– ¿Qué problema hay? -preguntó Rudolph, con la vista fija en el pasamontañas.
– ¿Aparte de los que perfilé en mi nota, quiere decir?
– Preguntaba por Cleopatra. ¿Qué importancia tiene eso?
– Es lo que quiero saber -respondió Schneider-. Alguien que me está pisando el cuello. Le dije que encontraría a Cleopatra por él.
– ¿Qué hay detrás?
– Mi financiación procede del trabajo extracurricular que realizo para el general Stiller…
– El jefe de seguridad personal de Ulbricht… Al que dispararon ayer junto a una chica.
– Olga Shumilov… KGB. No sabía cómo salir del paso. Sigo sin saberlo. Tuve que llamar al general Rieff.
– ¿Quién es?
– La última vez que me lo encontré fue hace años y dirigía el Departamento X de la HVA, que es Desinformación y Medidas Activas. No sé adonde fue a parar después -dijo Schneider-, pero ahora trabaja bajo el paraguas del Noveno Directorio Principal, que es el brazo investigador de la Stasi.
– Parece un departamento muy kafkiano.
– El general Rieff me está apretando las clavijas. Hasta ahora sólo me ha pillado los dedos. Un poco de dolor para ver si hay algo más. No quiero que me machaque del todo…
Rudolph soltó una risilla.
– Lo siento… -dijo-. Me ha venido la imagen…, eso es todo. -Tendría que probarlo. Doce horitas en el Submarino de Hohenschònhausen ampliarían su educación. -Siga… Lo siento.
– Me mencionó a Cleopatra, me preguntó quién era. Le dije que le conseguiría alguna información si me daba un poco de aire.
– Bueno, bueno… Cleopatra -dijo Rudolph, preparándose-, esto quizá le parezca surrealista.
– Todo es surrealista -dijo Schneider.
– Esto, más aún. Cleopatra es una idea americana. Recluta a oficiales superiores de la KGB. Les paga a cambio de información. Esa información circula después por el SIS, la CÍA y el BND. Entre las agencias de espionaje británica, estadounidense y alemana tratamos de trabajar a partir de la desinformación que nos suministran esos oficiales de la KGB y la información auténtica que nos proporcionan nuestros agentes fiables…, hacernos una idea de conjunto.
– Dios mío.
– A eso hemos llegado. Nadie sabe ya lo que es real, de modo que examinamos y calificamos la falsedad para acercarnos más a la verdad.
– No sé si lograré que Rieff se lo crea. Es de la vieja escuela, ya sabe.
– A este lado del telón todos son de la vieja escuela. Por eso todo sigue igual. Los de su bando aún creen que la Tierra es plana.
– Gracias por la parte que me toca, Rudolph -dijo Schneider-. ¿Qué tenía que ver Stiller con Cleopatra?
– El general Yakubovski propuso su nombre para el reclutamiento. Stiller era el único alemán de la lista.
– Y el único al que mataron -añadió Schneider, y se sumieron en el silencio.
– ¿Quiere oír la teoría de Londres? -preguntó Rudolph. -Por qué no, ya que estamos aquí.
– Yakubovski quería librarse de Stiller.
– No tiene sentido. Yakubovski está sacando dinero de los contactos de Stiller en el Oeste.
– ¿Qué pasa si eran órdenes de Moscú deshacerse de Stiller? Todas sus preocupaciones económicas saltan por la ventana. El trabajo de Oleg pende de un hilo.
– ¿Por qué iba a querer Moscú librarse de Stiller?
– Usted mismo ha dicho que era el encargado de la seguridad personal del secretario general Walter Ulbricht.
– Lo ha dicho usted.
– ¿No indicaría eso que están tratando de debilitar a Ulbricht? -sugirió Rudolph-. Quitan a Stiller de en medio. Es un corrupto y merece desaparecer. Si Ulbricht protesta, Moscú le demuestra que estaba pringado y no sólo por dinero, sino que también vendía información. Ulbricht tiene que tragarse el sapo.
– ¿Qué tiene Ulbricht de malo?
– Brezhnev piensa que está demasiado pagado de sí mismo. Tanto que cree que ya no tiene que prestar atención a Moscú. Se está convirtiendo en un bala perdida… y además está todo el asunto de Willi Brandt.
