Retrocedió y disparó tres balas contra el lado izquierdo de las dobles ventanas. Los cristales emplomados se agrietaron y luego reventaron. Se lanzó adelante y utilizó el arma para limpiar los fragmentos. Subió de un salto al banco situado bajo el alféizar y se deslizó a través de la abertura. La altura hasta el suelo era sólo de un metro ochenta. Así pues, saltó y luego corrió hacia el aparcamiento.
Al abandonar el jardín, oyó la aceleración de un motor y vio a la forma de negro subida a una motocicleta. El conductor hizo girar con fuerza la máquina y evitó la única calle amplia que salía del aparcamiento, lanzándose con un rugido por uno de los pasajes laterales hacia las casas.
Malone decidió rápidamente utilizar lo compacto del pueblo en beneficio suyo y saltó hacia la izquierda, corriendo por un corto callejón y volviendo a la ru e principal. Una pendiente le ayudó a ello, y pudo oír a la motocicleta acercándose por su derecha. Tendría sólo una oportunidad, de manera que levantó el arma y aminoró el paso.
Cuando el motorista salía del callejón, disparó dos veces.
Uno de los disparos falló, pero el otro dio en el cuadro haciendo saltar chispas, y luego rebotó.
La motocicleta rugió mientras salía por la puerta de la villa.
Comenzaron a encenderse luces. Los disparos de arma de fuego eran seguramente un sonido extraño allí. Se metió el arma bajo la chaqueta, se retiró por otro callejón y regresó a la casa de Lars Nelle. Podía oír voces a sus espaldas. Estaba llegando gente a investigar. Dentro de unos momentos, estaría otra vez dentro y a salvo. Dudaba de que los otros dos hombres siguieran por allí… o, si lo estaban, que constituyeran un problema.
Pero había algo que le intrigaba.
Había captado un indicio de ello mientras observaba a la forma saltando desde la terraza, y luego corriendo. Había algo en sus movimientos.
Era difícil decirlo con seguridad, pero suficiente.
Su atacante era una mujer.
Abadía des Fontaines
10:00 pm
El senescal encontró a Geoffrey. Había estado buscando a su ayudante desde que el cónclave se disolviera, y finalmente se enteró de que el joven se había retirado a una de las pequeñas capillas situadas en el ala norte, más allá de la biblioteca, uno de los múltiples lugares de reposo que ofrecía la abadía.
El senescal entró en la sala iluminada sólo con velas y vio a Geoffrey yaciendo en el suelo. Los hermanos muchas veces se echaban así ante el altar de Dios. Durante le iniciación, el acto era prueba de humildad, una demostración de insignificancia frente al Cielo, y su práctica servía de recordatorio.
– Tenemos que hablar -dijo suavemente.
Su joven asociado permaneció inmóvil durante unos momentos, luego lentamente se puso de rodillas, se santiguó y se puso de pie.
– Dime exactamente lo que tú y el maestre estabais haciendo.
No estaba de humor para los comportamientos reservados, y afortunadamente Geoffrey parecía más tranquilo que antes en el Panteón de los Padres.
– El maestre quería estar seguro de que aquellos dos paquetes se enviarían por correo.
– ¿Dijo por qué?
– ¿Y por qué iba a hacerlo? Él era el maestre. Yo soy sólo un hermano menor.
– Al parecer él confiaba en ti lo suficiente para buscar tu ayuda.
– Dijo que usted se tomaría eso a mal.
– No soy tan quisquilloso. -Veía que el joven sabía más cosas-. Cuéntame.
– No puedo decirlo.
– ¿Por qué no?
– El maestre me dio instrucciones de que respondiera a la pregunta sobre el correo. Pero no voy a decir nada más… hasta que ocurran más cosas.
– ¿Qué más necesitas que ocurra? De Roquefort está al frente. Tú y yo estamos prácticamente solos. Los hermanos se están alineando con De Roquefort. ¿Qué más hace falta que ocurra?
– No me corresponde a mí decidir.
– De Roquefort no puede triunfar sin el Gran Legado. Ya viste la reacción en el cónclave. Los hermanos lo abandonarán si él no lo consigue. ¿Es eso lo que tú y el maestre estabais tramando?¿Sabía más el maestre de lo que me dijo a mí?
Geoffrey guardó silencio, y el senescal de repente detectó una madurez en su ayudante que no había observado anteriormente.
– Me avergüenza decir que el maestre me dijo que el mariscal lo derrotaría a usted en el cónclave.
– ¿Qué más dijo?
– Nada que pueda revelar en este momento.
