Steve Berry - Los caballeros de Salomón

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La poderosa orden medieval de los templarios poseía un conocimiento secreto que amenazaba los cimientos de la Iglesia y cuya revelación podría haber cambiado el rumbo de la Historia. Condenador por herejía, fueron aniquilados en el siglo XIV, y los rastros de su colosal saber se perdieron en el abismo de la Historia. Hasta hoy. Cotton Malone, un ex agente secreto del gobierno americano, se ve envuelto en una persecución a contrarreloj por descifrar ese enigma que los templarios codificaron. Su búsqueda pone al descubierto una peligrosa conspiración religiosa capaz de cambiar el destino de la humanidad y poner en entredicho la veracidad de los Santos Evangelios.

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En mi opini ón, el verdadero motivo del crimen se hallaba en el dormitorio del cura. All í, el asaltante hab ía abierto un portafolios. Hab ía papeles dentro, pero era imposible saber si se hab ían llevado algo. Se hallaron gotas de sangre dentro y alrededor de la cartera. El gendarme lleg ó a la conclusi ón de que el asesino estaba buscando algo, y tal vez yo sepa lo que pod ía ser.

Dos semanas antes de su asesinato, habl é con el abate G élis. Un mes antes, G élis se hab ía comunicado con el obispo de Carcasona. Yo aparec í en la casa de G élis, present ándome como el representante del obispo, y discutimos largo rato sobre lo que le inquietaba. Finalmente me pidi ó que oyera su confesi ón. Como de hecho no soy sacerdote, y por tanto no estoy vinculado por el secreto de confesi ón, puedo informar de lo que cont ó.

Este criptograma era un sistema cifrado corriente popular durante el último - фото 3

Este criptograma era un sistema cifrado corriente, popular durante el último siglo. Él me dijo que seis a ños antes el abate Saunière, de Rennes-le-Ch âteau, hab ía hallado un criptograma en su iglesia tambi én. Cuando los compar ó, eran id énticos. Saunière cre ía que ambos criptogramas hab ían sido dejados por el abate Bigou, que hab ía servido en Rennes-le-Ch âteau durante la Revoluci ón francesa. En la época de Bigou, la iglesia de Coustausa era tambi én atendida por el cura de Rennes. De manera que Bigou habr ía sido un visitante frecuente en la actual parroquia de G élis. Saunière tambi én cre ía que hab ía una relaci ón entre los criptogramas y la tumba de Marie d’Hautpoul de Blanchefort, la cual muri ó en 1781. El abate Bigou hab ía sido confesor de esta mujer y encarg ó su tumba y su l ápida, haciendo que una variedad de palabras y s ímbolos únicos fueran inscritos inmediatamente despu és. Por desgracia, Saunière no hab ía sido capaz de descifrar ninguno de ellos, pero, al cabo de un a ño de trabajo, G élis resolvi ó el criptograma. Me dijo que no hab ía sido completamente veraz con Saunière, pensando que los motivos de su colega abate no eran puros. De modo que ocult ó a su colega la soluci ón que él hab ía hallado.

El abate G élis quer ía que el obispo conociera la soluci ón completa y pensaba que estaba realizando esa acci ón al dec írmelo a m í.

Por desgracia, el mariscal no reproducía lo que Gélis había dicho. Quizás pensó que la información era demasiado importante para ser escrita, o quizás era otro intrigante, como De Roquefort. Curiosamente, las Crónicas informaban de que el propio mariscal había desaparecido un año más tarde, en 1898. Se marchó un día por asuntos de la abadía, y no regresó nunca más. Su búsqueda no dio ningún fruto. Pero a Dios gracias había registrado el criptograma.

Las campanas de la Hora Sexta comenzaron a sonar, señalando la reunión del mediodía. Todos, excepto el personal de la cocina, se congregarían en la capilla para la lectura de los Salmos, los himnos y las plegarias hasta la una de la tarde. El senescal pensó que tendría un rato de meditación, pero fue interrumpido por un suave golpecito en la puerta. Se dio la vuelta cuando Geoffrey entró, llevando una bandeja de comida y bebida.

