Steve Berry - La búsqueda de Carlomagno

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La búsqueda de Carlomagno: краткое содержание, описание и аннотация

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Una civilización desconocida enterrada bajo el hielo de la Antártida esconde un misterio que Carlomagno dejó escrito. Un secreto revelador y de una gran importancia para la humanidad está a punto de ser descubierto…
Cotton Malone intenta descubrir la verdad sobre su padre, que murió en un submarino que se perdió en el Antártida en los años 70. Pronto aparecen otros involucrados en la búsqueda: dos gemelas alemanas y un aliado del presidente de los EE.UU. Pero cada uno de ellos tiene sus propios motivos. Después de investigar pistas en un par de iglesias antiguas en Alemania y Francia descubren pruebas de una civilización desconocida y muy avanzada que vivía en la Antártida antes de que desapareciera cubierta por el hielo.
Una novela trepidante, una búsqueda épica que llevará al lector desde Alemania, hasta Francia, EE.UU. y Antártida.

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Malone dejó las columnas y entró en el claustro, un trapecio de tejado irregular con arcos, columnas y capiteles. La madera del techo, que parecía nueva, debía de haber sido objeto de recientes reparaciones. De la parte derecha del claustro salían dos habitaciones vacías -una sin techo y la otra con las paredes en ruinas-, sin duda refectorios para los monjes y los huéspedes, si bien ahora sus únicos dueños eran los elementos y los animales.

Dobló una esquina y echó a andar por la cara corta de la galería, dejando atrás más espacios derruidos, todos ellos cubiertos de nieve que había entrado por los huecos de las ventanas o por la parte superior, ortigas marrones y hierbajos que contaminaban los recovecos. Encima de una de las puertas había una desvaída imagen tallada de la Virgen María. Al otro lado Malone vio una espaciosa estancia, probablemente la sala capitular, donde habían vivido los monjes. Contempló de nuevo el jardín del claustro y una pila en mal estado decorada con desvaídas hojas y cabezas, la nieve sepultando su base.

Al otro lado del claustro se movió algo.

En la galería de enfrente. Rápido y sutil, pero real.

Malone se agachó y se desplazó hasta el rincón.

El lado largo del claustro medía unos quince metros y terminaba en un arco doble sin puertas. La iglesia. Supuso que lo que quisiera que hubiese estaría allí, pero era una posibilidad remota. Con todo, alguien había cortado la cadena de fuera.

Estudió el muro interior que se alzaba a su derecha.

Entre él y el extremo del claustro se abrían tres puertas. Los arcos que tenía a su izquierda, que enmarcaban aquel jardín expuesto al viento, eran austeros, con escasos motivos ornamentales. El tiempo y los elementos habían hecho estragos. Reparó en un querubín solitario que había sobrevivido y portaba un escudo de armas. Oyó algo a su izquierda, en la galería larga.

Pasos.

Y se dirigían hacia él.

Ramsey dejó el coche y fue a buen paso hacia el edificio administrativo principal de los servicios de inteligencia de la Marina para combatir el frío. No tuvo que pasar por ningún control de seguridad. Uno de sus subordinados, un teniente, lo esperaba a la puerta. De camino a su despacho recibió los habituales informes matutinos.

Hovey lo aguardaba allí.

– Han encontrado el cuerpo de Wilkerson.

– Habla.

– En Munich, cerca del parque Olímpico. Con un tiro en la cabeza.

– Deberías estar contento.

– Es un alivio.

Pero a Ramsey no le hacía tanta gracia. Todavía tenía en mente la conversación que había mantenido con Isabel Oberhauser.

– ¿Quiere que autorice el pago de los que hicieron el trabajito?

– Aún no. -Ya había llamado al extranjero-. En este momento los tengo haciendo otra cosa, en Francia.

Charlie Smith se encontraba en Shoneys, terminando su tazón de sémola. Le encantaba la sémola, sobre todo con sal y tres nueces de mantequilla. No había dormido mucho, la última noche había sido problemática: aquellos dos iban a por él.

Logró escapar de la casa y aparcó unos kilómetros carretera abajo. Vio aproximarse a una ambulancia y la siguió hasta un hospital situado a las afueras de Charlotte. Le habría gustado entrar pero decidió no hacerlo. En cambio, prefirió volver a su hotel y procurar dormir.

Tendría que llamar a Ramsey en breve. El único informe aceptable era que los tres objetivos habían sido eliminados. Cualquier atisbo de problema convertiría al propio Smith en un blanco. Provocaba a Ramsey, se aprovechaba de la larga relación que los unía, explotaba sus éxitos, todo ello porque sabía que Ramsey lo necesitaba.

Pero eso cambiaría en el acto si él fallaba. Consultó su reloj: las 6.15 horas. Tenía que arriesgarse.

