P.C. Cast - En El Lugar De La Diosa

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La única emoción que esperaba Shannon Parker de las vacaciones de verano era hacer unas cuantas compras. Sin embargo, recibió la llamada de un ánfora antigua y se vio transportada a Partholon, donde todos la trataron como a una diosa. Una diosa muy temperamental…
Sin saber cómo, Shannon había adoptado el papel de otra, se había convertido en la encarnación de la diosa Epona. Y, aunque eso tenía una ventaja (¿a qué mujer no le gustaban los lujos?), también conllevaba un matrimonio ritual con un centauro y la amenaza de muerte a su nuevo pueblo. Además, todo el mundo la odiaba, porque pensaban que era una simple doble de su diosa.
Shannon tenía que averiguar cómo podía volver a Oklahoma sin morir en el intento, sin contraer matrimonio con un centauro y sin volverse loca…

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– Rhea, tú…

– ¡Prométemelo!

– Tienes mi promesa -dijo él. Me estrechó contra sí bruscamente, y me besó la cabeza-. Quédate junto a Victoria. Yo te encontraré cuando todo esto termine.

Me soltó, y sin mirar atrás, salió de la habitación.

Oí los cascos de Victoria repiquetear en el suelo. Se acercó a mí.

– Thalia me ha dicho cómo podemos llegar al tejado de la cúpula del templo. Dice que es difícil, pero que las Cazadoras podremos subir. Vamos a mirar desde allí.

– Está oscuro -murmuré yo.

– No mucho más tiempo. Faltan pocas horas para el amanecer.

Vi que las demás Cazadoras habían entrado en la habitación. Todas llevaban ballestas y fundas llenas de flechas. Al notar su seguridad y su calma, reaccioné.

Fui a mi habitación a cambiarme la túnica vaporosa por la ropa de montar; de vuelta a la gran sala, Thalia me llamó y me entregó un pequeño catalejo. Yo le di las gracias y seguí caminando hacia las Cazadoras. Ellas me estaban esperando en una salida que conducía a una escalera de caracol.

– Vamos, Thalia nos ha dicho que conduce a la cúpula.

Victoria comenzó a subir los pequeños escalones, seguida por mí y después, por las demás Cazadoras.

El pasadizo era estrecho. Las Cazadoras podían posar las manos en ambas paredes laterales para ayudarse a maniobrar por la espiral.

Cuando yo pensaba que la escalera no iba a terminar nunca, Victoria llegó hasta otra puerta. Oí el ruido de sus cascos en el tejado, mientras se apartaba para dejar salir al resto del grupo.

Nos diseminamos por la pasarela estrecha que recorría el perímetro de la cúpula. Las Cazadoras no podían mantener la postura frontal porque no tenían suficiente espacio, y debían permanecer ladeadas, pegándose todo lo que podían a la pared. La pasarela tenía una balaustrada, y entre cada columna había grandes macetones llenos de geranios y de hiedra, que formaba una cascada verde por uno de los lados del templo.

Victoria inspeccionó el tejado a la luz mortecina del inicio del amanecer.

– Esto está pensado para ser un jardín, no un puesto de defensa -dijo con irritación.

– Es una escuela para mujeres, Victoria, no para soldados.

Victoria emitió un resoplido, que fue repetido por las demás Cazadoras.

– Dispersaos. Tomad posiciones a igual distancia las unas de las otras, todas hacia el oeste. Avisadme cuando veáis los ejércitos.

Las Cazadoras obedecieron. Yo me situé junto a ella.

Miré hacia la oscuridad y me preocupé.

– Es un gran guerrero -me dijo Victoria.

– Incluso los grandes guerreros sangran cuando reciben un corte -respondí con un suspiro-. Tal vez debería dormir para que mi espíritu pueda ir con él.

– Sentiría tu presencia -me dijo ella con delicadeza-. Lo distraerías.

– Odio esperar.

Victoria asintió.

Capítulo 14

Comimos en silencio. Yo me esforcé por oír algún sonido de batalla, pero sólo percibí el soplido de la brisa a través de la hiedra, y el reclamo ocasional de alguna alondra que saludaba al nuevo día con inocencia.

El cielo comenzó a iluminarse, y el gris se aligeró, pero sólo un poco. Era evidente que las nubes no iban a marcharse, y del pantano surgía una niebla extraña que quedaba suspendida sobre las tierras del templo.

– Carolan dijo que a los Fomorians no les gusta moverse con la luz del sol. Están atacando hoy por el maldito tiempo.

Victoria asintió con gravedad.

