– Si lo que dices es verdad, lo tendrás.
– Volveré a las ruinas dentro de poco. Ellos tienen pensado acampar allí esta noche. Ya ha visto usted que tienen recursos, tanto individual como colectivamente. Aunque jamás me atrevería a anteponer mi juicio al suyo, yo recomendaría una acción decisiva.
– Puedo asegurarte, hermano, que mi respuesta será de lo más decisiva.
Malone se puso de pie y se dirigió al altar. A la luz de su linterna, había observado que no había ninguna junta de mortero bajo la losa superior. La disposición siete por nueve de las piedras del soporte había llamado su atención, y al arrodillarse vio la grieta.
Ya en el altar, se inclinó y acercó la luz.
– Esta losa no está fijada.
– No esperaría que lo estuviese. Es la gravedad lo que la mantiene en su lugar. Mírela. ¿Cuánto tiene eso?¿Siete u ocho centímetros de grosor y más de un metro ochenta de largo?
– Bigou escondió su criptograma en la columna del altar en Rennes. Yo me preguntaba por qué había elegido ese particular escondite. Único, ¿no te parece? Para llegar a él, tenía que levantar la losa lo suficiente para dejar libre el perno de fijación, luego deslizar el frasco de vidrio en el nicho. Devuelves la losa a su sitio y tendrás un magnífico escondrijo. Pero hay más cosas. Bigou estaba mandando un mensaje. -Dejó a un lado la linterna-. Tenemos que mover esto.
Mark se fue a un extremo y Malone se situó en el otro. Agarrando ambos lados con sus manos, probaron a ver si la piedra se movía.
Lo hizo, aunque muy ligeramente.
– Tienes razón -dijo-. Está simplemente asentada ahí. No veo razón alguna para delicadezas. Empuja fuerte.
Juntos, movieron la piedra de un lado a otro, y luego la deslizaron lo suficiente para hacer que la gravedad la hiciera caer al suelo.
Malone contempló la abertura rectangular que habían dejado al descubierto, y todo lo que vio fue unas piedras sueltas.
– Esto está lleno de piedras -dijo Mark.
Malone sonrió.
– Claro. Saquémoslas.
– ¿Para qué?
– Si tú fueras Saunière y no quisieras que nadie te siguiera la pista, esa losa de mármol es un buen objeto para disuadir. Pero estas piedras serían incluso mejores. Como tú me dijiste ayer, tenemos que pensar como lo hacía la gente hace cien años. Mira a tu alrededor. Nadie vendría aquí a buscar el tesoro. Esto sólo es un montón de ruinas. Y quién hubiera desmontado este altar? Lo que sea lleva aquí siglos sin que nadie haya venido a buscarlo. Pero si alguien hiciera todo eso, ¿por qué no pensar en otra línea de defensa?
El soporte rectangular se encontraba a unos noventa centímetros del suelo, y rápidamente sacaron las piedras. Diez minutos más tarde, el soporte estaba vacío. El fondo estaba lleno de suciedad.
Malone saltó al interior y le pareció que detectaba una ligera vibración. Se inclinó y tanteó con los dedos. El reseco suelo tenía la consistencia de la arena del desierto. Mark alumbró con la linterna mientras él sacaba la tierra a puñados. A unos quince centímetros de profundidad tropezó con algo. Escarbó con ambas manos basta abrir un agujero de treinta centímetros de anchura, y descubrió unas planchas de madera.
Levantó la mirada y sonrió.
– ¿No es estupendo tener razón?
De Roquefort entró como una exhalación en la sala y se enfrentó a su consejo. Había ordenado apresuradamente una reunión de los dignatarios de la orden después de terminar su conversación telefónica con Geoffrey.
– El Gran Legado ha sido encontrado -anunció.
El asombro se apoderó de los rostros de los reunidos.
– El antiguo senescal y sus aliados han localizado el escondite. Tengo a un hermano infiltrado entre ellos como espía. Acaba de informar de su éxito. Es hora de reclamar nuestra herencia.
– ¿Qué se propone usted? -preguntó uno de ellos.