– ¿Qué asunto?
– Ulbricht lo odia. Se acordará de Erfurt, en marzo del año pasado. A Willi le organizaron una gran recepción. Una multitud lo vitoreó en la ventana de su hotel. La multitud más grande que haya congregado jamás un político en Alemania del Este. Y si usted no conoce a Ulbricht, nosotros sí. Un tipo de la CÍA me dijo el otro día: «El amigo Walt tiene un culto a la personalidad… de una persona».
– A todos nos gusta que nos quieran…, incluso a los comunistas.
– Pero eso ha convertido a Ulbricht en alguien difícil de manejar. Brezhnev no quiere que el Oeste se irrite, sobre todo con los chinos y su bomba H en el Este. Y si quiere conservar todo el edificio comunista de una pieza tiene que dar la impresión de que se mueve, aunque en realidad siga en la misma noria de siempre. Por tanto, distensión. Dada la antipatía que Ulbricht le tiene a Brandt, Moscú no cree que su contribución a las negociaciones vaya a ser positiva. Ergo, quieren darle la patada a Walter y encontrar a alguien que acate la disciplina y vaya menos a su aire.
– Eso tiene sentido, Rudolph -dijo Schneider, sorprendido de que el chico lo tuviera.
– Presenta el mismo potencial de veracidad que cualquier otra cosa, supongo.
– Una cosa más… -dijo Schneider-. El dinero. Necesito dinero.
– Como todos -replicó Rudolph, que seguía maravillado por lo brillante de su análisis.
– Para sacar a Varlamov, Rudolph.
– Ah, sí. Me había olvidado de él.
– También necesitaré ayuda. El tipo de ayuda que no me ponga en peligro.
– Vale. Primero, el dinero. Londres me ha asegurado que van a entregarle dinero con un cien por ciento de garantías de anonimato. También han dado el visto bueno para que largue lo de Cleopatra. Es una operación cerrada. Parece que eso mejorará su situación respecto al general Rieff, por lo que dice.
– O tal vez no haga sino agravar su suspicacia, ya de por sí acentuada -dijo Schneider-. Hoy me ha acusado de ser un agente doble.
– El modo en que le llegará el dinero, me han asegurado, le hará invulnerable ante Rieff, Mielke, Yakubovski y el mismísimo Lord Leónidas Brezhnev.
16 de enero de 1971, casa franca, Pellatt Road, Londres.
Gromov estaba sentado en el sillón del salón de la casa franca de Pellatt Road. Se había quitado los zapatos y se calentaba los pies en la chimenea. Andrea estaba sentada frente a él y no le apetecía oler ningún vapor procedente de los pies de Gromov. Acababa de dar parte de su conversación con los jefes de sección y Gromov, junto con dos galletas que le habían llenado la ropa de migas, la estaba digiriendo. Andrea encendió un cigarrillo y tiró la cerilla al fuego por encima de los dedos juguetones de Gromov.
– Un giro muy interesante, ¿no le parece? -dijo el ruso, sin el menor atisbo de interés.
– Parece un avance.
– ¿Lo que tiene El Leopardo de las Nieves es un problema de dinero? -Wallis me dijo que no era un asunto de financiación. -Así que no es financiación. ¿Y cuál es su problema? -¿Algo relacionado con el desertor?
– El desertor. Un experto en el despliegue de misiles balísticos intercontinentales en la Unión Soviética -dijo Gromov-. En la Universidad Humboldt se espera a un físico ruso para que dé dos conferencias, asista a un banquete, reciba un premio y pase la noche antes de volver a Moscú. Se llama Grigori Varlamov.
– ¿Se trata de un riesgo de deserción conocido?
– Si lo fuera no lo enviaríamos a la Universidad Humboldt -dijo Gromov-. ¿Cuándo parte hacia Berlín? -Mañana por la mañana.
– Varlamov llega pasado mañana… por la tarde, y se queda veinticuatro horas -dijo, y después, pensando en voz alta-: Si el objetivo de la operación del SIS fuera la satisfactoria deserción de Varlamov, ¿qué puede estarle causando el problema a El Leopardo de las Nieves? Si no es el dinero, su situación debe de haber cambiado y, por la razón que sea, está hallando dificultades para maniobrar.
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