P.C. Cast - En El Lugar De La Diosa

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La única emoción que esperaba Shannon Parker de las vacaciones de verano era hacer unas cuantas compras. Sin embargo, recibió la llamada de un ánfora antigua y se vio transportada a Partholon, donde todos la trataron como a una diosa. Una diosa muy temperamental…
Sin saber cómo, Shannon había adoptado el papel de otra, se había convertido en la encarnación de la diosa Epona. Y, aunque eso tenía una ventaja (¿a qué mujer no le gustaban los lujos?), también conllevaba un matrimonio ritual con un centauro y la amenaza de muerte a su nuevo pueblo. Además, todo el mundo la odiaba, porque pensaban que era una simple doble de su diosa.
Shannon tenía que averiguar cómo podía volver a Oklahoma sin morir en el intento, sin contraer matrimonio con un centauro y sin volverse loca…

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– ¡Tenemos que marcharnos! -gritó Dougal en aquel momento.

– Lo que me pase a mí será insignificante, comparado con el regalo tan valioso que les haré a las criaturas -dijo Terpsícore con ironía.

– Lo que vas a hacer no será olvidado -dije, sobrecogida por su sacrificio -. Te doy mi palabra.

– Me agrada que mi última actuación vaya a ser recordada -dijo, y después hizo una reverencia de bailarina.

– Lo será -le prometí, antes de volver mi atención al resto de la sala-. ¡Vamos! -grité.

Entonces, las adolescentes enfermas subieron a lomos de las Cazadoras. Sila se acercó y me entregó un bolso que tenía una larga correa de cuero. Yo la miré sin entenderla.

Ella habló con serenidad.

– Dentro de esa bolsa hay bálsamo para aliviar el dolor y para ayudar a cicatrizar las heridas -dijo, mirando a Dougal-. Aplícalo con economía, porque muchos pueden necesitarlo. Y llévate vino antes de salir.

Señaló una mesa llena de odres de cuero.

Yo asentí y me colgué el bolso del hombro. Tomé un odre de vino y me lo colgué también. Después volví a ayudar a las Cazadoras a cargar a las chicas enfermas.

Cuando la última estuvo sobre la espalda de Elaine, miré a mi alrededor y vi a Sila con cuatro muchachas que se tambaleaban hacia la puerta trasera de la habitación.

– ¡Sila! -grité.

Ella se volvió y me dijo a través de la sala:

– Iré con estas enfermas. Si la diosa lo desea, nos veremos al otro lado del río.

Sin perder un segundo más, se dirigieron hacia la salida.

– Lady Rhea, no tenemos más tiempo.

Dougal me tendió una mano ensangrentada para ayudarme a montar sobre él. Todas las Cazadoras, salvo Victoria, habían salido. Ella se acercó a mí y apartó la mano de Dougal.

– Tú no estás en condiciones de llevar ni siquiera ese peso tan ligero -dijo.

Me agarró del brazo y me sentó en su lomo. Cuando salíamos velozmente de la sala, me volví y vi a Melpomene y a Terpsícore tomadas de la mano, en medio de un círculo de mujeres que estaban demasiado enfermas como para moverse. Tenían las cabezas inclinadas y estaban bañadas en luz.

Al instante, nosotros salimos al pasillo.

Capítulo 16

Las Cazadoras habían desaparecido por delante de nosotras, pero Victoria dobló esquinas y atravesó jardines con seguridad, hasta que por fin salimos del laberinto del templo y nos encontramos en el jardín de la fachada principal. Giramos a la izquierda, pero un movimiento a nuestra derecha me llamó la atención.

– ¡Victoria! -grité.

Dougal y las Cazadoras se detuvieron en seco, y se volvieron en la dirección que yo señalaba. En el límite noroeste del jardín había una línea desigual de centauros. Estaban intentando no ceder terreno, y cortaban criatura tras criatura con sus poderosas espadas. Sin embargo, tal y como yo había visto a través del catalejo, en cuanto caía uno de los monstruos, otro lo reemplazaba, todo dientes y garras, y se subía sobre su compañero caído. Paso a paso, estaban deshaciendo el frente de guerreros. Mientras yo miraba, un centauro exhausto cayó de rodillas, y seis monstruos saltaron a su espalda y le clavaron las garras, volviendo su pelaje del color rojo de la sangre.

– ¡Al puente! -gritó Dougal-. ¡Los guerreros los contendrán durante todo el tiempo que puedan!

Retomamos nuestra huida por el césped verde, y al torcer una esquina, nos topamos con un grupo de cuatro estudiantes que corrían en nuestra dirección.

