– Entonces os matarían a los dos.
Mi cabeza trabajaba febrilmente, intentando dar con un plan, pero mis pensamientos no eran claros. Todo había ocurrido demasiado rápido. No estábamos preparados. Habían atacado demasiado pronto. ¿Dónde estaban los otros ejércitos? ¿Y dónde estaba ClanFintan, dónde estaba ClanFintan, dónde estaba ClanFintan?
«Paz, Amada. Escucha mi voz».
Al oír las palabras de la diosa, me obligué a concentrarme y tomé aire. Dejé que la sabiduría de Epona despejara mi cerebro confundido.
– ¡Sí! -exclamé, y abrí los ojos-. Victoria, ayúdame a subir a uno de esos peñascos.
Ella me miró con extrañeza, pero no me contradijo. Me subió a su grupa y desde allí, Dougal me dio impulso para que pudiera ascender al punto más alto de una gran roca cercana. La parte superior era plana, y pude incorporarme, aunque tuve que extender los brazos para guardar el equilibrio.
– Ten cuidado -me dijo Victoria desde abajo.
– Está muy alto -respondí yo, con el estómago encogido.
Estaba frente a los jardines del templo. La escena era horrenda. Ya sólo quedaban algunos centauros con vida, y los Fomorians dominaban la situación. Cerré los ojos para no ver cómo habían destrozado el templo.
«Concéntrate en tu amor por él».
Yo asentí y me concentré en ClanFintan. Las imágenes de él se sucedieron detrás de mis párpados cerrados. Eché hacia atrás la cabeza, tomé aire y, con toda la fuerza de mi cuerpo y de mi alma, emití un grito que Epona aumentó hasta que se convirtió casi en algo físico.
– ¡ClanFintan! ¡Ven a mí!
Abrí los ojos y vi que todo el movimiento había cesado en los jardines. Todos los seres, centauros y Fomorians, se volvieron en dirección a mí, y se quedaron paralizados, como si fueran parte de una pintura macabra. Entonces, mi corazón comenzó a latir de nuevo, cuando un pequeño grupo de centauros que estaba situado a la derecha rompió la inmovilidad y comenzó a correr hacia nosotros. Incluso a tanta distancia, reconocí la silueta del centauro que dirigía al grupo.
– ¡Ya viene! -grité. Entonces, me quedé helada, porque los Fomorians también reaccionaron, y comenzaron a seguirlos-. Oh, no… ¡Lo están persiguiendo!
– ¡Bajad de ahí! -me gritó Dougal, extendiendo los brazos para agarrarme.
– Espera.
Seguí mirando a ClanFintan y a los demás centauros, que luchaban contra la corriente interminable de monstruos mientras se dirigían hacia nosotros. Oía los gritos de las criaturas cuando los guerreros los atravesaban con sus espadas. Sin embargo, aquello no sirvió de nada; uno tras otro, los poderosos luchadores cayeron bajo oleadas de formas negras con alas. Ante mis ojos, uno de los Fomorians rompió filas y salió corriendo, a toda velocidad, hacia el grupo de ClanFintan. Entonces, otro lo siguió, y después otro…
El primer Fomorian atrajo mi atención. No tenía que acercarse más para que yo pudiera reconocerlo.
– ¡Agárrame! -le dije a Dougal, y comencé a deslizarme hacia abajo con la espalda pegada al peñasco, y me dejé caer hacia él. Después me volví hacia Victoria y dije-: Los centauros están intentando contener a los Fomorians, pero no pueden hacer nada. Son demasiados.
En respuesta, Dougal desenvainó su espada, y Victoria tomó su ballesta entre las manos.
Entonces, ClanFintan atravesó el seto en una explosión. De cerca era casi irreconocible. Su espada, y la mano que la sostenía, estaban cubiertas de sangre. Tenía el cuerpo también ensangrentado, y había perdido el chaleco. En su lugar tenía marcas profundas de garras, que sangraban libremente. Su pelo estaba apelmazado de suciedad y sangre, y tenía un desgarro que le recorría la cara desde la sien hasta la mandíbula, evitando por poco su ojo derecho. Se detuvo frente a nosotros mientras Dougal le gritaba:
– ¡No pueden seguirnos en el pantano!
