– Debemos llevar a las mujeres a la otra orilla del río. Las criaturas han atravesado las líneas de nuestros guerreros. Tenemos que salvar a las mujeres. ¡Vamos!
Mientras las Cazadoras pasaban a mi lado para salir del tejado, yo miré por el catalejo. Ahora podía ver las formas aladas de los Fomorians inundando las líneas de los centauros. Ya no formaban un frente discernible, sino que había una mezcla de cuerpos, y la batalla se trasladaba hacia el Templo de la Musa. Vi cómo los centauros atravesaban a las criaturas con las espadas, y cómo las criaturas rodeaban en grupo a un centauro y le mordían las rodillas para hacerlo caer. Mientras yo miraba, los monstruos morían en masa, pero eran reemplazados rápidamente por más criaturas, que subían sobre los cuerpos de sus muertos para estar a la misma altura que los centauros. Oleada tras oleada, sus garras y sus dientes destrozaban a los centauros, y éstos no tenían más remedio que ceder terreno.
– Vamos, Rhea.
– ¡No lo veo!
– Rhea, él dijo que te encontraría. No te va a servir de nada quedarte ahí mirando, pero puedes ayudamos a salvar a las mujeres.
Entonces, dejé el catalejo y sin pensar nada más y seguí a Victoria escaleras abajo.
Cuando entramos en la sala del banquete, el murmullo temeroso de las muchachas se acalló. Thalia se acercó en silencio a nosotras.
– El ejército centauro no ha podido contener a los Fomorians. Las criaturas van a invadir el templo -dije con calma.
– Sí, mi diosa me lo ha comunicado. ¿Qué debemos hacer?
– Todas las mujeres deben cruzar el puente rápidamente. Los Fomorians no pueden atravesar el río Geal. En la otra orilla estaréis a salvo.
Miré a mi alrededor hasta que vi a Sila.
– Sila, hay que poner en camillas a las enfermas. Las Cazadoras las transportarán.
La Sanadora asintió y se marchó rápidamente.
– Señoritas… -dijo entonces Thalia, con una voz majestuosa que llenó toda la sala-, seguid a las Sacerdotisas hacia el puente. Debemos dejar el templo. No llevéis nada con vosotras, salvo vuestras vidas. Mi diosa me ha asegurado que no es la última vez que veremos nuestro amado templo, y que lo perdido será recuperado. Ahora, debemos marcharnos rápidamente, rezando con fervor para que los centauros puedan reunirse con nosotras al otro lado del río.
Las Sacerdotisas se dirigieron hacia las puertas, cada una de ellas, seguida por su grupo de estudiantes. Erato tomó a Thalia de la mano, y juntas, animaron a las rezagadas para que siguieran a sus compañeras.
– Deberías ir con ellas, Rhea -dijo Victoria.
– ¿Adónde vas tú?
– A ayudar a trasladar a las enfermas -respondió.
Sus Cazadoras ya estaban yendo hacia la enfermería.
– Me quedo contigo -dije, y antes de que pudiera protestar, añadí-: ClanFintan dijo que me quedara contigo.
Ella suspiró.
– Entonces, ven aquí. Nos moveremos más deprisa si montas en mi espalda.
Como ClanFintan, me agarró por los brazos y me subió a su lomo. Me agarré con fuerza a sus hombros y rápidamente, Victoria siguió a la última de las Cazadoras por un pasillo. Cuando percibimos un olor familiar y desagradable, supimos que habíamos llegado a nuestro destino. Yo me deslicé hasta el suelo y Victoria abrió la puerta. Sila estaba en mitad de la habitación, ayudando a las enfermas a dejar las camas y a tenderse en camillas. Nos miró cuando entramos.
– Las que están más cerca de la puerta están preparadas -dijo.
– Hay más de las que yo pensaba -dijo Victoria en voz baja-. Trabajad deprisa, Cazadoras. ¡Sila! Tenemos poco tiempo.
– ¡Escuchad todas! -dijo entonces la Sanadora-. Aquéllas que podáis manteneros en pie, debéis montar en las Cazadoras. Levantaos si pensáis que podéis montar.
Una docena de jóvenes se levantaron lentamente de sus camas.