Había visto que fuera había un teléfono, de modo que pagó la cuenta y efectuó la llamada. Cuando le recitaron las opciones del hospital, seleccionó la que proporcionaba información sobre los pacientes. Dado que no sabía cuál era el número de la habitación, esperó hasta que se puso una operadora.

– Quiero saber cómo se encuentra Herbert Rowland. Es mi tío e ingresó anoche.

Tras pedirle que aguardase un instante, la mujer volvió a ponerse al aparato.

– Lamentamos comunicarle que el señor Rowland falleció poco después de ingresar.

Él fingió estar impresionado.

– Dios mío.

La mujer le dio el pésame y él se lo agradeció, colgó y exhaló un suspiro de alivio. Por los pelos.

Recobró la compostura y marcó un número conocido en el móvil. Cuando Ramsey lo cogió, dijo alegremente:

– Tres de tres. Todo un éxito, como de costumbre.

– Me alegro de que te enorgullezcas de tu trabajo.

– Nuestro objetivo es que el cliente quede satisfecho.

– En tal caso satisfáceme una vez más: el cuarto. Tienes el visto bueno. Hazlo.

Malone aguzó el oído: había alguien detrás y delante de él. Se mantuvo agazapado y se metió a la carrera en una de las habitaciones que se abrían en la galería, la cual, según pudo comprobar, tenía paredes y techo. Pegó la espalda a la pared, junto a la puerta. La oscuridad acentuaba los tenebrosos rincones de la estancia. Se encontraba a unos seis metros de la entrada de la iglesia.

Más pasos.

Procedentes de la galería, alejándose de la iglesia.

Agarró el arma y se dispuso a esperar.

Quienquiera que estuviese allí seguía avanzando. ¿Lo habrían visto entrar? Por lo visto, no, ya que no se esforzaban por amortiguar los pasos en la crujiente nieve. Malone se preparó y ladeó la cabeza, utilizando la visión periférica para vigilar la puerta. Ahora los pasos se oían en el lado opuesto del muro donde él estaba apoyado.

Apareció un bulto, camino de la iglesia.

Él giró, agarró un hombro, volvió el arma y estampó al intruso contra la pared de fuera, clavándole la pistola en las costillas.

Se encontró con una cara asustada.

Un hombre.

CINCUENTA Y CINCO

Charlotte 6.27 horas

Stephanie efectuó una llamada a la central de Magellan Billet y pidió información sobre el doctor Douglas Scofield. Ella y Davis estaban solos. Media hora antes habían llegado dos agentes del servicio secreto con un ordenador portátil seguro, del que Davis se había apropiado. A los agentes se les ordenó cuidar de Herbert Rowland, que iba a ser trasladado a otra habitación bajo otro nombre. Davis había hablado con la administradora del hospital, que había accedido a cooperar anunciando el fallecimiento de Rowland. Seguro que alguien llamaría para preguntar por él. Así había sido, la operadora que proporcionaba información sobre los pacientes anunció que había recibido una llamada hacía veinte minutos -de un hombre que había asegurado ser su sobrino- para preguntar por Rowland.

– Con eso debería darse por satisfecho -aseguró Davis-. Dudo que nuestro asesino vaya a arriesgarse a entrar. Para asegurarnos, se publicará una esquela en el periódico. Les he pedido a los agentes que se lo expliquen todo a los Rowland y consigan que cooperen.

– Es un tanto duro para los amigos y la familia -apuntó ella.

– Más duro será si el tipo ese se da cuenta de su error y vuelve para terminar lo que empezó.

El portátil anunció la llegada de un e-mail. Stephanie abrió el mensaje, procedente de su despacho:

Douglas Scofield es profesor de antropología en la Universidad de East Tennessee. Fue contratado por la Marina entre 1968 y 1972, sus actividades eran clasificadas. Es posible acceder a ellas, pero quedará rastro, así que no se ha hecho, ya que usted indicó que mantuviésemos en secreto las averiguaciones. Su obra publicada es abundante; además de las publicaciones de antropología de rigor, escribe para revistas de la new age y ciencias ocultas. Una comprobación rápida en Internet dio como resultado, entre otros temas, la Atlántida, los ovnis, los antiguos astronautas y fenómenos paranormales. Es el autor de Mapas de antiguos exploradores (1986), un exitoso relato de cómo la cartografía pudo verse influida por culturas desaparecidas. En la actualidad asiste a un simposio en Asheville, Carolina del Norte, donde dará una conferencia titulada «Antiguos misterios desvelados», que se celebra en el hotel Inn, en la finca Biltmore Estate. Hay unos ciento cincuenta participantes. Él es uno de los organizadores y figura como ponente. Parece un evento anual, ya que se anuncia como el decimocuarto simposio.

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