Al norte, las montañas aparecían y desaparecían de la vista. Yo me puse el catalejo en el ojo y ajusté la lente hasta que enfoqué la ladera del pico más cercano. No se veía ninguna criatura. Todavía.

Me volví y miré hacia el bosque. Bajo las sombras de las nubes, parecía somnoliento e inofensivo. Continué girando el catalejo para mirar el comienzo verde de Ufasach Marsh.

Antes de que pudiera completar el círculo, Victoria gritó:

– ¡Por allí!

Yo me aparté el catalejo del ojo y vi a Victoria señalando hacia el oeste, donde se estaba extendiendo una mancha oscura por el horizonte. Volví a ponerme el catalejo en el ojo, pero me temblaban demasiado las manos.

– Tómalo -dije, y se lo entregué a Victoria-. Mira tú, yo no puedo tener las manos quietas.

La Cazadora se lo puso con calma en el ojo, ajustando la lente.

– Es la retaguardia de nuestros arqueros -dijo mientras miraba.

– ¿Son buenos?

– Salvo los hombres de Woulff, no los hay mejores en Partholon.

– Ojalá Woulff también estuviera aquí.

– Sí, ojalá -dijo Victoria, y siguió mirando-. Los guerreros no deben de haberse encontrado todavía con los Fomorians. Los arqueros están disparando lluvias de flechas, con los arcos apuntados hacia el cielo -explicó. Ajustó la lente de nuevo y prosiguió-: Ahora veo a los guerreros. Están esperando a que terminen los arqueros.

Comenzó a lloviznar mientras yo miraba intensamente hacia el oeste. Distinguía la línea de arqueros y las lluvias de flechas que disparaban a intervalos, como si las nubes estuvieran arrojando muerte. Entre las oleadas de flechas, vi que había algo que brillaba intermitentemente frente a los arqueros.

– ¿Qué es ese brillo?

– Nuestros centauros han sacado las espadas -explicó Victoria.

Yo sentí un escalofrío.

– Están avanzando.

Su voz carecía de emoción, y era alta, para que las demás Cazadoras pudieran oírla. Al escucharla, sentí una extraña desconexión, como si estuviera viendo un programa de televisión raro. Para mí era difícil pensar que mi marido era parte de aquella línea de espadas brillantes.

Victoria se quitó el catalejo de los ojos y me lo entregó.

– ¿Qué pasa ahora?

– Ha comenzado la batalla.

Temblando, yo miré a través del instrumento hacia la escena lejana.

A través de la mañana gris y sombría, divisé la línea de centauros avanzando cuando los arqueros se separaron, y cómo, moviendo las espadas, se dispersaban para unirse a los flancos izquierdo y derecho. Intenté distinguir a los centauros individualmente, pero estaban demasiado lejos. Ni siquiera veía a los Fomorians.

– No sé qué está ocurriendo -dije.

– Puede seguir así durante horas -dijo ella, con una sonrisa bondadosa-. La primera batalla que presencias es siempre la más horrible.

– ¿Y lo único que podemos hacer nosotras es estar aquí, observando?

– Sí.

Y eso fue lo que hicimos. Mientras la mañana avanzaba hacia el mediodía, cinco estudiantes nos trajeron bocadillos de carne y queso, y un poco de vino dulce.

– Dile a Thalia que no hay ningún cambio -le indiqué a una de las muchachas.

– Ya lo sabe, lady Rhiannon -respondió. Después, salieron del tejado.

– Thalia ve muchas cosas -me dijo Victoria.

– Sí, ya me doy cuenta.

Comimos, haciendo turnos para vigilar a través del catalejo. Cuando terminé mi bocadillo, Cathleen, una de las Cazadoras, me entregó el catalejo para que pudiera hacer mi turno. Me lo coloqué en el ojo, enfocando hasta que distinguí el campo de batalla. Entonces, tuve náuseas.

– ¡Victoria! -la Cazadora se acercó rápidamente a mí, y yo le entregué el instrumento-. ¡El frente se está moviendo!

Ella miró por la lente y se quedó inmóvil.

– Los Fomorians han roto la línea de los centauros. Estas mujeres están condenadas.

Capítulo 15

– ¡No! -exclamé yo, tomándola del brazo-. Los Fomorians no puede cruzar el agua. Estar separados de la tierra por una corriente de agua les provoca un dolor insoportable. Si podemos llevar a las mujeres por el puente hasta la otra orilla del río, estarán a salvo.

Me entregó el catalejo y se puso a dar órdenes a las Cazadoras.

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