ClanFintan me agarró con unos brazos que parecían de hierro resbaladizo, y me lanzó a su espalda. Yo vi los cortes profundos que tenía en la grupa. No sabía si la sangre que le cubría la espalda era suya o no. Me agarré ligeramente a sus hombros e intenté no apretar las piernas a su alrededor, para no abrirle más las heridas. Normalmente, su piel era más caliente que la mía, pero en aquel momento, parecía que le ardían los hombros.
Se volvió hacia el seto.
– ¿Y los centauros que me seguían?
– Había demasiados monstruos. No lo han conseguido -dije en voz baja. Su única respuesta fue alzar la mano y posarla, ardiendo y manchada de sangre, sobre la mía.
El primer Fomorian saltó el seto.
Victoria disparó una flecha que se clavó en la frente de la criatura. Cayó, y otra criatura saltó sobre su cuerpo, gruñendo. Victoria la despachó con una flecha en la garganta.
Los centauros comenzaron a moverse rápidamente por la pendiente de la orilla, sin que Victoria dejara de disparar flechas como una metralleta. Cuando entramos en el bosquecillo que rodeaba el pantano, un silbido de serpiente, agudo y largo, atrajo nuestra mirada hacia el peñasco.
Yo conocía aquel sonido.
Él estaba escondido detrás de la roca gigante, y sólo se veía la silueta de sus alas erectas. Sin embargo, su voz nos llegó inquietantemente.
– Te veo, mujer -dijo, y sus alas temblaron-. Recuerda, te he reclamado para mí. Ésta no será la última vez que nos veamos.
Victoria apuntó y disparó una flecha que atravesó el ala expuesta.
Entramos al pantano mientras el grito de Nuada resonaba detrás de nosotros.
Después de dejar el refugio del bosquecillo, el terreno cambiaba radicalmente. Era como si hubiéramos sido transportados desde una preciosa villa de Grecia a los pantanos de Louisiana. Ante nosotros se extendía un cenagal inexplorado, un mundo de agua inmóvil, y de reptiles y bichos desconocidos. El aire estaba muy quieto, y el terreno saturado de agua succionaba los cascos de los centauros a medida que avanzaban, decididos a poner tanto pantano como fuera posible entre ellos y los Fomorians.
A medida que pasaba el tiempo, ClanFintan fue aminorando el ritmo, y se quedó detrás de Victoria y Dougal. Yo vi que lo miraban con preocupación. Victoria señaló hacia un grupo de árboles que aparentemente, estaban en terreno seco. Cambiamos de dirección y nos dirigimos hacia aquellos árboles.
Cuando nos acercamos, nos dimos cuenta de que era una especie de isla situada en mitad de un lago poco profundo. Los centauros subieron a tierra firme uno por uno, y en cuanto las cuatro patas de ClanFintan estuvieron sobre la isla, yo bajé al suelo y le entregué el odre de vino a Victoria. Ella lo destapó, pero se lo entregó a Dougal antes de beber. Entonces, comencé a desatar las correas del bolso que me había dado Sila, y recé una plegaria de agradecimiento por su generosidad, rogando que hubiera podido cruzar el río. Dentro del bolso había un frasco de ungüento amarillo y espeso, un par de rollos de tiras de gasa y varias agujas con hilo negro, parecido al hilo de pescar. Tragué saliva al darme cuenta de que eran para coser las heridas, y no para coser el botón de un vestido.
– Enséñame las heridas -le dije a ClanFintan, abrumada por lo que veía.
Él tenía la respiración muy agitada, y allá donde no estaba cubierto de suciedad y de sangre, su piel de bronce se había vuelto gris y pálida. Sus músculos temblaban, y la sangre brotaba sin parar de la herida que tenía en la cara.
– Te oí llamarme -me dijo con la voz ronca.
– No me iba a marchar sin ti -respondí, con los ojos llenos de lágrimas-. ¿Vas a… vas a ponerte bien?
Él extendió la mano hacia mí, y yo me acerqué rápidamente.
– Tengo miedo de tocarte -dije temblando.
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