Él se llevó la palma de mi mano a los labios y me la besó con los ojos cerrados.
– No tengas miedo -me dijo.
«Cura sus heridas», me dijo la voz de mi mente.
Tomé una tira de gasa y le hice un gesto a Dougal para que me entregara el odre de vino. Empapé la gasa, di un trago y volví a empapar la gasa.
– Tú también vas a necesitar un trago de esto -le dije, y le di el odre. Él bebió largamente.
– Inclínate para que pueda curarte el corte de la cara, y estate quieto. Seguro que te va a doler.
– Cura primero a Dougal.
Yo miré al joven centauro, que negó vigorosamente con la cabeza.
– Dougal no está sangrando, y tú sí. Vamos, inclínate y estate quieto.
– Yo curaré a Dougal -dijo Victoria.
Ella también tomó una tira de gasa y la empapó en vino. Yo observé, por el rabillo del ojo, el momento en el que ella se acercaba a él. Parecía que Dougal no sabía si retorcerse de entusiasmo o dar un salto. No hizo ninguna de las dos cosas. Se quedó paralizado cuando la bella Cazadora comenzó a limpiarle la herida de la mejilla. Yo ni siquiera sabía si estaba respirando.
– Puedes respirar -oí que decía Victoria, reprendiéndolo.
– Sí, Cazadora -respondió el joven centauro, y dejó escapar un largo suspiro.
Supongo que yo tenía una sonrisa tonta en los labios, porque mi marido me susurró:
– No te rías del potro.
Me sobresalté culpablemente.
– No me estoy riendo de él -respondí, entusiasmada al ver que se encontraba lo suficientemente bien como para bromear conmigo-. Ya sabes que Dougal me parece adorable.
– Quizá a Victoria también -dijo ClanFintan, y sonrió.
– Eso estaría muy bien, pero ahora, quiero que dejes de hablar y estés quieto.
Él soltó un gruñido como respuesta, pero se mantuvo en silencio mientras yo le limpiaba la herida de la cabeza. Cuando le quité toda la sangre y la suciedad, sentí alivio, porque no era tan profunda como parecía. Extendí ungüento de Sila sobre la herida, y después empecé a trabajar en los cortes que tenía en el pecho, que eran mucho más profundos. Tenía cuatro tajos largos y feos, que comenzaban bajo su pecho izquierdo y seguían, en diagonal, hacia el lado derecho de sus costillas. Ya no sangraba, pero yo no sabía si eso era una buena o una mala señal. Lo miré, y me di cuenta de que me estaba observando.
– ¿Sabes lo graves que son tus heridas? -pregunté.
– Me recuperaré -dijo. Su voz empezaba a sonar más normal-. Los centauros somos muy resistentes.
– Lo sé, lo sé -sonreí, aliviada por su respuesta-. Seguramente, te curas mucho mejor que un simple humano.
– Entre otras cosas -dijo, y se inclinó para besarme, pero el efecto se perdió cuando lo vi hacer un gesto de dolor.
– Ya habrá tiempo para eso más tarde. Ahora, deja que te limpie las heridas.
Seguí trabajando, y él se mantuvo inmóvil. Pronto pude extender bálsamo sobre los cortes, y después, con reticencia, me moví hacia la parte trasera de su cuerpo. Le pedí que se tendiera en el suelo. Con un suspiro, él dobló las rodillas y se tumbó.
Las heridas que tenía en la grupa eran terribles. Parecía que un oso gigante se hubiera ensañado con él. Tres enormes cortes en forma de ele, desgarros en la piel y en los músculos… Cuando intenté despegar un poco la piel de uno de aquellos desgarros, él tomó aire bruscamente.
– Creo que habrá que coser estas heridas -dije. Con sólo pensarlo, me sentía mareada.
– Haz lo que tengas que hacer -dijo él en voz baja.
– Primero voy a limpiarlos.
Empapé más gasa con el vino y quité toda la suciedad que pude de sus heridas. Después apliqué una capa gruesa de ungüento, y respiré con alivio al ver que su cara se relajaba por el efecto anestésico del bálsamo.
– Descansa, voy a hablar con Victoria -le dije. Le di un golpecito en el hombro y le tendí el odre de vino.
