P.C. Cast - En El Lugar De La Diosa

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La única emoción que esperaba Shannon Parker de las vacaciones de verano era hacer unas cuantas compras. Sin embargo, recibió la llamada de un ánfora antigua y se vio transportada a Partholon, donde todos la trataron como a una diosa. Una diosa muy temperamental…
Sin saber cómo, Shannon había adoptado el papel de otra, se había convertido en la encarnación de la diosa Epona. Y, aunque eso tenía una ventaja (¿a qué mujer no le gustaban los lujos?), también conllevaba un matrimonio ritual con un centauro y la amenaza de muerte a su nuevo pueblo. Además, todo el mundo la odiaba, porque pensaban que era una simple doble de su diosa.
Shannon tenía que averiguar cómo podía volver a Oklahoma sin morir en el intento, sin contraer matrimonio con un centauro y sin volverse loca…

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Él se llevó la palma de mi mano a los labios y me la besó con los ojos cerrados.

– No tengas miedo -me dijo.

«Cura sus heridas», me dijo la voz de mi mente.

Tomé una tira de gasa y le hice un gesto a Dougal para que me entregara el odre de vino. Empapé la gasa, di un trago y volví a empapar la gasa.

– Tú también vas a necesitar un trago de esto -le dije, y le di el odre. Él bebió largamente.

– Inclínate para que pueda curarte el corte de la cara, y estate quieto. Seguro que te va a doler.

– Cura primero a Dougal.

Yo miré al joven centauro, que negó vigorosamente con la cabeza.

– Dougal no está sangrando, y tú sí. Vamos, inclínate y estate quieto.

– Yo curaré a Dougal -dijo Victoria.

Ella también tomó una tira de gasa y la empapó en vino. Yo observé, por el rabillo del ojo, el momento en el que ella se acercaba a él. Parecía que Dougal no sabía si retorcerse de entusiasmo o dar un salto. No hizo ninguna de las dos cosas. Se quedó paralizado cuando la bella Cazadora comenzó a limpiarle la herida de la mejilla. Yo ni siquiera sabía si estaba respirando.

– Puedes respirar -oí que decía Victoria, reprendiéndolo.

– Sí, Cazadora -respondió el joven centauro, y dejó escapar un largo suspiro.

Supongo que yo tenía una sonrisa tonta en los labios, porque mi marido me susurró:

– No te rías del potro.

Me sobresalté culpablemente.

– No me estoy riendo de él -respondí, entusiasmada al ver que se encontraba lo suficientemente bien como para bromear conmigo-. Ya sabes que Dougal me parece adorable.

– Quizá a Victoria también -dijo ClanFintan, y sonrió.

– Eso estaría muy bien, pero ahora, quiero que dejes de hablar y estés quieto.

Él soltó un gruñido como respuesta, pero se mantuvo en silencio mientras yo le limpiaba la herida de la cabeza. Cuando le quité toda la sangre y la suciedad, sentí alivio, porque no era tan profunda como parecía. Extendí ungüento de Sila sobre la herida, y después empecé a trabajar en los cortes que tenía en el pecho, que eran mucho más profundos. Tenía cuatro tajos largos y feos, que comenzaban bajo su pecho izquierdo y seguían, en diagonal, hacia el lado derecho de sus costillas. Ya no sangraba, pero yo no sabía si eso era una buena o una mala señal. Lo miré, y me di cuenta de que me estaba observando.

– ¿Sabes lo graves que son tus heridas? -pregunté.

– Me recuperaré -dijo. Su voz empezaba a sonar más normal-. Los centauros somos muy resistentes.

– Lo sé, lo sé -sonreí, aliviada por su respuesta-. Seguramente, te curas mucho mejor que un simple humano.

– Entre otras cosas -dijo, y se inclinó para besarme, pero el efecto se perdió cuando lo vi hacer un gesto de dolor.

– Ya habrá tiempo para eso más tarde. Ahora, deja que te limpie las heridas.

Seguí trabajando, y él se mantuvo inmóvil. Pronto pude extender bálsamo sobre los cortes, y después, con reticencia, me moví hacia la parte trasera de su cuerpo. Le pedí que se tendiera en el suelo. Con un suspiro, él dobló las rodillas y se tumbó.

Las heridas que tenía en la grupa eran terribles. Parecía que un oso gigante se hubiera ensañado con él. Tres enormes cortes en forma de ele, desgarros en la piel y en los músculos… Cuando intenté despegar un poco la piel de uno de aquellos desgarros, él tomó aire bruscamente.

– Creo que habrá que coser estas heridas -dije. Con sólo pensarlo, me sentía mareada.

