John Gardner - Nadie Vive Enternamente

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Durante años, May, el ama de llaves escocesa de James Bond, ha sido la única constante de su agitada existencia. Pero May tiene gravemente dañado el pulmón izquierdo, lo cual provoca en el superagente un paroxismo de preocupación casi filial. Primero un gran especialista londinense y luego la convalecencia en una carísima clínica alemana tranquilizan la conciencia de Bond, pero no consiguen acallar la cáustica lengua del ama de llaves. Bond ha sido advertido de que, en caso de negarse a “colaborar”, la mujer corre el peligro de no celebrar su próximo cumpleaños.
Un incidente en el transbordador del Canal de la Mancha -cuando el buque permanece detenido mientras se busca a un par de jóvenes que, al parecer, han caído por la borda- pone inexplicablemente nervioso al famoso superagente. Y pocas horas después de su desembarco en un puerto belga, se produce el primer movimiento de un desconcertante y mortífero juego del gato y el ratón, en el que la presa es precisamente James Bond. ¿Cuál podrá ser el objetivo de la venganza personal tramada por un atacante que Bond no logra identificar?
Nunca los mecanismos de defensa del superagente 007 han sido sometidos a más dura prueba que en el momento en que comprende que se ha puesto precio a su cabeza…

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Entonces, afrontó la desagradable tarea de amontonar los cadáveres en la popa. El de Kirchtum ya estaba allí y sólo hacía falta darle la vuelta, lo que Bond consiguió hacer con un pie; el cuerpo del capitán estaba encajado en la puerta de la timonera y tuvo que tirar con fuerza para soltarlo. Quinn fue el más difícil de trasladar porque hubo que arrastrar el decapitado cuerpo ensangrentado por el estrecho hueco que separaba el camarote del pasamanos.

Bond colocó los cadáveres en fila directamente encima de las latas de combustible y los ató con sedal de pescar. Luego, recogió todo el material inflamable que pudo encontrar: sábanas y mantas de las cuatro literas del camarote, cojines, almohadas e incluso trapos. Lo amontonó todo en la proa y colocó encima varios chalecos salvavidas y otros objetos pesados. Después dejó un cabo enrollado junto a los cadáveres y saltó a la otra embarcación donde encontró a Sukie en la timonera y a Nannie a su espalda, de pie en los peldaños de la escala que conducía al camarote de abajo. Nannie sostenía en una mano el voluminoso proyector de bengalas.

– Aquí está. Una pistola de bengalas.

– ¿Tenemos bastantes? -preguntó Bond.

Nannie le señaló una caja de metal que contenía aproximadamente una docena de gruesos cartuchos, cada uno con la indicación del color: rojo, verde o de iluminación. Bond tomó tres bengalas de iluminación.

– Creo que con eso habrá suficiente -dijo.

Luego, empezó a dar rápidamente instrucciones, y Sukie puso en marcha los motores mientras Nannie desamarraba todos los cabos menos uno.

Bond regresó a la otra embarcación para hacer los preparativos finales. Acercó el cabo que había dejado junto a los cadáveres hasta el montón de ropa, lo pasó por debajo del mismo, lo volvió a llevar hacia la pared de popa y lo dejó a pocos centímetros de las latas de combustible. Después tomó una de esas latas y saturó primero la ropa, después los cadáveres y, finalmente, todo el cabo.

Con la segunda lata roció los restos humanos y, desenroscando el tapón de la misma, introdujo en ella el cabo saturado.

– ¡Listo! -gritó.

Luego se alejó corriendo, se encaramó al pasamanos y saltó a la otra embarcación en el preciso instante en que Nannie soltaba el cabo. Sukie abrió poco a poco la válvula y la embarcación empezó a apartarse de la otra, y viró suavemente hasta colocarse en posición perpendicular, de popa hacia ella.

Bond se situó a popa de la superestructura, introdujo una bengala en la pistola, comprobó la dirección del viento y observó cómo ambos buques se iban separando poco a poco. Cuando ya se encontraban a unos ochenta metros de distancia, levantó la pistola y disparó una bengala de iluminación haciéndole describir una trayectoria baja y llana. La bengala pasó silbando por la popa de la otra embarcación. Bond ya había vuelto a cargar la pistola y cambió de posición. Esta vez, la sibilante bengala describió un arco perfecto, dejando a su espalda una densa estela de blanco humo antes de aterrizar en la proa. Hubo una segunda pausa antes de que el material se incendiara produciendo un pequeño chasquido. Las llamas se propagaron a través del cabo hasta llegar a las latas de combustible y los cadáveres.

– ¡A toda máquina y cabecea todo cuanto puedas! -le gritó Bond a Sukie.

El rugido del motor se intensificó y la proa se levantó casi antes de que Bond terminara de dar la orden mientras se alejaban rápidamente de la embarcación en llamas.

