Steve Berry - Los caballeros de Salomón

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La poderosa orden medieval de los templarios poseía un conocimiento secreto que amenazaba los cimientos de la Iglesia y cuya revelación podría haber cambiado el rumbo de la Historia. Condenador por herejía, fueron aniquilados en el siglo XIV, y los rastros de su colosal saber se perdieron en el abismo de la Historia. Hasta hoy. Cotton Malone, un ex agente secreto del gobierno americano, se ve envuelto en una persecución a contrarreloj por descifrar ese enigma que los templarios codificaron. Su búsqueda pone al descubierto una peligrosa conspiración religiosa capaz de cambiar el destino de la humanidad y poner en entredicho la veracidad de los Santos Evangelios.

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– Sólo me trasladé a seis mil kilómetros de distancia.

– Pero su hijo le adora. Esos kilómetros no significan mucho.

– Me he preguntado un montón de veces si hice lo correcto.

– Tiene usted que vivir su vida, Cotton. A su manera. Su hijo parece que respeta eso, aunque es joven. El mío era mucho mayor y fue mucho más duro conmigo.

Malone consultó su reloj.

– El sol se ha puesto hace veinte minutos. Casi es la hora.

– ¿Cuándo se dio usted cuenta por primera vez de que nos seguían?

– Poco después de nuestra llegada. Dos hombres. Ambos parecidos a los de la catedral. Nos siguieron hasta el cementerio, y luego por la villa. Están fuera ahora.

– ¿No hay peligro de que entren?

Malone movió negativamente la cabeza.

– Están aquí para vigilar.

– Ahora comprendo por qué se marchó usted del Billet. La ansiedad. Es duro. Nunca puedes bajar la guardia. Tenía usted razón en Copenhague. No soy una agente de campo.

– El problema para mí empezó cuando comenzó a gustarme el jaleo. Eso es lo que hace que te maten.

– Todos vivimos una existencia relativamente segura. Pero tener a gente que sigue cada uno de tus movimientos, que trata de matarte… Puedo ver cómo eso te consume. Finalmente, tuvo usted que escapar.

– La preparación ayuda. Uno aprende a vivir en la inseguridad. Pero usted nunca recibió preparación. -Malone sonrió-. Sólo estaba al mando.

– Espero que sepa usted que nunca traté de implicarlo.

– Ya dejó este punto bastante claro.

– Pero me alegro de que esté usted aquí.

– No me lo hubiera perdido por nada del mundo.

Ella sonrió.

– Fue usted el mejor agente que he tenido nunca.

– Sólo fui el más afortunado. Y tuve el suficiente sentido común para decidir cuándo irme.

– Peter Hansen y Ernest Scoville fueron asesinados los dos. -Stephanie hizo una pausa y finalmente expresó lo que había llegado a creer-. Quizás Lars también. El hombre de la catedral quería que yo lo supiera. Era su forma de enviarme un mensaje.

– Aquí hay un gran salto en la lógica.

– Lo sé. No hay ninguna prueba. Pero lo intuyo, y, aunque quizás no soy agente de campo, he llegado a confiar en mis intuiciones. Sin embargo, tal como yo solía decirle a usted, nada de conclusiones basadas en suposiciones. Vayamos a los hechos. Todo este asunto es extraño.

– No me diga. Caballeros templarios. Secretos en lápidas mortuorias. Sacerdotes que encuentran tesoros perdidos.

Ella lanzó una mirada a la foto de Mark que descansaba en la mesita auxiliar, tomada unos meses antes de que él muriera. Lars aparecía por todas partes en la vibrante cara del joven. La misma barbilla, ojos brillantes y piel atezada. ¿Por qué había dejado ella que las cosas fueran tan mal?

– Es extraño que eso esté aquí -dijo Malone, viendo su interés.

– La vi aquí la última vez que vine. Hace cinco años. Poco después de la avalancha.

Le resultaba difícil creer que su único hijo llevara muerto cinco años. Los hijos no deberían morir pensando que sus padres no los quieren. A diferencia de su separado marido, que poseía una tumba, Mark yacía enterrado bajo toneladas de nieve pirenaica a unos cincuenta kilómetros al sur.

– Tengo que terminar esto -le murmuró ella a la foto, la voz quebrada.

– No estoy seguro de qué es esto.