– ¡Alto! No podéis volver por aquí. Debéis cruzar el puente.

Victoria y Dougal se interpusieron para contener al grupo aterrorizado.

– ¡Ya están allí! -dijo una de ellas.

– ¿Qué? ¿Quiénes? -preguntó Dougal frenéticamente.

– ¡Ellos! ¡Los Fomorians están cortando el puente!

– Oh, que la diosa nos ayude -susurró Victoria.

– Deben de haber traspasado nuestro ejército y haber rodeado el templo hacia el norte para cortar la escapada del río -dijo Dougal.

– Que vayan hacia el pantano -dije yo.

– ¡Sí! -les dijo Victoria a las muchachas asustadas-. Dirigíos hacia Ufasach Marsh… Los Fomorians no os seguirán allí.

Las chicas asintieron y echaron a correr en la nueva dirección.

– Nosotros también debemos ir hacia el pantano -dijo Dougal-. Entre nosotros dos -añadió, refiriéndose a Victoria y a sí mismo-, no podremos acabar con los Fomorians que están derribando el puente.

Victoria asintió.

– Todavía no -dije con firmeza.

– Tenemos que hacerlo -respondió Dougal con agotamiento.

– No. Yo iré hasta el borde del pantano, pero no entraré a él a menos que ClanFintan esté con nosotros.

– Lady Rhea, él me envió con antelación para que me asegurara de que vos os poníais a salvo. Dijo que se reuniría con vos cuando pudiera.

– Entonces, todavía está vivo -susurré.

– Vivía la última vez que lo vi -respondió Dougal.

– Entonces, voy a esperar a que me encuentre, antes de entrar al pantano.

Victoria y Dougal se miraron con preocupación. Después, comenzaron a galopar en la misma dirección que habían tomado las muchachas. Las alcanzamos al poco tiempo, y los dos centauros se detuvieron junto a ellas.

– Échate hacia delante, Rhea, tienes compañía -me dijo Victoria con un ligero buen humor-. Vamos, muchachas, no tenemos tiempo que perder.

Dougal se estremeció de dolor mientras subía a dos de las chicas detrás de mí, y después, se colocó a las otras dos en el lomo manchado de sangre. Seguimos a galope, con las chicas asustadas agarrándose como cangrejos a las espaldas de los centauros.

Percibimos el olor del pantano antes de verlo. De nuevo, me acordé del compost de mi abuela, pero en aquella ocasión, el olor era mucho más atractivo. Nos detuvimos en la orilla, y cuando las muchachas estuvieron en el suelo, Victoria les habló con urgencia.

– Vamos, entrad al pantano, y manteneos todo lo cerca que podáis de la orilla este. En cuanto lleguéis al sur, intentad cruzar el río. Si no podéis hacerlo, seguid por el pantano hasta que lleguéis a los límites del Templo de Epona. Allí encontraréis ayuda.

Nos dieron las gracias, y después bajaron valientemente por la orilla hasta el agua, y desaparecieron en la ciénaga.

– Tenemos que ir con ellas -dijo Dougal.

– Yo voy a esperarlo.

Los dos centauros se volvieron, y miramos hacia el césped que rodeaba el templo. La tierra descendía gradualmente desde los preciosos edificios. Los jardines estaban rodeados de setos ornamentales que nos protegían de la vista de cualquiera que estuviera en los jardines del sur.

El templo se había convertido en un campo de batalla. Las hordas de Fomorians oscurecían la escalinata del edificio central y los campos circundantes, mientras atacaban a los grupos de centauros que se batían en retirada. No había un frente organizado; los guerreros habían formado grupos e intentaban impedir, heroicamente, que los monstruos ganaran terreno. Sin embargo, las criaturas conseguían rodearlos a toda prisa. Entraban en el templo y pasaban corriendo hacia el río.

– Espero que las mujeres hayan conseguido cruzar el río -dijo Dougal con la voz ahogada.

– Ojalá tuviera el catalejo -respondí yo, mientras intentaba distinguir a los centauros, enfadada conmigo misma por no llevarlo encima.

– Tenemos que entrar en la ciénaga -dijo Victoria.

– No me voy a ir sin ClanFintan.

– Aunque lo vieras, él no tiene forma de saber que estás aquí -dijo Victoria con exasperación.

– Yo puedo intentar encontrarlo -intervino Dougal.

– ¿Un centauro solitario? Te matarían -dije, negando con la cabeza.

– Yo puedo ir con él -se ofreció Victoria.

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