– Tomaremos un contingente de caballeros y los capturaremos.
– ¿Más derramamiento de sangre? -preguntó el capellán.
– No, si la operación se lleva a cabo con cuidado.
El capellán no parecía muy impresionado.
– El antiguo senescal y Geoffrey, quien al parecer es su aliado, ya que no sabemos de ningún otro hermano que esté con ellos, han matado ya a dos de los nuestros. No hay razón alguna para suponer que no seguirán disparando.
Ya estaba harto de sus palabras.
– Capellán, ésta no es una cuestión de fe. Su consejo no es necesario.
– La seguridad de los miembros de esta orden es responsabilidad de todos nosotros.
– ¿Y se atreve usted a decir que yo no pienso en la seguridad de la orden? -Hizo que su voz se elevara-.¿Cuestiona usted mi autoridad?¿Está objetando mi decisión? Responda, capellán. Quiero saberlo.
Si el veneciano se sentía intimidado, nada en su actitud dejaba entreverlo. En vez de ello, dijo simplemente:
– Usted es mi maestre. Le debo lealtad… en lo que sea.
No le gustó a De Roquefort aquel tono insolente.
– Pero, maestre -continuó el capellán-, ¿no fue usted quien dijo que todos nosotros deberíamos tomar parte en las decisiones de esta magnitud? -Algunos de los otros hermanos asistieron con la cabeza-.¿No le dijo usted a la hermandad reunida en cónclave que trazaría usted un nuevo derrotero?
– Capellán, vamos a emprender la mayor misión que esta orden ha llevado a cabo durante siglos. No tengo tiempo de discutir con usted.
– Pensaba que cantar las alabanzas de nuestro Dios y Señor era nuestra misión más grande. Y eso es una cuestión de fe, de lo cual estoy calificado para hablar.
Se le terminó la paciencia.
– Queda usted destituido.
El capellán no se movió. Ninguno de los otros dijo una palabra.
– Si no se marcha usted inmediatamente, haré que lo detengan y lo traigan ante mí más tarde para su castigo. -Hizo una pausa-. Que no resultará agradable.
El capellán se puso de pie y se tocó la cabeza.
– Me marcharé. Como usted manda.
– Ya hablaremos más tarde. Se lo aseguro.
Esperó a que el capellán saliera, y entonces les dijo a los demás:
– Hemos buscado nuestro Gran Legado durante mucho tiempo. Ahora está a nuestro alcance. Lo que ese depósito contiene no pertenece a nadie más que a nosotros. Nuestra herencia está allí. Yo trato de reclamar lo que es nuestro. Doce caballeros me ayudarán. Os dejaré que vosotros mismos seleccionéis a esos hombres. Tened a vuestros elegidos completamente armados y reunidos en el gimnasio dentro de una hora.
Malone llamó a Stephanie y a Casiopea y les dijo que trajeran la pala que habían descargado del Land Rover. Ellas aparecieron junto con Henrik, y entraron en la iglesia. Malone explicó lo que él y Mark habían hallado.
– Chico listo -le dijo Casiopea.
– Bueno, tengo mis momentos.
– Tenemos que sacar el resto de esa porquería de ahí -dijo Stephanie.
– Alárgueme la pala.
Empezó a quitar la tierra. Unos minutos más tarde, salieron a la luz tres ennegrecidas planchas de madera. La mitad estaban unidas con tiras de metal. La otra mitad formaba una puerta engoznada que se abría hacia arriba.
Se inclinó y acarició suavemente el metal.
– El hierro está corroído. Estas bisagras ya no sirven. Un centenar de años las han afectado.
– ¿Qué quiere usted decir con «un centenar de años»? -quiso saber Stephanie.
– Saunière construyó esa puerta -dijo Casiopea-. La madera está en bastante buen estado; no tiene siglos de existencia. Y parece haber sido cepillada hasta darle un suave acabado, que no es algo que uno suela ver en la madera medieval. Saunière había de tener una manera fácil de entrar y salir. De manera que cuando halló esta entrada, reconstruyó la puerta.
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