Los cadáveres se incendiaron primero. De la popa se elevó una lengua carmesí seguida de una densa nube de humo negro. Se encontraban a más de dos kilómetros de distancia cuando estallaron las latas de combustible con una rugiente explosión de un color rojo más oscuro en el centro, la cual partió la embarcación por la mitad en medio de una tremenda bola de fuego. Por un instante, vieron el humo y una enorme cascada de escombros. Después, nada. El agua pareció hervir alrededor de los restos de la potente embarcación de pesca; luego desprendió una especie de vapor y se quedó en calma. A los dos segundos de producirse la explosión, las ondas expansivas alcanzaron la popa del otro buque. El viento que les azotó las mejillas olía ligeramente a quemado.

A la distancia de unos cinco kilómetros, ya no se veía nada, pero, a pesar de ello, Bond permaneció de pies en la superestructura, contemplando el pequeño y rugiente infierno.

– ¿Café? -le preguntó Nannie.

– Depende del tiempo que permanezcamos en el mar.

– Hemos alquilado este barco para un día de pesca -dijo la joven-. No me parece oportuno despertar sospechas.

– No, e incluso tendremos que intentar pescar algo. ¿Está bien Sukie en el timón?

Sukie Tempesta se volvió a mirarle y asintió con una sonrisa en los labios.

– Ha manejado embarcaciones toda su vida -dijo Nannie, señalando con un gesto la escala que conducía abajo-. Hay café en…

– Yo quiero saber cómo conseguiste encontrarme -dijo Bond, mirándola fijamente a los ojos

– Ya te lo dije. Te estaba cuidando, James.

En este instante, se encontraban sentados el uno de cara al otro en las literas del pequeño camarote. Sostenían en sus manos sendas tazas de café mientras la embarcación cabeceaba y las olas rompían contra el casco. Sukie había reducido la velocidad y ahora estaban describiendo una serie de anchos círculos.

– Cuando la Norrich Universal Bodyguards asume la responsabilidad de cuidar a alguien, lo hace hasta el final.

Nannie mantenía las largas piernas dobladas bajo su cuerpo en la litera y se había soltado el sedoso cabello oscuro que ahora se le derramaba sobre los hombros, confiriendo a su rostro una expresión de duendecillo travieso. Sus bellos ojos grises parecían más dulces e interesantes que nunca. Cuidado, pensó Bond, esta dama tiene que darte explicaciones y más le vale ser convincente.

– O sea que me cuidaste -dijo sin sonreír. Nannie le explicó que, en cuanto le llamaron por los altavoces en el Aeropuerto Internacional de Miami, dejó a Sukie con las maletas y le siguió a prudente distancia.

– Tuve mucha protección -ya sabes la cantidad de gente que había-, pero lo vi todo. Soy lo bastante experta como para saber si le toman el pelo a un cliente.

– Pero se me llevaron en un automóvil.

– Sí. Anoté la matrícula y efectué una rápida llamada telefónica… Mi pequeño NUB tiene aquí una delegación e inmediatamente siguieron la pista al vehículo. Dije que ya les llamaría en caso de que necesitara ayuda. A continuación llamé a la oficina de planificación de vuelos.

– Ingeniosa dama.

– James, en este juego no tienes más remedio que serlo. Aparte los vuelos habituales a Cayo Oeste, tenían el plan de vuelo de un avión privado. Anoté los detalles…

– ¿Y eran?

– Una organización llamada Etudes de la Société pour la Promotion de l'Ecologie et de la Civilisation…

ESPEC, pensó Bond. ESPEC… ECPECTRO.

– Faltaban seis minutos para el vuelo de la Providence and Boston Airlines a Cayo Oeste y calculé que llegaríamos un poquito antes que el aparato privado.

– Calculaste asimismo que me encontraba a bordo del reactor de ESPEC.

– Sí -asintió Nannie-, y allí estabas. En caso contrario, me hubiera llevado un chasco. Aterrizamos unos cinco minutos antes que tú. Tuve incluso tiempo de alquilar un automóvil, enviar a Sukie a reservar habitaciones en el hotel y seguirte hasta el centro comercial de Searstown.

– Y entonces, ¿qué ocurrió?

– Me quedé esperando -Nannie hizo una pausa sin mirarle a la cara-. La verdad es que no sabía qué hacer. Después ocurrió un pequeño milagro y el tipo alto de la barba salió y se fue directamente a la cabina telefónica. Yo me encontraba a pocos pasos de distancia y tengo muy buena vista. Las gafas son para disimular. Le vi marcar un número y hablar un rato. Cuando se fue al supermercado, entré en la cabina y marqué el mismo número. Había llamado la restaurante Harbour Lights.

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