Javier Sierra - El ángel perdido

Здесь есть возможность читать онлайн «Javier Sierra - El ángel perdido» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El ángel perdido: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El ángel perdido»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Mientras trabaja en la restauración del Pórtico de la Gloria de Santiago de Compostela, Julia Álvarez recibe una noticia devastadora: su marido ha sido secuestrado en una región montañosa del noreste de Turquía. A partir de ese momento, Julia se verá envuelta sin quererlo en una ambiciosa carrera por controlar dos antiguas piedras que, al parecer, permiten el contacto con entidades sobrenaturales y por las que están interesados desde una misteriosa secta oriental hasta el presidente de los Estados Unidos.
Una obra que deja atrás todos los convencionalismos del género, reinventándolo y empujando al lector a una aventura que no olvidará.

El ángel perdido — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El ángel perdido», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Al punto, Allen volvió a concentrarse en mí.

– Responderé a sus preguntas una por una, señora Faber. Al menos hasta donde mi gobierno y yo podamos. Pero necesitaré que, a cambio, me ayude con las mías. ¿Lo entiende?

No pude responder. Apenas podía apartar la vista de la imagen congelada de Martin. Estaba casi irreconocible. Con barba de varios días, el cabello hecho un desastre y su piel llena de erupciones. Un mar de remordimientos acudió a torturarme. ¿Cómo había podido ser tan torpe? ¿Por qué lo había dejado ir solo a aquel viaje? Los recuerdos de nuestra última discusión empezaron a brillar fugaces en mi memoria. Ocurrió poco antes de que tomara su avión a Van, no muy lejos del Ararat. Le había echado en cara que llevara cinco años usándome en sus experimentos y me planté jurándole que no participaría en uno más nunca. «¿Ni por amor?», dijo sorprendido de mi cólera. «¡Por supuesto que no!» Ahora empezaba a lamentar mi genio. ¿Lo había llevado yo a esa situación?

– Lo primero que debe saber es que un grupo terrorista ya ha reivindicado su secuestro -precisó Allen, ajeno a mis reproches-. Es el Partido de los Trabajadores del Kurdistán, una facción política ilegal de inspiración marxista enfrentada desde hace décadas a las autoridades turcas. La buena noticia -sonrió- es que tienen un gran historial de secuestros de escaladores y la mayoría terminan por ser liberados. La menos buena, señora, es que en este incidente han actuado con una impecabilidad asombrosa. No han dejado pistas de su actuación. De hecho, ni siquiera nuestros satélites han sido capaces de encontrarlas.

– ¿Saté… lites? -balbuceé ahogando un sollozo, cada vez más incrédula.

– Mi gobierno acude a usted como último recurso. -El coronel recuperó su sonrisa con levedad-. Antes de conocerla a usted, su marido trabajó para proyectos importantes de nuestro país. Conoce información sensible que no puede caer en manos como ésas. Por eso estoy aquí. Para ayudarla a encontrarlo pero también para ayudarnos a nosotros. ¿Me comprende?

– No… No estoy segura.

Otro alud de ideas atropelladas se me vino encima. Martin nunca había sido demasiado explícito conmigo sobre sus años en Washington. Apenas mencionaba esa etapa de su vida. Era como si hubiera algo en ella que lo disgustara. Como esas viejas novias que no es políticamente correcto mencionar a una esposa.

Nicholas Allen dio entonces un giro a la conversación que me dejó todavía más perpleja.

– Le ruego que termine de ver el vídeo, señora.

– ¿Qué?

– No se lo muestro para atormentarla, créame, sino para que nos ayude a interpretar un mensaje que su marido le ha enviado.

– ¿A mí? ¿En ese vídeo?

Un ligero temblor volvió a apoderarse de mis manos.

– A usted. ¿No quiere verlo?

La pantalla del dispositivo volvió a relampaguear llenando de tonos azules aquel rincón de la cafetería. El coronel Allen accionó el botón táctil de avance hasta que la grabación se detuvo en el minuto siete. Me apreté el estómago con las dos manos, como si eso pudiera ayudarme a controlar mis emociones. El contraste de la imagen estaba al máximo. Al volver a reparar en el rostro demacrado de mi marido, estático, me preparé para lo peor.

Lo primero que escuché fue una voz de varón hablando en un inglés con acento duro.

«¡Diga su nombre!»

El tono era irascible y procedía de alguien que no estaba en pantalla.

«¿No me ha oído? -insistió-. ¡Diga su nombre!»

Martin alzó la mirada como si al fin lo hubiera escuchado.