– Haz lo que tengas que hacer -dijo él en voz baja.

– Primero voy a limpiarlos.

Empapé más gasa con el vino y quité toda la suciedad que pude de sus heridas. Después apliqué una capa gruesa de ungüento, y respiré con alivio al ver que su cara se relajaba por el efecto anestésico del bálsamo.

– Descansa, voy a hablar con Victoria -le dije. Le di un golpecito en el hombro y le tendí el odre de vino.

Victoria y Dougal estaban hablando tranquilamente. Las heridas del centauro estaban limpias, cubiertas de ungüento amarillo, y su piel había recuperado el color normal.

– Victoria -dije yo con nerviosismo-. Creo que hay que coser las heridas de la grupa de ClanFintan.

– Es muy probable.

– ¡Yo no puedo hacerlo! -susurré con angustia-. No puedo coserle la piel. Podría coser la piel de Dougal, y podría coser la tuya. Pero no puedo coser la suya. No quiero ofenderos.

– No os preocupéis -me dijo Dougal con dulzura.

– Yo lo haré -dijo Victoria, como si estuviera hablando de ir por una pizza.

– Bien -dije. La tomé de la mano y tiré de ella-. Vamos. Estoy segura de que, cuanto más esperemos, más porquería se le meterá en las heridas, y mañana por la mañana se le caerá el trasero, o algo así…

– Espero que os deis cuenta de que oigo perfectamente vuestra conversación -dijo ClanFintan en tono divertido.

– No has oído nada -dije yo, mientras Victoria se acercaba a él-. Seguramente estás delirando.

– Oh, pronto desearás estarlo -comentó Victoria de una forma sádica, mientras comenzaba a enhebrar una de las agujas.

Yo estaba horrorizada, pero ClanFintan y Dougal se echaron a reír a carcajadas.

– Me alegro de que los tres lo estéis pasando tan bien -dije, y me crucé de brazos.

– Ven aquí, amor -me pidió ClanFintan, abriendo los brazos.

Yo me dejé abrazar, aunque todavía estaba cubierto de cosas indescriptibles.

– Lo peor ya pasó -dijo él, y me besó la mejilla.

– ¿De veras? -pregunté, mientras veía a Victoria acercarse a su grupa, aguja en mano.

– ¡Necesito una espada para cortar esto! -gritó ella, y Dougal desenvainó la espada y se fue rápidamente junto a ella.

– Estamos juntos -me dijo ClanFintan.

Sus palabras me calmaron, así que cerré la boca y miré lo que estaba haciendo Victoria por encima del hombro de mi marido.

– Prepárate -me dijo ella.

Vi cómo clavaba la aguja en la piel de ClanFintan, y oí los sonidos del hilo y el metal atravesando la carne. Después, Victoria ataba cada punto y cortaba el hilo, con ayuda de la espada de Dougal, y volvía a empezar.

Yo creí que iba a vomitar.

– No olvides dejar espacio para el drenaje -dijo ClanFintan, con notable calma.

Victoria lo miró y respondió:

– Ya lo sé, bobo.

– Rhea -me dijo ClanFintan al oído, suavemente-. El ungüento me ha anestesiado las heridas. Victoria no me está haciendo daño.

Yo lo miré a la cara, deseando creer lo que me había dicho, pero las gotas de sudor que tenía en el labio superior me hicieron dudar.

– No me gustan las agujas -dije, y me acurruqué contra su hombro para seguir observando cómo Victoria cosía la carne de mi marido.

Debieron de pasar horas hasta que Victoria dio el último punto de sutura y me pidió que le acercara el ungüento, que aplicó generosamente por toda la piel cosida.

– Creo que te va a quedar cicatriz -dijo cuando terminó.

ClanFintan gruñó e hizo ademán de incorporarse.

– ¡Ah, no! -exclamé, y lo empujé por los hombros-. Tienes que descansar, por favor -le rogué, y miré también a Dougal-. Y tú. Las criaturas no van a seguirnos hasta aquí. Vosotros dos acabáis de luchar en una batalla. Tenéis que dormir.

– Rhea -dijo ClanFintan-, tengo que reunir a los centauros que hayan sobrevivido, encontrar a las mujeres y volver al Templo de Epona. Rápidamente. Los Fomorians no han terminado con nosotros.

– Pero no puedes hacer nada de eso sin descansar primero.

Victoria intervino.

– ¿Alguien sabe a qué distancia estamos del río?

Los centauros y yo nos quedamos en silencio.

– Entonces, yo iré a explorar, y averiguaré dónde estamos. Puede que sea fácil cruzar el río, o quizá no -dijo.

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