Tampoco lo estaba ella.

Malone hizo un gesto con el diario.

– Al menos sabemos dónde encontrar a Claridon en Aviñón, tal como indicaba la carta dirigida a Ernest Scoville. Se trata de Royce Claridon. Hay una anotación y una dirección en el diario. Lars y él eran amigos.

– Me estaba preguntando cuándo lo descubriría usted.

– ¿Me he perdido algo más?

– Es difícil decir lo que es importante. Hay muchas cosas ahí.

– Tiene usted que dejar de mentirme.

Ella había estado esperando la reprimenda.

– Lo sé.

– No puedo ayudar si usted oculta algo.

Ella comprendió.

– ¿Qué hay sobre las páginas que faltaban, enviadas a Scoville?¿Hay algo ahí?

– Ya me dirá usted.

Y le tendió a Stephanie las ocho páginas.

Ella decidió que pensar un poco apartaría de su mente a Lars y a Mark, de modo que examinó los párrafos escritos a mano. La mayor parte carecía de sentido, pero había pasajes que le desgarraban el corazón.

Saunière evidentemente cuidaba de su amante. Ella vino a él cuando su familia se traslad ó a Rennes. Su padre y su hermano eran habilidosos artesanos y su madre se encargaba del mantenimiento de la casa parroquial. Esto era en 1892, un a ño despu és de que muchas cosas fueran encontradas por Saunière. Cuando la familia de la mujer se march ó de Rennes para trabajar en una f ábrica cercana, ella se qued ó con Saunière y permaneci ó con él hasta su muerte, dos decenios m ás tarde. En alg ún momento, Saunière puso a nombre de ella todo lo que hab ía adquirido, lo cual demuestra la indudable confianza que ten ía en la mujer. Ella estaba enteramente dedicada a él, y mantuvo sus secretos durante treinta y seis a ños despu és de su muerte. Envidio a Saunière. Era un hombre que conoc ía el incondicional amor de una mujer y correspond ía a ese amor con una confianza y respeto incondicionales. Era, al decir de todos, un hombre dif ícil de agradar, un hombre empujado a realizar algo por lo que la gente pudiera recordarlo. Su llamativa creaci ón en la Iglesia de Mar ía Magdalena parece su legado. No hay ning ún registro de que su amante expresara una sola vez oposici ón alguna a lo que él estaba haciendo. Todo el mundo dice que ella era una mujer devota que apoyaba a su benefactor en todo lo que éste hac ía. Probablemente hubo algunos desacuerdos, pero, al final, permaneci ó junto a Saunière hasta que éste muri ó, y luego, durante cuatro d écadas m ás. La devoci ón tiene mucho valor. Un hombre puede realizar grandes cosas cuando la mujer que ama lo apoya, incluso aunque piense que lo que él hace es una insensatez. Seguramente, la amante de Saunière debi ó de mover desaprobadoramente la cabeza m ás de una vez ante lo absurdo de sus creaciones. Tanto la Villa Betania como la Torre Magdala eran ridículas para su época. Pero ella nunca derram ó una gota de agua sobre el fuego. Cogi ó de él lo suficiente para dejarle ser lo que necesitaba ser, y el resultado est á siendo contemplado hoy por los miles de personas que vienen a Rennes cada a ño. Ése es el legado de Saunière. El de ella es que el suyo siga existiendo.

– ¿Por qué me ha dado esto a leer? -le dijo ella a Malone cuando terminó.

– Tenía usted que hacerlo.

¿De dónde habían salido todos estos fantasmas? Rennes-le-Château tal vez no escondía ningún tesoro, pero sin duda albergada demonios que trataban de atormentarla.

– Cuando recibí este diario por correo y lo leí, me di cuenta de que no había sido justa con Lars y Mark. Ellos creían en lo que buscaban, del mismo modo que yo creo en mi trabajo. Mark diría que yo siempre me mostraba negativa. -Hizo una pausa, esperando que los espíritus estuvieran escuchando-. Cuando volví a ver ese diario, supe que había estado equivocada. Fuera lo que fuese lo que Lars buscaba, era importante para él. Ése es realmente el motivo por el que vine, Cotton. Se lo debo a los dos. -Stephanie miró a Malone con ojos cansados-. Sabe Dios que se lo debía. Nunca comprendí que las apuestas fueran tan altas.

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