido en la estrecha fraternidad y sus secretos, no había vuelta atrás. No lo permitían. No era muy distinto -y Falcón no daba crédito a que estuviese pensando esto- a formar parte de una familia mafiosa.

– No tienes que decir nada, Javier. No hay nada que decir -dijo Yacub-. Sólo necesitaba contárselo a alguien y eres la única persona que tengo.

– ¿No quieres que hable de esto con Pablo en el CNI?

– ¿Con Pablo? ¿Qué ha pasado con Juan? -dijo Yacub-. Juan es el que tiene experiencia.

– A Juan lo prejubilaron la semana pasada -dijo Falcón-. Lo echó todo a perder con el atentado de Madrid. Además, la valoración que hicieron de su trabajo en el atentado de Sevilla tampoco fue muy buena. Pablo es bueno. Tiene cuarenta y dos años. Cuenta con mucha experiencia en el norte de África. Está totalmente comprometido.

– No, Javier, no debes contárselo a nadie -dijo Yacub, afrontando con la palma de la mano la amenaza de una cuchilla de picar-. Si lo haces, lo utilizarán. La gente de los servicios secretos razona así: es vulnerable, vamos a utilizarlo. Y por eso tienes que estar tú siempre entre ellos y yo. Tú eres y siempre serás el único que de verdad entiende mi situación.

Falcón empezó a sentir algo parecido a un calambre en las tripas. Esto era distinto al peso muerto de su responsabilidad en este asunto. Eran unas cuantas piedras más en la mochila ya sobrecargada. Era el nudo del miedo. Se veía abocado a decidir si Yacub era fiable o no. Dada la elección entre su hijo, Abdulá, y la cara anónima de los servicios secretos españoles, no había duda de lo que elegiría Yacub. Lo había dicho desde el principio y el CNI había aceptado las condiciones.

– ¿Qué puedo hacer para aliviar tu situación? -preguntó Falcón.

– Tú eres un buen amigo, Javier. El único amigo de verdad que tengo -dijo Yacub-. Serás el único que me ayude en el plan de salvar a mi hijo.

– Dudo que pueda dejar de ser muyahidín muy fácilmente, sobre todo después de haber estado en uno de los campos.

– Creo que la única manera de apartarlo de ahí sería conseguir que lo detuviesen cuando se dirigiese a una misión -dijo Yacub.

– Serían circunstancias extraordinarias -dijo Falcón-. Para que el GICM te informase de lo que se planeaba… a no ser que tú estuvieses directamente implicado.

– Ahí lo tienes, Javier -dijo Yacub-. También dependería mucho de si mi supervivencia se considerase crítica.

Falcón y Yacub se miraron durante un tiempo, mientras el humo se elevaba constantemente desde los dedos de Yacub y se disipaba sobre su cabeza rasurada.

– ¿Cómo? -preguntó Falcón-. Me parece increíble que tú hayas dicho esas palabras.

– Éramos ingenuos, Javier. Tenemos una mentalidad absurdamente idealista. No fue casual que te eligieran a ti para reclutarme. Todas las agencias de servicios secretos tienen personal específicamente contratado para evaluarte, para percibir si tienes la fortaleza y la debilidad necesarias para el trabajo que se requiere de ti. No me refiero a si eres un buen gestor de recursos humanos o si controlas el estrés, sino a si, en terminadas circunstancias, serías capaz de torturar a alguien para obtener la información necesaria o…

– O si eres lo bastante ingenuo para ser totalmente maleable, o quizá, totalmente predecible -dijo Falcón.

– El CNI vio en ti una necesidad. Conocían tu historial. Sabían que ya no veías el mundo con la estrechez de miras que caracteriza a la mayor parte de la gente, que exigías una perspectiva distinta. Te lo inculcaron. Y tú me lo inculcaste a mí. No sabíamos con qué clase de gente íbamos a tratar. Posiblemente nos figurábamos que serían como nosotros, y que podríamos adentrarnos en su mundo bajo la superficie de la vida cotidiana y cambiar las cosas. ¿Y qué sucede? Nos encontramos con mentes absolutamente implacables que nos ponen contra las cuerdas y nos obligan a comportarnos, pues si no…

Falcón echó un vistazo a la sala casi a oscuras. Aquella situación -el encuentro en un piso anónimo de Madrid para discutir una dramática evolución secreta- estaba tan apartada de la vida real que de pronto se desesperó por salir a la superficie; sin embargo, a semejanza del buzo rodeado de tiburones que todavía tiene que descomprimir, debía tener paciencia, sin caer presa del pánico.

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