Victoria y Dougal estaban hablando tranquilamente. Las heridas del centauro estaban limpias, cubiertas de ungüento amarillo, y su piel había recuperado el color normal.
– Victoria -dije yo con nerviosismo-. Creo que hay que coser las heridas de la grupa de ClanFintan.
– Es muy probable.
– ¡Yo no puedo hacerlo! -susurré con angustia-. No puedo coserle la piel. Podría coser la piel de Dougal, y podría coser la tuya. Pero no puedo coser la suya. No quiero ofenderos.
– No os preocupéis -me dijo Dougal con dulzura.
– Yo lo haré -dijo Victoria, como si estuviera hablando de ir por una pizza.
– Bien -dije. La tomé de la mano y tiré de ella-. Vamos. Estoy segura de que, cuanto más esperemos, más porquería se le meterá en las heridas, y mañana por la mañana se le caerá el trasero, o algo así…
– Espero que os deis cuenta de que oigo perfectamente vuestra conversación -dijo ClanFintan en tono divertido.
– No has oído nada -dije yo, mientras Victoria se acercaba a él-. Seguramente estás delirando.
– Oh, pronto desearás estarlo -comentó Victoria de una forma sádica, mientras comenzaba a enhebrar una de las agujas.
Yo estaba horrorizada, pero ClanFintan y Dougal se echaron a reír a carcajadas.
– Me alegro de que los tres lo estéis pasando tan bien -dije, y me crucé de brazos.
– Ven aquí, amor -me pidió ClanFintan, abriendo los brazos.
Yo me dejé abrazar, aunque todavía estaba cubierto de cosas indescriptibles.
– Lo peor ya pasó -dijo él, y me besó la mejilla.
– ¿De veras? -pregunté, mientras veía a Victoria acercarse a su grupa, aguja en mano.
– ¡Necesito una espada para cortar esto! -gritó ella, y Dougal desenvainó la espada y se fue rápidamente junto a ella.
– Estamos juntos -me dijo ClanFintan.
Sus palabras me calmaron, así que cerré la boca y miré lo que estaba haciendo Victoria por encima del hombro de mi marido.
– Prepárate -me dijo ella.
Vi cómo clavaba la aguja en la piel de ClanFintan, y oí los sonidos del hilo y el metal atravesando la carne. Después, Victoria ataba cada punto y cortaba el hilo, con ayuda de la espada de Dougal, y volvía a empezar.
Yo creí que iba a vomitar.
– No olvides dejar espacio para el drenaje -dijo ClanFintan, con notable calma.
Victoria lo miró y respondió:
– Ya lo sé, bobo.
– Rhea -me dijo ClanFintan al oído, suavemente-. El ungüento me ha anestesiado las heridas. Victoria no me está haciendo daño.
Yo lo miré a la cara, deseando creer lo que me había dicho, pero las gotas de sudor que tenía en el labio superior me hicieron dudar.
– No me gustan las agujas -dije, y me acurruqué contra su hombro para seguir observando cómo Victoria cosía la carne de mi marido.
Debieron de pasar horas hasta que Victoria dio el último punto de sutura y me pidió que le acercara el ungüento, que aplicó generosamente por toda la piel cosida.
– Creo que te va a quedar cicatriz -dijo cuando terminó.
ClanFintan gruñó e hizo ademán de incorporarse.
– ¡Ah, no! -exclamé, y lo empujé por los hombros-. Tienes que descansar, por favor -le rogué, y miré también a Dougal-. Y tú. Las criaturas no van a seguirnos hasta aquí. Vosotros dos acabáis de luchar en una batalla. Tenéis que dormir.
– Rhea -dijo ClanFintan-, tengo que reunir a los centauros que hayan sobrevivido, encontrar a las mujeres y volver al Templo de Epona. Rápidamente. Los Fomorians no han terminado con nosotros.
– Pero no puedes hacer nada de eso sin descansar primero.
Victoria intervino.
– ¿Alguien sabe a qué distancia estamos del río?
Los centauros y yo nos quedamos en silencio.
– Entonces, yo iré a explorar, y averiguaré dónde estamos. Puede que sea fácil cruzar el río, o quizá no -dijo.
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