Aquella actitud evasiva resultaba irritante.
– Nuestro maestre era brillante. Cómo tú dices, comprendió lo que iba a pasar. Al parecer previo lo suficiente para convertirte en su oráculo. Dime, ¿qué tengo que hacer?
La súplica en su voz no podía disimularse.
– Me dijo que respondiera a esa pregunta con lo que Jesús dijo: «El que no odia a su padre y a su madre como hago yo no puede ser mi discípulo.»
Las palabras procedían del Evangelio de santo Tomás. Pero ¿Qué significaban en este contexto? Recordó lo otro que había escrito santo Tomás. «Aquel que no ama a su padre y a su madre como yo no puede ser mi discípulo.»
– También quería que yo le recordara que Jesús dijo: «Que el que busca no deje de buscar hasta encontrar…»
– «Cuando uno encuentra, quedará desconcertado. Cuando uno es desconcertado, quedará asombrado y reinará sobre todo» -terminó él rápidamente-.¿Todo lo que decía era una adivinanza?
Geoffrey no respondió. El joven tenía un grado muy inferior al del senescal, su camino al conocimiento estaba tan sólo empezando. Ser miembro de la orden era un firme progreso hacia el completo gnosticismo… un viaje que normalmente requeriría dos años. Geoffrey había llegado a la abadía sólo dieciocho meses antes, procedente de la casa de los jesuitas de Normandía, abandonado cuando era un niño y criado por los monjes. El maestre se había fijado en él inmediatamente, pidiendo que fuera incluido en el personal ejecutivo. El senescal se había intrigado ante esta decisión, pero el viejo simplemente le había sonreído, diciendo: «No hay ninguna diferencia con lo que hice contigo.»
Colocó una mano sobre el hombro de su ayudante.
– Para que el maestre te eligiera como uno de sus ayudantes, seguramente tenía en alta consideración tus cualidades.
Una mirada resuelta brotó de la pálida cara.
– Y no le defraudaré.
Los hermanos tomaban diferentes caminos. Algunos se inclinaban por la administración. Otros se hacían artesanos. Muchos ayudaban a la autosuficiencia de la abadía como artífices o granjeros. Algunos se dedicaban exclusivamente a la religión. Tan sólo una tercera parte aproximadamente eran seleccionados como caballeros. Geoffrey iba camino de convertirse en caballero en algún momento dentro de los próximos cinco años, dependiendo de sus progresos. Ya había servido de aprendiz y completado el requerido entrenamiento elemental. Tenía ante sí un año de Escrituras antes de que pudiera serle administrado el primer juramento de fidelidad. Sería una lástima, pensó el senescal, que pudiera perder todo lo que tanto había trabajado por conseguir.
– Senescal, ¿qué pasa con el Gran Legado?¿Puede ser hallado, como dijo el mariscal?
– Ésa es nuestra única salvación. De Roquefort no lo tiene, pero probablemente piensa que nosotros sabemos cosas. ¿Es así?
– El maestre habló de ello.
Las palabras llegaron rápidamente, como si fueran para no ser dichas.
Él esperó algo más.
– Me dijo que un hombre llamado Lars Nelle fue el que más se acercó. Dijo que el camino seguido por Nelle era el correcto -continuó Geoffrey, cuyo pálido rostro delataba nerviosismo.
Él y el maestre habían discutido muchas veces sobre el Gran Legado. Sus orígenes procedían de una época anterior a 1307, pero su ocultación después de la Purga fue una manera de privar a Felipe IV de la riqueza y el conocimiento de los templarios. En los meses anteriores al 13 de octubre, Jacques de Molay escondió todo lo que la orden más apreciaba. Desgraciadamente, no existía ningún registro de su ubicación, y la Peste Negra finalmente aniquiló a todas las almas que sabían algo del lugar. La única pista procedía de un pasaje anotado en las Crónicas del 4 de junio de 1307. «¿Cuál es el mejor sitio para esconder un guijarro?» Posteriores maestros trataron de responder a esta pregunta y buscaron, hasta considerar que el esfuerzo carecía de sentido. Pero en el siglo xix salieron a la luz nuevas pistas… No procedentes de la orden, sino de dos curas párrocos de Rennes-le-Château, los abates Bigou y Bérenger Saunière. El senescal sabía que Lars Nelle había resucitado su asombrosa leyenda, escribiendo un libro en los años setenta que informaba al mundo sobre el diminuto pueblo francés y su supuesta mística antigua. Ahora, saber que «él fue el que más se acercó», que «el suyo era el camino correcto», parecía casi surrealista.
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