– Me ofrecí voluntario para traerle esto -dijo el joven-. Me dijeron que se había saltado usted el desayuno. Debe de estar hambriento.

El tono de Geoffrey era extrañamente optimista.

La puerta permanecía abierta, y el senescal pudo ver a los dos guardianes de pie fuera.

– Les traje también a ellos un poco de bebida -dijo Geoffrey, señalando afuera.

– Estás de un humor generoso hoy.

– Jesús dijo que el primer aspecto de la Palabra es la fe, el segundo es el amor, el tercero son las buenas obras y de éstas surge la vida.

El senescal sonrió.

– Correcto, amigo mío.

Mantuvo su tono animado pensando en los dos pares de oídos que se encontraban a pocos metros de distancia.

– ¿Está usted bien? -preguntó Geoffrey.

– Tan bien como cabría esperar.

Aceptó la bandeja y la dejó sobre la mesa.

– He rezado por usted, senescal.

– Me atrevería a decir que ya no poseo ese título. Seguramente, ha sido nombrado uno de nuevo por De Roquefort.

Geoffrey asintió.

– Su lugarteniente.

– Ay de nosotros…

Vio que uno de los hombres de la puerta se desplomaba. Un segundo más tarde, el cuerpo del otro se debilitaba hasta terminar uniéndose al de su compañero en el suelo. Dos vasos rebotaron sobre las baldosas.

– Ya era hora -dijo Geoffrey.

– ¿Qué has hecho?

– Un sedante. El médico me lo proporcionó. No tiene sabor, ni olor, pero es rápido. El curador es amigo nuestro. Le desea a usted buena suerte. Ahora debemos irnos. El maestre hizo sus previsiones, y es deber mío comprobar que se han cumplido.

Geoffrey buscó bajo su hábito y sacó dos pistolas.

– El encargado del arsenal es amigo nuestro también. Podemos necesitarlas.

El senescal estaba entrenado en el manejo de las armas de fuego. Ello formaba parte de la educación básica que todo hermano recibía. Agarró el arma.

– ¿Dejamos la abadía?

Geoffrey asintió.

– Se exige que realicemos nuestra tarea.

– ¿ Nuestra tarea?

– Sí, senescal. He estado preparándome para esto durante mucho tiempo.

Percibió el ansia y, aunque era diez años mayor que Geoffrey, de repente se sintió incapaz. Aquel supuesto hermano menor era mucho más de lo que aparentaba.

– Como dije ayer, el maestre eligió bien contigo.

Geoffrey sonrió.

– Creo que lo hizo bien en los dos casos.

El senescal encontró una mochila y rápidamente metió algunos artículos de tocador, objetos personales y los dos libros que había cogido de la biblioteca interior.

– No tengo más ropa que mi hábito.

– Podemos comprar algo cuando estemos fuera.

– ¿Tienes dinero?

– El maestre era un hombre minucioso.

Geoffrey se deslizó hasta la puerta y miró a ambos lados.

– Los hermanos estarán todos en la Hora Sexta. El camino debería estar despejado.

Antes de seguir a Geoffrey al corredor, el senescal echó una última mirada a su alojamiento. Algunos de los mejores momentos de su vida habían tenido lugar allí, y sentía tristeza por tener que dejar esos recuerdos. Pero otra parte de su psique le urgía a seguir adelante, hacia lo desconocido, al exterior, hacia fuera cual fuese la verdad que el maestre tan evidentemente conocía.

XXVII

Villeneuve-les-Avignon

12:30 pm

Malone estudió a Royce Claridon. El hombre iba vestido con unos holgados pantalones de pana manchados de lo que parecía pintura turquesa. Un pintoresco jersey deportivo cubría su delgado pecho. Andaba probablemente cerca de los sesenta, y era larguirucho como una mantis religiosa, con una atractiva cara de bien definidos rasgos. Sus oscuros ojos se hundían profundamente en su cabeza y, aunque ya no brillaban con el poder del intelecto, eran, con todo, penetrantes. Llevaba los pies descalzos y sucios, las uñas descuidadas y sus encanecidos cabellos y barba enmarañados. El asistente les había advertido de que Claridon sufría delirios pero que en general era inofensivo, y casi todo el mundo en la institución le evitaba.

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