«Me llamo Martin Faber. Soy científico…»

«¿Tiene algún mensaje que enviar a sus seres queridos?»

Mi marido asintió. Su interlocutor seguía pronunciando las haches aspiradas y las eses como si fuera un ruso recién salido de La caza del Octubre Rojo. Él volvió a fijar su mirada en la cámara, y como si aquel instante hubiera sido grabado sólo para que yo lo viera, dijo:

«Julia. Tal vez no volvamos a vernos… Si no salgo de ésta, quiero que me recuerdes como el hombre feliz que encontró su complemento a tu lado…»

Una lágrima furtiva rodó por mi mejilla. Lo vi empuñar en sus manos la prueba de nuestro amor. El objeto por el que nuestras vidas habían adquirido un -al menos para mí- inesperado sentido. Y con la voz trémula, entre pequeñas interferencias de sonido, continuó:

«… Si el tiempo dilapidas, todo se habrá perdido. Los descubrimientos que hicimos juntos. El mundo que se abrió ante nosotros. Todo. Lucha por mí. Usa tu don. Y ten presente que, aunque te persigan para robarte lo que es nuestro, la senda para el reencuentro siempre se te da visionada.»

El vídeo, brusco, se apagó justo ahí.

– ¿No hay nada más? -pregunté como si me hubieran robado el aire que respiraba.

– No.

Estaba confundida. Desorientada. Y el coronel Allen, que no había soltado mis manos en todo ese tiempo, las apretó entonces un poco más.

– Lo siento… -murmuró-. Lo siento de veras.

Pero, impelido por un interés que yo no terminaba de comprender, me formuló una pregunta que no esperaba:

– ¿Qué don es ése, señora?

Capítulo 10

Miguel Pazos y Santiago Mirás llevaban sólo un año destinados en la comisaría de policía de Santiago de Compostela. Habían terminado sus estudios en la Academia con excelentes calificaciones y disfrutaban trabajando en una ciudad como aquélla, donde pese a estar radicado el gobierno de la región y recibir la mayor población flotante del norte de España, casi nunca sucedía nada digno de mención.

El inspector Figueiras los había enviado a vigilar la escalinata que daba acceso a la puerta principal de la catedral y al Pórtico de la Gloria, y los dos especulaban animados sobre lo que acababa de ocurrir. Estaban relajados. Los disparos que habían puesto en estado de alarma a su unidad habían parado hacía rato. Gracias a Dios el templo no se había incendiado ni nadie había resultado herido en el tiroteo. Pese a todo, se les había ordenado que permanecieran alerta ante cualquier movimiento sospechoso. Un prófugo armado seguía oculto en alguna de las callejuelas que morían en la impresionante plaza del Obradoiro, y su prioridad era ahora detenerlo.

En la puerta del hostal de los Reyes Católicos todo parecía tranquilo. El acceso al parador nacional estaba cerrado a cal y canto, como siempre a esas horas, y la luz eléctrica había devuelto su tono macilento a la catedral y a la fachada del palacio de Rajoy. La lluvia, además, jugaba a su favor. Los obligaba a quedarse dentro del coche patrulla, aparcados en la esquina de la calle San Francisco, proporcionándoles un observatorio seco y privilegiado desde el que poder controlar la irrupción de cualquier transeúnte.

Ninguno de los dos esperaba que a eso de las doce y cuarenta el suelo empezara a temblar.

Primero fue un estremecimiento suave, como si la lluvia hubiera intensificado su fuerza e hiciera vibrar al Nissan Xtrail sobre sus ejes. Los agentes se miraron sin decir palabra. Pero cuando un zumbido cortante comenzó a tronar sobre ellos, ambos se removieron en sus asientos.

– ¿Qué carallo es eso…? -murmuró el agente Pazos.

Fue su compañero quien lo tranquilizó.

– Debe de ser el helicóptero que pidió el comisario. Calma -dijo.

– Ah, bueno.

– Hay que tenerlos bien puestos para volar en una nochecita así.

– Y que lo digas.

El zumbido aumentó su intensidad haciendo que algunos charcos que se habían formado sobre los adoquines de la plaza comenzaran a elevarse a pequeños chorros hacia el cielo.

– Santi… -El agente Pazos tenía la nariz empotrada en el parabrisas viendo cómo la aeronave descendía ante ellos-. ¿Ese helicóptero es nuestro?

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El ángel perdido»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El ángel perdido» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «El ángel perdido»

Обсуждение, отзывы о книге «El ángel perdido» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x