Las Cazadoras se acercaron rápidamente a las mujeres. Yo las seguí para ayudar a las enfermas a que montaran sobre las mujeres centauro. Cuando estaban dejando la habitación, entró una mujer alta, vestida de negro, y las bendijo.
– Sacerdotisa -dijo Sila, dirigiéndose a aquella mujer-. Debéis cruzar el puente con las demás.
– No voy a marcharme hasta que esta habitación esté vacía -dijo dramáticamente.
Debía de ser Melpomene, Encarnación de la Musa de la Tragedia. Era de esperar.
Ayudé a otra adolescente a levantarse, y vi a una mujer morena que estaba apoyada contra sus almohadas.
Estuve a punto de llamarla Michelle, pero me contuve a tiempo.
– Terpsícore -dije. Me acerqué a su cama, observándola-. Parece que estás bien como para montar. Sube al lomo de la primera Cazadora que vuelva.
– Mis estudiantes deben salir primero -respondió ella. Tenía los ojos brillantes de fiebre, y la cara sonrosada. Evidentemente, estaba en la primera fase de la enfermedad.
– Te necesitan.
– Las que se marchen en último lugar también.
– Bien -dije. Sabía que no debía perder el tiempo intentando convencerla-. Pero muévete cuando quede poco tiempo. Esas cosas no deben atraparte -añadí, y comencé a alejarme.
Su voz me detuvo.
– Rhiannon, he oído decir que has cambiado.
– Sí, no soy la misma de antes.
– Entonces, de veras te deseo felicidad en tu matrimonio -dijo. En aquella ocasión, su bendición fue verdadera.
– Gracias -dije, y sonreí.
Después volví al trabajo, con la esperanza de que la Encarnación de la Musa tuviera sentido común y cruzara el puente. No quería pensar en lo que iba a ocurrirle si las criaturas la capturaban. Salvo por el enrojecimiento anormal de su piel, era deslumbrante.
En aquel momento, las Cazadoras volvieron a la habitación para cargar el segundo grupo de evacuación. Miré hacia arriba desde la cama de una muchacha y vi a Dougal.
– ¡Cruzad el puente ahora mismo! -gritó entre jadeos-. ¡Los guerreros los están conteniendo a las puertas del templo, pero no podrán resistir mucho más!
Estaba temblando, ensangrentado. Tenía un corte horrible en el hombro, y otro en la mejilla, del cual brotaba sangre profusamente. Se parecía tanto a su hermano agonizante que tuve que contener las lágrimas.
Sila se acercó a él y comenzó a examinarle las heridas.
La habitación se llenó con una cacofonía de sonidos y movimientos, hasta que Melpomene alzó los brazos y dio unas palmadas que provocaron una explosión de chispas.
Sí, allí había magia.
– Eso es lo que vamos a hacer -dijo, en tono imperioso-. Las que puedan montar, que suban a espaldas de las Cazadoras. Las que puedan caminar, que sigan el camino trasero hacia el río. Si no podéis llegar hasta el puente, ocultaos entre las plantas de la orilla. El resto, nos quedaremos aquí.
– Si os quedáis aquí, moriréis -dije.
– Elegida de Epona, tú deberías saber que no estamos desarmadas -dijo Melpomene, sonriéndome-. No esperes más. Sálvate. Nosotras estamos en manos de nuestras diosas.
Vi que Terpsícore caminaba con determinación y se colocaba junto a la mujer oscura. Estaba serena, bellísima, y habló con calma.
– Rhiannon, tú enviaste aviso de que la viruela es muy contagiosa, y de que hay que combatirla evitando que los enfermos tengan contacto con los sanos.
– Sí, es cierto.
– Así pues, ¿la enfermedad se puede extender fácilmente si una persona infectada se mezcla con los que están bien?
– Sí, pero tiene que haber contacto entre la persona enferma y la sana.
– ¿Y los Fomorians no son parecidos a los humanos?
– Sí.
– Entonces, yo me quedaré aquí y tendré contacto con ellos.
– ¡No! Te matarán. O algo peor. Además, ni siquiera sabemos si pueden enfermar.
– Mi diosa y yo lo hemos decidido ya. Así serán las cosas.
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